Tres veces tú

Tres veces tú


Setenta y ocho

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SETENTA Y OCHO

Pallina sale del estudio de arquitectura en el que trabaja un poco molesta. Adalberto, uno de los cuatro socios, se fuma un puro de vez en cuando, y ella, sobre todo por las mañanas, no lo soporta.

Le entran ganas de vomitar. Por si eso no fuera suficiente, hace días que, de una manera o de otra, él intenta ligársela.

«Sabes que me gustaría que nos conociéramos mejor fuera del estudio…», y al día siguiente: «Te veo muy seria, me gustaría hacerte reír un poco…», y luego otra vez a la carga: «He soñado contigo, no puedo decirte lo que estábamos haciendo…». Con la última frase le han dado ganas de devolver.

Es odioso, y encima con ese nombre: Adalberto. Para Pallina, la situación está clarísima: «Si sumara sus penosas fantasías eróticas, el puro y el nombre, debería darse cuenta por sí mismo de que conmigo no va a llegar a ninguna parte». ¿Acaso hoy en día ninguna chica puede vivir tranquila y en paz sin que la molesten en su lugar de trabajo? «Y tampoco es que yo sea una tía buena, ni que vaya muy arreglada; evito ponerme falda y medias de ningún tipo para no incitar al pecado, voy vestida como una monja. Y él, ¿qué hace? ¡Le da por tener sueños eróticos! Por suerte, lo he parado a tiempo», piensa Pallina.

—Mejor no me cuente su sueño, que luego voy a tener pesadillas.

Y él insiste:

—Oye, que nos lo estábamos pasando muy bien, eran unas bonitas fantasías. Te gustaban…

—Sí, pero creo que a mi novio no le gustarían. Por si le interesa, él es muy celoso, muy violento, y ya ha pasado por los juzgados, aunque no le importa: su hobby es coleccionar broncas.

Adalberto le sonríe. No sabe si creerla o no. Pallina ve que duda y le encantaría mostrarle la foto de Bunny, pero no una de ahora, que se ha refinado, sino una antigua, de cuando le daba miedo incluso a ella. Sin embargo, decide que no vale la pena, espera que crea en sus palabras. Pero Adalberto no le da tregua.

—Bueno, podemos hacer lo siguiente: yo te las cuento a ti… y tú no se las cuentas a él. Es fácil, ¿no?

—Dificilísimo. A mí me gusta contárselo todo a mi novio. Usted, en cambio, a su mujer no le cuenta nada, ¿verdad?

Bien, ha dado en el clavo. Adalberto muda la expresión.

—Bueno, se ha hecho tarde, puedes irte si quieres, mañana seguimos. —Pallina piensa que va a desmayarse, pero Adalberto parece haber soltado la presa—. Nos pondremos con el proyecto de las oficinas de la via Condotti.

—Muy bien, se me han ocurrido algunas ideas, ya se las mostraré.

—Sí, sí, vete.

Ha salido del despacho, pero arrastrando todavía toda esa carga y una buena pregunta: «¿Cómo es posible que un hombre no comprenda que no le interesa a una mujer? Se creen que somos como una de esas calles asfaltadas, y ellos, como martillos mecánicos, van taladrando incesantemente, convencidos de que antes o después cederemos. Pero no es así. ¡Qué rollo! Esperemos que me deje seguir trabajando, me encanta este empleo y no quiero odiar ser mujer. ¡Ojalá pudiera vestirme con lo que a mí me gusta y no con lo que no me gusta demasiado!».

Pallina continúa andando a paso ligero. Ahora solo quiere comer.

—Eh, pero bueno, ¿en qué estás pensando? Llevas una cara…

Al oír esa voz, Pallina cambia de expresión. Se vuelve.

—¡Babi! Y ¿tú qué haces aquí?

—Te buscaba.

Ella la mira preocupada.

—¿Hay algo del trabajo que te hice que no está bien?

Babi niega con la cabeza.

—¿Quieres volver a cambiarlo todo?

—¡No, no! —le dice sonriendo—. Pensarías que estoy loca. Oye, vamos a dejarnos de rodeos: me apetecía cambiar la decoración, pero también me apetecía tener noticias de Step.

—Y ¿no habría sido más sencillo y más barato que me lo preguntaras directamente?

—¡Pero el trabajo que me hiciste me gustó un montón! De verdad. Ahora la casa es muy luminosa, y más positiva. Y, además, el hecho de que lo hayas hecho tú, de que la elección del tejido de las cortinas sea tuya, de que el sofá verde limón lo encontraras tú, hace que quiera todavía más esa casa. —Babi tiene los ojos brillantes. Pallina no sabe muy bien qué contestar, se pregunta dónde está la trampa esta vez. Babi se echa a reír por no llorar—. Mira, ya sé lo que estás pensando, pero no quiero volver a engañarte. Solo he venido a decirte una cosa: perdóname…

—Pero…

Babi la hace callar con una mano.

—Quiero pedirte perdón por no haber estado a tu lado cuando perdiste a Pollo. Quiero pedirte perdón por haberte apartado de mi vida porque pensaba que arrastrabas todo ese mundo que yo había decidido abandonar. Quiero pedirte perdón porque he ignorado el recuerdo de nuestros miles de risas, los líos, la complicidad, los secretos y los pequeños descubrimientos que compartimos mientras crecíamos juntas. Pero, sobre todo, quiero pedirte perdón porque decidí todo eso yo sola, sin decirte nada, dejándote de lado, comportándome como una hija de puta y demostrando, en cambio, que solo era una idiota porque pensaba que lo conseguiría. Pero te he echado muchísimo de menos y todavía sigo haciéndolo. En casa, cuando decidíamos la decoración, me sentía avergonzada; me habría gustado decirte: «¡Ostras, Pallina, que soy yo! Abracémonos». En cambio, seguía asintiendo, sin pronunciar una palabra, no lograba bajarme de ese pedestal… Joder, qué inepta. Te lo ruego, olvídate de esa última Babi, acuérdate solo de la de las camomillas, de las huidas por la noche, de cuando venías a dormir a mi casa para salir por tu cuenta y regresar antes de que te recogiera tu madre. Tú eres mejor que yo, más generosa, sé que puedes conseguirlo…, ¿verdad?

—Ya me habías convencido cuando me has pedido que te perdonara.

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