Tres veces tú
Ochenta
Página 82 de 149
OCHENTA
Sin darse cuenta, Babi y Pallina acaban sentadas a una mesa de madera pintada del bistró del Tiepolo, en la via Giovanni Battista Tiepolo, exactamente igual que muchos años antes, con dos cervezas delante, a pesar de que ninguna de las dos bebe como en aquellos tiempos, pero con el mismo entusiasmo, la misma curiosidad y la gran vitalidad en los ojos de entonces. Pallina siente que ha dejado a un lado cualquier rencor, a pesar de que en el fondo la asusta la idea de que pueda volver a herirla, pero prefiere no pensar en ello. El discurso de Babi le ha gustado tanto que, mientras escucha cómo habla, se reprocha seguir siendo la misma tonta romántica de siempre.
—Y luego Lorenzo, ¿sabes qué me dijo? Que el salón, mejor como estaba antes. Pero digo yo: si decides hacer feliz a tu mujer, que esté contenta con algo que puede ser un simple capricho, ¿por qué no eres generoso hasta el final? Total, el dinero ya te lo has gastado, y con ese comentario lo estropeas todo, es como si le hicieras cargar con la idea de que lo has tirado.
Pallina bebe un poco de cerveza.
—Pues, oye, ya puestas, podríamos haberle hecho tirar mucho más, ¿eh?
Babi también bebe de su cerveza.
—Tienes toda la razón. ¿Sabes qué te digo? ¡Me parece que dentro de poco la casa ya no me va a gustar y la renovaré otra vez!
Pallina abre unos ojos como platos.
—Venga ya, así te tomará por loca y no creo que te lo deje hacer.
—Sí.
—O sea, ¿aceptaría volver a hacerlo todo nuevo?
—Sí, ya te lo he dicho: el problema no tiene nada que ver con el dinero. Está enamorado de mí, haría cualquier cosa. ¿Sabes cuándo un hombre está enamorado?
Y Pallina, ante esa pregunta, se pone a pensar enseguida en Pollo, en cómo se conocieron en una fiesta mientras él intentaba robarle el dinero del bolso. Pollo y su descarada manera de comportarse; Pollo, que, a pesar de estar tan enamorado, no pudo demostrárselo, y no porque nunca tuviera dinero, sino porque no le dio tiempo.
—Sí, Pollo lo estaba, aunque fuera con palabras. Una vez me dijo: «Tú me haces sentir especial, haces que me sienta el hombre más rico del mundo. Los cincuenta euros que te birlé valían centenares de millones de euros. Y ¿sabes por qué? Porque me han permitido conocerte».
—¿Lo echas mucho de menos?
—De vez en cuando, sí. A veces de una manera indescriptible. Aún me acuerdo de alguna de sus frases o me parece oír su carcajada, o cuando me ocurre algo gracioso de repente me pongo a pensar: «Pollo habría dicho esto, o habría hecho una broma», ¡o «Pollo a ese ya lo habría zurrado»!
—Ah, eso seguro.
Después una chica con un delantalito azul descolorido, el pelo rubio claro suelto sobre los hombros y un brillante en la aleta derecha de la nariz, deja los platos que han pedido sobre la mesa.
—¿Patatas al cartoccio?
—Para mí. —Pallina levanta la mano y lo coge.
A continuación, la chica coloca delante de Babi su aguacate skagen con crema de yogur, gambitas y eneldo y se aleja. Pallina abre sus patatas amarillas por la mitad y empieza a mezclar el yogur con la pulpa.
—¿Sabes?, tengo que decirte una cosa. Salgo con alguien.
Babi se queda sorprendida.
—Venga ya, ¿lo conozco?
Pallina asiente sonriendo.
—¿Uno de los Budokani?
Pallina asiente de nuevo y sonríe aún más.
—¡No! ¡No me lo puedo creer! No puedo imaginar quién… —Babi se queda un momento pensando. A continuación, la mira de golpe como si ya lo supiera—. Venga ya…, ¿me tomas el pelo?
Pallina estalla en carcajadas.
—¿A ti te parece que te estoy tomando el pelo? Pues claro que no.
Babi se concentra de nuevo.
—A ver, el Siciliano, no, ¿verdad?
—Verdad.
—Porque ese, a pesar de ser muy mono, siempre salía con unas chicas muy horteras, todas pintadas y con el tanga por fuera de los pantalones, y tú no te les pareces en nada, a menos que normalmente no seas así y te vistas como es debido solo por mí.
—No es él.
—Pues entonces no se me ocurre nadie, porque, aparte de él, todos los demás eran igual que en esa película: feos, sucios y malos.
—Vale, te lo digo. Total…, nunca lo adivinarías. Salgo con Bunny.
—¿Con Bunny? No me lo creo, no puede ser. ¡Pallina! Pero si es de un asqueroso que da miedo, lo recuerdo sucio, apestoso…
—Es lo mismo que dijo Step.
—¿Ya se lo has dicho? Y ¿cómo se lo ha tomado?
—Al principio, muy mal, a pesar de que lo disimulaba. Ya sabes cómo es, ¿no?
—Vaya… —«Si no lo sé yo…», querría decir Babi, pero se contiene.
—Pues imagínate que, además, tuve que dar una fiesta e invitar a todos los Budokani para que se vieran y tener la bendición de Step. Oh, no me apetecía en absoluto, estuve limpiando la casa dos días seguidos, pero Step se portó muy bien. —Pallina se interrumpe al reparar de repente en que quizá ha hecho algo que no está bien—. Perdóname tú ahora.
Babi la mira con curiosidad.
—¿Por qué?
—Bueno, es que no me he dado cuenta, quizá no te apetece en absoluto hablar de Step, a lo mejor te molesta.
Babi le sonríe.
—No. Tranquila.
—Bueno, pues, como te decía, se portó muy bien, me hizo sentir a gusto, no tuve la sensación de haberme comportado mal, de haber «pescado» a otro justo en el mismo grupo, de haberle faltado al respeto a su gran amigo.
—Cuando quiere, hace que te sientas… a tres metros sobre el cielo.
Pallina se echa a reír.
—Exacto, ahí has estado bien.
Y continúan comiendo, bebiendo cerveza, riendo y bromeando.
—Y, cuéntame: ¿tanto ha cambiado Bunny?
—Muchísimo. Es otro, no lo reconocerías. En serio, no te engaño. Mira, algunos de los Budokani han ido a peor, otros se han quedado igual y dos de ellos han mejorado notablemente: Bunny y Schello.
—¿Schello también? No me lo puedo creer, pero si hablaba eructando…
—Bueno, digamos que, por desgracia, esa faceta no la ha superado, incluso cuando está con alguna chica guapa lo hace, creo que más bien se trata de un defecto de fábrica…
—Qué fuerte.
Pallina bebe un poco de cerveza; entonces de repente se queda a medias y deja el vaso, como si acabara de acordarse de algo.
—Ah, no, espera, espera… Hay otro que también ha cambiado muchísimo.
—¿Quién?
—¡Step! —A Babi la coge desprevenida; Pallina continúa—: Pues no te lo vas a creer, pero ha adelgazado, o sea, ya no tiene esos músculos exagerados, no lleva esas cazadoras como la de Pollo, se viste de manera elegante y, lo que es aún más sorprendente, se comporta de una forma distinta por completo. Está más tranquilo, más apaciguado; sí, en resumidas cuentas, tendrías que verlo.
Pallina vuelve a coger el vaso y empieza a beber.
Babi le sonríe.
—Ya lo he visto.
Pallina se atraganta, se seca la boca y un poco de cerveza que le ha quedado en la barbilla después de una noticia como esa.
—¿Que lo has visto? ¿Cuándo? ¿Hace tiempo o hace poco? Pero si no me ha dicho nada…
¿Habéis quedado? ¿Habéis salido? ¿Os habéis besado? ¿Os habéis peleado? Ah, un momento, puede que él no lo sepa, que tú lo vieras mientras estabas apostada en algún sitio, pero él a ti no.
—¡Espera, espera, calma!
Han pasado muchos años, pero Pallina es la de siempre, con su carácter y su entusiasmo, para lo bueno y para lo malo, con su manera de ser desbordante. Y esto es lo que a Babi le gustaba y le gusta de ella.
—Ahora te lo explico. Pero, si no te lo ha contado, si lo ves, tú no sabes nada y nunca lo has sabido, ¿está claro?
—Clarísimo.
—Jura que no dirás nada.
—Lo juro.
—Si dices algo lo vas a meter en un lío y, si por casualidad volviera a tener un mínimo de confianza en mí, la perdería para siempre.
—Lo sé.
—Y me moriría. Porque ahora es lo más importante de mi vida, además de mi hijo.
Pallina se queda francamente sorprendida por sus palabras, permanece un instante medio atónita, emocionada, comprendiendo hasta qué punto llega el amor que Babi siente todavía por él. Ha dicho: «Es lo más importante de mi vida, además de mi hijo». No «después de mi hijo». A la vez que él.
Entonces respira hondo y la detiene con la mano.
—Espera.
—¿Qué pasa?
—Necesito algo sin falta. —Pallina levanta la mano—. ¿Disculpe? —Al verla, la alta y guapa camarera sueca se acerca a la mesa—. ¿Podría traerme esa tarta de zanahoria? —La señala en una pizarra.
—Sí, por supuesto.
Babi se añade:
—Para mí también, gracias.
La chica lo apunta en un pequeño bloc que saca del bolsillo posterior de su falda vaquera y se marcha.
—Ahora sí, perfecto. Perdóname, pero es que me apetecía un montón y, como temía que se acabara, me distraía. Quiero disfrutar al máximo de tu increíble relato.
—¡Qué exagerada! No tiene nada de increíble. Pues bien, a través de un abogado que trabaja para mi marido, pero de mucha confianza, me enteré del nombre de la empresa de Step y de la dirección.
Luego me informé y descubrí que la secretaria desayunaba todas las mañanas en el bar de al lado, que como es obvio empecé a frecuentar, y entonces me hice amiga suya y logré que se entusiasmara con nuestra historia de amor. Más tarde conseguí que le entregara a Step una invitación para una exposición a la que no podía dejar de asistir.
—Y ¿dices que no tiene nada de increíble? ¡Es mejor que las últimas de 007!
Justo en ese momento llegan las dos tartas de zanahoria, que la chica deja sobre la mesa.
—¿Puede traerme también un café de cebada en taza grande?
Pallina sonríe: Babi y sus manías…
—Para mí un café normal, cortado, con la leche caliente, gracias.
La chica no se ha alejado todavía cuando Pallina acribilla a Babi a preguntas:
—Y ¿cómo fue el reencuentro? ¿Qué te pareció él? ¿Estaba enfadado? ¿Estuvo amable? ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos? ¿Os besasteis? ¿Practicasteis sexo?
—¡Pallina! O sea, no te voy a contar nada más. ¡Ostras, estoy casada, tengo un hijo de seis años; contigo me parece que vuelvo a estar en el instituto, pero en primero!
—Muy bien, así que practicasteis sexo…
—Sí, en Villa Medici, pegados al obelisco.
—Bueno, tampoco habría estado mal.
Justo en ese momento llegan el cortado y el café de cebada.
—Gracias.
De nuevo solas, Babi mira a su alrededor, los pequeños cuadros del local, las paredes pintadas en colores pastel, la gente joven comiendo en varias mesas, las camareras que no paran nunca.
—Se está muy bien en este sitio y me siento realmente feliz de volver a verte.
—Yo también.
—¿Sabes?, pensaba que me lo harías pagar muy caro.
—No sería la Pallina de siempre. A ti todo te estaba permitido, y sigue siendo así, dentro de un límite.
Babi sonríe y le acaricia la mano. Pallina la aparta enseguida.
—Bueno, ya está bien de tantos melindres, que luego nos tomarán por lesbianas. Pensarán que estamos haciendo las paces como dos enamoradas. ¿Me lo cuentas o no? ¿Qué te pareció Step?
—Pues bien, me gustó un montón… Como siempre, mejor dicho, puede que más que nunca. Me pareció más hombre. Cuando me vio no reaccionó mal. Un poco como tú, al principio manteniendo las distancias, pero después se fue relajando, hablamos muchísimo, le dije lo mucho que lo había echado de menos y que mi vida no tiene sentido si no está él.
—O sea, ¿eso le dijiste? ¿Después de todo ese tiempo? Y él, ¿qué te contestó?
—No dijo nada. Pero es la verdad: todavía estoy enamorada de él.
—Babi, tengo que darte una mala noticia, mejor dicho, una noticia horrible… Más aún, teniendo en cuenta lo que me estás diciendo, la peor noticia que podría darte: Step se ha casado.
—Lo sé. Lo sabía. Intenté por todos los medios hacerlo razonar. Le pedí que pensara en mí y en él. Pero al parecer pensó otra cosa distinta. Aunque eso no me impide amarlo. Nadie puede prohibírmelo. Ni siquiera Dios. —Pallina se queda sorprendida por su respuesta, quizá un poco dura. Babi se da cuenta—. Puede castigarme, pero no puede prohibírmelo. ¿Qué crees?, ¿que no me habría gustado ser feliz y estar bien con Lorenzo, con Massimo, en la preciosa casa que tú has decorado?
Pero, en cambio, no lo soy, en absoluto. Nadie manda en el corazón. Parece una frase tonta, pero no lo es. Tú giras hacia la izquierda y él va hacia la derecha. Sin embargo, el mío se ha quedado en medio del stop. Mejor dicho, para ser exacta, ¡en Step!
Pallina se echa a reír.
—¿Sabes que en todos estos años puede que hayas sido una cabrona, pero que te has vuelto más simpática?
—Sí, bueno, venga, ahora cuéntame cómo fue la boda, siento mucha curiosidad.
—¿En serio quieres hacerte tanto daño?
—Si me lo imagino, todavía es peor.
—No lo sé, la verdad es que fue muy bonita.
Babi cierra los ojos, aprieta los puños, en parte para hacerse la graciosa y también porque en realidad no sabe lo que le espera.
—Habla…
Y entonces Pallina se encoge de hombros y empieza a contárselo.