Tres veces tú

Tres veces tú


Ochenta y uno

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OCHENTA Y UNO

—Pues bien, Step iba vestido completamente de oscuro, de un azul superoscuro, con una corbata de boda.

—Y ¿cómo es una corbata de boda?

—Como la que él llevaba.

—¡Pallina! Cuéntalo bien.

—Bueno, total, también tengo algunas fotos, a lo mejor te las dejo ver.

—¿A lo mejor? ¡Pues claro que me las vas a dejar ver!

—Sí, claro.

Y Pallina sigue con su narración, el vestido de la novia y la belleza de Gin.

—Está bien, ya veo, pero tampoco te entretengas demasiado…, sigue adelante.

Y el bonito sermón del padre Andrea, los pétalos blancos y rojos mezclados con el arroz a la salida, la tarta pop y la inmersión, la gran botella de champán, los fuegos artificiales y, luego, Frankie & Canthina Band y la música estupenda que los hizo bailar a todos.

—En resumen, me gustaría mucho decirte que alguna cosa no estuvo bien, pero no sabría encontrar ninguna.

—Bueno, podría haber sido mejor…

—¿Cómo?

—Si yo hubiera sido la novia.

Pallina le sonríe.

—¿Tan mal estás?

—Bastante. No, ¿sabes cuál es el verdadero problema cuando sucede algo así? Que tienes un sentimiento de añoranza, porque en realidad podrías haber estado tú en su lugar, y entonces te preguntas en qué te has equivocado.

Se quedan un rato en silencio. Pallina se da cuenta de que Babi está llorando y le pasa un pañuelo.

—Toma, no lo he usado mucho, puede que tenga un poco de pastel de zanahoria…

Babi se ríe y sorbe por la nariz. Luego, intenta recomponerse.

—¿Lo ves?, incluso en los momentos más traumáticos tú siempre consigues hacerme reír. ¡No imaginas las veces que me habrías sido de ayuda! No es fácil estar junto a una persona cuando tu corazón está en otro lado. He intentado superarlo por todos los medios, pero no he sido capaz. Hay cosas que no quieren saber nada de la racionalidad.

—¿Como qué?

—Como el amor. Puedes hacer todo lo que hay que hacer: prepararle el desayuno, la comida con la misma atención, ponerte guapa para él, ir a las fiestas, ser la mujer perfecta a su lado, pero luego te das cuenta de que solo eres la intérprete de una película.

—Que ya he visto muchas veces y siempre he visto sin ti.

Babi sonríe.

—Estás citando a Lucio. Qué cierto es. Pero luego, cuando estás entre los brazos de una persona a la que no amas, tu película se desvanece, plof, se evapora. Basta con un beso para que lo comprendas. Con un beso sabes si quieres a alguien o no. Basta que tus labios se posen un instante en los suyos para hacerte sentir unos escalofríos increíbles o un aburrimiento devastador.

—¡Devastador! Qué exageración.

—Yo soy así y no logro comprender cómo he podido meterme en esta situación, te lo juro, me parece increíble. Step tenía mil cualidades y algún defecto, claro, pero como todos. Lo más curioso es que conmigo esos defectos desaparecían, era como si se calmara.

—Eras su camomilla desde todos los puntos de vista.

Babi sonríe.

—Tú también te has vuelto más simpática.

—Oye, guapa, que yo ya lo era y no he cambiado ni un ápice. ¡Eres tú de la que no se sabe qué está tramando! No hay nada más doloroso que una amistad que termina sin un motivo concreto. Es lo más triste. Y, además, en un momento tan delicado. Perdí a Pollo y perdí a mi amiga del alma. Pero él no lo decidió. Tú sí.

En el mismo instante en que se lo dice, Pallina se siente morir. Se da cuenta de que ahora también se miente a sí misma. Sabe perfectamente que las cosas no fueron así. Pollo también decidió marcharse. Se quitó la vida. No fue un accidente y ella quizá podría haberlo detenido. Y entonces, de repente, Pallina se echa a llorar. Demasiadas cosas guardadas dentro, muchas cosas no confesadas durante demasiado tiempo, y encima, ahora, estar aquí de nuevo, con su amiga Babi, y no ser sincera con ella.

—No, por favor, Pallina, perdóname, no volverá a suceder. No te dejaré nunca más; pase lo que pase, siempre estaré a tu lado. No hagas eso, si no, me echaré a llorar yo también otra vez.

Y, sin querer, tal como lo dice, Babi rompe a llorar; las lágrimas descienden sin ningún freno por sus mejillas, una tras otra, copiosas, llegan a la barbilla, se detienen un instante y luego saltan hacia abajo. Babi se seca con el dorso de la mano. A continuación, intenta sonreírle a Pallina.

—Si quieres te devuelvo tu pañuelo, que todavía sabe a pastel de zanahoria. Solo está un poco empapado de mis lágrimas de antes.

—No, no, quédatelo. Me parece que todavía lo necesitas…

»¿Perdona? —Pallina llama entonces a la chica sueca, que está llevando los segundos a otra mesa.

—¿Sí?

—¿Podrías traernos unos cuantos pañuelos? Me parece que nos hemos quedado cortas.

La chica sueca no lo entiende, pero sin decir nada coge una cestita con una piedra encima para que no vuelen las servilletas y se la pasa.

—Gracias.

Pallina coge una, y luego otra más.

—Creo que atravieso un momento de gran fragilidad.

—Yo también, por eso tenemos que estar juntas.

—Sí, y en vista de que lo estamos, voy a decirte una cosa absurda que nunca te he dicho: Pollo no tuvo un accidente. Se mató.

—¿Qué? —Babi no puede creer lo que oye.

Pallina asiente y luego le cuenta toda la historia, el descubrimiento de su enfermedad, el difícil porvenir, cómo todo habría ido degenerando, la certeza de su futura inmovilidad y más tarde aquella decisión. Un fármaco que le pararía el corazón durante la última carrera para ocultarlo todo.

—¡Pero no era seguro! Tal vez todo podría haber cambiado, la medicina hace descubrimientos continuamente y, además, cada cuerpo reacciona de manera distinta, quizá él…

—No quiso atender a razones.

—Pero no debería haberse rendido, también existen los milagros. Toda esa gente de Lourdes…

¿Es todo un invento?

—Se lo dije. ¿Sabes qué me contestó? «Tú eres mi milagro, pero, por desgracia, no es suficiente».

—Imagina cuando Step lo sepa…

—Se lo dije hace poco.

—¿Se lo dijiste? Y ¿cómo se quedó?

—No lo sé. Le di una carta. No podía decírselo en persona. Lo preferí así.

—Y ¿cómo se lo tomó?

—Creo que bien. Di una fiesta después de habérsela dado, solo para ver si iba a venir. Y vino.

Tan solo me pidió que no habláramos de ello nunca más. Creo que se sintió traicionado. Pero también aliviado. No estaba relacionado para nada con el accidente. Aunque él hubiera estado allí, no podría haberlo evitado; si no hubiera sido ese día, habría sido otro. Pollo ya lo había decidido. No sabes la cantidad de soluciones que se planteó. Quería irse y punto, pero sin que nadie tuviera que cargar con ello. Un suicidio es un fracaso para quien te ama, para quien siempre ha estado a tu lado y no ha logrado ser suficiente para ti.

—Ya, así solo tuvo que cargar Step con ello.

—No debería haber sido así. La carta que le di era de Pollo. Debería habérsela dado entonces, tan pronto como ocurrió.

—Y ¿hasta ahora no se la has dado? —Pallina asiente en silencio—. Y ¿por qué? ¿Por qué no se la entregaste enseguida?

—Por favor…, no lo sé, no me lo preguntes. A veces haces cosas que no tienen ningún sentido…

Babi piensa en su vida, en todo lo que ha ocurrido. ¿Cómo no va a darle la razón?

Pallina la mira, ahora está en paz.

—Lamento no haber librado antes a Step de ese sentimiento de culpa.

Babi le sonríe, luego lo piensa un instante. Pallina le ha hecho una gran confesión. Ahora le toca a ella.

—Yo también tengo que decirte algo importante.

—Espera, cogeré alguna servilleta…

Le sonríe.

—Pero si lloras serán lágrimas de alegría. Al menos, para mí, es mi mayor motivo de felicidad.

Pallina la mira con curiosidad, está en ascuas, quiere saber de qué se trata, no se le ocurre nada y piensa en las hipótesis más descabelladas.

—¡Pues habla! ¡No puedo más! ¿Cuál es ese motivo de felicidad?

—Mi hijo Massimo.

—Sí, lo vi, ya lo conozco, es guapísimo.

Pallina intenta recordarlo, le viene a la mente y lo visualiza. Luego lo ve en un momento concreto, cuando se volvió y le sonrió. Y en ese instante lo comprende. La mira alucinada.

—¡No!

—Sí. —Babi asiente.

—No, no puede ser…

Babi le sonríe y continúa asintiendo.

—Así es.

—Es verdad, es idéntico… Pero ¿cómo no me había dado cuenta antes?

Entonces recuerda todos los momentos en que ha estado en su casa, aunque luego le viene a la cabeza algo todavía más importante.

—Pero ¿se lo has dicho a Step?

—Sí, hice que lo conociera aquel día.

—¡No me lo puedo creer! ¡Esta es la noche de las revelaciones! ¿Y él?

—No lo sé. No lo entiendo. No ha querido hablar de ello. Creo que se enfadó, pero yo estoy contenta. Es un pedazo de mi vida que me ha permitido sobrevivir hasta hoy.

Pallina sacude la cabeza.

—¡Esto sí que no me lo esperaba! Es mejor que «El secreto de Puente Viejo», que «Belleza y poder», que «Temporada de cerezas». En comparación, ahí no sucede nada. ¿Has podido mantenerlo en secreto también en casa?

Babi asiente.

Pallina está intrigada.

—¿Quién lo sabe, además de mí?

—Mi madre, mi hermana y, ahora, Step.

—¡Qué caos! Y se entera precisamente ahora que se ha casado.

—Pensé que podía servir. Tal vez volveríamos a empezar. Si me lo hubiera pedido, habría cogido a mi hijo y me habría ido con él.

—Estás muy decidida.

—Sí.

—Pero ahora las cosas son más complicadas.

Babi permanece un momento en silencio.

—Solo hay algo que podría detenerme. Si tuviera un hijo con ella.

—De eso no sé nada.

—Aunque te digo la verdad: tampoco estoy tan segura de que sirviera para detenerme.

Pallina la mira y sacude la cabeza.

—Después de todas estas revelaciones, ya no entiendo nada. Y, mira, en vista de que hoy nos lo estamos contando todo, tengo que decirte algo más.

—¡Habla!

—Pero esto es de hace mucho tiempo ya. ¿Te acuerdas de aquella noche que fuimos a la Nuova Fiorentina, cuando yo insistí en cambiar de restaurante, porque tú querías ir a Baffetto, y pillaste allí a tu novio con otra?

—Sí, me acuerdo muy bien: Marco, llevábamos cinco meses saliendo. Me dijo que iba a quedarse en casa estudiando y, en cambio, estaba allí con otra y yo le tiré a la cara la pizza de tomate y mozzarella sin anchoas que tanto le gustaba.

—Pues bien, nunca te lo dije, pero no cambié de pizzería por casualidad. Sabía que Marco estaba allí, me avisó el hijo del dueño, Fabio, que además sentía debilidad por ti y le parecía absurdo que salieras con alguien como Marco, a quien tampoco es que le importaras mucho.

—¡No me lo creo! Aquella noche, cuando me acompañaste a casa, incluso te di una pequeña pinza de colores de Bruscoli que te gustaba muchísimo…

—Sí, la rompí. Le di un pisotón cuando desapareciste y no contestabas a mis mensajes.

—¡Mi pinza…!

—La desintegré.

Y se echan a reír. Entonces se levantan y se abrazan.

Babi se aparta y mira a Pallina preocupada.

—Eso de Marco nunca me lo habría imaginado. ¿Hay más cosas que no sepa?

—No.

—¿Seguro? ¿No será que no te acuerdas?

—No, estoy segura. ¿Y tú?

Babi piensa en la despedida de Step, en la noche en el barco, en su peluca oscura y todo lo demás. Pero no le parece adecuado contárselo, por lo menos no en ese momento, sería como traicionar a Step.

—Te lo he contado todo, pero para él tú no sabes nada.

—De acuerdo.

—¿Prometido?

—Sí.

—Esta semana estoy sola, ¿por qué no vienes un día a cenar a mi casa? Tráete a Bunny, si te apetece, la verdad es que quiero ver cómo ha cambiado.

—¡Claro! Nos llamamos y quedamos.

—Y ahora tengo que irme a casa, debo controlar los deberes de Massimo… Si empieza a ir mal en el colegio, después lo pasa mal.

Pallina coge el bolso con intención de pagar, pero Babi la detiene.

—Venga, he sido yo quien ha venido a buscarte. Déjame a mí.

—De acuerdo, esto era para hacer las paces, pero a partir de ahora pagamos a medias.

—Sí, a la romana, como antes.

Y se intercambian un último beso.

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