Tres veces tú

Tres veces tú


Ochenta y ocho

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OCHENTA Y OCHO

Babi abre la puerta sorprendida.

—Eh, ¿qué ocurre? ¿Cómo es que apareces por aquí a estas horas? ¿No estás en el trabajo?

—¡He pedido permiso!

—Y ¿no será que no te has acostado? Venga, entra. —Cierra la puerta a su espalda—. Mi hermana realmente ha cambiado… Siempre que podías, te levantabas a mediodía, ¿te acuerdas?

Daniela se queda callada. Babi se vuelve hacia ella.

—Uy, te veo mal. ¿Quieres un café?

—Sí, por favor.

—¿Te has peleado con Filippo?

—He roto con él antes de venir.

—¿Cómo? Me parecíais tan monos juntos.

—Todos son más o menos monos de lejos, incluso por cómo fingen comportarse. Me tocaba los cojones.

—¡Eh! Eso no es propio de mi hermana. Menos mal que mamá no está.

—Anoche me agotó la paciencia porque no quise ir con él al estreno de 007. Me lo propuso a las siete, y yo le dije que quería estar con Vasco, y hasta se hizo el ofendido.

Babi se ríe.

—Casi ha provocado la ruptura.

—Exacto.

Daniela se sienta en un taburete de la cocina y apoya los codos en la suave y gran mesa blanca perfectamente brillante. Babi mete una cápsula en la Nespresso.

—¿Lo quieres largo?

—Sí, con un poco de leche, si tienes.

—Solo tengo leche de soja.

—Mejor.

Daniela mira a su hermana, de espaldas, al tiempo que trastea con la cafetera; entonces se oye ponerse en marcha el motor.

—¿Sabes?, la verdad es que te quiero mucho y estoy feliz.

Babi se vuelve, divertida.

—Bueno, gracias, y ¿has pedido permiso en el trabajo y has venido hasta aquí para decirme eso?

—Tonta.

Babi le pasa el café mientras también prepara uno para ella. Daniela se levanta, coge el azúcar, dos cucharillas y unas servilletas.

—A veces no decimos las cosas que a los demás les gusta oír.

Babi se vuelve y le sonríe.

—Lo que me has dicho me ha gustado mucho.

—¿Lo ves? —Daniela se sienta otra vez, echa una cucharadita de azúcar en el café y empieza a agitarlo—. Cuando era pequeña te odiaba.

Babi se vuelve y se queda sorprendida. Coge su café y luego se sienta frente a ella.

—¿Por qué?, ¿en serio? Pues yo nunca me lo imaginé.

—No dejaba que se notara, pero sufría un montón. Me encerraba en mi cuarto y lloraba, a veces contra la pared, lo recuerdo. —Babi se queda callada escuchándola, afectada por su revelación—. Papá y mamá te preferían a ti, sobre todo mamá. Incluso si estaba yo delante, cuando se encontraba con alguien, decía: «Mira qué guapa está Babi, mira cómo ha crecido…». Y papá lo mismo. Papá jugaba al tenis contigo…

—Pero tú dijiste que no te gustaba jugar al tenis.

—Porque me daba miedo no llegar a ser nunca tan buena como tú, que también en eso saldría perdiendo…

—Pero, Daniela, no era una competición, nunca lo fue…

—Tú sabías tocar el piano como papá, sabías dibujar, sabías hacer muchas más cosas que yo. Tú eras más guapa, eras la hija perfecta, yo no.

—Eso no es verdad, es algo que te has imaginado. Te han querido siempre exactamente igual que a mí.

Daniela se encoge de hombros.

—Sabes que no es así. Mamá me hizo un cumplido solo una vez, cuando estuvimos en Nueva York, por cómo hablaba en inglés. Tú no entendiste una indicación que nos dieron y yo sí. Eran las doce y veinte del 16 de noviembre.

—¡Qué exagerada! Me tomas el pelo.

—No, es verdad. También miré la hora. Nunca se me ha olvidado.

Babi se queda en silencio, se toma su café, comprende que lo que su hermana le está diciendo es cierto, que es lo que en realidad sentía, y ahora, después de sus palabras, al pensar en algunos momentos de su vida, sobre todo de cuando eran pequeñas, se da cuenta de que Daniela tiene razón.

—Me sentí muy sola a veces. Incluso pensé en quitarme la vida, ¿sabes? —Babi no sabe qué decir. Daniela se encoge de hombros—. Te lo juro, me imaginé hasta cómo hacerlo y qué carta escribir. Quería que se sintieran culpables y hacerte sentir culpable a ti también.

A Babi le gustaría decir: «Pero si yo no tenía nada que ver…», pero ve que pronunciar esas palabras ahora sería un error. A veces, ante momentos de desahogo como estos, de confidencias de dolores pasados, de graves secretos, hay que dejar a un lado la racionalidad, lo que es justo y lo que no, o quién tiene razón. Solo pueden intervenir el corazón y el amor.

—Perdóname, Daniela, podría haberme dado cuenta y hacer que te sintieras tan guapa como eres y como siempre has sido.

Su hermana sonríe, a continuación, ladea un poco la cabeza y mira la taza vacía.

—¿Puedo tomarme otro? No he dormido.

Babi se levanta y enseguida se dispone a prepararlo. Mientras está con la cafetera, se vuelve y le sonríe a su hermana, intentando reconducir la situación a la normalidad.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no has pegado ojo? Ya sé, te disgustaste por no haber ido a ver 007

—Qué va… No, no sé si sentirme disgustada o feliz. Ya no sé nada. Sé que estoy contenta al fin por haber conseguido superar ese odio y quererte, a pesar de todo lo que me hicieron pasar de pequeña mamá y papá. Nunca te he considerado culpable. Es más, siempre te he considerado a ti como mi familia, tú, mi hermana mayor. No se equivocaban al decirle a la gente todas esas cosas buenas de ti, eran ciertas. Tú eras mejor que yo. Todavía eres mejor que yo.

Entonces mira a su alrededor.

—Te has casado, tienes una casa preciosa, haces un trabajo que te gusta y eres libre cuando quieres. Eres como querías ser.

—Yo soy lo que mamá quería que fuera. No soy feliz. Ten, toma el café. Creo que durante toda la vida perseguimos una imagen y, cuando la alcanzamos, nos damos cuenta de que no nos pertenece. La otra noche vi una película de Channing Tatum, Todos los días de mi vida.

—Ah, yo también la he visto, pero hace un montón de tiempo, es preciosa. No me acuerdo muy bien. Y ¿ella quién era?

—Es bastante conocida, no me acuerdo del nombre, pero lo hacía muy bien.

—Sí…

—Pues eso, lo más bonito de la película es que está basada en una historia real. Paige, después de golpearse la cabeza, se olvida de Leo, de su amor por él, incluso se olvida de que están casados.

Y entonces vuelve a ser la de antes, enamorada de otro chico, un estúpido burgués conservador con el que había estado cinco años atrás. Pero Leo espera a que vaya cambiando. Leo sabe que Paige no era feliz con aquella vida. Un día, Paige se encuentra a Jennifer, una compañera de clase, pero ella no la saluda, se siente incómoda, y Paige no entiende por qué. Jennifer no sabe que ella ha tenido un accidente y que no se acuerda de nada. En realidad, Jennifer había mantenido una aventura con su padre y, cuando se disculpa con Paige por lo sucedido, ella va a ver a su madre como una furia y le pregunta por qué no dejó a su padre cuando se enteró de que la engañaba con la mejor amiga de su hija. Su madre contesta: «En realidad, lo pensé mucho. Papá hizo muchas cosas buenas por nosotras, no puedo dejarlo y destruir la familia por la única cosa en que se equivocó».

—Es cierto, ahora lo recuerdo. Precioso, me emocioné, me gustó que el marido «olvidado» no le diga nada a Paige, que sufra en silencio y espere a que ella recuerde, que vuelva a hacer ese cambio que ya había hecho. Eso es amor verdadero.

—Sí. Pues bien, cuando vi la película comprendí que yo me parezco mucho a ella, pero no he sido tan valiente.

Daniela se termina el segundo café. Babi agarra una botella de agua de la nevera y un vaso y lo pone a su lado. Daniela bebe un poco de agua y, cuando deja el vaso, Babi lo coge y se termina la que ha quedado. Daniela entonces coge una servilleta de papel y se seca la boca.

—Oh. Me siento mejor. Me he despertado.

—Bien, me alegro.

—De todos modos, no he venido para hablarte de los males de la joven Daniela Gervasi.

Babi se ríe.

—Venga, vamos al salón.

Llegan al sofá y se dejan caer una frente a otra.

—Anoche fui con Giuli Parini al Testaccio. Entré en casa de un tal Ivano Cori con un largo cuchillo de sierra metido en el pantalón e hice que me entregara un material.

—¿Qué? ¿Estás bromeando? —pregunta Babi acomodándose mejor en el sofá—. Dime que es una broma.

—No.

—Y ¿lo matasteis?

—¡No! Pero ¿qué dices?

—¡Lo que digo! ¡Vas a casa de alguien con un cuchillo acompañada de esa loca…! Hoy se oyen tantas cosas…, ¿por qué no podría pasarte a ti que hubieras perdido la cabeza?

—Ese tío está vivito y coleando.

—Y ¿por qué fuisteis allí?

—Porque ahora sé quién es el padre de mi hijo.

—¿Cómo? ¿Estás bromeando? Pero ¿cómo es posible?

—Fue por algo absurdo, pero es verdad. Todo empezó con una putada que le hizo Andrea Palombi a Giuli… —Y Daniela le cuenta con pelos y señales todo el increíble episodio y cómo, después de todos esos años, algo que ella pensaba que era imposible que pudiera ocurrir había sucedido.

—O sea, ¿no lo entiendes? No hay ninguna duda. He visto la grabación de esa noche, salgo yo yéndome con un tío. Fue mi primera vez, ¿te das cuenta? ¡Y luego me preguntas por qué no he dormido!

—Es verdad, nada de 007, esto es más de Misión imposible. En serio, nunca pensé que pudieras descubrir lo que pasó. —Entonces se queda unos segundos en silencio—. ¿Cómo fue lo de verte allí?

—Terrible. No era yo, no podía creer lo que veían mis ojos. Lo he hecho otras veces, sí, pero no de ese modo, estaba como poseída.

—¡Ah, eso sin duda!

—¡Idiota!

—Ya vale, ¿se puede saber o no el nombre de ese misterioso papá aparecido después de todos estos años? Ningún episodio de «El secreto de Puente Viejo» ha sido jamás tan apasionante.

—Pues sí. ¿Estás preparada? ¿Estás sentada en el sofá? No sea que lo vuelques.

—¡No me digas!

—Vale. Pues es…

—Espera, espera, déjame saborear el descubrimiento. A ver si lo adivino.

—Está bien.

—¿Lo conozco?

—Sí.

—¿En serio?

—En serio.

—Pero ¿lo conozco bien?

—Bien.

—¿Bien, bien, bien?

—¿Qué quiere decir «Bien, bien, bien»? Tres veces bien solo has conocido a Step y al hombre con el que te casaste, ¿o me he perdido algo?

Babi se ríe.

—Un poco bien también conocí a Alfredo, pero solo un poco.

—De acuerdo. Lo conoces bastante bien. Iba a nuestra escuela.

—¡No!

—Sí.

—¿Es guapo?

—No, horrible.

—¿En serio?

—Sí.

—Y ¿por qué te liaste con él?

—¡Y yo qué sé, estaba colgada! ¡A lo mejor me lo dice después!

—¿Vas a verlo hoy?

—Sí.

—¡Dime quién es!

—Sebastiano Valeri.

—¿Qué? Pero ¿cómo pudo pasar?

—Mira, yo no me acuerdo de nada de aquella noche, ¿y tú me preguntas cómo pudo pasar? Te pareces a esos que cuando pierdes algo te dicen: «¿Cómo lo has hecho? ¿Dónde lo has perdido?».

Perdona, pero si supiera dónde lo he perdido, lo encontraría, ¡¿no?! Me parecen odiosos. ¡Todavía me irritan más que el hecho de haber perdido algo! Pero ¿tú te acuerdas bien de Sebastiano Valeri?

—¡Pues claro que me acuerdo de él! ¡Estoy atónita, todo el mundo pensaba que era retrasado, tenía esa voz ridícula…, siempre se reía, parecía que nunca entendía nada y, en cambio, luego sacaba muy buenas notas en el colegio!

—Exacto, pues ese es el padre de mi hijo.

—Tiene un imperio inmobiliario, se hicieron riquísimos haciendo unos muebles de madera horribles y no se sabe cómo los venden en todo el mundo.

—Sí, lo sé, siempre venía al colegio con el chófer en un Jaguar negro y nunca nadie volvía con él. Y ¿a ti qué te parece? Cuando lo vea, ¿se lo digo?

—Pues claro, si no, ¿para qué vas a ir a verlo? ¿No será que de golpe te has acordado de todo y que muy en el fondo te gustaba y por eso has quedado con él?

—Idiota, o sea, yo vengo aquí a confiarme contigo y tú te ríes de mí. Bueno, en fin, por suerte, Vasco se parece a mí, ha salido guapo…

—Pues diría que en el fondo Sebastiano no era feo.

—¡Sí, pero muy en el fondo! Es como cuando dices: ese es guapo por dentro, ¡lástima que no se le pueda dar la vuelta! No me digas que ahora te parece guapo solo porque es millonario. Me da por pensar que te has contagiado del germen del dinero de nuestra degenerada madre. ¡A ella, cuando le hablas de amor, en vez del corazón se le oye latir la caja registradora!

Babi se echa a reír.

—No, no me importa nada su fortuna. Recuerdo que en el colegio me caía simpático, pero no lo conocí bien. ¿Cuánto falta para que os veáis?

—Media hora.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, gracias. Solo tenía ganas de hablar contigo; ya te lo he dicho: eres mi familia.

Daniela se levanta del sofá.

—Bueno, me voy.

Babi la acompaña a la puerta.

—Eh, por favor, ponme al corriente de lo que te dice.

—Claro.

—Y no hagas cositas con él en ningún baño, no es serio.

—Sí, hermanita idiota.

Se ríen y, a continuación, se abrazan con fuerza.

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