Tres veces tú
Noventa y cinco
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NOVENTA Y CINCO
—Muy bien, Vasco, los deberes te han salido muy bien. Y la maestra también me ha dicho que prestas atención en clase.
—Sí, mamá. ¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Por qué Filippo ya no viene? ¿Os habéis peleado?
Daniela sonríe.
—Qué va, es temporal. Él tenía que trabajar fuera, pero cuando vuelva seguro que viene a vernos. Seguimos siendo amigos, no te preocupes.
—Filippo es simpático, y además juega bien a la Wii.
—Y ¿Sebi no te cae simpático?
—Sí, mamá…, pero… —Vasco se queda un momento callado.
—Díselo a mamá, no te preocupes.
—Bueno, es que tiene esa voz tan rara, y su manera de reírse…, pero ¿lo hace aposta?
—No, no, siempre ha sido así, era igual en el colegio.
—Y ¿no le sabía mal?
—¿Por qué?
—A lo mejor os reíais de él. Cuando se ríen de Arianna en clase porque habla mal, ella se calla, a veces llora. A mí me molesta.
—Por desgracia, no todo el mundo es como tú. Aun así, yo nunca me he reído de Sebastiano.
Siempre me ha hecho gracia, con esa voz; es más, todavía hacía que me cayera mejor. Nos tenemos aprecio.
—Lo invitas a menudo.
—¿No te gusta?
—Mucho, así juega conmigo a la Wii en vez de Filippo. Filippo me gana muchas veces, pero alguna vez lo gano. A Sebi lo gano casi siempre, pero yo creo que falla aposta, me deja ganar.
—Qué va, te lo parece.
—Pero, mamá, me he dado cuenta. Sin embargo, me ha hecho un regalo chulísimo. Mira, está aquí. —Al cabo de un instante, Vasco regresa de su habitación con un extraño bote en la mano—. ¡Mira! Es una pasada. ¿Lo ves? Dentro hay un monstruo. Es Alien Slime. Es mejor que el Skifidol. Y me ha dicho que mañana me traerá otro. Sebi me cae bien porque ya sabe lo que me gusta, al principio no daba una.
—Bueno, porque no te conocía.
—Porque era un desastre. Yo lo he ido ayudando.
—Buen chico, has hecho bien, y además te convenía.
—Sí. —Se ríe.
—Ahora ve a hacer un pis, lávate los dientes y métete en la cama.
—Está bien.
Entonces Vasco desaparece por el fondo del pasillo, mientras Daniela recoge los últimos platos y acaba de preparar la mochila para la escuela. Introduce allí el almuerzo para el recreo y revisa que estén los libros que necesita, los deberes y la agenda. Después se reúne con él en su cuarto. Vasco ya se ha metido en la cama.
—¿Has hecho pipí?
—Sí.
—¿Los dientes?
—Lavados.
—Déjame ver.
Se acerca y él se incorpora de la almohada abriendo la boca. Daniela hace ver que lo huele de manera ostensible.
—Sí, es verdad, huelo el perfume de las flores.
—En todo caso, a menta. Pero yo no digo mentiras. Si te digo que me los he lavado, es que me los he lavado.
Daniela lo mira. Tiene razón. Qué bien. A ver por cuánto tiempo seguirá siendo así, cómo cambiará, lo distinto que será.
—¿Qué cuento quieres que te lea?
—Tarzán.
—¿Otra vez?
—¡Es que me gusta Tarzán! ¿Por qué tengo que escuchar otra historia si me gusta esa?
Es lo justo. Sus razonamientos son inapelables.
—Está bien, te leeré Tarzán.
Daniela busca el libro, lo coge, se sienta en una butaca al lado de la cama y se dispone a empezar a leer cuando Vasco la interrumpe con otra pregunta, aunque esta vez es dolorosa:
—Mamá, ¿y yo no voy a conocer nunca a mi papá?
Daniela se queda aturdida. No se la esperaba en absoluto. Se sorprende y, a continuación, se preocupa, el corazón empieza a latirle a dos mil. ¿Qué puede haber encendido esa inesperada curiosidad?
—¿Por qué me lo preguntas? ¿Cómo se te ha ocurrido?
—Porque pienso en Tarzán y en su historia. Él nació y su papá estaba y también estaba su mamá.
Luego murieron en la selva. A mí me ha ido mejor, tú siempre has estado conmigo. Pero dijiste que papá no había muerto, ¿verdad? Dijiste que se había ido, que tenía un problema en el extranjero, pero ¿qué problema? ¿Algún día lo conoceré? En el colegio también me lo han preguntado.
—¿El qué?
—Si tenía un papá.
—¿Quién te lo ha preguntado?
—Arianna, porque ella sí tiene; me ha dicho que siempre está discutiendo con su madre, por eso me lo ha preguntado. Me ha dicho: «¿Tu papá también se pelea con tu mamá?». Y yo simplemente le he dicho que no. No le he dicho que no tengo. He dicho que no como si quisiera decir que no se pelean, pero no es una mentira: vosotros no os peleáis. —Y se queda satisfecho con su razonamiento.
—¿Cómo te imaginas a tu papá?
—No lo sé, nunca lo he pensado. No deseo un papá concreto, deseo un papá que me quiera, como los de los demás. Bueno, sí, solo querría una cosa: que no fuera como Filippo y fuera más como Sebi.
—¿Por qué?
—Porque a Filippo y a ti de vez en cuando os oía discutir, en cambio, con Sebi no discutes nunca.
Daniela se queda en silencio y lo mira indecisa de si dar o no ese paso tan importante, si es el momento adecuado, si no es demasiado pronto. Entonces Vasco se vuelve de repente hacia ella.
—Mamá, pero ¿qué haces?
—¿Cómo que qué hago?
—Léeme Tarzán, ¿no?