Tres veces tú

Tres veces tú


Noventa y nueve

Página 101 de 149

NOVENTA Y NUEVE

Babi baja del dormitorio de Massimo.

—Te he mandado rosas rojas y ni siquiera me has enviado un SMS…

Lorenzo está de pie en medio del salón.

—He estado fuera todo el día, sabía que ibas a volver. Y luego quería revisar los deberes de Massimo.

—Para eso tenemos a una tata.

—Necesito que mi hijo crezca conmigo, que oiga mi voz. Odio cuando en la escuela los niños hablan con el acento de los filipinos.

—Siempre has sido racista.

—Soy la persona más tolerante y abierta del mundo. Cuando hablas de mi hijo y de su educación a veces me sorprendes. Pensaba que me conocías, no me gusta tener a una tata por casa. Nosotras, de pequeñas, tampoco tuvimos.

—Pero podemos permitírnosla…

Babi lo mira con mala cara.

—Mis padres también podrían haberla tenido si hubieran querido, pero lo prefirieron así.

Entonces se acerca a las rosas, las esparce en el jarrón, coge la nota que está al lado y la lee: «Te amo como entonces». Vuelve a cerrarla.

—Gracias, son preciosas.

—¿Sabes por qué te las he regalado? —Babi permanece en silencio. Ordena unas piezas de un juego de Massimo que se han quedado por el suelo. Lorenzo la mira mientras está de espaldas—. Porque hoy es nuestro aniversario. De la primera vez que nos besamos. Era de noche, y muy tarde, estábamos en el Gianicolo. Bajamos del coche, hacía frío y tú me dijiste: «Abrázame». Y yo lo hice, te abracé y nos quedamos un rato así. Luego te besé, tú te reíste y me dijiste: «Y ¿qué quiere decir esto? ¿Que nos hemos hecho novios?». Y yo te contesté: «No, que quiero casarme contigo». ¿Lo recuerdas? —Lorenzo sonríe, saca un paquete de cigarrillos y enciende uno.

—A la perfección. Como tú no te acuerdas de no fumar en casa.

Babi sale a la terraza, Lorenzo coge un cenicero y la sigue. Lo deja en el borde de la barandilla y se acerca a ella. Se quedan un rato en silencio, mirando los coches que pasan por la via Nomentana.

Hay un poco de tráfico. En una lejana azotea ondea la bandera de una embajada, más allá se ven las espléndidas bóvedas de Santa Constanza.

Lorenzo mira a su alrededor.

—La terraza ha quedado estupenda. La iluminación también me gusta mucho. ¿Nos sentamos ahí?

Le señala un sofá al lado de unos madroños y un pino rodeno iluminado con luces azules. Babi lo alcanza mientras él se acerca al interruptor de las luces de la terraza y las baja ligeramente. Cuando Babi se vuelve ya no lo ve; en ese momento oye sonar en los altavoces Meraviglioso, de los Negramaro[51], que se extiende por la terraza, y al momento aparece Lorenzo con un mando a distancia en la mano.

—Baja un poco la música; me da miedo que, si Massimo nos llama, no lo oigamos.

Entonces él le sonríe y le muestra un vigilabebés encendido.

—Con esto seguro que lo oiremos. —Lo deja sobre la mesa de centro delante de ella—. ¿Quieres algo de beber?

—Un café, gracias.

Lorenzo vuelve a entrar en casa y poco después aparece con una bandeja con el café para Babi y una botella de whisky Talisker con un vaso bajo y una cubitera con hielo. Se sienta, se llena el vaso con cubitos y echa el whisky, hasta que está casi lleno. Luego le da un trago, se apoya en el respaldo, abre los brazos y mira hacia el cielo.

—Siempre estoy viajando por el mundo y, aun así, no consigo mitigar la inquietud, doy más vueltas que una peonza, y lo que en realidad me gustaría es estar aquí contigo.

—Pero incluso cuando estás aquí, en Roma, tampoco te vemos nunca. No vienes a comer a casa, no vas a recoger a Massimo al colegio y, por la noche, casi siempre tienes cosas que hacer o quedas con tus amigos. Todo eso hace que piense que hay otra.

—Ojalá.

Babi se vuelve y lo mira sorprendida, no lo entiende. Lorenzo da otro trago y se termina el whisky. Se llena de nuevo el vaso y sigue bebiendo; a continuación, saca el paquete y se enciende otro cigarrillo.

—Te tengo en la cabeza desde que era pequeño. Te he perseguido toda la vida, iba detrás de ti, te buscaba, te llamaba, te invitaba a fiestas…, siempre has sido mi obsesión.

—Nunca he creído que fuera tan importante para ti. Así pues, ¿estás contento de haber conseguido realizar tu sueño? Me casé contigo.

Lorenzo se termina de nuevo el vaso, lo llena y sigue bebiendo. A continuación, le da una calada al cigarrillo.

—No te casaste conmigo. Fui yo quien se casó contigo. Mejor dicho, una parte de mí, la que necesitabas para llenar el espacio que podía ocupar en tu vida. Aún no comprendo por qué precisamente yo. Por qué me elegiste. Tal vez querías castigarme por algo.

Babi se echa a reír. Lorenzo aprovecha su distracción, la atrae hacia sí y la besa. Por un instante, ella lo deja hacer, aunque no abre la boca. Entonces él le levanta el vestido, le toca las piernas, intenta abrírselas y meter la mano en sus bragas, pero ella se resiste, aprieta los muslos, no se deja tocar. Lorenzo hace más fuerza, pone una pierna encima de las suyas para intentar abrírselas, y en ese punto empieza una especie de lucha, pero de repente Lorenzo se aparta porque ella le muerde el labio.

—¡Ay!

—Te estabas pasando.

—Te deseo.

—Así no.

—¿Sabes cuánto hace que no hacemos el amor? Más de ocho meses. ¿No comprendes que aún te amo? ¿Qué tengo que hacer para que lo entiendas? Eres la única a la que deseo, que me gusta, que me excita.

—Voy a ver cómo está Massimo.

Babi se aleja dando un gran rodeo. Lorenzo la mira al marcharse.

—Me gustaría que me amaras una décima parte de lo que lo amas a él —dice Lorenzo. Después, coge el vaso y se lo termina de un trago.

Babi entra en casa. «Incluso una décima parte —piensa— seguiría siendo demasiado».

Ir a la siguiente página

Report Page