Tres veces tú
Cien
Página 102 de 149
CIEN
Gin se despierta temprano y va a la cocina. Sabe que Step tenía una cita a primera hora. Encuentra una nota delante de su taza del desayuno:
Mucha suerte para hoy, un beso.
Entonces coge el móvil y le manda un mensaje:
Gracias. Un beso también para ti.
Aunque se fija en que no aparece el doble check azul de WhatsApp indicando que lo ha leído.
Gin se prepara el desayuno, pone agua a hervir y, mientras tanto, da unos pequeños bocados a una tostada; a continuación, hojea el periódico, lee algunas noticias, mira la página de espectáculos.
«Hace mucho que no vamos al teatro. Me gustaría ver esta obra, Due partite, de Cristina Comencini. Va de unas chicas de los años sesenta que luego son las madres de las chicas que salen en el segundo acto. Es una buena idea. Y, además, la interpretan cuatro buenas actrices. A lo mejor compro las entradas y le doy una sorpresa. —Entonces cambia de idea—: Mejor que no; si luego tiene un evento o una gala importante, me dará plantón, y con motivo». Oye que el agua está hirviendo, se levanta, apaga el fuego, mete una bolsita de té verde dentro, la mueve arriba y abajo y poco después la retira.
A continuación, coge un agarrador acolchado para no quemarse y lleva la tetera a la mesa. Llena la taza, se echa una cucharada de miel y empieza a agitarla para que se derrita. Mientras tanto, se come otra tostada. Mira la hora. Todavía tiene tiempo. «Al final, prescindiendo de quién había ganado, decidimos el nombre de nuestra niña. Se llamará Aurora. Estoy muy contenta, verdaderamente es un momento maravilloso de mi vida: el próximo nacimiento de Aurora, la habitación para ella, que habrá que hacer nueva, el trabajo de Step, que va creciendo cada vez más; su carácter ha mejorado mucho y hoy, por si no fuera suficiente, me han citado en un bufete de abogados para una entrevista después de haber estado enviando currículums. Claro que lo envié hace seis meses, ¡cuando todavía no sabía que pronto íbamos a ser dos!…». Después se arregla con calma, se da una ducha, se seca el pelo, se maquilla, se queda indecisa sobre si ponerse una falda o el pantalón azul marino, una blusa blanca, un bonito cinturón ancho y unos zapatos no demasiado altos, negros. Luego, al final, se decide y, vestida de punta en blanco, sube en su Fiat 500L y orienta el retrovisor. «Bueno, más tranquila que así es imposible». Al cabo de un rato llega al viale Bruno Buozzi. La oficina está allí. Encuentra aparcamiento enseguida y eso le parece una excelente señal del destino. A continuación, cierra el coche y entra en un precioso portal. La entrada es toda de mármol. En las esquinas, cerca de la escalera principal, hay dos grandes plantas bien cuidadas. A la derecha, en cambio, la portería, donde un hombre sentado a una pequeña mesa de madera revisa el correo que acaba de llegar.
—Buenos días, voy al bufete de abogados Merlini.
—Sí, debe subir en el segundo ascensor, tercera planta.
—Gracias.
Gin sigue las indicaciones del portero y llega frente a una gran puerta con una placa con el nombre del bufete y sus varios asociados. Llama al timbre. Ve que, a la izquierda, un poco más arriba de la puerta, hay una pequeña cámara. Casi con seguridad alguien la está observando. La puerta se abre con un sonido electrónico.
—Buenos días. —Entra, cierra la puerta a su espalda y se dirige a una joven con el pelo corto que está sentada detrás de un pequeño escritorio—. Soy Ginevra Biro, tengo una cita con Carlo Sacconi.
—Sí, por aquí… —La chica sale de donde está y camina por el pasillo de las oficinas.
Gin la sigue, mirando a su alrededor. El bufete es muy bonito, grande, con varias salas en las que están los abogados, hombres y mujeres muy jóvenes. La chica se para delante de un despacho con la puerta abierta.
—Señor Sacconi, ha llegado la persona que esperaba.
Gin entra en el despacho. Un hombre de unos cuarenta años se levanta, sale de detrás de la mesa y va a su encuentro.
—Es un placer conocerla. Por favor, tome asiento.
Gin se sienta delante de donde estaba antes el hombre, que, después de cerrar la puerta, vuelve a su sitio.
—Me alegro mucho de que haya aceptado esta entrevista. Hace que tenga esperanzas, significa que todavía no ha entrado en otro bufete.
Gin sonríe.
—Exacto, de momento no le he dicho que sí a nadie. ¡Excepto a mi marido hace unas semanas!
—¡Ah! ¡Se ha casado hace poco! Bien, felicidades entonces.
—Ahora me estoy recuperando un poco de la boda. Fue estupendo prepararla, pero también muy agotador; por suerte después hicimos un bonito viaje de novios muy relajante.
—Y ¿a qué bonito lugar fueron?
—A Fiyi, islas Cook y Polinesia.
—Debe de ser un viaje precioso. Mi mujer y yo estuvimos en las Mauricio. Pero no nos gustó mucho. En cambio, un viaje que nos encantaría hacer es a las Seychelles.
—Me han dicho que son preciosas.
—Sí, hay una isla grande que se llama Praslin, pero todo el mundo dice que el lugar realmente magnífico es La Digue.
—Mi marido también me lo ha dicho. —Y Gin sigue hablando, sorprendida de no sentirse en absoluto incómoda; es más, le parece lo más natural del mundo—. Tal vez un día nos encontremos allí de vacaciones.
—Sí, a veces se dan estas coincidencias.
Siguen comentando las particularidades de todas las pequeñas islas de las Seychelles. Y el abogado parece saberlo todo sobre el clima («En julio y agosto hace frío»), sobre la sandía («La planta con la semilla más grande del mundo»), sobre el primitivo árbol medusa, sobre el loro negro de Praslin y el atrapamoscas del paraíso.
—¡Pensaba que lo decía por decir, pero es usted realmente un fan de las Seychelles! Vayamos todos juntos, pues, así nos hace de guía.
El abogado se ríe.
—Claro, los avisaremos con tiempo. Bueno, ahora vayamos al grano y, sobre todo, a su tesis.
Usted también tiene un fan, ¿sabe? Se trata de nuestro jefe supremo, el abogado Merlini en persona.
Leyó su tesis sobre derecho digital y la encontró extraordinaria. Esa fue la expresión que usó, y quiso remarcarla, extraordinaria, por la manera en que ha sabido enfocar el fenómeno en términos legales.
¿Qué le parece?
—Pues que me alegro mucho, me entusiasmó hacerla, y estoy contenta de que le gustara al señor Merlini. Pero tengo que ser sincera…
El abogado detiene a Gin con un gesto de la mano.
—No me diga nada, no quiero saberlo, y más si se refiere a otro bufete en el que tengo amigos; no quiero cometer una incorrección. Nosotros, además de las prácticas, también le reembolsaríamos los gastos e incluiríamos las dietas de forma semanal. No digo que ya esté contratada, pero se acerca mucho. El señor Merlini me ha dado expresamente todas las indicaciones. De modo que no debo hablar con nadie para proponérselo. —A continuación, Sacconi mira a Gin sonriéndole—. Espero que acepte mi propuesta.
—Y yo espero que usted pueda aceptar la mía: tengo una hija.
—¿Quiere que también la contratemos a ella aquí, en el bufete?
—Puede que dentro de unos veinte años; de momento está estudiando dentro de mí. —Y se toca la tripa para ser aún más explícita.
—Bien, me alegro por ustedes, y espero que esto pueda conciliarse a la perfección con nuestro proyecto. Hablaré de ello con el señor Merlini, pero estoy seguro de que no será ningún problema.
En la medida en que sea compatible, dedicará su tiempo a la recién nacida y también un poco a nosotros y, conforme vayamos avanzando, ya encontraremos la solución más justa, no me cabe duda.
Gin se queda sorprendida al oír esas palabras.
—Por supuesto, me hace mucha ilusión. Así pues, ¿me dirá algo usted?
—Desde luego, lo antes posible. —El abogado se levanta y se dirige a la puerta—. Venga, la acompañaré.
Salen del despacho y recorren todo el pasillo hasta llegar a donde está la secretaria.
—Entonces, hasta pronto.
—Gracias por haber venido. Valoro su trabajo y su sinceridad.
Sacconi se va. La secretaria hace que la puerta se abra y, justo cuando Gin está saliendo del bufete, casi choca con un chico.
—Disculpe.
—¡Disculpe usted!… ¡Ginevra! ¡Qué sorpresa! Pero ¿qué haces aquí?
Ella necesita unos segundos para ubicarlo.
—¡Nicola! ¡Hola! —Se dan un beso—. He venido a una entrevista. ¿Y tú?
—Trabajo aquí. —Entonces le indica la placa de la puerta—. ¿Lo ves? Ya no te acuerdas de mi apellido.
«Es cierto. Se llama Nicola Merlini, ¿cómo he podido no acordarme? Pero hace mil años que no lo veo, tengo excusa».
—Tienes razón, la verdad es que no lo he pensado.
—¡No pasa nada! ¿Te apetece que vayamos a tomar un café? Hay un bar aquí abajo.
De modo que bajan en el ascensor y Gin lo mira intrigada. Nicola tenía debilidad por ella, e incluso habrían podido empezar una relación si no hubiera sido por la prepotente irrupción de Step en su vida.
—Hace un montón que no nos vemos, ni siquiera nos hemos encontrado por casualidad.
—Menos mal que ha ocurrido hoy; ¿qué tal ha ido?
—Bien, creo…
—Sacconi es muy competente. Sabía que mi padre había hablado muy bien de una tesis, pero no tenía ni idea de que fuera la tuya.
Entran en el bar.
—¿Qué tomas?
—Un descafeinado.
—Un café descafeinado y para mí uno normal, gracias.
De repente Gin tiene una iluminación. ¿Por casualidad no será que Nicola, al ver su currículum, ha querido que la contrataran?
—Nicola…, tú no tienes nada que ver con mi entrevista, ¿verdad?
—En absoluto.
—Sabes que solo por el hecho de saber que voy con enchufe no aceptaría el trabajo.
Les sirven los cafés.
—Aquí tienen.
—Gracias.
Ambos se echan azúcar. Luego Nicola le sonríe.
—Sé perfectamente cómo eres y me gustabas también por eso. Yo, de todos modos, no tengo nada que ver en esto. Todo ha sido gracias a tu tesis.
Gin disfruta aún más de su café. Nicola la mira y le sonríe. Todavía le gusta mucho. Ha hecho bien en insistirle a su padre para que la contrate.