Tres veces tú
Ciento veintiuno
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CIENTO VEINTIUNO
—¡Eh, anoche volviste tarde! ¡Me desperté a las tres y todavía no estabas!
Gin me sonríe mientras desayunamos.
—Sí, debí de volver hacia las cuatro.
—Me habría gustado ir contigo, hace un siglo que no voy a una discoteca…
Las mismas palabras que Babi. Me parece estar viviendo en esa película, Atrapado en el tiempo.
Solo que aquí las frases que se repiten las dicen dos personas distintas.
—La música estaba muy bien.
Entonces Gin se levanta del taburete con un poco de esfuerzo.
—Pero ¿adónde quieres que vaya con esta barriga?
—La verdad es que es muy redonda. ¿Cuánto falta?
—Ya casi es el momento. Ayer fui al médico y pedí hora para la primera monitorización, pero por los controles ha dicho que Aurora está estupendamente, lista para salir. Estoy supercontenta.
Gin consigue fingir sentirse tranquila. «En realidad, el médico me insistió para que también me hiciera un control del linfoma, pero, al igual que en las visitas anteriores, sigo firme en mi decisión».
—Doctor, no insista, no quiero preocuparme sin necesidad. Esté en el punto que esté ese monstruo, seguiré sin hacer nada, así que, ¿para qué voy a angustiarme?
—Su planteamiento es indiscutible. Es que la veo en un momento de tanta belleza y felicidad que me gustaría que todo prosiguiera de la manera más serena posible.
Gin se queda un instante en silencio. «¿Y si al final no fuera así? ¿Qué hará Aurora sin mí? Mi niña ni siquiera ha venido al mundo y yo ya me voy». Y un velo de tristeza le empaña los ojos.
El doctor se da cuenta.
—Ginevra, tiene que continuar con el ánimo positivo, alegre y optimista. Debe pensar que todo va a salir bien. Justo como me dijo usted. Y ¿ahora qué hace?, ¿primero me convence y luego cambia de idea?
Ella se ríe.
—¡Tiene razón!
—Oh, muy bien, así me gusta.
El doctor la acompaña a la puerta.
—Recuerde que nuestra cabeza, nuestro corazón y sobre todo nuestro ánimo son nuestros grandes sanadores.
Gin bebe un poco más de capuchino con leche de soja; luego, de repente y sin pensarlo, le sale de manera natural preguntarme:
—Step, ¿va todo bien?
Me quedo desconcertado.
—Sí, claro. Todo perfecto. ¿Por qué lo dices?
—No lo sé, a veces tengo una extraña sensación. Últimamente no has estado mucho y, cuando estás, en cierto modo te siento distinto. También es verdad que yo siempre estoy cansada. En efecto, los hombres deberíais probar alguna vez lo que significa que un pequeño ser crezca dentro de ti y te ensanche de forma desmesurada, te haga vomitar, te quite las fuerzas, te haga tener antojos raros…
¡Pero no de eso!
—Pues sí, la última vez me hiciste salir de noche porque te apetecía gelatina de sandía. ¡Fue demasiado! ¿Cómo va a salir esta niña, con una mancha de sandía o con muchas de pepitas?
—Tonto. No tienes que echarme en cara esas debilidades.
—Tienes razón.
A continuación, abre los brazos sonriendo.
—¿Me abrazas un poco?
Está deseosa de un poco de amor, de seguridad y tranquilidad, de poder abandonarse y refugiarse en mí. De modo que me acerco y la estrecho con delicadeza, ella apoya la cabeza en mi pecho y la veo cerrar los ojos, sigo su respiración, que mueve sutilmente esos pocos cabellos oscuros que le han quedado delante de la boca. Quién sabe en qué está pensando. Debería ser su isla feliz, su puerto seguro, ese refugio que resiste todo tipo de intemperie, debería ser su búnker hecho de hormigón armado, sólido, capaz de defenderla incluso de una bomba atómica. Sin embargo, no soy nada de todo eso, soy un alma a la deriva guiada por un corazón hecho prisionero hace mucho tiempo.
Después, Gin se aparta de mí.
—Gracias, la verdad es que lo necesitaba.
Se queda mirando un instante mis ojos, los ve brillantes. Entonces me sonríe.
—Eso es lo más bonito de ti. Todavía te emocionas por momentos sencillos como este. Te amo.