Tres veces tú
Ciento veintisiete
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CIENTO VEINTISIETE
A Pallina le gustaría decirle a Step que vuelve a ser amiga de Babi y que ella ya se lo ha contado todo, pero se lo ha prometido. No puede hacerlo. No puede traicionar una amistad recuperada, de modo que se convierte en una excelente actriz y se muestra sorprendida, realmente asombrada por la noticia, aunque sin exagerar.
—¡Sí, hombre! Pero ¿qué quieres decir? ¿Os estáis viendo otra vez? No me lo creo…
Y las palabras que ha elegido hacen que parezca más creíble.
—Sí. No sé cómo ocurrió. Yo creo que nunca hemos dejado de amarnos.
Acaban sentados en un banco del hospital, delante del ir y venir de la gente, preocupada, feliz, desesperada, esperanzada, gente que entra y sale por esa puerta de hospital para ver a un amigo, a un familiar ingresado, o para ser objeto de una visita que le revelará quién sabe qué resultado.
—Creía que podría controlar la situación, pero no es así.
Y Step se lo cuenta todo: su encuentro en Villa Medici, la despedida de soltero, sus celos en la fiesta cuando vio que un extraño quería ligársela.
—Eso me hizo comprender lo que todavía siento por ella. Ya no vi nada más, Pallina. Y tú me conoces…
—Menos mal que no le pegaste.
—No, no lo hice. —Step se echa a reír—. Por lo menos, en eso sí que he mejorado. Pero no en todo…
Y entonces le cuenta la sorpresa que le preparó.
—Le vendé los ojos como cuando fuimos a Ansedonia y la llevé a un precioso ático en Borgo Pio, pero esta vez sin echar la puerta abajo.
—Venga ya…
Pallina intenta parecer sorprendida para que no la descubra.
—Sí, lo alquilé para poder vivir con ella todos los días, como siempre había querido.
Step apoya los codos sobre sus piernas, mete la cabeza entre las manos, como si de alguna manera, en alguna parte, pudiera haber una solución. Pero no la hay, o al menos él no consigue encontrarla. Entonces levanta la cara y le sonríe.
—Hoy, en esa sala, con Gin, cuando ha cogido a Aurora entre sus brazos, he llorado como nunca, no podía parar. —Step se echa a reír—. Te lo juro, Pallina, es una situación absurda. No sé qué tenía dentro, pero ha sido como si con ella se hubiera desbloqueado.
Ella lo mira con ternura. Ese chico, ese hombre que nunca ha tenido miedo de nada, que se ha metido en peleas, enfrentándose a tipos que lo doblaban en tamaño, ahora está de rodillas a causa de un bebé.
—Lo siento.
Step la mira sorprendido.
—No tienes que sentirlo, estoy mejor, en serio, es algo extraño, pero me noto como más ligero.
—Pues entonces me alegro.
Step la mira y sacude la cabeza.
—Tú siempre haces que todo parezca muy fácil.
—Perdona, pero si me dices que estás mal, lo siento, y si luego me dices que estás bien, me alegro.
—Claro, exacto. ¿Qué tal va con Bunny?
—Bien, muy bien. Estoy contenta, así que tú también tienes que estarlo.
—De hecho, lo estoy. —Step se echa a reír—. ¿Lo ves?, ya sé cómo funciona. —Y siguen riendo los dos. Luego él vuelve a ponerse serio—. Lo más terrible es que, vaya como vaya esta historia, escoja lo que escoja, acabará siendo un drama de todos modos. Siempre habrá alguien desgraciado. —Pallina sigue escuchando en silencio—. Pero hoy, al coger a Aurora en brazos, he comprendido que tengo que quedarme aquí. De una manera u otra habrá menos infelicidad para los demás, y en cuanto a mí… Bueno, ya estoy acostumbrado.
Pallina ve que, inevitablemente, en el fondo siguen quedando viejas heridas y que un amor tan grande no puede borrarlas del todo.
—Ahora solo tengo que encontrar la manera de decírselo a Babi. No tiene sentido que sigamos viéndonos cada día, todavía haría más doloroso el momento en que debamos despedirnos.
Pallina asiente en silencio. No creía que se abriría así y no esperaba oírlo decir esas palabras.
Entonces, de repente, Step se vuelve hacia ella.
—Por favor, te lo pido, no le digas nada, déjame buscar la mejor manera de contárselo, aunque sé que no hay nada, ni ninguna palabra, que pueda hacerlo más aceptable. Júramelo.
—Te lo juro.
«Es extraño —piensa Step—, ahora sí que entiendo a mi madre y el amor del que hablaba Giovanni Ambrosini. Un amor que te es prohibido es la mayor injusticia».