Tres veces tú

Tres veces tú


Ciento veintiocho

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CIENTO VEINTIOCHO

Pallina aparca no muy lejos del local y se encamina hacia allí con cuidado de no meter los tacones entre los adoquines. Cuando llega al vicolo Cellini, 30, llama a la puerta de Jerry Thomas. Se abre una mirilla por la que aparece un chico con una barba tupida, un par de gafitas redondas y un chaleco perfectamente acorde con los felices años veinte.

—¿Santo y seña?

—¡Artemisia Absolut!

El chico sonríe, cierra la mirilla, abre la puerta y la deja entrar.

—Pase, por favor, soy Robbie; siga hasta el fondo por este pasillo.

—Gracias.

Pallina recorre una larga sala con un suelo blanco y negro, con pequeñas antorchas en las esquinas que ofrecen una iluminación muy especial. Son los años de la Ley Seca. En una sala roja con unos sofás de piel oscura y unas mesitas bajas, un trío musical interpreta una balada muy particular. Hay camareros por todas partes con una indumentaria muy de los años veinte, cuidada hasta el más mínimo detalle. Entonces la ve. Babi está sentada en el único sofá rojo, sostiene un puro y se está tomando un cóctel de un tarro de cristal lleno de hojas de menta. Pallina se sienta a su lado.

—Hola…

—Eh, no te había visto. —Detiene enseguida a un camarero que pasa por su lado—. Perdona, ¿puedo presentarte a esta amiga mía? Ella es Pallina y él es Alex.

—Mucho gusto; ¿qué tomas?

—Lo que está bebiendo ella.

—Eh, oye, vais fuertes… —Y se aleja sin decir nada más.

Pallina mira sorprendida a Babi.

—Y ¿aquí se puede fumar?

—¡Aquí se puede hacer de todo! Pero si no llego a reservar, no habría sabido el santo y seña que te he dado y no podríamos haber entrado. Ellos parten de esta premisa: ¡son los propietarios del local, por tanto, aquí se puede hacer todo lo que a ellos les dé la gana!

—Qué guay. —Pallina prueba las patatas fritas que están sobre la mesa.

Babi deja el tarro.

—Venga, estoy lista. ¿Qué tal la niña?

—¿Prefieres la versión suave?

—Espera… —Babi vuelve a coger su cóctel y le da un largo trago; a continuación, lo deja de nuevo y se seca la boca—. La fuerte. Venga.

—Bueno, la niña es preciosa. Es igual que su padre, pero en femenino, es decir, todavía más guapa. En fin, es lo que me imagino… En realidad, todavía no se ve nada, es una especie de engendro arrugado, pero la sensación que tengo me dice que será alucinante y guapísima.

Babi sonríe.

—Bien. Bromas aparte, me alegro por ella.

Justo en ese momento llega Alex con el otro cóctel y algo de picar.

—Aquí tenéis, os he traído también unas minipizzas porque, si os tomáis eso con el estómago vacío, luego me tocará cargaros al hombro y acompañaros a las dos a casa…

—¡Gracias!

Alex se aleja; Pallina coge su cóctel, aparta las hojas de menta y bebe. Pero en cuanto da un sorbo, le falta el aire.

—¡Oye, está superfuerte! ¡Y tú te lo bebes como si fuera un zumo! Pero ¿qué es?

—¡No sé, se llama Ángel azul y la base es sobre todo ginebra; me ha parecido muy acorde con el tema!

Pallina se echa a reír.

—Estás completamente loca.

—Si no te tomas la vida con cierta ironía, después resulta que la ironía es la que toma tu vida.

—Tal vez tengas razón. —Entonces Pallina da otro sorbo al cóctel e intenta coger oxígeno deprisa y no toser, pero no lo consigue.

Babi se ríe al ver que se le ponen los ojos brillantes y que no para de tragar saliva, hasta que al final su amiga se recupera.

—Madre mía, qué fuerte. Y ¿aquí bebe todo el mundo así?

—Es un local clandestino. Por eso lo he escogido. Nuestro encuentro nunca se ha producido.

Pallina da un sorbo más pequeño, esta vez no lo pasa tan mal como antes. La música es bonita, en los sofás hay más mujeres que hombres, es raro el ambiente de ese lugar.

—¡Eh! —Babi la está observando—. ¿Me lo vas a contar o no? ¡Te he enviado al hospital San Pietro para saberlo todo!

—Pesa dos kilos seiscientos gramos, está bien, no ha habido complicaciones.

—De acuerdo, pero eso ya me lo habías dicho. ¿Y ellos?, ¿cómo están ellos? Un momento como este es fundamental para saber cómo irán las cosas entre nosotros.

A Pallina le gustaría contárselo todo, pero no es capaz. Piensa en su amistad con Step, en qué opinaría Pollo, en cómo quedaría si lo traicionara de ese modo después de habérselo jurado. Step quiere dejar a Babi, la llegada de Aurora lo ha cambiado todo. Tal vez él no pueda soportar estar lejos de ella y vuelvan a estar juntos… Pero ¿sería todo como antes? Y Babi, ¿lo aceptaría? Y si ahora se lo contara todo, ¿sería ella capaz de esperar a oírlo de él? No, no lo aguantaría en ningún caso. Pallina da otro pequeño sorbo. Está ganando tiempo, pero algo tiene que decir. Babi está esperando, mueve la pierna muy deprisa, la agita mientras sacude el tacón arriba y abajo, como si quisiera subrayar el nerviosismo que le está provocando la espera. Entonces a Pallina se le ocurre una idea. Uno puede desvelar algo sin decir lo que le han contado.

—Vale, ¿quieres saberlo todo?

—Sí.

—Estoy contenta. Estoy muy contenta. Si no me lo hubieras contado tú, no podría creerme la historia de la despedida de soltero, de que haya cogido un ático solo para vosotros, para que podáis pasar tiempo juntos cada día. La llegada de Aurora ha transformado a Step completamente, ahora es padre. —Babi está a punto de decir algo, pero Pallina la detiene—. Sí, ya lo sé, ya era padre. Pero tú no le dejaste vivir el nacimiento de vuestro hijo, lo ha sabido después de mucho tiempo. Con ella, en cambio, ha sido padre hasta el fondo, ha asistido al parto, ha cogido en brazos a su niñita en cuanto ha nacido, ha llorado…

Babi permanece callada. Entonces ve pasar a Alex.

—Perdona… ¿Podrías traernos dos más?

—Sí, claro.

El camarero se aleja. Pallina enarca una ceja.

—¡Pero si yo todavía no me he terminado el mío!

—Son los dos para mí.

Y Babi se acaba su Ángel azul de un solo trago. A continuación, deja el tarro, vuelve a coger el puro, le da una calada y lo reaviva. Los músicos están tocando una pieza de jazz buenísima, Speak Low, de Nina Hoss. Babi da otra calada. Luego mira a Pallina y le sonríe.

—Esta noche he tomado una decisión importante. Y lo más sorprendente es que me la has hecho tomar tú.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Porque me has mentido.

—¿Cómo? Si yo no te he dicho ninguna mentira.

En ese momento llegan los dos cócteles; Alex los deja encima de la mesa. Babi coge el primero y se lo bebe de un trago. Ahora su decisión está dolorosamente clara. Entonces la mira.

—Verás, lo estabas haciendo muy bien, tan solo has cometido un error. Y aquí, en Jerry Thomas, eso no se perdona.

—Pero ¿qué error he cometido?

—Yo nunca te he dicho que el piso que alquilamos fuera un ático.

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