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Los ojos de Kale estaban muy abiertos mientras pasó sus manos desde mi cara a mi cuello desnudo. Su tacto, como una corriente eléctrica, se deslizó por mi cuello y sobre mis hombros, luego por cada uno de mis brazos. Arqueé mi espalda mientras trataba de tirar de mí más cerca, las uñas rascando mi piel desnuda con desesperación. Pero me resistí con una sonrisa socarrona, solo para ver lo que iba a hacer, y no me decepcionó.

—Por favor—dijo con voz áspera cuando me empujó hacia abajo y me puso boca arriba—Por favor…

Abrí la boca para decirle que no tenía necesidad de rogármelo, que lo quería tanto como él, pero sus acciones me pararon. Bajándose, deslizó una mano debajo del hueco de mi espalda, la otra apoyada en mi estómago.

Rápidamente, agarró mi mano y entrelazó sus dedos con los míos. Acarició mi estómago, y un suave sonido escapó de mi garganta.

La respiración de Kale se igualó al viento que hacía fuera. Envolví mis brazos alrededor de él y cerré los ojos.

—Ahora lo entiendo, Dez—susurró somnoliento—Entiendo toda esa cosa de la mano.

 

Capítulo 13

Antes de que abriera los ojos la mañana siguiente, sabía que Kale se había marchado. La habitación estaba más tranquila sin su respiración. Más fría.

Agarré mi camiseta sin mangas y me la pasé por la cabeza. El recuerdo de la noche anterior trajo un sonrojo a mi piel. Me había preparado para ir más lejos, al máximo, probablemente, pero de alguna forma, lo que pasó entre nosotros fue mucho más íntimo que el sexo.

Juntando mis cosas, me encaminé hacia el baño algo aturdida. Me duché, cepillé mis dientes, y sequé mi cabello, todo mientras ponía una sonrisa tonta y pensaba en Kale. Cuando abrí la puerta del cuarto de baño dejando salir el vapor, la habitación se aclaró. Y también mi cabeza.

Había trabajo que hacer. Era momento de concentrarse.

Encontré a papá en el piso de abajo, en la mesa de la cocina con su desayuno habitual, una taza de café, un bollo de frambuesa, y The New York Times.

—Hola. —Tome un tazón del gabinete. Me observó en silencio mientras vertía el café prohibido en la taza—Dejando de lado la experiencia de acercamiento de anoche, tengo que hablar contigo.

Con las cejas arqueadas, asintió para que continuara.

—Necesito sentir que tengo el control—comencé—Quizás lo saqué de ti. Lo que esos bastardos me hicieron, mantenerme atada y encerrada en la oscuridad, haciendo todas esas amenazas, me hico sentir fuera de control. Necesito encontrar algo de equilibrio.

Papá bajó el periódico y se inclinó hacia atrás, con las manos cruzadas sobre la mesa. Podía notar por la contracción sutil de sus labios y la leve inclinación de su cabeza que me estaba poniendo atención.

— ¿A qué te refieres con equilibrio?

—Tengo que hacer algo al respecto. Esa gente está ahí afuera, Dios sabe cuántos, y no puedo evitar preguntarme si eso es en todo lo que pensaré de ahora en adelante cada vez que cierre los ojos.

— ¿Qué propones exactamente?

—Llévame a Denazen. Ellos me llenaron la cabeza con horrible mentiras que no me dejan en paz. Tú puedes arreglarlo—azoté la taza contra la mesa, salpicando la mitad de su contenido por los bordes—Voy a pasarme de la raya y diré la única cosa verdadera que me dijeron. Tú no eres un abogado. Necesito saber el resto. Necesito saber la verdad.

Estuvo en silencio por un buen rato, sus ojos buscando los míos. Pensé que todo sonaba bastante convincente, pero era difícil saberlo con papá. El tipo había inventado la cara de póker. Comenzaba a pensar que me había descubierto cuando una lenta sonrisa se extendió por sus labios.

—Ve a ponerte zapatos.

 

Mientras entrábamos al estacionamiento, me vino a la mente el hecho de que yo nunca había estado aquí. Papá había estado trabajando en Denazen por tanto tiempo como el que podía recordar, y ni siquiera una vez, aún antes de que nos despreciáramos públicamente, había estado en su oficina.

Salimos del auto en silencio, subimos las escaleras, y nos detuvimos dentro de las puertas de vidrio en el escritorio de la recepción. El hombre al otro lado levantó una ceja mientras le extendía un portapapeles y un lápiz a papá.

El vestíbulo estaba bañado con un color blanco brillante con suelos vírgenes de madera de cerezo y adornos a juego. Un conjunto de elevadores flanqueaban ambos extremos del cuarto. Un par plateado, el otro blanco como la nieve.

Papá garabateó su nombre en el papel, miró su reloj, y apuntó hacia las puertas del elevador blanco.

—Vamos.

No había botones, solo una delgada banda en la pared que lucía como un deslizador de tarjetas de crédito. Papá buscó en el bolsillo derecho de su chaqueta y sacó una pequeña tarjeta. Deslizó la tarjeta rápidamente por la banda y las puertas se abrieron.

Sin decir palabra, entramos. Esperé un buen rato, y cuando nada ocurrió, pregunté.

— ¿Y bien?

—Paciencia.

Otro minuto pasó antes de que un ruidoso, raro y vacío sonido como “swoosh” llenara el aire. Otro par de puertas se abrió en la pared trasera del elevador.

Papá las señaló y pasamos a través de ellas.

—Este es el ascensor real—aclarando su garganta, entró en él y dijo—Cuarto piso.

Impresionada, lo seguí, y las puertas se cerraron con un ping. Un momento más tarde, el elevador cobró vida y comenzamos a subir.

—La única forma de operar este conjunto de elevadores es usando una insignia de seguridad. Sin ella, las puertas del elevador ni siquiera se cerrarían. No te llevará más alto de lo que tu tarjeta de autorización de seguridad permita.

Luego de una corta subida, salimos a un pasillo blanco, largo y vacío y pasamos por una puerta de acero. No había nadie ahí mientras caminábamos hacia la única puerta en el otro extremo del pasillo. El silencio hacía que fuera un momento incómodo y yo quería llenarlo con preguntas, tenía un millón de ellas, pero no quería quedar como ansiosa. Una vez que atravesamos la puerta, todo cambió.

Nuestra entrada al edificio parecía surrealista comparada con el bullicio y la actividad que ahora tomaba lugar frente a mí. Una larga fila de escritorios se alineaba a lo largo de toda la entrada de la habitación. Me recordó el centro de llamadas de caridad del ASPCA que se había organizado por la recaudación de fondos el año anterior. En cada uno, alguien estaba al teléfono, cabeza gacha, tomando notas furiosamente en un papel. Nadie levantó la vista cuando entramos. En el medio de la habitación había una gran área de recepción con un cartel sobre ella que decía Recepción/Registro. Detrás del escritorio, una morena gordita con una dentadura sobresaliente, le lanzó a papá una coqueta sonrisa.

—Buenos días, señor Cross.

Papá asintió y la honró con una extraña sonrisa.

—Hannah.

— ¿Esta es una nueva adquisición?

Me miró de pies a cabeza casi con temor antes de volverse hacia él. No era un secreto lo que ella pensaba de los Sixes.

Papá rió.

—No, esta es mi hija, Deznee.

Hannah chasqueó la lengua con simpatía y asintió.

—Esta es la pobrecilla que fue atacada por el Six, ¿verdad?

—No fui atacada—solté antes de recordar que no debería tomar parte en el asunto de los Sixes—Quiero decir, me las arreglé bien con los bastardos.

Me dio una delgada sonrisa, una que decía “sigue diciéndote eso”.

—Por supuesto que sí, querida.

—Por favor ten un pase temporal nivel amarillo hecho para ella. Pasará el día con nosotros.

Hannah frotó sus dedos regordetes y rió.

— ¡Qué emocionante debe ser esto para ti!

Forcé una sonrisa y esperé que no luciera demasiado falsa.

—En realidad lo es.

—Por aquí—dijo papá.

Dejamos la habitación y giramos a la derecha, hacia otro conjunto de ascensores, las puertas de estos eran verdes.

Una vez dentro, papá dijo.

—Quinto Piso—después de un momento, agregó—Todos los elevadores en el edificio están codificados por color para los diferentes niveles de seguridad. Las primeras tres plantas son plateadas, por la firma de abogados. El cuarto piso, la recepción real de Denazen, es blanca. Todos los empleados de Denazen deben pasar por ahí antes de ir a cualquier lugar en el edificio. La cafetería también está en ese piso. El quinto piso, a donde vamos ahora, es verde.

— ¿Qué hay en el verde?

—Hay diez niveles aquí en Denazen—dijo, ajustando su maletín—El quinto piso es donde son llevados los nuevos Sixes, los reciben y procesan. También es donde se ubica seguridad y mi oficina.

El elevador se sacudió hasta detenerse y las puertas se abrieron mostrando a un hombre bajito usando el mismo traje azul rayado que había visto usar al hombre en Curd’s. Sonrió, con las mejillas como ardilla y arrugando sus pequeños ojos marrones hasta que se vieron como delgadas rendijas.

—Señor Cross, han traído a 104 de vuelta. Las cosas fueron un completo éxito.

Papá asintió, y salió del elevador.

—Bien. Asegúrate de que lo devuelvan al nivel ocho.

— ¿Ocho, señor? ¿No lo dejamos siempre en el siete?

—Eso hacíamos, hasta que incineró a la persona que le llevaba la comida hace dos noches. Se quedará en el ocho hasta nuevo aviso—papá se volvió hacia mí—Sígueme y quédate cerca.

Mejillas de ardilla no me puso la menor atención cuando pasamos, alejándose de papá para ladrarle órdenes a un hombre que se nos acercaba.

— ¿Alguien fue incinerado?—Pregunté incrédula— ¿De verdad?

Nos detuvimos frente a una puerta al final del pasillo. Papá sacó la tarjeta que había utilizado en el elevador, y la deslizó por la banda de la puerta. Se abrió y entramos.

—Toma asiento—señaló un gran escritorio de caoba al otro lado de la habitación. Una silla de aspecto cómodo a cada lado—Esos Sixes son peligrosos si se los deja sin supervisión. Pero cuando se entrenan y utilizan correctamente, pueden ser bastante útiles. Los traemos aquí, entrenamos a los que podemos y los ubicamos. A cambio de comida, refugio y protección, ellos trabajan para nosotros.

¡Es un maldito mentiroso! ¿Comida, refugio, y protección? Es más hambruna, jaulas y tortura.

— ¿Así que los que tienes aquí son empleados?

—Algunos, sí. Se les da toda comodidad y conveniencia a cambio de sus servicios. Dada la naturaleza de nuestro trabajo, viven en el lugar pues están de guardia las veinticuatro horas del día. Los otros, los peligrosos que no podemos rehabilitar, son mantenidos aquí por su propio bien. Ese chico que ayudaste a escapar era uno de ellos.

Ayudaste a escapar. No el chico que te tomó prisionera. No el chico que trató de matarte. Incluso ahora, no puedo hacer nada bien. Él amaba echármelo en cara.

Solo espera. El karma es una perra, papi.

— ¿Cómo es que funciona esto, exactamente?—Me imaginé que ahora era un buen momento para hacer preguntas—Él toca a alguien y…—sacudí mi cabeza, fingiendo miedo—Él toca a alguien y ellos mueren. ¡Se marchitan y se vuelven polvo!

—98. Su toque es devastador, como has tenido la desafortunada oportunidad de atestiguar. Le provoca la muerte instantánea a cualquier cosa orgánica. Personas, plantas, cualquier cosa viva. Destruida con un simple roce de su piel. Exceptuándote—me miró con un extraño tipo de curiosidad y de hambre. Hizo que me picara la piel. Era la misma mirada que había visto en mi profesor de inglés de secundaria, el señor Parks, cuando había agitado su boleto ganador de la lotería ante la clase y se había largado.

— ¿Por qué? No es que no esté agradecida—dije, dando una patada hacia a atrás y tirando mis pies sobre su escritorio. Me miró pero no dijo nada— ¿Por qué no me marchité?

—Esa es una muy buena pregunta.

 

 

Después de algunos sondeos verdaderamente incómodos, del tipo verbal, papá me llevó por un tour a los pisos quinto y sexto. Entrenamiento e Investigación de adquisiciones. Llegué a ver a una joven mujer quemar un hoyo en un bloque de concreto simplemente al mirarlo, un hombre cuya piel podía convertirse en hielo a su voluntad, y un pequeño niño transformarse en un hermoso loro azul y dorado delante de mis ojos. Si no supiera lo que realmente estaba sucediendo aquí, este lugar me hubiera impresionado. Pregunté por las otras plantas, pero él dijo que cualquier cosa que tuviera que ver con contención y alojamiento estaba fuera de los límites, y ese había sido el final de esa conversación.

Estábamos de pie en frente de las puertas del elevador cuando papá sacó su tarjeta de seguridad. Las puertas se abrieron y entramos en él. Estaba a punto de deslizar su tarjeta cuando me incliné y se la arrebaté de las manos.

—Wow, esa de verdad es una mala foto, papá—dije, agarrando la tarjeta con firmeza entre mis dedos. El plástico era frío, suave y ligeramente flexible. Deslizando mi otra mano en mi bolsillo trasero, saqué la tarjeta de seguridad amarilla que había tomado en el escritorio cuando llegamos. Un dolor punzante como de puñaladas asaltó mis sienes. Solo duró un par de segundos, pero me dejó sin aliento de cualquier manera.

Papá no pareció notarlo. Con un rápido movimiento, la tarjeta estaba de vuelta en su mano, pasó por el deslizador, y despareció en los bolsillos de su abrigo. Me di mentalmente una palmada en el trasero.

Oh, sí. Me fue fácil.

Para el momento en que llegamos de nuevo al piso cuarto, eran casi las dos de la tarde. Papá tenía algo que atender, así que me depositó en la cafetería. Estaba a punto de llamar al elevador cuando alguien se dejó caer en el asiento junto a mí.

— ¡Qué tal!—Dijo una voz alegre.

Giré en mi silla para ver a un chico de mi edad. Estaba mirándome con los ojos llenos de emoción, un rizo elástico de su cabello castaño cayendo sobre su rostro. Extendió su mano, sonriendo.

—Soy Flip. No te he visto antes. ¿Nueva?

—Eh, hola.

— ¿Primer día?—Preguntó, dándole un mordisco a la delgada punta de una zanahoria cruda y sin pelar.

—En realidad estoy aquí con mi padre. Marshall Cross.

— ¿Eres la hija de Cross?—Dijo sonriente—Tu padre es asombroso.

Alguien tenía un flechazo.

—Entiendo, eres un fan.

—Diablos, sí. Tu padre es un gran hombre. El realmente se preocupa por nosotros—rió—Lo entiendo, ¿eres una Nix?

— ¿Nix?

—Es como nosotros los de adentro llamamos a los que no son Six.

Wow. Muy original.

—Te encantará esto—continuó Flip—Denazen es genial.

— ¿En serio?—No pude esconder la sorpresa en mi voz. Afortunadamente, Flip estaba demasiado inconsciente para notarlo.

— ¡Diablos, sí! ¡Somos como malditos superhéroes! Ahí afuera peleando por lo que es bueno. Haciendo del mundo un lugar más seguro para los seres humanos y todo eso—se inclinó más cerca—Sacamos a los chicos malos y restablecemos el orden. ¡Somos completamente como X-Men o la Ligua de la Justicia y esas mierdas!

Me pregunté si algún día la diarrea de la boca de Flip se volvería fatal.

—Así que, ¿te tratan bien?

— ¿Estás bromeando? Yo era un fugitivo. Sin idea de absolutamente nada. Denazen me encontró, me dio un hogar, y me enseñó todo lo bueno que podría hacer con mi don. Nosotros, como que, ayudamos al gobierno algunas veces.

Hablando sobre malditos delirantes…

— ¿No eres como un prisionero o algo así?

Con eso me gané una mirada extraña.

— ¿Prisionero?

— ¿Puedes ir y venir cuando se te dé la gana?

—No veo por qué no…pero no lo hacemos. Nos quedamos aquí. Es más seguro. —Su expresión se volvió pensativa—Hay un montón de cosas malas ahí afuera. Denazen ha hecho enojar a un montón de tipos malos. Tiene un montón de enemigos. Afuera, nosotros somos como tableros de práctica que hablan y caminan. Aquí, estamos a salvo. Ellos nos protegen.

—A cambio de sus servicios—dije, tratando de dejar el sarcasmo fuera de mi voz. Si no lo supiera, si no hubiera conocido a Kale primero, la mierda que Flip me estaba vendiendo podría haber sido más creíble. Pero yo había visto tras la máscara de Denazen. La verdad había salido a la luz. Ahora, si lo conseguía, haría que todos y su hombre supieran—Y, ¿ustedes están de acuerdo con eso?

Él frunció el ceño.

—La mayoría de nosotros, sí. Siempre hay algunos poco cooperativos. Algunos de nosotros pueden ser bastante peligrosos. Si los Sixes comienzan a dañar a la gente, ellos los traen aquí y tratan de razonar con ellos.

Rehabilitarlos.

— ¿Y qué pasa si no pueden?

—La policía tiene cárceles, ¿verdad? El mismo concepto. Alguien con habilidades que va matando a la gente en masa o lo que sea, es un criminal—miró su reloj—Mierda, voy retrasado a la sala de pesas—se levantó, haciéndome un guiño. Flexionando sus brazos, con la zanahoria colgando de una esquina de su boca, dijo—Ellos nos ayudan a ponernos y mantenernos en forma. Soy un completo imán para las mujeres ahora.

Sonreí.

—Fue un placer conocerte, Flip.

Lo miré marcharse, exhalando un suspiro de alivio. Quería echar a andar las cosas.

Con la costa por fin despejada, me puse de pie y caminé hacia el elevador. Lo que tenía planeado hacer era arriesgado, pero era la única esperanza que tenía de volver a la oficina de papá sola.

No me habían dejado entrar a esa fiesta exclusiva de los Six por ser bonita.

Cuando tenía siete años, el tío Mark nos llevó a Brandt y a mí de compras justo antes de Navidad. Yo vi a una muñeca Barbie que tenía que tener a cualquier precio y le rogué que me la comprara. Él se negó, por supuesto, habíamos estado escasos de dinero. Cuando el tío Mark fue a pagar, me escabullí. Agarrando la hermosa muñeca nueva, apreté en mi otra mano mi muñeca vieja y andrajosa, deseando que tuviera el mismo vestido blanco hermoso y liviano y la corona brillante situada sobre una masa de cabello dorado. Cuando miré hacia abajo, ambas muñecas eran idénticas y vomité sobre todo el pasillo ocho.

Mientras crecía, descubrí cómo funcionaba. Podía imitar un objeto a partir de otro mientras que aún estuviera tocando el original. Mientras que el tamaño en general fuera el mismo, funcionaba. Había experimentado y descubierto que mis limitaciones eran casi inexistentes. Si tenía un sándwich de atún y quería una hamburguesa de queso, no había problema. Sabía exactamente igual que una hamburguesa de queso. ¿Si quería cerveza, pero tenía soda? ¡No había de qué preocuparse! La diversión líquida estaba a solo un deseo de distancia.

Pensarías que con algo tan asombroso como esto, estaría haciéndolo como loca, ¿verdad? Una adolescente con la habilidad de básicamente obtener lo que quiera cuando quiera se hubiera vuelto loca. Además de la opinión obvia del tipo no debería contarle a nadie más esto que me había formado a temprana edad, el dolor no lo valía. Cada vez que lo hacía, mi cerebro se sentía como si estuviera siendo tirado desde mi nariz con un anzuelo para pescar. El tamaño importaba un poco. Mientras más grande era el objeto, peor era el dolor. Pero cuando imitar algo del tamaño de un cubo de hielo te causaba vomitar como un proyectil y ver estrellas, mejor que hubiera una buena razón para hacerlo.

El año anterior, a papá le habían entregado una pantalla plana de cincuenta y dos pulgadas completamente nueva en la casa, mientras estaba en el trabajo. Yo había llegado a la casa, jugueteando con un chico que había conocido en una fiesta, y lo golpeamos. Después de que logré que se fuera, fui a la cochera, saqué la caja de cartón y ¡voila! Nuevo televisor. La parte más difícil había sido deshacerme de los restos arruinado de la original con un dolor de cabeza cegador y nauseas retorciéndome el estómago. Duró un día entero.

Nunca se lo dije a ningún ser viviente. ¿Qué habría dicho? ¿Hola, mi nombre es Dez y soy una extraña fábrica de deseos humana? El deseo en una mano…y se vuelve realidad en la otra. Eh, no. Se volvía útil en una emergencia, pero aun así, era extraño. Entonces, cuando oí acerca de ese chico que se habían llevado en Sumrun y nunca habían vuelto a saber de él, mantuve mi secreto por una razón completamente distinta. Estaba asustada como el infierno.

Cuando Kale me dijo sobre mi mamá y lo que ella podía hacer, había sido tan difícil no sonreír. Aun cuando nunca la había conocido, me hacía sentir menos sola. De tal palo, tal astilla; o algo así, de cualquier forma. Nunca había considerado tratar de duplicarme para ser otra persona. Quiero decir, ¿qué pasaba si no podía volver a mi yo original? Y no podía siquiera comenzar a imaginar el dolor que vendría con algo así de grande. Probablemente me mataría.

Ahora, al utilizar mi habilidad aquí, esencialmente el equivalente a disparar en una estación de policía, estaba arriesgándome muchísimo. Papá había encerrado a mamá por lo que podía hacer. ¿Cómo reaccionaría si descubriera lo que yo puedo hacer?

Deslicé la tarjeta y dije.

—Quinto piso.

No sé si en algún lugar de mi mente esperaba que no funcionara, o quizás pensé que las sirenas y luces brillantes se encenderían, alertando al edificio completo, pero cuando las puertas se cerraron y el elevador se sacudió al encenderse, sentí una gran ola de alivio.

Sabía que era difícil, no había forma de que esto fuera así de fácil, pero el mejor lugar para comenzar a buscar la información que necesitaba era la oficina de papá. La nueva tarjeta de seguridad desbloqueó su puerta sin problema. La cerré detrás de mí y me lancé en busca del archivador.

Después de unos veinte minutos de búsqueda, había pasado por todos los archivos del pequeño gabinete junto a su escritorio. Recibos de gastos de negocios. Algunos archivos personales, algunos marcados para conseguir aumento. Pero no había nada diciendo cuántos Sixes tenían en Denazen, mucho menos dónde estaban todos ellos. Lo único que quedaba eran los cajones de su escritorio. Cuando comenzaba, inclinándome hacia el cajón de arriba, una voz golpeó desde el umbral.

— ¿Qué demonios estás haciendo?

La sangre se me heló. Levanté la vista hacia el rostro furioso de papá.

 

 

Me puse de pie, mi cerebro trabajando a toda velocidad para encontrar alguna excusa razonable.

Por una vez, no tenía nada.

Él entró y cerró la puerta detrás de él. El sonido me hizo saltar.

—Respóndeme. ¿Qué estás haciendo? ¿Y cómo diablos entraste aquí?—Caminó hacia adelante y por un segundo, pensé que quizá me golpearía.

—Yo…—Trastabillé. Tampoco era para tanto drama. Estaba totalmente en blanco. Por primera vez. Usualmente, podía venderle hielo a esquimales—Quería ver si podía encontrar alguna información sobre ese sujeto de Dax.

— ¿Cómo pasaste a través de las cerraduras de seguridad?

Fui a sacar la tarjeta de mi bolsillo. Estaba ahí, el frío plástico suave rozando la punta de mis dedos. Pero no podía entregársela. Vería su tarjeta de seguridad, no la mía. Mis imitaciones no se revertirían por sí mismas y desde que no tenía una copia de mi tarjeta original, no podría cambiarla de nuevo. Le di mi mejor sonrisa avergonzada.

—Um, mierda. Debo haberla perdido.

—La perdiste—repitió.

Bajando los ojos, fingí buscar en el suelo.

—Se debió haber caído. Debe estar aquí en algún lado.

Estaba callado mientras exageraba, caminando por toda la longitud del cuarto en busca de la tarjeta de seguridad. Una vez, por el rabillo de mi ojo, puedo jurar que lo vi sonriendo. Me dejó buscar por unos minutos antes de aclararse su garganta.

—Andando. Nos vamos.

 

 

En el auto, el silencio era más que extraño. Era pesado. Molesto. Tenía que hacer algo para aligerar la situación, de otra manera nunca me acercaría a ese edificio de nuevo. Papá aún estaba lívido porque había estado fisgoneando.

Nunca conseguiría la información que Ginger quería a menos que hiciera algún control de los daños. Rápido. Tenía que ser algo drástico. Destrucción mundial. Si iba a escabullirme en mi camino de regreso a Denazen, tendría que mostrar la única carta que tenía. Mi as en la manga.

Desafortunadamente, era el as de espadas.

—Quiero entrar—solté en el silencio—Quiero trabajar para Denazen.

Papá sofocó una risa.

—No es posible.

— ¿Por qué no?—Demandé—Esas personas que me llevaron, eran animales. Estaban planeando atacar Denazen.

Por el rabillo de mi ojo, vi a los ojos de mi papá ampliarse.

— ¿Qué?

—Fue una de sus amenazas. Van a levantarte y derrumbarte. Piensan que son mejores que nadie más—dije torpemente—Necesito ser parte de esto, papá. Necesito ayudar a detenerlos.

—Deznee, a duras penas hay algo que puedas hacer para ayudar.

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