Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto


I. LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN » Los primeros pasos

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LOS PRIMEROS PASOS

Cualquiera que haya visto una sola vez la Gran Pirámide no cesa de asombrarse ante esa magnificencia que fue levantada por el hombre, tal vez, en pro de un servicio divino. Si se hace una rápida panorámica a los monumentos que erigieron los faraones de la IV y V Dinastía, es inevitable preguntarse: ¿cómo y por qué? ¿Cómo consiguieron los faraones de la IV Dinastía tanta destreza en sus obras si la civilización egipcia tan sólo tenía quinientos años de vida? Pero antes de esta Edad de Oro Egipto ya era sin duda una tierra muy antigua, lugar de reposo divino donde los dioses habían materializado sus caprichos. Egipto es una tierra tan vieja que ya en los años del Imperio Romano era antiquísima. Su última reina, Cleopatra VII, murió con treinta y nueve años, dejando atrás su amado Doble País, que ya contaba con más de tres mil años de vida y desarrollo.

El viento del norte ha ido transportando las leyendas de orilla en orilla, de aldea en aldea y de nomo en nomo. Y contaban los más antiguos del lugar que cuando el Valle del Nilo terminó de excavarse y las primeras pisadas humanas arribaron más allá de las fronteras del desierto, surgieron unas migraciones de nómadas que entraron en Egipto desde dos puntos fundamentales: el norte y el sur. A estos dos puntos se los llamó elBajo País y el Alto País respectivamente. Estos términos acompañarán a Egipto desde que el hombre habitó en sus tierras. El país se dividió en nomos, gobernados por un personaje llamado nomarca. Desde el Bajo País, zona que podríamos situar desde el Delta del Nilo hasta la región de Menfis, llegan asentamientos de tribus asiáticas, y por el Alto País, zona que podemos extender desde Menfis hasta la primera catarata, arriban clanes procedentes de Nubia y Sudán. Llegado un punto de su historia, un hombre, Menes, unifica los dos extremos del Nilo, formándose así las Dos Tierras. Dejaremos para más adelante el dilema de adjudicar la unión del Alto y del Bajo Egipto al rey Menes o al rey Narmer y diremos que la jerarquía egiptológica da por sentado que con este rey, Menes, se inicia el desarrollo de la tecnología, la escritura, la arquitectura, la astrología, la medicina, el sistema jurídico y tal vez lo más importante: la educación de las Casas de la Vida.

Pero el inicio prefaraónico nos conduce a un mundo salvaje, cruel, vil, déspota y totalmente anarquista. Era un momento de la vida del hombre en que los ritos caníbales estaban a la orden del día, momentos oscuros en los que la barbarie era la imperante para el dominio de una tribu sobre la otra, de un pueblo sobre el otro. Días nublados de la historia humana en los que de repente, casi por casualidad, surgió un individuo que cambió la historia.

Casi al unísono, en esta franja del planeta surgen movimientos que inauguran la prosperidad, asentamientos multitudinarios, grandes moradas para las divinidades; el flujo humano de un lugar a otro con el afán de intercambiar materia prima. Había nacido el comercio. A todas luces, la evolución del hombre ha sido seguida por la ciencia en pro de una mejor comprensión y de poder llegar así a saber el secreto de nuestra existencia. Aunque, eso sí, de vez en cuando aparecen cosas increíbles que dan al traste con más de una teoría, por muy científica que esta sea.

Hace unos años, una expedición de arqueólogos franceses halló en Siria los restos de un santuario que limitaba una antigua ciudad. Al principio, todo apuntaba a que dicha estructura podía situarse en la misma franja temporal en la que se colocaron las murallas del santuario de Jericó, alrededor de unos diez mil años atrás. Sin embargo, a medida que la excavación avanzaba, el asombro se apoderó de los arqueólogos. En un principio pudieron constatar que sus ruinas podían haber sido erigidas alrededor del año 9000 a. C., pero estas reposaban a su vez sobre otra edificación mucho más antigua, datada sobre el año 11000 a. C. La excavación reveló unas murallas totalmente pétreas, con diseños geométricos muy avanzados. Los restos de decoración todavía eran visibles en algunas partes, así como una gran cabeza de toro dibujada. Con los datos que estos arqueólogos tenían, surgió la hipótesis de vincular este santuario a otro muy similar hallado en Turquía, colocado en la misma franja temporal. Además, la construcción de Siria parece haber sido erigida como un lugar de culto al toro, igual que en el caso turco. La conclusión era clara: los asentamientos no se limitaban a la zona del Tigris y el Éufrates, sino que todo indicaba que desde finales del Neolítico se habían asentado en esta zona grupos de comerciantes que se expandían mucho más allá de lo que se había sospechado. Impresionante descubrimiento que deja al descubierto lo avanzado de esta sociedad compuesta de siervos, criados, nobles, clases administrativas, clases sacerdotales y, por supuesto, un gobernante en la cúspide de esta pirámide. Las notas que estos arqueólogos iban tomando presagiaban que podía haber incluso sistemas de alcantarillado y otros métodos de higiene.

Con todos estos datos, veían que las fechas del despertar humano se iban retrotrayendo ya seis mil años atrás de lo que se han datado las tres pirámides de Gizeh. Pero, ¿qué tienen que ver las pirámides de Gizeh con este santuario hallado en Siria? La respuesta nos la ofrece el geólogo Robert Schoch, que en los años noventa del siglo pasado recibió el encargo de datar la Esfinge de Gizeh. Las conclusiones fueron escandalosas, ya que el geólogo americano halló pruebas que situaban al guardián de las pirámides entre el año 5000 y 7000 a. C. Sin adelantar los acontecimientos, podemos decir que los resultados de Robert Schoch son claros y dejan ver una hipótesis de trabajo nada desdeñable, que ya venían ofreciendo varios investigadores desde hacía ya unos cuantos años, y era que, siempre según Schoch, los hombres que tallaron la Esfinge de Gizeh lo habían hecho varios miles de años antes de lo que la egiptología oficial lleva afirmando desde hace décadas.

Sin embargo, dicho trabajo nos lleva a una importante cuestión. ¿Dónde están los restos de esa poderosa civilización que erigió la Esfinge en el año 5000 a. C. a orillas del Nilo? Los restos arqueológicos datados en esas fechas no muestran semejante evolución, sino más bien asentamientos bastante rudimentarios. Y asimismo, nos preguntamos qué clase de cataclismo climatológico pudo ejercer semejante acción sobre la gran Esfinge de Gizeh. ¿Acaso el mítico Diluvio Universal? ¿Qué sucedió en esta franja del planeta hace tantos años que supuso el cimiento de una auténtica y gigantesca morada de conocimiento? Para estos casos, siempre me gusta utilizar aquella frase de Juan Antonio Cebrián, un increíble divulgador de radio, escritor y periodista fallecido a finales del año 2007, que solía decir muy a menudo, con gran atino por cierto: «algo sucedió hace diez mil años que cambió para siempre la faz del planeta».

Vista de la cubeta de la Esfinge, erosión analizada por R. Schoch.

Fotografía de Nacho Ares.

Las investigaciones y excavaciones que se perpetúan en Egipto nos permiten imaginar que a orillas del Nilo se pudo dar una cultura con una amplia gama de conocimientos. Podríamos llamarlos los precursores de los egipcios que gobernaron en el Valle a lo largo de tres milenios. Antes de que Egipto fuese poblado, la franja del norte de África estaba habitada por todo tipo de criaturas, animales y vegetales. Este paraíso sufre un brusco cambio climático. El agua escasea, los períodos secos se prolongan cada vez más en el tiempo y con ello aumenta la temperatura de la zona. El desierto se abría camino y el cambio era inevitable. Con todo esto que el planeta estaba sufriendo, llegan los primeros moradores que huyen de la sequía y se encuentran con una zona determinada, atravesada por un gran río que anualmente se desborda con magnificencia y generosidad. Por si fuera poco, a ambos márgenes de aquella fuente de generosidad se extienden fértiles campos de cultivo capaces de proporcionar grandes cantidades de alimento. Pese a estar rodeado por miles de kilómetros de desierto, aquel valle era el lugar idóneo para comenzar una nueva etapa, con un clima mucho mejor. Para hacerse una idea de cómo debía de ser antes Egipto, basta con decir que se han hallado en la cima del Valle de los Reyes fósiles marinos que nos retrotraen a estos días.

Llegados desde el sur, se asentaron en las zonas verdes del río y poco a poco fueron haciéndose cada vez más numerosos, lo cual condicionó la formación de grandes familias y de una sociedad. Aparecen los clanes y tribus, cada uno de ellos con sus normas y sus hábitos de conducta. Pero todos estos clanes tienen algo que los une: el Nilo.

Este milagro divino, como así fue para los egipcios, dio pie a la civilización faraónica. No en vano el historiador griego Heródoto llegó a decir que Egipto era un don del Nilo. Sin embargo, sí hay un punto en el que deberíamos reflexionar llegados a este tramo. Heródoto escribió que ningún campesino de otra parte que hubiera visitado con anterioridad recibía con más facilidad el fruto de la tierra. Nada más lejos de la verdad, tal y como podremos comprobar más adelante.

Pero sí que podemos decir que el Nilo debería catalogarse como una perfecta máquina de irrigación, y tiene sus orígenes muy lejos de Egipto. Este milagro es posible gracias a la conjunción de dos grandes ríos: el Nilo Azul y el Nilo Blanco. El Nilo Azul nace en las tierras de Etiopía, mientras que el Nilo Blanco tiene su origen en las tierras de Ruanda.

El monzón tropical abastece al Nilo Blanco con las fuertes lluvias torrenciales, que se unen al gran caudal de agua que porta el Nilo Azul, que proporciona la mayor parte del agua. A partir del solsticio de verano, el río bajaba crecido durante cien días. En el mes de junio, la crecida llegaba hasta la primera catarata, y en julio ya había alcanzado el Delta. Las tierras permanecían anegadas hasta el mes de septiembre, y en noviembre los terrenos estaban ya impregnados del fértil limo negro. De aquí viene el nombre que los antiguos egipcios dieron a su país, Kemet, que significa ‘Tierra Negra’. Pronto se haría necesario el poder medir las crecidas para controlar el cauce del río y prevenir la generosidad de la riada. Así nació el «nilómetro», unas instalaciones que permitían conocer el tamaño de las crecidas. Sin embargo, entre las décadas de 1960 y 1970 se construyó la presa de Aswan, en la que España colaboró y recibió a cambio El templo de Debod, actualmente en Madrid. En aquellos años España estaba en una privilegiada posición que bien pudo aprovechar para crear una cátedra de egiptología, algo que todavía en pleno siglo XXI incomprensiblemente no tenemos. Con la construcción de la presa las crecidas dejaron de sucederse, aunque sí es cierto que el paisaje del Nilo apenas ha variado. Los campesinos actuales emplean todavía métodos de irrigación que proceden de los días del Imperio Nuevo. Se sigue utilizando el adobe como método de construcción de viviendas, y todavía los lugareños rinden tributo al dios Hapi cada 18 de junio, fecha en la que antaño el Nilo iniciaba su crecida.

Hacia el año 4500 a. C. se confinan varios grupos en la región de Asiut, como así lo atestiguan las necrópolis halladas, lo cual hace sospechar que los asentamientos humanos no deberían estar demasiado lejos de las mismas. En diversos lugares de Egipto se han encontrado restos aquí y allá, pedazos de la historia diseminados por el desierto que nos hablan de aquella cultura llamada Amraciense, más conocida como el Período Naqada I. En este momento, se producen muchos cambios sociales y Egipto da muestras de evolución con la aparición de la figura del gobernante. Este hombre, tal vez el más inteligente del clan o, por qué no, el más fuerte, se yergue como la gran opción y se atestigua a sí mismo como heredero directo de los dioses, con un poder inimaginable que transforma el momento y da lugar a las primeras paletas votivas, antes de que Menes unificara el Alto y el Bajo Egipto. Leones humanos del Alto Egipto derrotan y despedazan a los habitantes del Bajo Egipto, terribles escenas de toros descomunales aplastando a sus enemigos.

Con la llegada del Período Gerzeense, conocido como Naqada II, se produce un gran cambio en los asentamientos. Se inicia una serie de intercambios comerciales que dan como fruto la marcación de las fronteras. Estas líneas de separación entre los territorios son los que forman el Período Dinástico Temprano, y esta etapa de Naqada II explota con toda su generosidad sobre estos hombres, impregnándolos con un sinfín de descubrimientos y adelantos evolutivos. Es este un momento fundamental para el desarrollo de las primeras dinastías, ya que se crea una serie de rutas comerciales al tiempo de que la población se extiende y funda grandes urbes. La demarcación trae finalmente un comercio en toda esta área, desde Djebel Silsila hasta Jartum, que era la región más al sur habitada por la cultura nubia. Es entonces cuando aparecen los primeros soberanos del Alto Egipto.

Enterramiento predinástico. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

Bien pudiésemos pensar que esta figura del rey aparece a un tiempo en las dos partes del país, pero no es así. Lo cierto es que los primeros indicios de este gobierno central se hallan en las necrópolis predinásticas de Abydos. Las extraordinarias piezas con forma de maza ritual, paletas votivas o los serejs[1] allí hallados así lo atestiguan. En el final del Período Naqada II emergen una serie de reyes que gobiernan una buena parte del país. En este Período Naqada II aparece un importante centro urbano: la ciudad de Nejen.

Nejen, la Hieracómpolis de los griegos, hunde sus raíces en lo más profundo de la historia de Egipto. Estaba patronada por el dios Nejeni, el cual se asimiló rápidamente al dios Horus; de hecho se descubrieron en esta ciudad la Paleta de Narmer y la Maza del Rey Escorpión en 1898, justo debajo del Santuario de Horus. Los restos hallados aquí señalan que la mayoría de las piezas descubiertas son muy anteriores a estos dos reyes del Alto Egipto.

Esta ciudad, que en los días de su máximo esplendor contó con unos setenta y cinco mil habitantes, mantuvo contacto directo con regiones tan lejanas como Uruk, la ciudad más importante de este período en Mesopotamia. Nejen poseía una buena economía y provocó la aparición de las comodidades sociales. Fabricaba cerveza en grandes cantidades, tanta que sabemos que en un día se elaboraba líquido para más de doscientas personas. La población se extendió, los contactos con la parte baja de Nubia crearon señoríos y enormes extensiones de terreno y se formaron grandes caravanas de comerciantes que viajaban desde el sur hacia el este, lo que provocó el poder adquirir mercancías exóticas procedentes de lejanas tierras. Se comenzaron a explotar los desiertos del este y los minerales se comercializaban aquí, en Nejen. Los restos de la ciudad son tan antiguos que es necesaria una representación hipotética para imaginar su aspecto en la antigüedad. Sabemos que estaba rodeada por un gran muro de ladrillo de adobe muy ancho. En su interior, se erigió un gran santuario, y aquí se empezó a forjar el espíritu teológico que regiría el futuro Egipto de los faraones. Este templo ocupaba gran parte de la ciudad, y estaba rodeado de altares donde se llevaban a cabo rituales y sacrificios. Un anillo de talleres artesanales lo culminaba, donde se fabricaban todo tipo de utensilios, desde armas de sílex a objetos de marfil. Y como es en Nejen donde se halla esa paleta y esa cabeza de maza, daremos paso a estos dos personajes desde aquí, en la Ciudad del Halcón.

En 1898 se descubre en Nejen una cabeza de maza o clava, que pertenece a un enigmático rey conocido como el Rey Escorpión. Sin duda, todos tenemos la imagen del musculoso actor «The Rock», protagonista de El Regreso de la Momia y El Rey Escorpión. Si retrocedemos en el tiempo, cuando el Egipto de la I Dinastía aún no había sido diseñado por los dioses, nos hallamos ante unos antiquísimos textos que nos relatan una unificación, digamos que predinástica. Hubo un momento de la historia en el que las Dos Tierras se vieron unificadas, aunque parece ser que el sueño duró más bien poco.

Cabeza de maza del Rey Escorpión. Museo Ashmolean, Oxford.

Otros antiquísimos textos son los Textos de las Pirámides, que hunden sus raíces en el más absoluto origen de esta etapa predinástica. Son un compendio de fórmulas mágicas, que, como podremos ver más adelante, no fueron escritas hasta finales del Imperio Antiguo. Estos textos nos hablan de un carismático personaje: el Rey Osiris.

Existe una leyenda que no nos habla del Osiris dios y señor del Más Allá, sino de un Osiris que reinó realmente, y que fue un rey benévolo, y por supuesto de ascendencia divina. Lo que más llama la atención de este Osiris, que conoceremos un poco más adelante, no es la historia familiar y sus conflictos, puesto que en más de un momento de la historia faraónica la Corte Real se ha visto inundada de conspiraciones y traiciones en contra de su faraón. El extraño suceso que rodea a este Osiris rey es el siguiente: los textos nos hablan de que gobernó el Doble País con mano tierna y sensible. Nos dicen que también enseñó a los hombres a explotar las riquezas de la tierra y arecoger el regalo que el Nilo les ofrecía: la inundación. Les enseñó a cultivar el trigo, la cebada y el vino. Este Osiris era un mensajero divino, absolutamente pacifista y que desprendía majestuosidad por todo su ser. Si tomamos estos textos al pie de la letra, hallamos al menos una curiosa similitud entre este Osiris y el Rey Escorpión.

Los egiptólogos no han alcanzado un consenso en lo que concierne a la figura de este emblemático Rey Escorpión. Y es que, parece ser que, a lo largo de todo este tiempo que vendremos a conocer como el predinástico, hay ciertos indicios que señalan que es posible que hubiera dos reyes con este mismo nombre.

El aspecto más enigmático del primer Escorpión tal vez sea su auténtico nombre. Es conocido su denominativo por el grabado que se halla en la cabeza de maza[2]: un rosetón y un escorpión. Esta conocida cabeza de clava está dividida en tres bandas, igual que las representaciones dinásticas, y nos narra una curiosa escena: dicho rey, Escorpión, aparece con una azada en sus manos. Lo precede un portaestandarte, lo cual sugiere que el monarca anuncia a su país el comienzo de una obra. El sacerdote que lo acompaña recoge en un capazo la tierra que el rey excava con la azada. El rey está inaugurando un canal, como así lo indica el símbolo acuático sobre el que se yergue en la paleta. Este hombre, como el objeto nos indica, enseña a sus súbditos cómo labrar las fértiles tierras y aprovechar el agua que el río ofrece. Además, existe constancia de que desarrolla la metalurgia y la carpintería, que durante sus años se comienzan a elaborar los rasgos de la escritura jeroglífica y los ritos fúnebres ya no se basan en depositar el cadáver envuelto en una estera, sino que se comienza a elaborar el sarcófago de tierra cocida y de tablas. Aunque el Rey Escorpión no reinase más que en el Alto Egipto, no excluye un hecho indiscutible: Escorpión parece haber sentado la base fundamental de la civilización egipcia. El rey es el pilar básico del pueblo, una comunión indisoluble que, por necesidad, toma carácter divino. No conocemos el lugar donde se hizo enterrar este mítico rey, pero sin embargo en Abydos se halló la morada para la eternidad del segundo Rey Escorpión. Desconocemos si se trata del mismo hombre, aunque las pruebas de datación separan estos dos nombres por unos cientos de años. Es muy posible que en realidad se trate del mismo hombre, y tal vez los objetos fuesen reutilizados por reyes posteriores.

Pero si una faceta de este hombre debe sorprendernos es la de la ideología, que trajo consigo una serie de ideogramas que fueron dotados de significado en la vida cotidiana: el jeroglífico. Se sostiene que el jeroglífico proviene del cuneiforme, introducido en Egipto desde Mesopotamia, y el hecho es que las pruebas de carbono 14 realizadas a unas etiquetas halladas en Abydos en la morada para la eternidad que se atribuye al segundo rey que utilizó el nombre de Escorpión, y en las que se ven representadas montañas o serpientes, las datan en una antigüedad que nos lleva hasta el año 3200 a. C., lo cual sitúa la escritura jeroglífica como el método de comprensión más antiguo del mundo. Con todo esto, no es seguro que Escorpión idease el idioma jeroglífico, pero desde luego algo está claro: existía la necesidad de dejar constancia de registros escritos, de que el emisor y el receptor tuviesen la posibilidad de comunicarse entre ellos a través de la distancia; y desde luego esto sólo podría hacerlo un hombre que tuviera el poder y los medios para ello, porque este hecho implica una estructura interna a todos los niveles, cosa que hasta esa fecha no se había visto. Aunque dicho modelo de escritura hubiese nacido de la noche al día, es un paso que separa la prehistoria de la propia historia consumada. Todas y cada una de estas etiquetas contienen un agujero en su parte superior, y se supone que serían las etiquetas de objetos de impuestos o tributos. Escorpión gobierna pues, un Alto País rico y próspero, ¿pero cómo se llegó a este punto?

Djebel Tjauti es una importante ruta comercial, a caballo entre Abydos, Nejen y Qena. Aquí se ha hallado lo que se conoce como el Retablo de Escorpión. En una de las paredes de una gran roca hay unos toscos grabados, casi prehistóricos, pero totalmente legibles. He aquí un ejemplo demostrativo de lo que la escritura significaba para aquellos hombres, pues no tallaron sobre la roca unos signos al azar, no realizaron un dibujo porque sí. Nada en Egipto sucede por casualidad. Lo que representa la escritura sobre la piedra es el deseo de vencer al tiempo, plasmar para la eternidad un evento, un pensamiento, un deseo. Nos encontramos, tal vez, con la primera representación de un halcón, un Horus que está justamente sobre un escorpión. Se trata pues, de una especie de prototipo de serej, el emblema de Horus Escorpión, y es esta una representación que se usará durante los tres mil años siguientes, pues los futuros faraones no olvidarán añadir su nombre de Horus a su lista de títulos reales. Nos hallamos ante un hombre que es una especie de oficiante con un bastón, que viste una especie de túnica. Al sacerdote le sigue un hombre maniatado con una cuerda, y tras el prisionero aparece un personaje que sujeta con una mano el extremo de la cuerda y con la otra sostiene una maza. Debemos entender, puesto que no se han hallado restos algunos que muestren un acto semejante con anterioridad, que Escorpión asestó el golpe definitivo para reunir bajo su mando a los clanes y familias locales de un área, se piensa, bastante extensa. Este Retablo de Escorpión es el primer documento histórico de carácter real que existe en Egipto. Las bases de la civilización faraónica son sentadas por Escorpión, y parece existir una similitud entre ese Osiris Rey y el Rey Escorpión.

Así pues, con todo, tenemos derecho a incluir esta carta, que es el Rey Escorpión, en el amplio abanico que constituye la baraja que comprende la Dinastía 0 y el origen del mundo faraónico, sin poder concluir de forma definitiva una u otra opción. Este póquer de ases es utilizado por tahúres y demás jugadores de índole dudosa que no hacen sino adjudicarse ciertos méritos que parten de la raíz mitológica de los antiguos egipcios. Así, vemos como existen numerosos iluminados que nos ofrecen la visión de naves extraterrestres que llegaron desde el otro lado de la galaxia para levantar las pirámides de Gizeh o insisten en ver la huella de la Atlántida en los restos arqueológicos que nos legaron estos grandes reyes del Imperio Antiguo. Y lo cierto es que, asombrándonos ante tanta magnificencia, los restos arqueológicos no hacen sino demostrarnos lo contrario. Conociendo un poco tan sólo de los hallazgos vemos cómo se produce esa evolución desde el Neolítico egipcio hasta la construcción de la primera pirámide: no vemos huellas de hombres heraldos de una ciencia que no es de este mundo, sino que vemos la progresión humana con sus defectos y carencias, una evolución que desea ardientemente abandonar la oscuridad y abrazar el conocimiento, si bien es cierto, por otro lado, que los diferentes hallazgos arqueológicos en todo el planeta nos demuestran que el despertar del hombre se produjo mucho antes de lo que se creía.

En el caso que nos atañe, debemos dar gracias a Manetón de Sebenitos por la obra que en su día realizó, y que nos sitúa el origen de esta civilización en un momento concreto.

Manetón fue un sacerdote egipcio que vivió durante los reinados de Ptolomeo I y Ptolomeo II. Había nacido en Sebenitos, la capital de Egipto en esta dinastía, y era el sacerdote del Santuario de Serapis. El faraón Ptolomeo II estaba ansioso por conocer los orígenes de Egipto y encargó al sacerdote la misión de viajar por todo el país y recopilar de las bibliotecas de los santuarios aquella historia que comprendía tres milenios de antigüedad. Fruto del trabajo de Manetón nació la Aegyptiaca, el resultado de la unión de antiguos textos que en aquellos días solapaban la realidad y el misticismo, dando como resultado una visión un poco desenfocada. Esta obra divide los reinados en treinta dinastías, aunque sí hay que decir que tuvieron que ser escritas nuevamente, porque nos legaba más lagunas que hechos certeros. Manetón se limitó a recopilar los datos que existían en las bibliotecas de los santuarios y, sin duda, tuvo acceso a la información que también se recogió en lo que hoy conocemos como el Papiro de Turín. Este papiro, que fue encontrado en el siglo XIX, fue redactado por un escriba de Ramsés II en el reverso de un documento administrativo. Este escrito nos narra el reinado de nueve dinastías anteriores a los reyes predinásticos, entre los que se hallan los Venerables de Menfis, los Venerables Del Norte y los Shemsu-Hor, que gobernaron la friolera de trece mil cuatrocientos veinte años, hasta la llegada de Menes.

Los autores clásicos comenzarían copiando detalles de la Aegyptiaca y autores posteriores copiarían asimismo estas copias, por lo que el embrollo está servido. Llegados a este punto, debemos hacer referencia a los distintos expertos que han hecho múltiples cálculos para situar temporalmente el reinado de un faraón con una fecha acorde a nuestra manera de entenderlo. Así, podemos ver en unas tablas cronológicas como el rey Ahmosis inaugura la XVIII Dinastía en el año 1549 a. C., mientras que en otras obras o tratados veremos fechas como la de 1570 a. C. Las fechas que expondremos a lo largo de estas páginas están tomadas de la obra actual más completa que existe acerca de este tema: Las familias reales del Antiguo Egipto, de Aidan Dodson y Dyane Hilton. Asimismo, emplearemos los nombres en su forma más parecida al nombre original y no la adoptada del anglosajón con su entonación «kh», de forma que, frente a lo que algunos entienden por Hotepsekhemwy, nosotros emplearemos Hotepsejemui. Asimismo, cabe aclarar que las fechas que vamos a barajar de ahora en adelante serán todas antes de Cristo, a no ser que se indique lo contrario.

El tratar de colocar las primeras gentes del Valle del Nilo o sus raíces en un perímetro más allá de los oasis son absurdas especulaciones; sería un insulto a la inteligencia de los antiguos egipcios. El origen es mucho más sencillo si cabe, pero si para desarrollar una civilización cuasi perfecta se necesitó un milenio, ¿cómo pretendemos descubrir el secreto tan sólo en un siglo y medio? Lo que sí se puede asegurar con rotundidad es que durante el quinto o séptimo milenio algo sucedió en Egipto, algo que sentó las bases de la mayor civilización del mundo, e incluso de la que nos rodea hoy día. Podría haber sucedido en cualquier otro lugar, pero sucedió en Egipto, en el país de las Dos Tierras. Así pues, ¿cómo no rendirnos a la evidencia de que realmente Egipto fueel capricho de los dioses? ¿Cómo podemos atrevernos a dudar, siquiera un instante, de que Egipto es en verdad el sueño de Dios hecho realidad? Pero no adelantemos acontecimientos, porque debemos conocer al hombre y la ciudad que dará origen a la I Dinastía.

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