Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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I. LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN » Menes y la fundación de Menfis

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MENES Y LA FUNDACIÓN DE MENFIS

Los egipcios, con el paso de los siglos, jamás perdieron de vista sus raíces. Los más brillantes faraones fueron siempre grandes amantes de su historia y, lo más importante, fueron conocedores de sus antepasados. Por ello, el gran faraón de la XIX Dinastía, Seti I, mandó elaborar una lista real en la ciudad más santa de todo Egipto: Abydos. Llegados a este punto, la historia de Egipto se bifurca, puesto que los egiptólogos avanzan en la historia a partir de este Narmer, pero, como hemos visto, los antiguos egipcios la inician a partir de Menes.

La aparición del rey Narmer o Menes, nos viene dada por la conocida representación que lleva su nombre, la «Paleta de Narmer», hallada en las ruinas de la ciudad de Nejen en 1898, a escasos nueve metros de la Maza del Rey Escorpión. En ella se relata la unión de las dos mitades del país de forma muy significativa. Dicha paleta está elaborada en pizarra verde, muy bien tallada y decorada en sus dos partes, el anverso y el reverso. Para describir las acciones que Menes había realizado, el artista se sirvió de un modelo peculiar: un registro a tres bandas que será modelo a imitar por generaciones y generaciones de artesanos. La primera escena nos muestra dos cabezas de vaca que encarnan a la diosa Hathor[3] y es esta la gran y bella diosa madre de las madres, sin igual en el cielo y apreciada y amada en todo Egipto. La representación de Narmer nos muestra a un hombre ciñendo la corona blanca, con un rabo de toro atado a su cintura que sostiene una maza ritual como la de Escorpión, y se dispone a golpear con ella a un enemigo vencido que está derrotado bajo el emblema de Horus. El rey está representado a tamaño mayor que el resto de los personajes, resaltando así su condición de Grande. En la banda inferior vemos a varios enemigos maniatados.

Anverso y reverso de la Paleta de Narmer. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

El reverso de la paleta tampoco nos deja indiferentes. Ahora porta la corona roja y se dirige hacia la contienda. No nos narra la batalla sino la victoria, puesto que los enemigos yacen sin vida. En la banda central, dos individuos entrelazan los cuellos de unos animales, simbolizando la unión de las dos partes del país. En la última banda, nuevamente aparece un toro derribando las murallas de una fortaleza. Los supervivientes padecen bajo las pezuñas del toro, enfurecido y rabioso. Ha comenzado la aventura, se ha dado paso a la I Dinastía. Para realizar esta hazaña, parece ser que se contó con la ayuda inestimable de ‘Los diez grandes del sur’[4]. Este grupo de hombres tendrá importancia durante varios años.

Ignoramos la fecha exacta en la que Menes aparece en escena, siendo pues, las cronologías que se citen una aproximación histórica. Según la lista real de Abydos, el primero de los gobernantes de un Egipto unificado fue el rey Menes. Decir que Narmer y Menes fueron la misma persona es algo que hoy día está completamente aceptado por la gran mayoría de egiptólogos. Pero sin embargo existen algunos datos que nos incitan a pensar lo contrario. Por ejemplo, la Piedra de Palermo, una gran losa de basalto negro que data de la V Dinastía, nos habla de Narmer, de Menes y de Aha. ¿Tres nombres bajo la piel de un solo hombre? No lo sabemos. Sin embargo, no termina aquí el debate de si nos hallamos ante el nombre de Nebti o el nombre de Horus. Y es que este es otro problema que hay que pasar a la hora de intentar colocar a estos hombres en su lugar correcto de las páginas de la historia:

El nombre de Horus es un título que los reyes utilizaron honrando al dios Horus para poder asentar su reinado. Este nombre atestigua el carácter divino del rey.

El título de Nebti es el nombre que otorgan las Dos Señoras, y el cuenco que se halla bajo ellas es el símbolo jeroglífico

neb

, que significa ‘Señor’, en femenino. Así se refiere a las diosas Nebjet y Uadjet.

El nombre de Horus De Oro era la unión de dos jeroglíficos, ‘oro’ y ‘halcón’. El oro expresa la carne de los dioses, y da al faraón la divinidad del dios sol.

El nombre de

Nesu-Bit

daba al rey la legitimidad sobre las Dos Tierras. Su traducción sería ‘Señor del Alto y del Bajo Egipto’. Es llamado el título

praenomen

, y es el nombre de trono. Aunque es el cuarto en la lista tiene sus orígenes en los primeros reinados de la I Dinastía. La caña y la abeja son los signos hieráticos del Norte y del Sur.

El

nomen

es el título que convierte al rey en ‘Hijo de Re’,

Sa Re

, que es su verdadero nombre. Desde el Imperio Medio se ligó al título de

Nesu-Bit

, nomenclatura de protocolo. Con el poder del verbo y de la palabra encerrada en el interior del cartucho real, que regenerará su potencia durante la eternidad, el ‘Señor del Alto y del Bajo Egipto’ sostiene con firmeza sus cetros de poder.

El nombre de Aha nos llega gracias a un

serej

y una etiqueta de marfil hallada en la morada para la eternidad de la reina Neith-Hotep, probablemente su esposa. La lectura del jeroglífico de la etiqueta de marfil ha hecho deducir a muchos egiptólogos que Aha y Menes podrían llegar a ser la misma persona. En otra etiqueta hallada en Abydos, donde Aha se hizo construir su mastaba, se muestra una serie de hechos ocurridos en Kush (Nubia) o Sais. En otra etiqueta, se nos narra una ceremonia denominada como «Recepción entre el Sur y el Norte».

Otros anales registran una serie de hechos acontecidos bajo el reinado de Menes, como que en su año decimoprimero de reinado se celebró una gran fiesta en honor del dios Anubis. En el año decimosegundo celebró una fiesta del Toro. En su año decimotercero celebró un festival de nacimiento. En el año decimoséptimo o decimoctavo de su reinado organizó un festejo para conmemorar el nacimiento de Anubis. En el año decimonoveno se sabe que tan sólo reinó los primeros seis meses y siete días.

El nombre de Menes podría traducirse como ‘El que permanece’, ‘El que queda’. Casi con toda seguridad nació en la ciudad de Tinis, localidad cercana a Abydos y lugar de nacimiento de los soberanos de las primeras dinastías. Menes gobernó un Egipto unificado durante sesenta y dos años. En este tiempo, aplastó las rebeliones internas y llevó sus ejércitos más allá de las fronteras naturales para la grandeza de su país. Finalmente, sería un hipopótamo el que pusiese fin a su vida. Pero sin duda, el mayor logro de Menes fue la creación de una capital para controlar el país y, para ello, ideó la magnífica ciudad de Menfis[5], ‘La balanza de las Dos Tierras’.

Su nombre egipcio era Ineb Hedj[6] y fue la primera gran capital de Egipto. Se la denominó ‘La balanza de las Dos Tierras’ porque desde allí se tenía un control absoluto de todo el país, sin estar demasiado lejos ni del sur ni del norte. A partir del Imperio Medio se la llama Anj-Tawi, ‘La que une a las Dos Tierras’. Su localización era, sobre todo, fronteriza.

Desde su capital, Menes preparó su cometido. Realizó obras para canalizar el agua de las crecidas y procedió a la creación de las ramas administrativas para gobernar las dos mitades del país. Ineb Hedj se convirtió en el centro administrativo más importante de Egipto, siendo modelo a imitar por todas las ciudades del Mundo Antiguo. Menes levantó un edificio digno de un rey, al cual llamó ‘La Gran Morada’[7]. El departamento que más floreció en la antigua Menfis fue un gigantesco núcleo religioso, de donde surgieron las diferentes teologías egipcias. El patrón de la ciudad era el dios Ptah, y para él se levantó un gran santuario al que se llamó Het-Ka-Ptah que podría traducirse como ‘Los dominios del Ka de Ptah’. Los griegos tradujeron el nombre de este templo como Aiguptos, que derivaría en el nombre Aegyptus y finalmente en el de Egipto. Podría decirse que en estos días se da inicio a la técnica de construcción, si bien en estos momentos todo se construye en madera o barro. Sin embargo, los artesanos comienzan a aprender los secretos de sus oficios. Eran precisos ensamblajes de madera que fueran resistentes para obtener un edificio que durase el máximo tiempo posible. Se plantaron árboles de sicómoro, acacia, palmeras, tamariscos, sauces y otras maderas para satisfacer las necesidades de las clases altas. Llegó un momento en el que se hizo necesaria la creación de los nomos.

Menes creó los distintos distritos e ideó para cada uno de ellos un signo jeroglífico que representaba un rectángulo con cuadrículas, simulando una extensión de terreno y sus acequias. No sabemos exactamente cuántos nomos creó el rey, pero sí sabemos que a finales del Imperio Antiguo existían treinta y ocho nomos en Egipto. En el esplendor del Imperio Nuevo existían cuarenta y dos, número que coincidía con los jueces que presidían el Tribunal del Más Allá.

La evolución de la ciudad condujo a una avalancha de comodidades, como estuches y enseres de maquillaje: sillas, cofres, armarios de madera y utensilios labrados en piedra para perfumes; se perfecciona la técnica del tejido creándose elegantes vestidos. Pero, sobre todo, destaca el trabajo de los joyeros. El oro y la plata, tan preciado en nuestro mundo, solía emplearse como moneda de cambio entre los pobladores del Sinaí, que a cambio conseguían turquesa y lapislázuli. Desde las minas de Afganistán llegaba a Egipto esta última piedra preciosa, el lapislázuli, que se distribuía a través de unas antiguas rutas comerciales que tenían como destino el mundo mesopotámico. De los días de Escorpión y sus más inmediatos antecesores nos han llegado magníficos collares de cuentas a los que se había dotado de un poder que prolongaba la vida. Las cofradías de los joyeros fueron adquiriendo cada vez más destreza y no tardaron en surgir piezas de imitación de los más variopintos colores. Con la aparición de Menes y el comienzo de la I Dinastía, comienza a emplearse la fayenza[8]. Prontamente se asimila a los cultos funerarios y permanecerá arraigada a estos ritos de manera casi indisoluble hasta los últimos días.

La herramienta para la escritura avanzó rápidamente. El papiro era una planta que crecía en el Bajo Egipto y simbolizaba la unión de las Dos Tierras. Su uso abarcó múltiples funciones, pues se ingería, se hacían cestos, sandalias e incluso se empleaba para la fabricación de muebles. Pronto llegó a convertirse en el soporte vital de los escribas reales, y el empleo del papiro como medio de escritura perduraría durante siglos. El último documento escrito en un papiro es un texto árabe que data del siglo XI d. C. Sin embargo, en estos inicios del Egipto Dinástico el uso del papiro como documento estaba destinado a ser utilizado únicamente por el rey. Avanzada la técnica del arte, los papiros inspirarían las descomunales columnas papiriformes que sostienen las techumbres de construcciones impresionantes como la del complejo de Karnak.

A pesar de todo, desconocemos demasiados aspectos de la antigua Menfis. Sí sabemos que su área de influencia comprendía las regiones de Zawiet el-Aryan, Dashur, Saqqara, Abusir, Gizeh y Abú Roash. Era una gran ciudad con sus pequeñas administraciones extendidas a su alrededor. Es más, se sospecha que la ciudad como tal podría haber ido cambiando su situación de norte a sur y viceversa. La inmensa mayoría de textos que nos hablan de esta gran urbe son del Imperio Nuevo. La ciudad recibe una herida mortal con la llegada del cristianismo y se tambalea durante unos pocos cientos de años, en los que las piedras que cantaban la magnificencia de su milenaria historia iban siendo desperdigadas aquí y allá. Desmembrada y diseminados sus miembros, padeciendo el mismo destino que el dios Osiris, su muerte llegó a manos de los musulmanes en el año 641 de nuestra era. Un viajero que llegó a Egipto en el siglo XII dijo acerca de Menfis: «Las ruinas ofrecen al que las contempla la posibilidad de imaginar la más extremada belleza que ha podido crear una mente inteligente. Ni siquiera el hombre más sabio o mas elocuente podría jamás expresarse de forma tan asombrosa y maravillosa». Es imprescindible resaltar el nombre de don Pedro Martín de Anglería, un embajador español que los Reyes Católicos enviaron a Egipto para prever cualquier tipo de ayuda que los mamelucos pudieran ofrecer a los árabes expulsados de Granada. Pues bien, este hombre fue el primero de los investigadores que ubicó de forma correcta a la ciudad de Menfis y realizó uno de los primeros estudios científicos de las pirámides.

Una vez llegados a este punto, comenzaremos a conocer el nombre de la primera de las mujeres importantes de este reinado, la reina Neith-Hotep. Las reinas jugaron un papel fundamental en la cultura egipcia: la dualidad tuvo mucha importancia en la política del país. Algunos estudiosos de estos primeros años sostienen que esta mujer era originaria del Delta del Nilo. Esta deducción nos viene dada del empleo del nombre de la diosa Neith. De ser cierto, tal vez nos hallásemos ante el primer matrimonio político, concertado y entablado para sellar un pacto entre Menes y la familia más poderosa del Norte, sin duda, para que los combates cesaran y el estado faraónico pudiera comenzar su andadura. Se señala a Neith-Hotep como la iniciadora de una saga de mujeres que acuñó con sus actos las dos potencias creadoras que dieron estabilidad al país en este proceso de unificación. Desgraciadamente, de estas remotas épocas son muy pocas las informaciones que nos han llegado.

Durante el mandato del rey unificador, los nobles y los reyes se construyeron sus mastabas en Saqqara. La tumba de Menes es un macizo de ladrillo de grandes dimensiones, que comprende tres estructuras catalogadas como B10, B15 y B19. Se trata de un sistema de compartimientos con una cobertura de madera. Allí se hallaron restos de treinta y tres enterramientos subsidiarios, una costumbre bastante bárbara y casi prehistórica que consistía en enterrar junto al rey su cohorte de sirvientes personales, que podían llegar a ser más de trescientos, como lo atestiguan varios casos. Lo cierto es que esta absurda costumbre continuó hasta la II Dinastía. Junto a ellos, se enterraron también siete jóvenes leones. Esta primera estructura ya demuestra la evolución que Egipto había adquirido, sobre todo, en lo que concierne a la escritura. Y es que a pesar de que, como hemos visto, la escritura ya hace aparición con Escorpión, se hace necesario un desarrollo de la misma para que se pueda aplicar a la arquitectura. El concepto numérico, que podría haber existido con anterioridad, debe aplicarse al plano de la construcción que se va a realizar. Sería absurdo pensar que los arquitectos y constructores de la I Dinastía realizaron la mastaba de Menes dejando al azar todo lo que ello implica. De la misma forma, la arquitectura en sí no es sino un concepto numérico, un conjunto de medidas y distancias que van cobrando forma según van avanzando las obras. Como podremos ver, por ejemplo en la mastaba del rey Den, la aparición de losas de piedra a modo de suelo ya muestra una evolución en la forma de concebir el objeto que se va a realizar, y esto sólo era posible mediante un sistema numérico. A pesar de que muchos autores sostienen que el número en sí carecía de importancia, la medida que podía tener un codo real ya implicaba un punto de referencia que equivalía el sistema numérico. Y aquí debiéramos mencionar el papel de las Casas de la Vida, aunque trataremos ampliamente este apartado en el capítulo siguiente. Este extraño nombre estaba destinado a los lugares donde se impartía la sabiduría. Aquí se aprendía el oficio de escriba, se daban las nociones básicas de álgebra, matemáticas, ciencias, astronomía y un largo etcétera.

La sociedad dio un paso gigantesco con el reinado de Menes, una evolución en todos los aspectos, pues, como hemos visto, si ya la agricultura en Egipto despuntó con Escorpión, Menes debe llevar la sociedad al siguiente escalón que su gobierno se extiende a todo el país, y en Egipto hay zonas donde abunda la caza y otras donde esta es prácticamente inexistente.

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