Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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I. LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN » Merit-Neith

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MERIT-NEITH

En este momento de la historia de Egipto, nos hallamos con uno de los escasos reinados en los que el trono de las Dos Tierras fue detentado por una mujer: Merit-Neith. Su nombre puede ser traducido por ‘La diosa Neith está en paz’. El universo egipcio se rigió desde sus albores en un intento de mantener un equilibrio cósmico. Entramos aquí en una compleja teología, pues Neith es viento e inundación al mismo tiempo, es la enorme extensión de agua de la que nace la vida, la que se ha creado de la nada, que creó los seres y las divinidades. Es madre, dios y diosa a un tiempo. La dualidad del rey y su consorte real se consolida sobre la base de que el hombre desempeña el papel de mujer, y al contrario. Como los antiguos textos nos relatan, Neith creó el mundo con siete palabras y se dio a luz a sí misma. Ocurre pues que bajo la protección de esta diosa, una mujer se convierte en independiente y autónoma, y más cuando el rey la califica de «potencia divina de cuyas orientaciones vivimos, padre y madre, única y sin igual». Por este hecho en las estelas atribuidas a Merit-Neith no está presente Horus, protector del faraón. A la reina Merit-Neith podemos aplicarle el mismo papel que a nuestra anterior fémina, la reina Neith-Hotep. Algunos autores señalan la necesidad imperiosa que en estos días todavía existía de formar alianzas con las grandes familias. Desgraciadamente, casi nada se sabe de ella, y sus moradas para la eternidad poco aportan, sino más abismo entre ella y nosotros. La que se hizo erigir en Abydos, como los grandes reyes, mide 19 x 16 metros. Fue construida en el fondo de un pozo, y sus paredes son de ladrillo. Es una de las mejor realizadas en esa época. Entre las paredes hay ocho capillas donde se depositaban objetos rituales. El suelo es un entarimado de madera y tiene varias estelas en honor a su figura. Tanto en Saqqara como en Abydos la morada para la eternidad de Merit-Neith está rodeada por las moradas de los funcionarios y setenta y siete sirvientes. Desde cierto punto de vista, Merit-Neith no es más que una sombra invisible, pero esta sombra encarna, sólo con su nombre, la grandeza de una civilización: diosas encarnadas en reinas.

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