Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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I. LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN » Reneb

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RENEB

Conocemos el nombre de los tres primeros reyes de la II Dinastía gracias a unas inscripciones que un artista anónimo grabó en la parte posterior de la estatua del sacerdote Hotep-Dif. Hotepsejemui, Reneb y Ninetjer son, por desgracia, tan sólo tres nombres sin demasiada historia que contar. La traducción de su nombre podría ser ‘Re es el Señor’, o también se interpretaría como ‘Señor del Sol’. Sabemos que su nombre de nacimiento fue el de Kakau. Este es un hecho que denota un reinado tranquilo sin las angustias que había sufrido su abuelo, pues tan sólo una situación de estabilidad podría proporcionar esta transición. La inclusión del nombre de Re a la denominación de la persona del rey también nos muestra la evolución teológica que se ciñe en torno a su divinización, y es que bien pudiera ser que aquí aparezca por vez primera Re como divinidad para fijar una señal de medida entre las disputas habidas entre los partidarios de Horus y Seth. De alguna forma, la naciente teología heliopolitana comenzaba a fijar un punto de partida hacia una prosperidad que se alejase de todos los conflictos internos que vivía el país. Sin duda, este es un hecho que, aunque no esté probado, nos deja una vía de investigación abierta hacia tal efecto, y nos mostraría un hecho fundamental, y es que no sería Djeser Netherijet quien se afirmase como heredero de ese linaje solar, sino que, en cierta medida, volvería su vista atrás, viendo el levantamiento de Re como divinidad suprema. También inició la adoración del Toro Sagrado en el Santuario de la Ciudad de Iunu[14]. Con este hecho, se fundó el complejo religioso más antiguo de Egipto, y Reneb convirtió a su país en una nación muy poderosa.

Sacerdote Hotep-Dif.

Museo de El Cairo, Egipto.

Estela de Reneb. Museo Metropolitano, Nueva York. Fotografía de Keith Schengili-Roberts.

La antigua Heliópolis fue uno de los tres pilares del Antiguo Egipto, junto a Tebas y Menfis. Era la capital del XIII nomo del Bajo Egipto, y aquí se forjó la primera teoría de la Creación. Además, era centro del estudio de astronomía, ciencias o matemáticas. De este núcleo religioso partiría toda la herencia que los faraones irían heredando por muchas generaciones. La vida que se creó en Heliópolis no es de carácter individual, sino que articula todo un conjunto de seres, que forman el universo entero. Esta fuerza viva del cosmos era Atum, quien por sí mismo toma conciencia de su existencia y adquiere la capacidad de pensar, abarcando así todas las cosas creadas. La teoría de esta creación del universo, según los antiguos egipcios, no surgió al azar, pues se basaron en una forma predominante, observando la naturaleza, todos los seres animales y todos los seres vegetales. Las mentes que crearon este concepto de milagro formarían la casta sacerdotal.

Una vez que Atum se ha creado a sí mismo, se une con su propia sombra y realiza un acto de masturbación. Así se originan las divinidades destinadas a formar los pilares del cielo. Shu, el aire, es escupido por la boca, mientras que Tefnut, que simboliza la humedad, es vomitada. Ya ha sido creada la primera pareja divina, el inicio de una gran estirpe de dioses cuyo único objetivo es propiciar la estabilidad de Egipto. Se hace necesaria la creación del cielo y de la tierra, para que Shu domine el aire y para que Tefnut humedezca los campos. Así es como nacen Geb, la tierra, y Nut, el cielo. Todo lo que se mueve, arrastra o vuela pertenece a Geb, mientras que todo lo que brilla en la oscuridad, el manto estelar, es obra de Nut. La tierra, para poder unirse con el cielo, se incorpora sobre sí misma, con su pene en erección y proyecta su esperma hacia el cosmos, alcanzando el vientre de Nut. Una vez se ha preñado el cielo con la simiente de la tierra, la diosa Nut se dispone a alumbrar a sus cinco hijos. Cada uno de ellos nacerá en los llamados «días hepagomenales», los destinados a corregir el desfase del calendario egipcio, que contaba con trescientos sesenta días. El primer día hepagomenal nace Osiris y, ya desde su nacimiento, como hijo primogénito, está destinado a gobernar Egipto. Con él, Nut tiene un parto muy placentero. El segundo día nace Horus Haroeris, que en realidad habría sido hijo de Osiris e Isis concebido dentro del propio vientre de Nut. El tercero de los días hepagómenos nace Seth, que provoca grandes dolores a su madre, casi como una anunciación del caos que este dios traería al universo. El cuatro día nace Isis, señora de la magia, que calma así los dolores de parto producidos por Seth, y Nut tuvo un parto muy placentero. El quinto día nació Neftis, que en el vientre de su madre ya se había entregado a Seth. Así es como nace el conjunto de la Enéada Heliopolitanta, los Nueve Dioses que, por medio de Atum, darán forma y vida al universo. Este proyecto religioso es el reflejo de la práctica totalidad de las antiguas religiones. No por casualidad se toma conciencia de un universo, y la teología heliopolitana, la primera de la historia de la humanidad, marcó el devenir y el comportamiento social de los hombres de esta época. Sin embargo, a lo largo de la historia de Egipto, esta compilación sagrada expandió su abanico de influencia, una posibilidad para que las deidades de otras localidades tuvieran igualmente su función creadora. Este sería el caso del dios Thot, procedente de la ciudad de Jemenu[15], que fue asociado de manera necesaria para el desarrollo de la Enéada de Heliópolis. Esto sucede cuando el dios Re, celoso por la unión carnal entre Shu y Nut, ordena al padre de estos, Shu, que termine con este romance. Así es como el aire se coloca entre el cielo y la tierra, al tiempo que la desdichada Nut se ve obligada a tomar su postura arqueada que origina el nacimiento de la bóveda celeste. En semejante postura, Nut se ve incapacitada para alumbrar a sus vástagos, y aquí es donde entra el dios Thot, señor de la sabiduría. Sabiéndose más sabio que el propio Re, Thot reta a este a una partida de Senet, un juego que equivale al ajedrez de hace tres mil años. Thot gana la partida y consigue cinco días en los que Nut podrá tomar la postura de parto: serán los cinco días hepagomenales. Como podemos ver, la entereza del panteón egipcio es sólo superada por su complejidad, y aún más cuando dentro de la propia Heliópolis se conceden muchas variantes de la creación, textos reservados tan sólo a los iniciados y que contenían un alto valor simbólico, concebido para dar conformidad a los diversos hechos que se suceden en la vida. Por ejemplo, una de las variantes de la lucha entre Horus y Seth nos cuenta que una vez vencido el malvado tío por su sobrino, es atado a un poste. De forma increíble, Seth consigue zafarse de sus ataduras y embauca a Isis para copular con ella, huyendo después. Horus, al enterarse de este hecho, decapita a su madre. Aquí vemos a Seth representando al desierto que tras la crecida invade los pastos verdes. Isis es el Nilo, que ha perdido su fuerza por acción de la crecida, al tiempo que Horus es el halcón, el símbolo por excelencia del cazador, que con la llegada de la sequía se desespera ante la carencia de alimento. He aquí una representación de uno de los momentos clave, año tras año, de la vida para Egipto: la crecida del Nilo. En esta teología podemos ver el patrón que los exegetas que compusieron el Antiguo Testamento tomaron a la hora de componer las Sagradas Escrituras, donde, igualmente, Dios tomó conciencia de sí mismo en medio del caos, creo el mundo y luego al hombre y a la mujer a su propia imagen y semejanza. Dios le dijo a Adán y Eva, «Creced y multiplicaos», que se ha de interpretar como que la nueva pareja ha de tomar posesión de todo el reino que Dios ha creado para ellos. Adán y Eva son la primera pareja de dioses creada en el Paraíso Terrenal, y de hecho hasta que Adán comió del árbol prohibido, su existencia era idéntica a la de un dios.

Los sacerdotes de la VI Dinastía eligieron Heliópolis para excavar sus moradas para la eternidad, y su herencia es incalculable. Sabemos que la edificación, en líneas generales, era fundamentalmente la de forma de podium, imitando una mastaba en la que se erigía un obelisco que era el símbolo del culto al sol. Sobre lo más alto del obelisco se colocaría un objeto cónico, cuyo nombre era ben-ben. Sabemos estos y otros datos gracias a restos hallados, como los que se encontraron en la pirámide de Amenemhat I. Este ben-ben, en especial, estaba recubierto de electro. Junto al obelisco, se colocaba un gran altar de piedra. Esta mesa de ofrendas estaba rodeada por cuatro bloques, también de piedra, que simulaban el jeroglífico Hotep[16]. Los cuatro estaban orientados a los puntos cardinales. Los egiptólogos han llegado a deducir que el altar recibía casi con seguridad el nombre de ‘Re está satisfecho’. La importancia de la ciudad de Iunu prevaleció incluso durante el Imperio Nuevo, en los días en que Tebas era la capital del país, y su patrón Amón había sido nombrado Dios de dioses. En el año 525 a. C., la ciudad de Iunu fue arrasada y destruida. Tuvo un pequeño resurgir en los días grecorromanos, pero ya jamás volvió a ser aquel majestuoso centro teológico. Sus santuarios y obeliscos serían transportados a la bella Alejandría, y el resto de la ciudad se esparció por todo Egipto, ya que con la llegada del islam aparecieron también los ladrones de piedra, y el sueño se extinguió.

Sin embargo, en estos días del rey Reneb Iunu iniciaba su andadura. El nombre de este rey se halló en numerosos lugares de Egipto, en la citada estatua del sacerdote, en una estela en Menfis y en una mastaba de Saqqara. El hallazgo más importante del nombre de Reneb se halla en Armant, tallado en una roca situada en medio de una importante ruta comercial que comunicaba al Nilo con los oasis occidentales. Esto nos indica un gran flujo de actividad, lo cual implica un período de paz y prosperidad, ya que para mantener una ruta de comerciantes que mantengan un continuo ir y venir de mercancías es necesaria la organización de policías, milicias, puestos fronterizos y que las ciudades puedan intercambiar sus productos, hecho que a su vez exige una productividad interna de cierto nivel.

No sólo la vida de este monarca es un enigma, sino también su muerte. Ignoramos cuál fue su lugar de enterramiento. Sabemos que al menos los primeros reyes de esta dinastía construyeron sus moradas para la eternidad en Abydos, pero el hallazgo de sellos con el nombre de Reneb en Saqqara sugiere que tal vez escogiese esta necrópolis como su lugar de descanso para la eternidad.

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