Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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I. LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN » Ninetjer

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NINETJER

Su nombre de Horus significa ‘Divino’, ‘Lo que pertenece a Dios’, y heredó un Egipto próspero y fructífero. No obstante, no por ello debemos pensar que tuvo días felices y gloriosos sobre el trono de las Dos Tierras. La Piedra de Palermo nos cuenta que este hombre reinó cuarenta y siete años y, a raíz de los hallazgos, todo parece indicar que fueron bastante ajetreados. En principio, son preocupantes los hallazgos que muestran una serie de pobres crecidas. Los restos hallados nos revelan un terrible dato, y es que en varios años las crecidas ni siquiera llegaron a media altura.

Con todo esto, Ninetjer creó una unión central con todos los bandos. Mantuvo el culto de Hotepsejemui, hecho que encerraba la importancia de conservar la tradición, y seguramente procuró satisfacer por igual a todos aquellos que mantenían cierto poder. Parece ser que el rey prestó mayor atención a la zona del Bajo Egipto, tal vez porque viese allí mayor peligro de disensión, o por el contrario porque la influencia teológica se movía en esta mitad del país. Al menos durante treinta y cinco años tenemos una serie de datos; por ejemplo, la presencia del rey en la región de Saqqara, celebrando un festival en honor al dios Soqaris[17], realizado al menos durante seis años seguidos. Entre el año noveno y decimoquinto de reinado, Ninetjer aumentó el culto al Toro Sagrado de Apis, también asimilado en esta región. En lo que se refiere a sus acciones sobre el Alto Egipto, sabemos que también llevó a cabo varios festivales para la congratulación de la diosa buitre Nejbet. Con estos festivales, el rey mantenía unidas las dos partes del país.

Sin embargo, los movimientos de tropas militares también se destacan en su reinado. Así, en su año decimotercero, se pone al frente del ejército y se dirige hacia «La tierra del norte» y la ciudad de Shem-Shem-Re, donde un grupo de insurrectos estaban llevando a cabo un levantamiento. Estos rebeldes planeaban tomar el control de algunas ciudades, así que el Señor de las Dos Tierras se ve forzado a ponerlos a raya, para mantener la seguridad de Egipto. Estas acciones militares nos vienen a decir que, llegados a este punto del camino, la estabilidad de Egipto aún no estaba totalmente afirmada, tal y como nos lo mostrará un personaje posterior, pero sí que el país funcionaba con eficacia.

Ninetjer llevó a cabo al menos un festival Heb-Sed, tal y como lo atestigua una figura de alabastro hallada en Saqqara. En esta imagen sedente del rey lo vemos ataviado con el típico traje de ceremonia y sobre su cabeza porta la corona blanca del Bajo Egipto. Otros hechos acontecidos tras su Heb-Sed también son registrados, como que en su año treinta y cuatro hizo el decimoséptimo censo de población, evento que se solía celebrar cada dos años.

La ubicación de su morada para la eternidad parece ser todo un misterio. En Gizeh fueron hallados cinco tarros con el nombre del rey, pero el hallazgo de más tarros similares en Saqqara induce a pensar que el rey confió su alma al dios Soqaris. Se baraja incluso la hipótesis de que muchos de estos restos diseminados fuesen reutilizados por los siguientes monarcas de la II y la III Dinastía.

Sin embargo, algo ocurre hacia el final de su reinado. Algo en este momento de la historia que nos deja como legado una confrontación de nombres que se suceden rápidamente. Aparece el nombre de Sejenib, aunque entre Ninetjer y este parece haber reinado un tal Nubnefer o Uadnes. Este hecho no está demasiado claro, pero la aparición de este hombre que se haría llamar Seth-Peribsen nos muestra que los conflictos entre los herederos de Horus y los herederos de Seth se prolongaron demasiado en el tiempo.

Este enfrentamiento no se llevaba a cabo sólo en la figura divina, sino que en el Valle del Nilo se había representado dicha escena en la batalla que dio como fruto la unificación del país.

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