Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto


II. DE LA MASTABA A LA PIRÁMIDE » Los cimientos de la Pirámide Escalonada

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LOS CIMIENTOS DE LA PIRÁMIDE ESCALONADA

La egiptología nos dice que el Imperio Antiguo comienza con la llegada de la III Dinastía. Como ya vimos, fue Manetón de Sebenitos el primero en dividir esta historia de Egipto en dinastías. A cada nueva familia dinástica la precede algún hecho, generalmente convulso, y que es el que marca la transición o el cambio producido. En este caso es innegable, ya que el elemento que cambia el período es la Pirámide Escalonada del rey Djeser Netherijet.

El Imperio Antiguo es una época de cambio. Si tomamos las cronologías que la egiptología ha concedido, vemos que desde Menes hasta el primer monarca de la III Dinastía transcurren unos trescientos ochenta y tres años. En el camino recorrido, Egipto ha abandonado gran parte de las herencias de sus más remotos antepasados, dirigiéndose hacia un momento de esplendor y riqueza de todo tipo. Uno de los hechos más destacados es la anulación de aquellos sacrificios funerarios, hecho que denota la clara humanización de aquellos hombres que residían a orillas del Nilo. Sucedió algo parecido a una revolución, porque aquello que tuvo lugar en Egipto no fue sólo a escala constructora, sino que todos los niveles que soportan al rey y a su consorte real conocieron un absoluto florecimiento. El mejor ejemplo de estos cambios lo hallamos en las mastabas de los príncipes o nobles de este período, ya que en ellas encontramos la valiosa información que nos permite ver y clarificar cómo se vivía en este momento. Como no podía ser de otra forma, la arqueología ha rescatado del olvido centenares de pruebas que nos aportan valiosísima información, y no sólo aportan sino que desmienten teorías absurdas promulgadas con anterioridad. Una de ellas, el más importante de los mitos falsos que rodeaban la figura de las pirámides: la esclavitud. Gracias al tesón y trabajo de los arqueólogos hemos podido conocer de primera mano a los obreros del rey Jufu, ver cómo era el lugar donde vivían, qué alimentos constituían su dieta, dónde dormían y cómo se organizaban. Aunque, como veremos más adelante, estos hallazgos no están exentos de serias dudas. El Imperio Antiguo es quizá el momento más emocionante de la historia de Egipto, cuando los hombres entran de lleno en sus creencias de la identificación de Dios con el rey, donde seguramente se consolida la clase sacerdotal de Heliópolis que propicia el auge y caída de este glorioso momento, que ya no se repetirá nunca más en los dos mil años siguientes.

La III Dinastía viene propiciada en cierta forma, según la opinión de algunos egiptólogos, por la aparición de una mujer. Vemos aquí nombrada por vez primera la figura de la reina como consorte, como soporte de esa unidad que forma la doble pareja real, pues todo en el universo egipcio está formado por una dualidad que lo catapultará hasta lo más alto del conocimiento. Habría que dejar claro que el Egipto que se tiende ante esta época de cambio nada tiene que ver con esa figura de guerreros despiadados que se nos ha ofrecido en más de una ocasión.

No obstante, sí que tuvieron lugar acciones militares en determinadas zonas, como veremos, para la disputa de enclaves que marcaban la prosperidad de un país.

Y es que eso es precisamente lo que Egipto buscaba: la prosperidad. La forma de ver y entender el sentido de la vida que tenían los antiguos egipcios hacía impensable un papel estático y sin valor alguno, ya que su pensamiento estará perfectamente acoplado a la fuerza motriz que regirá los destinos de los reyes de Egipto, esa entidad privilegiada que había organizado y que dirigía aquel circo de la vida. Y precisamente esa es la función de sus tumbas, las moradas para la eternidad que los reyes del Antiguo Egipto levantaron a lo largo del país. Son auténticos vagones exprés enganchados a esa locomotora que es la eternidad, un viaje sinfín entre esas dos estaciones situadas a las dos orillas del Nilo, el este y el oeste, o lo que es lo mismo, Egipto y el Más Allá. Sin embargo, en un primer momento no nos detendremos demasiado en estos monumentos funerarios, puesto que les dedicaremos por entero el siguiente capítulo.

Dado que la figura del Egipto unificado es su rey, tanto en el Alto como en el Bajo País es él quien domina las manecillas del reloj. Así pues, tan sólo de él depende que las agujas sigan girando una vez abandonado su cuerpo mortal, y ahí nace la máquina de resurrección, construida con ladrillos de barro del Nilo mezclados con paja, secados bajo el poderoso calor del dios Sol. El nacimiento de la mastaba ha sido estudiado con detenimiento, y los especialistas sitúan su origen en los primeros moradores que enterraron a sus seres queridos bajo la arena del desierto formando una especie de talud. El descubrir que el cuerpo permanecía intacto, deshidratado por la sequedad de la arena caliente, debió causar admiración en un principio. De ahí surgió la idea de potenciar esa eternidad. Mastaba es una palabra árabe que significa ‘banco’, ya que durante las dos primeras dinastías las moradas para la eternidad tenían dicha forma. Asimismo, en los primeros días tiene origen la aparición del chacal asimilado a las necrópolis, pues muy posiblemente esos perros del desierto acudían a los terrenos sagrados para saciar su hambre con los despojos que allí se ocultaban. Tampoco debemos olvidar las técnicas de momificación, que justamente consiguen perfeccionarse durante el Imperio Antiguo, ya que los restos humanos hallados que corresponden al anterior Período Tinita no son momias ciertamente, pues no se había alcanzado todavía una técnica capaz de conservar el cuerpo. Como tendremos ocasión de comprobar, son muy pocas las momias reales del Imperio Antiguo que han llegado hasta nosotros, y alguna de ellas ha aparecido fragmentada, como la posible momia de Snofru, del cual sólo sobrevivió parte de su cuerpo. Pero es clara la identificación de sistemas y formas de envolver con lino el cuerpo del difunto, hasta que finalmente se lograrían las perfectas momias que hoy tanto impresionan, que provienen del Imperio Nuevo.

A lo largo de las dos primeras dinastías, estas mastabas se construían, pues, de barro y madera. Sin embargo, la mastaba de Jasejemui marca un punto de transición en lo que a la construcción se refiere, como hemos podido comprobar. Sin embargo, la transformación de la mastaba a la pirámide no sucede inmediatamente con la muerte de Jasejemui. Si los reyes de la I y II dinastías nos ofrecen un montón de lagunas acerca de fechas, posible existencia, hijos y un largo etcétera, el comienzo de la III Dinastía no iba a ser menos. En el caso de Horus Senajt nos hallamos ante un verdadero rompecabezas. En un principio diremos que Manetón de Sebenitos y la lista real de Abydos lo sitúan como inmediato sucesor de Jasejemui, y que también pudo haber sido conocido bajo el nombre de Nebka. Para esta hipótesis nos basamos en el hallazgo de una inscripción en la que podemos leer su nombre de Horus, Senajt; y junto a este nombre tan sólo son legibles las dos últimas letras: Ka. Esta inscripción se apoya, asimismo, en numerosas fuentes que citan a un rey llamado Nebka, que funda la III Dinastía; pero el problema viene cuando otras fuentes colocan a Senajt en cuarto lugar de la lista, reinando justo después de Horus Qa’ba. Por si esto fuera poco, nos podemos referir a unas inscripciones de arcilla que llevan el nombre de Djeser Netherijet, también hijo de Jasejemui, y a su madre Hepenmaat. En dichos textos, ella recibe el título de ‘Madre del hijo del rey’[20]. Ese hijo no sería otro sino Djeser, cuyo sucesor fue su hijo Sejemjet. Otras indicaciones colocan a Qa’ba como tercero en la línea dinástica, siendo Nebka, como hemos dicho arriba, el cuarto rey de la III Dinastía. Nos hallamos ante un sinfín de teorías y combinaciones posibles que nos impiden desvelar el secreto que con recelo oculta en su interior. No nos cabe duda de que, mientras no se demuestre lo contrario, todas estas hipótesis son válidas y, exceptuando uno o dos puntos de falta de acuerdo, podemos colocar a Senajt como el primer monarca de la III Dinastía. Pero sin embargo, llegar a esta conclusión conduce a un horrendo suceso, pues veríamos que en verdad Senajt usurpó el trono de Djeser. Dicho acontecimiento vendría siguiendo unas pautas. Algunos egiptólogos señalan la posibilidad de que Senajt perteneciera a la familia real, pero no a la rama dinástica sino a una rama familiar de una esposa secundaria de Jasejemui; al parecer no encontró oposición alguna por parte del infante que realmente debería haber subido al trono, y deducimos que, a pesar de que la reina Hepenmaat fuese la ‘Madre del hijo del rey’, seguramente Djeser era muy niño o demasiado joven como para entablar una disputa por el poder. Lo cierto es que la mayoría de pruebas señalan a Nebka / Senajt como el fundador de la nueva dinastía y un hombre oscuro con la clara intención de usurpar el poder.

Dejando a un lado este lío, y una vez hemos presentado ya a Horus Senajt, debemos decir que le atribuiremos un reinado de entre cinco y siete años. Para este hecho, nos valemos de unas pocas fuentes, de las cuales la más importante es el Papiro Westcar. Es interesante, asimismo, saber también que otras fuentes oficiales de gran importancia, como la Piedra de Palermo, ni siquiera mencionan su nombre. Tal vez debido a su corto reinado tan sólo podemos atribuirle una construcción, una mastaba que se hizo construir en Beit Kalaf, que lleva el número de registro K2. Sin embargo, los hallazgos que mencionan a este rey sí que son varios. Entre los más destacados, una inscripción en una pequeña pirámide en las cercanías de Aswan; una estela en el Sinaí, en Uadi Magara. Esta nos revela que Senajt inició la explotación de una mina de turquesas y de cobre en las montañas del Sinaí. En la cara interior de la piedra se halla su serej. Bajo este, aparece el rey golpeando a un enemigo. Los egiptólogos, tras estudiar esta estela, han llegado a la conclusión de que pudo haber sido hermano de Djeser. Sin embargo, no existe prueba definitiva. La única evidencia es que este rey no dejó una huella importante en la historia de Egipto. Sin duda, su mayor logro fue dejar paso al hombre que daría el vuelco definitivo a la razón de ser del pueblo egipcio. Se había iniciado la era de las pirámides.

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