Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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II. DE LA MASTABA A LA PIRÁMIDE » Djeser, su arquitecto Imhotep y la III dinastía

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DJESER, SU ARQUITECTO IMHOTEP Y LA III DINASTÍA

La importancia de Djeser Netherijet fue tal que a los egipcios que vivieron mil quinientos años después de su muerte no les pasó por alto. Así, cuando se redactó la lista real del Papiro de Turín, aquel escriba que ejercía bajo las órdenes de Ramsés II resaltó su nombre en tinta roja para que quedase claro que no se había olvidado la brillantez y esplendor de aquel reinado. Su nombre significa ‘prestigioso’, ‘admirable’, ‘venerable’, ‘sagrado’, y Djeser Netherijet podríamos traducirlo como ‘Más sagrado que el cuerpo [de las divinidades]’. Sin duda, nos hallamos ante un rey que ha heredado un país íntegro y totalmente unificado. Como hemos visto, Netherijet fue hijo de Jasejemui y la reina Hepenmaat. Esta mujer debería tener su nombre con letras mayúsculas en la historia de Egipto, ya que, situada en esta transición de dinastía, bien pudo haber provocado el cambio que su hijo llevó a cabo en la figura del rey. Solo así se entiende su nombre, cuya traducción es ‘La que lleva el timón de Maat’[21]. Su hijo dará un salto en la evolución de rey a semidios y este hecho será crucial no sólo para la adquisición de la esencia divina en la realeza, sino que como veremos, será fundamental para la aparición de la primera pirámide. Además, no hemos de olvidar el entramado de la usurpación, ya que, de ser cierto, Hepenmaat tuvo por fuerza que jugar un papel crucial para la defensa del infante mientras este no estaba preparado para alcanzar el trono real. Así, debió de ser ella la que mediase entre Senajt y aquellos que lo apoyaban, ya que un golpe de Estado sólo puede hacerse efectivo si hay un apoyo en determinados sectores, principalmente en el seno de las milicias.

Estatua del rey Netherijet. Museo de El Cairo.

Fotografía de Nacho Ares.

En cuanto a lo que concierne a Djeser Netherijet, su talla es de hombre justo, culto e inteligente. Se dice que llegó a escribir libros autodidácticos reservados a los futuros reyes, donde explicaba cómo deberían ser las grandezas de un rey. Esa era una idea de equilibrio y de un país civilizado. Su fama llegó tan lejos que el rey Ptolomeo V vio su propio nombre ensombrecido por la grandeza de aquel lejano rey, y en su honor hizo tallar un curioso relato. Podemos vincular aquello que narra la estela de la isla de Sehel con el famoso pasaje bíblico de José, el intérprete de sueños. El texto nos narra una horrible sequía que asoló el reino de Djeser durante siete largos años, y el resultado de la escasez de agua fue la hambruna. El dios Jnum se apareció al rey una noche mientras dormía, y en su sueño le reveló que el Nilo tenía sus orígenes en una tierra consagrada a su culto. Así pues, el dios Jnum reclamaba la construcción de un santuario y detalló con sumo cuidado cuáles deberían ser los materiales. Agradecido, el rey instauró en la zona el culto a la divinidad, y el fantasma del hambre abandonó la tierra de Egipto, pero dicho acto no habría sido posible sin la colaboración de su hombre de confianza, cuyo nombre era Imhotep y, de hecho, todo el reinado de Djeser gira en torno a este hombre, de cuya mente surge el complejo funerario de Saqqara, la primera pirámide y el honor de ser uno de los primeros hombres que alcanzarán el estatus de divinidad. Durante los primeros años de su reinado, Djeser residió en el palacio de Abydos, donde parece ser que inició la construcción de su mastaba. Algunos autores defienden que el hecho de que Netherijet tuviera su corte en Abydos era debido a que también su padre la había tenido y, aunque Menfis fuese la capital administrativa, sólo poseía un palacio residencial donde los faraones pasarían largas estancias. Con el traslado de la corte a Menfis, esta ciudad no sólo se convierte en el corazón administrativo, sino que incluso podría haber condicionado al rey a la hora de escoger Saqqara como lugar de enterramiento. De su reinado sabemos que envió una serie de expediciones al Sinaí, a las minas de turquesas y cobre. A estas expediciones les acompañaba un contingente militar que dominó a las tribus locales, ya que en este período el ejército en sí no existía como tal, sino que eran grupos o milicias reclutadas para la ocasión. Se ha hallado su nombre en varios fragmentos de estelas de las antiguas construcciones de Heliópolis y Gebelein, demostrando así que el rey emprendió una campaña de construcción más allá de Menfis. En estos años Egipto ya había comenzado a explotar las minas de oro cercanas al reino de Kush[22]. Es muy posible que el Horus Netherijet reclutase los primeros arqueros kushitas, ya que los hombres de la tierra de Kush eran los que gozaban de mayor prestigio en el manejo del arco. El secreto de este éxito era la forma del arma, muy curvada, lo cual, unido a su poderío físico, hacía que pudieran lanzar las saetas a grandes distancias. Además, la importancia de este punto, el Sinaí, no residía sólo en sus minas, sino que era el pasillo entre Asia y Egipto, y desde luego interesaba tener el control de esa zona ante posibles incursiones extrajeras y relaciones comerciales con destinos tan alejados como Bibblos. Conocemos el nombre de su esposa principal, Hetephernebti, y de su hija, Inetjaues. Existe otro nombre de mujer, posiblemente su segunda esposa, pero no ha llegado entero hasta nosotros. También han llegado otros dos nombres de dos posibles hijos, Hetephernebti[23] e Ianjhator. Realmente, no hay muchas más evidencias arqueológicas que nos permitan establecer cómo fue la política exterior de este gran rey. Curiosamente, casi podemos decir lo mismo de su mano derecha y artífice de la mayor revolución arquitectónica de todos los tiempos, su visir Imhotep. Su padre habría sido un arquitecto, posiblemente menfita, llamado Kanefer, y su madre una dama originaria de Mendes, llamada Jeduonj. De origen modesto, iría ascendiendo en la pirámide jerárquica gracias a su gran inteligencia y sabiduría. Se cree que llegó a casarse, tomando por esposa a una mujer llamada Ronfreneferet. Su currículum dejaría atónito al mejor licenciado de hoy día, pues no sólo era arquitecto real, sino que fue el primer gran médico del país, escriba, sabio, poeta, astrónomo y visir. Llevó los títulos de ‘Canciller del Bajo País’, ‘Maestro de las obras del rey’, ‘El que está a la derecha del rey’, ‘El intendente de la gran morada’, ‘Noble hereditario’, ‘Primer profeta de Iunu’, ‘Maestro de escultores’, ‘Maestro de carpinteros’ y su título más sorprendente, ‘Maestro de todo lo que el cielo trae’. Estamos en un momento en el que Heliópolis es el epicentro espiritual del país entero, y así, portando el título de ‘Primer Profeta de Re’, debemos entender que Imhotep mantenía un contacto directo con la divinidad. Lo que realizó en Saqqara fue una auténtica ciudad para los dioses y posiblemente de su mano llega el alzamiento del dios Re como divinidad suprema. Pero antes de pasar a describir su obra, cabe destacar que sus logros no fueron sólo arquitectónicos, sino que se le atribuye un compendio de noventa estudios anatómicos con cuarenta y ocho lesiones. Siglos más tarde serían plasmados en el Papiro Smith, del cual hablaremos al final de este capítulo, y dos mil años después de su muerte se decía que Imhotep había diagnosticado más de doscientas enfermedades graves, once de vejiga, diez del recto, veintinueve de los ojos, dieciocho de la piel, del pelo y de la lengua. Asimismo, se le atribuyen conocimientos acerca de cálculos biliares, renales, artrosis, cirugía, odontología, la composición de órganos internos y la circulación de la sangre. No es extraño, pues, que fuese venerado como dios durante la última etapa del Egipto faraónico. Además, fue asimilado con el dios Thot, dios de la sabiduría, y asimismo fue incluido en el rocambolesco deshilachado que los griegos formaron con la figura de Hermes Trismegisto. Los días de este gran hombre culminan al final de la III Dinastía, pues parece ser que murió bajo el reinado de Huni, último monarca de este período. Su morada para la eternidad no ha sido hallada todavía, pero se especula que fue excavada en la necrópolis de Saqqara y encontrarla es el sueño de todos los arqueólogos que excavan en Egipto. Su obra no sólo es la Pirámide Escalonada, sino que todas las grandes pirámides erigidas en el Valle del Nilo pertenecen, desde cierto punto de vista, al gran Imhotep. Esta cuestión lo convierte en un individuo sencillamente espectacular. El hecho de que esta construcción tenga forma escalonada en ningún momento fue fruto de la casualidad. Estamos en un momento en el que la teología de Heliópolis toma un giro que marcará el reinado de todos los siguientes faraones del Antiguo Egipto. Con Djeser aparece la divinidad de Re supliendo en cierta forma a la figura de Atum, dios creador. Sin embargo, esta compleja teología va más allá, dividiendo a la misma divinidad en tres diferentes. Así, el sol del amanecer se identifica con Jepri, en su forma de escarabajo. Re se convierte en el sol del mediodía, con toda su fuerza y potencia, mientras que Atum se ve relegado al último lugar como el sol del atardecer. Así pues, Djeser adopta a Re como la divinidad poderosa a la que hay que rendir culto, centralizando así toda la política en torno al rey. Además, no hay que olvidar que no sólo el rey se comporta como la asimilación de Re, sino que es el único representante en la tierra con fuerza para ejercer como su intermediario, delegando únicamente dicha responsabilidad en la potestad del ‘Primer profeta del dios’. Todos los sacerdotes del país oficiarán diariamente para la deidad, pero todos lo harán en nombre del rey, jamás de manera personal. Así, la pirámide nos ofrece la visión de la necesidad del rey difunto y justificado de ascender hacia los cielos y pasar a formar parte de la materia divina, como Horus encarnado que él era en vida. En el plano arqueológico, el recinto funerario de Djeser es la obra más antigua del mundo, pero el aspecto que presenta hoy día no sería el mismo de no haber sido por Jean Philipe Lauer.

Jeroglíficos con el nombre de Imhotep. Museo de Imhotep en Saqqara.

Fotografía de Nacho Ares.

Y es que decir Jean Philipe Lauer es casi lo mismo que decir Saqqara. Fue un hombre cuyo destino, Egipto, lo absorbió de tal forma que la obra de Imhotep ocupó más de la mitad de su vida, y gracias a él se restauró el complejo de Djeser. Nacido en París en el año 1902, ingresó en la Academia de Bellas Artes en 1920. Pero su vida artística se vio truncada tras recibir la carta de un primo suyo, Jacq Ardie, el cual le comentó que Pierre Lacau, un refutado excavador y egiptólogo, necesitaba un joven arquitecto para las excavaciones que estaba efectuando en Saqqara. Significativo es decir que en un principio, viajó a Egipto con un permiso de trabajo de ocho meses, y que luego se convertiría en una excavación que duró setenta años. Lauer, a su llegada, no tenía ni la más remota idea de lo que era la egiptología, pero cuando llegó a Saqqara los restos arqueológicos que allí encontró le abrieron las puertas a un mundo mágico y fantástico, cuyo maestro de ceremonias había sido Imhotep. Trabajó a las órdenes de Cecil Firth, que en aquellos días estaba desenterrando la columnata central. Sin embargo, todo el recinto funerario era un caos total, puesto que las columnas estaban fragmentadas y diseminadas por la arena. Con paciencia y mucho esfuerzo, Lauer comenzó a reconstruir las piezas de aquel gigantesco puzle, al tiempo que la Casa del Norte volvía a cobrar vida. En pocos meses, se convirtió en el apoyo fundamental de Firth, y durante cinco años trabajaron codo con codo, descubriendo juntos los rincones más secretos del recinto funerario de Djeser. Cecil Firth cogió un resfriado pulmonar camino de Alejandría, y moriría poco después en un buque que lo transportaba de regreso a Londres. Así que Lauer se encontró al frente de aquel complejo que Imhotep había erigido hacía cinco mil años para su rey, y su único objetivo fue que volviera a recobrar su antiguo esplendor. Un buen tramo del muro se halló en un buen estado de conservación gracias a las mastabas adyacentes y los escombros que se acumularon allí con el paso de los siglos, lo cual le ofreció la oportunidad de contar con las medidas perfectas.

Hacia el año 1932, las columnas del patio de Djeser estaban erigidas con su antiguo esplendor: el muro con el friso de cobras resplandecía nuevamente bajo el sol. Casi centenario, Jean Philipe Lauer se lamentaba con profundo dolor, porque como él solía decir: «Todavía queda tanto por hacer, y no tendré suficiente tiempo…». En sus últimos años de vida trabajaba más de diez horas diarias en la Pirámide Escalonada, con una fortaleza envidiable. La definición de Lauer nos la dio el arqueólogo alemán Rainer Stadelmann, quien lo describió como «Maestro de pirámides».

Su muerte se produjo en el año 2001 y, con su desaparición, el Complejo de Djeser parece haber perdido su pilar central, pero lo cierto es que tanto el espíritu de Imhotep y el espíritu de Lauer se alimentan ahora de las mismas ofrendas que los turistas ofrecen con su asombro, atraviesan juntos los recodos de la Pirámide Escalonada, y también juntos comparten el secreto del saber, que arrancó a Egipto de su condición de pueblo primitivo y lo catapultó hacia la historia universal.

Djeser había ordenado a su arquitecto construir una perfecta y única morada para la eternidad en la que su alma estuviese siempre presente. Este hecho se ve realizado gracias a la presencia de restos de ofrendas, como uvas, higos, lentejas, dátiles y otros alimentos. No es que el rey fuese a consumir la materia del alimento, sino su esencia. En el interior de la pirámide se halló un pie de momia que, según los últimos estudios, no perteneció al rey. La mastaba parece haber desaparecido como forma de enterramiento real, y tan sólo sobrevivirá en la clase media-alta. Pero este no es el único hecho que reconvierte a las Dos Tierras, sino que toda la estructura jerárquica es renovada por el rey, quien nombra directamente a los sacerdotes, reforma la estructura jurídica e integra un buen número de funcionarios que comprenderán el organismo estatal. Nace una nueva clase de letrados, escribas y se moldea un nuevo sistema burocrático. Toda esta reforma permitirá a los futuros monarcas de la IV Dinastía la elaboración de las grandes pirámides.

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