Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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III. LAS PIRÁMIDES DEL ANTIGUO IMPERIO » La pirámide de Jufu

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LA PIRÁMIDE DE JUFU

Jufu viajó casi con toda seguridad en infinidad de ocasiones con su padre a las inspecciones que este, sin duda, hizo durante su reinado a la región de Dashur. De este monumento se han dicho infinidad de cosas, se han escrito millones de palabras, de las cuales la mayoría, si se repitiesen en este libro, no serían sino meras reposiciones. Así que, simplemente, nos dedicaremos a tratar por encima los datos más destacados y nos detendremos un poco en los detalles más desconocidos acerca de este gigantesco titán de piedra caliza.

Entrada original de la Gran Pirámide.

Fotografía de Nacho Ares.

Su nombre antiguo era ‘La pirámide que es el lugar de salida y puesta del sol’, aunque en muchas obras se suele encontrar también el nombre de ‘Jufu pertenece al horizonte’. Su altura original era de 146,6 metros, pero en la actualidad mide 138,75 metros. Sus lados son casi iguales, entre 230,37 metros. Su ángulo de inclinación es 51º E 50′ 40″. Prácticamente es perfecta, y es la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que ha llegado hasta nosotros. Para la construcción de esta pirámide se levantaron doscientas diez hileras de bloques, y cada uno de ellos tiene un peso medio de dos mil quinientos kilos. No obstante, muchos de ellos pesan más del doble. Haciendo una aproximación estimada, diremos que la altura media de los sillares es de cincuenta centímetros, aunque existen bloques de diversas medidas. Su entrada original se halla situada a unos quince metros del suelo sobre la hilera decimotercera. Actualmente se puede observar la bóveda doble a dos aguas, compuesta por cuatro enormes dinteles de piedra a modo de V invertida. Esta entrada nos conduce a un corredor descendente que tiene 1,20 centímetros de altura. Su longitud es de dieciocho metros y, una vez hemos llegado al final del mismo, se divide en dos secciones. La parte superior está bloqueada por tres losas de granito: el sistema llamado «de rastrillo», para evitar la entrada de los saqueadores. La segunda sección se hunde noventa y un metros bajo la pirámide de Gizeh. Aquí es donde se halla la denominada «cámara del caos», una habitación que ha sido motivo de diversas hipótesis de trabajo[55]. La gran galería es sin duda una de las partes más espectaculares de la Gran Pirámide. Al comienzo de ella hay dos aberturas que desembocan en la cámara de la reina, y un vertiginoso túnel que desciende sesenta metros hasta alcanzar el corredor descendente. He aquí la prueba irrefutable de la genialidad de la IV Dinastía: con sus cuarenta y siete metros de largo y sus 8,48 metros de alto contiene una bóveda en saledizo en la que cada hilada superior sobresale seis centímetros respecto a la inferior. Tras superar la gran galería, llegamos a la cámara del rey, donde nos encontramos el sarcófago del faraón.

La Gran Pirámide en medio de las pirámides de las reinas.

Fotografía de Nacho Ares.

Se trata de un bloque de granito de grandes dimensiones. Mide 10,45 metros de largo, 5,20 metros de ancho y 5,80 metros de altura. Es mucho más grande que la entrada a la cámara, por lo que tuvo que ser colocado en su sitio, como dijimos más arriba, cuando la planta de esta se encontrara alisada. Luego, comenzarían a cerrar la habitación y colocar los distintos departamentos que aún nos quedan por citar. Y es que justo sobre esta cámara se descubrió en 1765 una serie de cinco cámaras superpuestas una sobre otra. En los muros norte-sur se abren dos pequeños túneles de veinte por veinte centímetros, conocidos como «canales de ventilación» que realmente no ventilan absolutamente nada. Rudolph Gantenbrink es un ingeniero alemán que fue contratado por el gobierno egipcio en 1993 para instalar en estos canales un equipo de ventiladores con el propósito de reducir al mínimo el grado de humedad que se concentra en esta pirámide. Para este evento, diseño un robot al que llamó Upuaut, y comenzó a realizar su trabajo. En un primer momento, el Upuaut recorrió los canales de la cámara del rey, y a continuación lo hizo en la cámara de la reina, pero esta vez con un robot mejorado al que llamó Upuaut 2. En el canal norte de esta cámara el robot no pudo terminar su misión, debido a un giro inesperado que no podía sortear. Así pues, decidieron investigar el canal sur. He aquí que surgen los imprevistos, primero en forma de escalón, y luego, a unos sesenta y cinco metros de distancia, una puerta sellada. Es de sobra conocida la famosa «expedición» montada por National Geographic, capitaneada por el Dr. Zahi Hawass. En el 2002, el nuevo robot Pyramid Rover practicó un taladro en la conocida ya como «Puerta de Gantenbrink» y, tras introducir por la perforación una pequeña cámara, se encontraron con una nueva puerta sellada[56]. El proyecto que tiene el gobierno egipcio es practicar un nuevo taladro en esa segunda compuerta de veinte por veinte. Estaremos expectantes.

Mastaba del cementerio de Gizeh.

Fotografía de Nacho Ares.

En el exterior de la pirámide, en su cara sur, fueron halladas en 1954 dos trincheras por dos jóvenes arqueólogos egipcios, Kamal el-Mallakh y Kaki Nur. Estas trincheras estaban cubiertas por cuarenta losas de granito a modo de tapa que pesan más de veinte toneladas cada una. Lo que jamás pensaron estos arqueólogos era que se iban a topar con una gran nave de madera desmontada en un total de mil doscientas veinticuatro piezas. Habría que aguardar diez años hasta que el Dr. Ahmed Yussef Mustafá reconstruyera aquella ‘Barca de millones de años’, y en 1968 se constató que la nave se unía entre sí mediante cuerdas, sin clavos ni espigos de madera. Apareció a los ojos del hombre moderno tal cual había sido elaborada por los carpinteros reales con madera de cedro del Líbano. Sus medidas son como la propia visión de la barca: espectaculares. Mide 43,3 metros de eslora, 4,6 metros de manga y 1,5 metros de calado, lo cual le permite navegar únicamente por aguas fluviales. Fue dotada con diez pares de remos y otros dos un poco más grandes que cumplen la función de timón. Se ha practicado una sonda electromagnética a la segunda trinchera y se ha comprobado que hay otra barca similar a la que hoy se expone al público en el museo que se construyó justo donde fue descubierta, pero parece que su estado es deplorable.

Ahora bien, hay una enorme cantidad de detalles que no se suelen mencionar en la mayoría de obras que son de consulta obligatoria cuando uno desea saber un poco más acerca de la Gran Pirámide. Cuando nos topamos con la aproximación estimada acerca de los bloques que se utilizaron para levantar este monumento se suele dar la cifra de dos millones trescientos mil. Pero hay una serie de cuestiones que nos inducen a pensar que bien pudieron ser unos pocos menos. La pirámide comenzó a levantarse sobre una protuberancia rocosa de una altura más bien desconocida, aunque estudios realizados al respecto sugieren que no debió superar los diez metros de altura. A este hecho hay que añadir que existen zonas de la pirámide que no son macizas, sino que fueron rellenadas con cascotes o arena, por motivos que realmente desconocemos. Pero el detalle más importante que nos lleva a rebajar esta cantidad de bloques es el increíble estudio que llevaron a cabo dos arquitectos franceses, de nombre Gilles Dormion y Jean-Yves Verd’hurt. En los años ochenta hicieron una serie de cálculos sobre papel, pero tuvieron que esperar hasta 1986 para adquirir el permiso oficial que les permitiese realizar sus estudios. Ellos sostenían que bajo la cámara de la reina habían detectado una hornacina que carecía de sentido, prologada por un conducto de varios metros. Habían descubierto en el suelo de la cámara de la reina algunas marcas de lo que pretendía ser un antiguo enlosado. Además, habían constatado varias irregularidades arquitectónicas que les llevaron a concluir que había algo más tras esas tres cámaras conocidas en la Gran Pirámide. Su propuesta era sencilla: practicar un taladro en la roca del suelo de la cámara de la reina y tomar unas fotos mediante sondas. Los trabajos que estos franceses realizaron mostraban cambios de densidad en la estructura piramidal, y lo cierto es que nos quedaremos con las ganas, pues los permisos para taladrar la piedra finalmente fueron denegados.

En 1987 llegó a Gizeh un equipo japonés, y su director Sakuyi Yohimura no sólo corroboró la teoría de los jóvenes franceses, sino que llegó a descubrir que dicha cavidad estaba rellena de arena de cuarzo. Esta nueva habitación oculta tendría una profundidad de unos 2,5 metros y se situaría a 1,5 metros del pasillo que da acceso a la cámara de la reina. Quién sabe si algún día el hombre podrá tener acceso a ellas. Hoy se siguen escribiendo libros acerca de este monumento y se obvia por completo esta información, que ya en su momento pasó un tanto desapercibida en los medios de comunicación.

Igualmente, la práctica totalidad de libros nos cuentan que la entrada que existe a unos siete metros del suelo se debe al afán de buscar gloria y fortuna que tuvo un califa árabe, de nombre Abdullah Al Mamun, en el año 820 de nuestra era. Cabría esa posibilidad, pero sin embargo es más que probable que Al Mamun no hiciese ese túnel. Entre otras cosas, porque ello implicaría que el califa poseía un plano detallado de la pirámide, ya que el pasadizo que practicó en la roca desemboca justo en el canal ascendente, evitando de esta forma el sistema de rastrillos contra los ladrones. La leyenda nos dice que este califa se rodeó de una cohorte de sabios, matemáticos y astrónomos. Estos le dijeron, en vano, que aquel monumento era inexpugnable, pero él puso todos los medios a su alcance para llevar a cabo su empresa. Su objetivo era claro: desvalijar la totalidad de las cámaras secretas que allí se hallaban, repletas de tesoros. Al Mamun se plantó ante la pirámide y comenzó a practicar el túnel, aplicando en un principio productos corrosivos. Según él, poseía un plano detallado que le indicaba donde excavar. Pero tras largos meses de trabajo infructuoso decidió desistir. No obstante, claro, algo increíble sucedió. El oportuno desprendimiento de una piedra dentro de la pirámide. Al oír el estruendo, los obreros del califa supieron por fin en qué lugar tenían que comenzar a excavar. Intentó entonces perforar la piedra, pero no lo consiguió. Viendo que su método era ineficaz, decidió emplear un sistema que ya se había utilizado en el Antiguo Egipto: calentar la piedra hasta alcanzar una determinada temperatura y a continuación enfriarla súbitamente. El cambio de temperatura provocaba que la piedra se resquebrajase. Luego, tan sólo quedaba introducir la palanca en la ranura e ir arrancando los pedazos de lasca. Ahora, la pregunta es bien sencilla: si el califa poseía ese plano para poder comunicar el túnel con el canal ascendente, ¿no vendrían reflejados en el mapa los tres bloques que componían el sistema de rastrillos? Serían tres obstáculos diminutos comparados con la titánica empresa de perforar treinta y ocho metros de roca pura. Al Mamun logró entrar, y en el interior de la pirámide halló un tesoro sin igual. Cantidades ingentes de oro, plata, piedras preciosas y demás. Encontró el sarcófago, y en su interior la momia de Jufu. En su pecho, una coraza de oro macizo repleta de incrustaciones de turquesas, lapislázuli, rubíes y otras piedras. Cerca de la cabeza de la momia, un rubí del tamaño de un huevo de gallina. La pelvis de la momia era también de oro puro recubierto de esmeraldas. Sobre el pectoral de oro, una gigantesca espada, también de oro con incrustaciones. Al pie del sarcófago, descubrió la estatua de una mujer, en color verde.

Parece ser que Al Mamun se apoderó de todos los tesoros habidos y por haber, abandonó al pobre Jufu a su suerte en el desierto y se llevó la enorme espada y a la mujer verde a su palacio de El Cairo, donde estuvieron hasta el año 1118. Nuestro amigo el califa, una vez hubo calculado el valor del tesoro, echó cuentas del dinero que había empleado para conseguirlo. Curiosamente, el importe de lo conseguido no compensaba todo lo perdido, y dijo entonces a su corte de sabios, matemáticos y astrónomos: «qué admirables debieron de ser estos antiguos egipcios, cuando calcularon hasta el más mínimo detalle que el esfuerzo que hiciera cualquier hombre por apoderarse de sus riquezas sería totalmente en vano».

Quién sabe el significado real de estas palabras, pero lo que uno saca en conclusión es que en realidad Al Mamun no encontró absolutamente nada, a pesar de todos los tesoros que según los cronistas árabes albergaba sin duda la Gran Pirámide.

Y es que sobran las historias acerca de estos tesoros, relatos que han ido pululando de aquí para allá, como si fuese la misma bola que arrastra el dios Jeper a lo largo del día. Lo que comenzó siendo un cuento para niños termina siendo una auténtica historia de terror. Es hora de hablar nuevamente de don Pedro Martín de Anglería.

Este hombre, como dijimos antes, fue un embajador enviado a Egipto por los Reyes Católicos después de haber expulsado a los árabes de Granada. No sólo ubicó de forma correcta la antigua Menfis sino que realizó las primeras investigaciones científicas en la Gran Pirámide. Por supuesto, su trabajo se veía limitado a la tecnología que le otorgaba su tiempo, pero gracias a sus notas sabemos que fue uno de los primeros hombres en poner en tela de juicio las palabras de Heródoto acerca de la cantidad de trabajadores y los años empleados en la construcción. Y es que don Pedro buscó información acerca del monumento, si bien la mayor parte de lo que pudo leer había sido escrito por cronistas árabes. Por supuesto, no se creyó ni un ápice acerca de semejantes tesoros, pero recogió como una curiosidad lo que un noble de El Cairo le relató:

No contento con esto, pregunté si la pirámide era maciza o hueca, y uno de los nobles me dijo: Desde que terminó esta construcción ninguno de los ciudadanos lo ha sabido. Y a nosotros no nos interesa demasiado averiguar dichos secretos, mas en nuestros días, un desconocido de Mauritania que se las daba de conocer la Antigüedad pidió al Sultán le permitiese abrir la puerta de esta pirámide, pues decía conocerla por viejos documentos; que habría de encontrar allí según él, tesoros escondidos. Encontró allí una puerta cerrada, abriola y el tal hombre no volvió a aparecer por ninguna parte.

Sin duda, una pirámide malvada que devora hombres que desafían sus más íntimos secretos. Pero la duda nos asalta, sabiendo que Al Mamun ya había accedido a la pirámide y la había saqueado setecientos años antes de la llegada de don Pedro a Egipto. Cabe pues preguntarse cuál de los documentos tendría más valor: el del califa árabe o el del desconocido mauritano.

La verdad es que ninguno, pues esta entrada tiene todos los indicios de haber sido excavada durante el I Período Intermedio, y casi se puede asegurar que ocurrió durante la VIII Dinastía. Es probable que existiese ese mapa o un texto que explicara la composición interior del monumento en las bibliotecas de los Santuarios de Gizeh. Los acontecimientos que se vivieron en el I Período Intermedio son una serie de saqueos masivos a gran escala. De hecho, los robos en las grandes moradas para la eternidad de los reyes del Imperio Antiguo debieron tener lugar en estas fechas y, de haber existido dicho documento o plano, es más lógico pensar que hubiese sobrevivido cuatrocientos años desde su elaboración que elucubrar que fue pasando de biblioteca en biblioteca durante tres mil trescientos años hasta que cayó finalmente en manos de Al Mamun. Este túnel, casi con seguridad, fue tapiado nuevamente por Jaemwaset, uno de los hijos de Ramsés II que restauró la práctica totalidad de monumentos importantes, como la pirámide de Unas.

La Gran Pirámide vista desde la cantera cercana.

Fotografía de Nacho Ares.

Otro increíble descubrimiento en la Gran Pirámide fue obra del arqueólogo sir William Flinders Petrie, el cual en el año 1880 llegó a la meseta de Gizeh dispuesto a confeccionar un minucioso estudio sobre las medidas del gigantesco monumento. El objetivo de Petrie era dar validez a las teorías de Piazzi Smyth, el cual defendía que la Gran Pirámide era una obra construida con fines proféticos, nada menos. Según Smyth, el único objetivo de esta pirámide no era otro sino servir como observatorio astronómico. Charly Piazzi Smyth era escocés y, para más señas, astrónomo real de Escocia, cuya disciplina enseñaba en la Universidad de Edimburgo. Sus conclusiones fueron plasmadas en una obra titulada Nuestra herencia en la Gran Pirámide, y cuando menos debiéramos catalogarlas como sorprendentes. Según el astrónomo, toda la cultura e idiosincrasia del pueblo anglosajón había sido heredada del Antiguo Egipto[57]. Pero Petrie pronto descubrió que las teorías de Smyth, que él tanto había defendido, no sólo estaban erradas sino que el misterio de la Gran Pirámide se encontraba totalmente alejado de esas absurdas hipótesis de trabajo que carecían de base científica. El trabajo de Petrie se convirtió en un estudio casi milimétrico que duró treinta meses, durante los cuales trazó mapas y planos de la pirámide, de sus cámaras interiores, de los templos anexos e incluso elaboró hipótesis sobre las posibles técnicas de construcción. Gracias a estos estudios, Petrie hizo un descubrimiento asombroso en el exterior de la Gran Pirámide: constató que las cuatro caras presentan una ligera desviación en el centro de la misma hacia el interior; es decir, que la línea de su base no es totalmente recta. Esta especie de V invertida forma un ángulo de 179º. Para explicar este hecho, que también presenta la Pirámide Romboidal de Snofru y la pirámide de Menkaure, aunque de manera mucho menos pronunciada, se han elaborado unas cuantas hipótesis: que este efecto le fue dado a la pirámide para impedir que sus caras se derrumbasen, que es un hecho puramente casual, que tenía como objetivo que el conjunto de bloques que revestían la pirámide se adhirieran mejor al conjunto central de piedras, que imperan las razones de estética o que se debió al fruto del saqueo de piedras al que la pirámide fue sometido durante el mandato de Saladino. Sin embargo, hemos de decir que la más lógica y certera es la que formuló André Pochán en 1934. Pese a que muchos expertos en pirámides no están de acuerdo, el bautizado como «efecto relámpago» no es casual, sino que está ideado para que la Gran Pirámide señale la llegada de los equinoccios, que actualmente se producen el 20-21 de marzo y el 22-23 de septiembre. Durante estas dos fechas, y por varios años consecutivos, se pudo comprobar cómo a la salida del sol las caras norte-sur de la mitad oeste de la pirámide se iluminaban durante unos minutos, mientras que las caras norte-sur de la mitad este se oscurecían. Durante el ocaso, el fenómeno se vuelve a producir de forma contraria.

El último elemento conspirador que introduciremos en la Gran Pirámide es el mayor invento que el hombre realizó en los albores del tiempo: la rueda. La mayoría de egiptólogos de prestigio afirman con total rotundidad que este invento no fue del dominio egipcio hasta bien entrado el siglo XVI a. C. Las primeras escenas que muestran una rueda nos llegan de la mano de los mesopotámicos, que sobre el 3500 a. C. diseñaron un objeto circular con un agujero en su centro. La aparición de este elemento circular está vinculada con el torno del alfarero, y así esa pieza de engranaje no tardó en transformarse en una doble pieza redonda, unida por medio de un eje central, que servía para transportar materiales. Los mesopotámicos no tardaron en cambiar el diseño de aquel invento. Así, se pasó de la forma original, una placa de madera sólida, a eliminar secciones, que se unían mediante espigos de madera. Aproximadamente sobre el año 2500 o 2000 a. C. se modificó nuevamente su aspecto para reducir peso y se introdujeron los radios. No cabe duda de que este invento marcó un punto y aparte en la evolución de los mesopotámicos, y la rueda no tardó mucho en extenderse por todo el Antiguo Mundo, apenas unas pocas centenas de años. Aquellos hombres que vivieron en Mesopotamia allá por el año 2500 a. C. tenían fluidas relaciones con Egipto desde hacía por lo menos quinientos años, y la rueda ya había alcanzado un milenio de existencia. ¿Cómo es posible que los egipcios no hubiesen hecho uso de semejante invento? La rueda se unió a la fuerza de los animales para formar el vehículo de tiro, que se empleó sobre todo en el mercado de la cerámica, metales y otras materias primas. Este transporte se realizaba, por supuesto, en rutas cortas, porque cuando las distancias eran considerables se empleaban las vías marítimas. No obstante, es difícil, por no decir imposible, que ninguno de los comerciantes mesopotámicos que llegaron al puerto de Menfis en los años de Menes, Hotepsejemui, Jasejemui o Djeser no mencionase nunca la existencia de aquel invento. Realmente, cuesta imaginarse igualmente que los comerciantes egipcios que visitaron durante esta época infinidad de grandes urbes del Mediterráneo no se fijaran nunca en aquellas cosas redondas que transportaban objetos sin la necesidad de que el hombre realizase esfuerzo alguno. Sin embargo, existe una prueba irrefutable en la tumba de Kaemhesit, en Saqqara, donde se ve claramente cómo los egipcios de la V Dinastía dibujaron en una escena de un asedio una escalera con ruedas. Y es que, a fin de cuentas, aceptar que la rueda se utilizó durante el Imperio Antiguo podría echar por tierra la teoría «oficial» de las rampas, ya que quien hace girar una rueda en cierta manera está haciendo girar una polea, y quien gira una polea otorga una pequeña credibilidad a las máquinas formadas por maderos que ya citó Heródoto en la antigüedad. La realidad es que la Gran Pirámide se levanta sobre la meseta de Gizeh, impávida y ajena a nuestra obsesión por los secretos que guarda con tanto celo. Será por eso, porque el misterio significa la Gran Pirámide, que ni antes ni después se volvió a construir nada igual. Ni siquiera sus homólogas de la meseta presentan una estructura interna similar. Es la única pirámide de Egipto que posee tres cámaras por encima de la estructura (aunque como hemos visto, puede haber, al menos, dos más), la única que encierra en su corazón una serie de cámaras llamadas «de descarga» que no descargan absolutamente nada, y es la única en su género también porque, más que ninguna otra, desafía totalmente a las leyes de la física.

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