Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto


III. LAS PIRÁMIDES DEL ANTIGUO IMPERIO » La pirámide de Jafre

Página 42 de 95

LA PIRÁMIDE DE JAFRE

Al morir Djedefre se retoman las construcciones en Gizeh, si es que realmente cesaron en algún momento. El nombre antiguo de esta pirámide fue ‘Jafre es grande’. Alcanzó una altura de 143,5 metros, si bien actualmente conserva tan sólo ciento treinta y seis metros. Tiene doscientos quince metros de lado y su ángulo de inclinación es de 50º E 10’. Se suele calcular que comprende un volumen de un millón seiscientos cincuenta y nueve mil metros cúbicos de pura roca. Es irónico que, a pesar de tener menor altura que la de su padre, pasara a ser conocida en el mundo antiguo con el nombre de ‘La Pirámide Grande’. Y es que realmente, a simple vista, lo es. El motivo fue que Jafre, seguramente muy consciente de lo que hacía, colocó los cimientos sobre un alto de roca. Además es la única pirámide que ha conservado parte de su recubrimiento original de piedra caliza, pese a haber sido víctima de los saqueos continuos a lo largo de la Edad Media. La entrada original de la pirámide era conocida ya en la Antigüedad, pero el primer hombre de nuestro tiempo en entrar en el interior fue Gian Battista Belzoni, en 1818. Para acceder al interior de esta pirámide tenemos dos entradas, ambas situadas en la cara norte. La primera está a diez metros de altura y la segunda a nivel del suelo. Por motivos obvios, se emplea la segunda. Y es que si accedemos por la parte alta nos encontramos con un corredor de apenas un metro de altura, que se introduce unos treinta y dos metros en el corazón del monumento, creando esa increíble sensación de claustrofobia. Luego, este pasadizo vuelve a situarse en posición horizontal hasta llegar a la cámara funeraria. La segunda entrada, la que se utiliza normalmente para visitar el interior de la pirámide, desciende levemente, después se vuelve horizontal durante unos pocos metros y sube nuevamente hasta cruzarse con el tramo horizontal de la primera entrada. En el interior de la cámara funeraria se halló el sarcófago de Jafre, que era de granito.

Pirámide Jafre y Esfinge.

Fotografía de Nacho Ares.

En el exterior de la pirámide sobreviven los restos de los santuarios adyacentes, aunque tan sólo el llamado Santuario del Valle ha llegado hasta nosotros en buenas condiciones. Este templo, con planta de T invertida, fue rescatado de las arenas por Auguste Mariette en el año 1852. Está levantado, al igual que el santuario funerario y el santuario de la Esfinge, en piedra caliza procedente de la misma cantera que la Esfinge. Luego, la caliza fue recubierta por bloques de granito rojo, procedentes de la lejana región de Asuán. Cuando el arqueólogo francés excavó el lugar descubrió en el suelo unos huecos que estaban destinados a albergar unas estatuas sedentes del rey. El suelo se construyó con losas de alabastro. La altura de la techumbre llegó a superar los cinco metros de altura, y cada uno de estos pilares pesa alrededor de doce toneladas, lo cual pone de manifiesto la grandeza de la construcción. A lo largo de esta sala se colocaron en su día veinticuatro estatuas del rey, que se relacionan con el ritual de las doce horas del día y las doce horas de la noche[59]. De las veinticuatro estatuas de alabastro y diorita sólo siete han podido ser rescatadas de las voraces fauces del tiempo.

Esfinge de Gizeh.

Fotografía de Nacho Ares.

Del santuario funerario tan sólo conservamos unos restos que casi comprenden la cimentación del edificio. Pero sabemos que llegó a ser mucho más grande que el de Jufu. Está situado cerca de la pirámide y sirvió también de cantera durante siglos.

Pero lo que sin duda cautiva en demasía, tanto o más que las pirámides, es ese magnífico león de piedra que se yergue sobre la meseta de Gizeh: la Esfinge. Su nombre antiguo fue el de Shesep Anj, ‘La imagen viviente’, literalmente. En el primer capítulo dejamos entrever una posible controversia histórica acerca de la Esfinge de Gizeh, cuyo artífice era Robert Schoch. La historia del intento de datación cronológica de la Esfinge comienza cuando el arqueólogo Rene Shwaller de Lubicz y el investigador John Anthony West se encuentran estudiando la piedra madre sobre la que se levanta este león gigantesco, y llegan a la conclusión de que las marcas que presenta la cubeta de la Esfinge, sobre la que se levanta, no habían sido producidas por la acción del viento a través de los siglos, como se venía manteniendo. De Lubicz y West tenían la teoría, o más bien la sospecha, de que dicho efecto habría sido provocado por el agua. Había que tener en cuenta que la Esfinge había pasado gran parte de su existencia cubierta por las arenas del desierto. Por otro lado, tampoco hay que olvidar que, prácticamente, desde la llegada del cristianismo hasta que llegaron los primeros excavadores a la meseta de Gizeh, estuvo igualmente sepultada bajo la arena, como así lo atestiguan, por ejemplo, los bocetos que un sinfín de artistas recogieron. Así pues, Lubicz se puso en contacto con Robert Schoch, geólogo de la Universidad de Boston, y comenzó en Gizeh un laborioso trabajo que tenía como objetivo saber si la Esfinge había sido moldeada en la IV Dinastía y, por ende, si el enigmático rostro correspondía al rey Jafre, o si por el contrario dicho monumento pertenecía al reinado de alguien mucho más antiguo. Schoch concretó que la cubeta sufría un deterioro tan pronunciado que tan sólo podía haber sido producido por el efecto directo del agua. La respuesta era clara y el geólogo apuntaba a unas intensas y prolongadas lluvias, que no se dieron cita en ningún momento del Imperio Antiguo, y en concreto en la IV Dinastía. Los datos situaban la Esfinge de Gizeh en un momento que comprendía el año 5000 y 7000 a. C. No hay que decir que la egiptología ortodoxa se pronunció de forma rotunda, negando semejantes conclusiones. No obstante, hay que hacer el inciso de que dicha teoría es total y rigurosamente científica. Así pues, con la ciencia en la mano, nos asalta una terrible duda: ¿dónde están los restos de esa civilización que vivió entre el 5000 y 7000 a. C., que poseía una cierta tecnología que le permitiese construir la Esfinge de Gizeh?

Vista de la pata derecha de la Esfinge.

Fotografía de Nacho Ares.

No obstante, más allá de la polémica que suscita, la Esfinge se caracteriza por sus increíbles medidas. Su longitud es de 72,55 metros entre las patas delanteras y el extremo de la cola. Desde la base de la trinchera hasta la cabeza de la cobra que decoraba su tocado, hoy desparecida, alcanza una altura de 20,22 metros. Su ancho es de 19,10 metros. Como se dijo antes, el desfase que existe entre el cuerpo y la cabeza del león es considerable, pues su cuerpo se talló a una escala 22:1 y su cabeza a una escala 30:1[60]. Para hacerse una idea de lo que el león significa, basta saber que los restos arqueológicos que se han encontrado en Gizeh nos remontan hasta los días de Wadji, rey de la I Dinastía. Como vimos en su momento, no sólo las edificaciones de Abydos que corresponden a los inicios dinásticos contienen este elemento, sino que Horus Aha hizo momificar varios leones. Esta figura fue modificada por los profetas del santuario de Heliópolis, los cuales le añadieron la cabeza de Atum, dando el inicio a la construcción de esfinges tal y como las conocemos. Así, las teorías que se formulan para explicar la creación de esta imagen del ‘Horus en el horizonte’ se basan sobre todo en el recorrido del sol de este a oeste. Los estudios que realizó Robert Schoch no son sino un preámbulo de lo que todavía está por llegar. Lo único cierto es que no hay ningún dato anterior a la IV Dinastía que cite la Esfinge de Gizeh. No obstante, hay que resaltar con gran acierto lo que la egiptología convencional dice al respecto, y es que una civilización tan espectacular, de haber existido en esos años, no pudo dejar sólo como legado la Esfinge, ya que los restos arqueológicos que se remontan tan atrás en el tiempo no nos ofrecen, como dijimos, nada que se parezca a la Esfinge ni por asomo.

Como excepcionalmente plasmó Nacho Ares en su libro El guardián de las pirámides, la existencia de túneles y laberintos que recorren la meseta no es nada nuevo, pero tampoco están relacionados con tesoros ni nada parecido. Así, tampoco es de extrañar que hombres como Howard Vyse intentasen acceder al interior de la Esfinge dinamita en mano en busca de dichas cámaras secretas. La mención de la llamada «Sala de los archivos», donde se supone que estarían los papiros que recogen el saber milenario de los faraones, procede del final de esta gran civilización, pero hasta la fecha, ningún estudio ni excavación ha hallado ni cámara subterránea ni pasaje secreto oculto bajo las patas de este león. Sólo el trabajo de la ciencia y la arqueología podrá mostrarnos semejantes intimidades, porque si en algo es experto el Antiguo Egipto es en prolongar sus misterios a lo largo de los siglos. Y, una vez que se encuentra la respuesta de un enigma, este conlleva la aparición de otra nueva interrogante. Es inevitable.

Ir a la siguiente página

Report Page