Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto


IV. EL I PERÍODO INTERMEDIO Y EL IMPERIO MEDIO » La llegada del I Período Intermedio

Página 58 de 95

LA LLEGADA DEL I PERÍODO INTERMEDIO

Lo que ocurrió tras la muerte del rey Pepi II es algo que desconcierta a la totalidad de los egiptólogos. El estado se desplomó sobre sí mismo, pero sin embargo, las excavaciones han sacado a la luz detalles que nos hacen pensar que, junto con el declive real, algunas influencias que resultaron totalmente externas a la corte provocaron una situación horrible que se prolongó excesivamente en el tiempo. Existen varios indicios que nos muestran una época continua de crecidas muy pobres, con la consecuente carencia de alimento. La hambruna que recorrió el país del Nilo durante estos años está constatada de sobra, hasta el punto de que existen textos, como Las lamentaciones de Ipu-Ur, en los que se narran las vigilancias nocturnas que realizaban algunos campesinos, puesto que los ladrones acudían a sus campos durante la noche para robar las cosechas. Las pruebas arqueológicas que han aparecido, sobre todo en la zona del Delta, nos muestran un sufrimiento real, auténticas fosas comunes donde fueron enterrados miembros enteros de una misma familia, cubiertos tan sólo por esteras de juncos y sin ningún objeto que llevarse al Más Allá. El hambre trajo consigo epidemias y muerte por doquier. Junto con esta serie de desastres naturales, se unió el desastre humano que no supo o no pudo conservar un estatus de orden ni en el Alto ni en el Bajo Egipto.

El I Período Intermedio continúa siendo un momento de eterno debate en la historia de Egipto, ya que está repleto de numerosas lagunas. Los textos que nos narran una sucesión de reyes, la Piedra de Palermo, la lista de Turín o la lista real de Abydos carecen de información al respecto. Para intentar reconstruir este pedazo de la historia, hemos de acogernos a la información que nos ofrecen las inscripciones de la tumba del nomarca Anjtifi, Las lamentaciones de Ipu-Ur, Las enseñanzas de Merikare u otros textos de carácter similar. Las lamentaciones de Ipu-Ur hacen mención a la invasión de beduinos por la zona del Delta del Nilo. Ante el pasivo comportamiento de los elementos del estado, como la policía o las milicias del ejército de los nomarcas, varios grupos de bandidos del desierto, los mismos que tantas veces habían dado con sus huesos en el suelo cuando los grandes faraones conservaban un poder absoluto, ven ahora su oportunidad de cometer las más variopintas fechorías, incluso durante los últimos años de vida de Pepi II. Estamos ante una situación totalmente desconocida para los antiguos egipcios, pues si bien habían existido conflictos y guerras por sucesiones y por abarcar el poder total, jamás con anterioridad se habían manifestado estos elementos externos. El panorama que los restos arqueológicos nos muestran es el de un Egipto anárquico, al borde de la primera guerra civil de su historia como país unificado. Los campos no se trabajaban y los campesinos iban armados allá donde fueren. En aquellos momentos, los nomarcas eran los que poseían los contingentes militares, pequeños grupos de soldados más o menos profesionales que en ningún momento pensaron en defender las fronteras, sino que se limitaron a salvaguardar los bienes propios que estos terratenientes habían ido acumulando con el paso de los años. Con la sucesión de hechos violentos como robos, asesinatos o violaciones, cesaron los movimientos de mercaderes, ya que las rutas de las caravanas no eran seguras. Así pues, se detuvo por completo el negocio del comercio exterior, y con ello se provocaron de manera masiva los hurtos y los saqueos. Algunos autores sostienen que esta obra es un mero ejemplo literario sin rastro alguno de veracidad, pero lo cierto es que los restos arqueológicos coinciden con las descripciones del príncipe Ipu-Ur.

Tanto la VII como la VIII Dinastías deben su existencia a los efímeros reinados de los nomarcas. Algunos especialistas no dudan a la hora de afirmar que, de hecho, la VII Dinastía jamás existió. En lo que confiere a la VIII Dinastía, conocemos un poco de los entramados que se vivieron en estos años gracias a unos textos conocidos como Los decretos de Coptos, que nos muestran veinte años en los que los reyes se iban sucediendo y eran más o menos aceptados en todo el país. No obstante, surgían facciones que se oponían al poder establecido sin orden aparente, siempre había rencillas y los conflictos aparecían solos de manera casi inevitable. Una vez ha llegado la IX Dinastía, surge la ruptura entre el Alto y el Bajo Egipto.

La IX Dinastía, que había sido fundada por un rey llamado Ajtoy, mantiene el control del país durante unos pocos meses, pero la imposición que estos nomarcas ejercieron sobre sus vecinos provocó el desgaste que hizo nacer a las dinastías tebanas, que surgieron bajo el mando de Intef, que marca precisamente la división entre la IX y la X Dinastía. Estos hechos se reflejan a la perfección en Las enseñanzas de Merikare. Este hombre, Merikare, fue el hijo de un rey llamado Ajtoy V, también fue rey del Bajo Egipto, reinando tan sólo en la zona de influencia de Heracleópolis, muy cerca de El-Fayum. De estas enseñanzas, podemos extraer varios puntos que son, a todas luces, esclarecedores. Al principio del texto, Ajtoy le dice a su hijo que «en cuanto a aquel que tiene muchos partidarios entre los ciudadanos, este será agradable a la vista de sus siervos y estará firmemente establecido». Es posible que los propios nomarcas necesitasen el apoyo de los nobles de su región para poder controlar a la clase baja. Ajtoy también aconseja a su hijo a la hora de intentar extender su dominio más allá de su territorio. Así, le dice: «Respeta al grande y mantén a tu gente a salvo, consolida tu frontera y que tus tierras estén patrulladas, porque es bueno trabajar con vistas al futuro». Sin duda alguna, la visión de consolidar las fronteras de esos nomos era algo que preocupó en demasía, ya que evidencia las contiendas que mantenían las dinastías heracleopolitanas y las tebanas entre sí. Y para culminar sus enseñanzas, Ajtoy inculca a Merikare un hecho fundamental: «No te ocupes de la enfermedad de la región meridional, porque ya conoces la profecía de tu estancia sobre ella…». Llegados a este punto debiéramos entender que ellos mismos sabían que tarde o temprano el desenlace iba a ser inevitable. Por ello, cuanto más se ignorase el peligro que acechaba en la otra mitad del país, mucho mejor, más largo sería el reinado y su influencia. No obstante, Ajtoy también hace mención a los ejércitos y deja ver un intento de expulsar a los beduinos del Delta. Sería finalmente Merikare quien tuviese éxito en esta posición, ya que reorganizó al menos la parte administrativa del Bajo Egipto. Esto trajo consigo una serie de mejoras económicas, lo que conllevó también mejoras sociales.

Relieve de un prisionero, Karnak.

Fotografía de Nacho Ares.

Pero ha llegado el momento de hablar acerca de la importancia de la XI Dinastía que se formó en Tebas, sobreponiéndose a la IX y X Dinastías del Bajo Egipto. Hasta este momento, Tebas era una pequeña localidad sin importancia en materia de estado, de hecho era más bien una población que subsistía gracias a sus pesquerías. Durante varios años, los nomarcas que aquí residen ven cómo las dinastías heracleopolitanas extienden su influencia por casi todo el país. Ocurre que, en primera instancia, estas castas nobles deben asentar sus dominios, lo cual lleva varios años de trabajo. Sin embargo, tal y como Ajtoy había dicho a su hijo, llegó la hora en la que ambas potencias tenían ya gran dominio en sus áreas respectivas, lo cual les podía otorgar un control total casi monárquico, y se dan inicio los preparativos para la guerra. La zona era un auténtico polvorín, y tan sólo había que aguardar a que alguien prendiera la mecha. No está nada clara la forma en la que los sucesos se desarrollaron, pero sí que las contiendas fueron violentas en exceso. El hombre de este momento es Intef, nomarca de Tebas conocido como Intef el hijo de Iku, que se pone manos a la obra e inicia los movimientos hostiles. Serán necesarios largos años de sangre derramada, pero finalmente la casta tebana será la que se alce victoriosa y consolide un nuevo poder central. En este momento, los nobles tebanos tienen un punto de poder que les permite sobresalir un poco por encima de sus adversarios. Sin embargo, cuando Mentuhotep I, el hijo de Intef, es capaz de hacerse con el ejército de Tebas, la situación da un giro inesperado. Mentuhotep significa ‘[El dios] Montu está satisfecho’. Montu es una divinidad guerrera, denominada An-Montu en Tebas y otras regiones del sur ya en los primeros años dinásticos. Pero el dominio de Mentuhotep I, así como el de tres reyes llamados Intef, tan sólo alcanza la región de Tebas. Parece ser que durante los noventa y cuatro años que separan a Mentuhotep I y II los combates por la conquista del territorio no cesaron. No está muy claro el linaje de esta familia, pero sabemos que tras Intef hijo de Iku reinó Mentuhotep I, que a la muerte de este le sucedió su hijo Intef I, que fue sucedido a su vez por su hijo Intef II y luego por el hijo de este, Intef III.

Ir a la siguiente página

Report Page