Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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El linaje de los Mentuhotep y el Imperio Medio

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EL LINAJE DE LOS MENTUHOTEP Y EL IMPERIO MEDIO

Mentuhotep II

Se suele aceptar que sobre el año 2160 a. C. aparece el rey Mentuhotep II como soberano del Alto y del Bajo Egipto ante su pueblo, y lo hace como ‘Aquel que unifica las Dos Tierras’. Este hecho fue de gran importancia porque lo único que los egipcios deseaban era el regreso de los años de prosperidad y la abundancia. Los escribas del rey realizaron inscripciones y lo colocaron al lado de Menes, para que quedase constancia de que Mentuhotep era el segundo monarca que había reunido los Dos Países.

Gracias a los cambios que inicialmente había introducido su padre Intef III, que luego él continuó y mejoró, sabemos que las rebeliones fueron aplacándose poco a poco. Debido a los largos años de guerras internas, la zona que comprende Abú Simbel está sumida en reyertas locales, no hay ni un solo representante del gobierno egipcio en la zona de Nubia y el nuevo faraón necesita la materia prima que se halla en el país de Kush para conseguir que el país vuelva a funcionar, que resurja de sus propias cenizas. Así pues, Mentuhotep marcha hacia el sur, acompañado de su ejército, su portaestandarte y su canciller Jeti. Este último conduce la expedición hacia Kush, implanta allí las leyes egipcias, se levantan una serie de fortalezas y se instalan temporalmente unas milicias. Nuevamente, se abren las rutas que dan acceso a Nubia. Mentuhotep no se conforma con eso, así que avanza todavía más al sur, estableciendo las antiguas rutas comerciales que habían sido abiertas durante el Imperio Antiguo.

Habían transcurrido más de cien años desde que las hostilidades comenzasen, pero finalmente, vemos como Mentuhotep cambia su nombre por ‘El divino de la corona blanca’. Este hecho nos viene a demostrar que, en efecto, la guerra se inclinaba a su favor.

Arqueros nubios, tumba de Meshati, X Dinastía.

Fotografía de Nacho Ares.

Las moradas para la eternidad de este período nos han dejado importantes legados artísticos, que van desde maquetas de soldados hasta relieves que nos esbozan lo que vivieron estos hombres. Tal es el caso del general Mehesit, que se hizo enterrar en la región de Asiut. Aquí se halló la maqueta de un gran ejército que marcha hacia la batalla. Este hecho sucedió durante el año decimocuarto de Mentuhotep, cuando un grupo de las milicias de Hieracómpolis se dirige hacia Abydos con la firme intención de asestar un golpe a su reinado. Mentuhotep no se queda esperando el enfrentamiento y se pone el frente de sus tropas. Entre las filas del rey tebano había un gran número de soldados nubios que luchaban al lado del faraón porque ello les reportaba una mejor forma de vida. Finalmente, Mentuhotep sale victorioso y, casi a partir de aquel momento, el pueblo va tomando conciencia de que nuevamente está gobernado por un faraón.

Cuando se celebró su año quincuagésimo de reinado, la paz era absoluta. Egipto florecía nuevamente y las rebeliones, los saqueadores, el hambre, las peleas entre hermanos, padres e hijos eran ya parte del pasado. Así pues, una vez que Egipto volvía a ser una gran nación, el rey fija su atención en la construcción. Mentuhotep decidió levantar grandes edificios en casi todo el país. Las zonas de El-Qab, El-Balas, Gebelen, Deir el-Bahari, Dendera, Abydos, Aswan, Armat y la propia Tebas son centros de atención para sus arquitectos. Nuevamente, por el Nilo se pueden volver a ver navegar las barcazas, todas ellas repletas de bloques de piedra caliza.

Mentuhotep se hizo construir su morada para la eternidad en algún lugar desconocido de Egipto. Sin embargo, sí sabemos que erigió un santuario funerario al sur de Tebas, en Luxor. Hoy día está arruinado, pero sin embargo todavía deja entrever la grandeza que tuvo en el pasado. Existe un hecho magnífico, que casi retoma el contacto directo con los faraones del Imperio Antiguo, y es que se excavan varias moradas para la eternidad en torno a este sagrado recinto funerario. Son las tumbas de sus más allegados guerreros, sus nobles y hombres de confianza, para que así el gran Mentuhotep pueda protegerlos en la otra orilla, como lo ha hecho en vida. Junto a él alcanzarían la eternidad, entre otros, su canciller Jeti, el visir del norte Dagi, el visir del sur Ipi o Henenu, que era su segundo hijo y además el mayordomo real y administrador de los rebaños del rey. En un mismo hipogeo se hallaron sesenta cuerpos momificados de los guerreros más valientes que habían luchado juntos al lado de su rey.

El legado de Mentuhotep es fundamental para el inicio del Imperio Medio, ya que Mentuhotep II es el último rey del I Período Intermedio y el primer rey del Imperio Medio, un momento de gracia en el que Egipto reviviría sus años dorados.

Mentuhotep III

Cuando fallece Mentuhotep II, ‘Aquel que ha reunificado las Dos Tierras’, sube al trono de Egipto su hijo, bajo el nombre de Sanjkare Mentuhotep, ‘Aquel que da vida al Ka de Re’. Los datos que los egiptólogos tienen al respecto de este gobernante hacen pensar que ya era un hombre maduro cuando accedió al poder, y que por ello tan sólo reina trece años. Sin embargo, el país que hereda Mentuhotep III es un país próspero, que empieza a levantar la cabeza tras abandonar una profunda crisis. A pesar de que los Mentuhotep han vuelto a instaurar las leyes y el país resurge de sus propias cenizas, todavía quedan muchos cambios por hacer.

Es posible que las fronteras del norte presentasen todavía riesgos de ser invadidas y, por ello, Sanjkare Mentuhotep decide reforzarlas más todavía de lo que su padre lo había hecho. En la zona cercana al este Delta del Nilo se encuentran todavía bandas de beduinos y asiáticos. El rey da inicio a la construcción de una serie de fortalezas en esta zona para evitar así cualquier posible filtración de estos grupos belicosos. Durante su año octavo de reinado envía a Henenu, su hermano menor, mayordomo real y administrador de los rebaños del rey bajo las órdenes de su padre, a la ciudad de Coptos. Lo pone al frente de una misión en la que sufriría un asalto por parte de un grupo de insurrectos. Henenu tuvo que librar una terrible batalla para alisar el camino, y envía a su rey un mensaje advirtiéndole de cómo estaba allí la situación. Mentuhotep reacciona de inmediato y envía tres mil soldados para reforzar el contingente. El objeto final del encargo que el rey había hecho a Henenu era la construcción de una flota que navegase hasta el país de Punt. Para ello, fue necesario hacer una serie de pozos que suministrasen agua no sólo para el enorme contingente humano sino para todos y cada uno de los asnos que comandaban el convoy con los útiles y enseres. Una vez hubo llegado al Mar Rojo comenzó a construir los buques con los que haría el viaje a la Tierra de Dios. De allí regresó con una gran cantidad objetos, una gran variedad de animales salvajes, árboles de incienso, materiales preciosos y toda suerte de objetos y útiles que Egipto no poseía. Henenu regresó a la capital a través del Uadji de Hammamat, donde hizo grabar la estela que narra estos hechos sobre una roca natural. Durante el año 2006, un grupo de arqueólogos italianos y americanos hacen un descubrimiento impresionante. Hallan en el Mar Rojo, a unos cuatrocientos setenta kilómetros de Menfis, parte de una flota naval egipcia, que fue datada en la XI Dinastía. Estas naves de cuatro mil años de antigüedad estaban situadas en el lecho de un antiguo río, hoy seco, y estaban fabricadas con madera de acacia y cedro del Líbano. Conservaban todavía en sus bodegas restos de objetos variados, y entre ellos cajas de madera. Una de estas cajas tenía una curiosa inscripción: «Las maravillas del país de Punt». Estos restos arqueológicos fueron estudiados y se llegó a la conclusión de que las naves fueron fabricadas en tierra firme y luego transportadas y ensambladas en la costa, según los técnicos de la Universidad de Florida. En algunos de los tablones de cedro todavía eran visibles las marcas rojas hechas por los carpinteros, a fin de poder ensamblarlas correctamente una vez hubieran llegado a la orilla. Este hallazgo es increíblemente importante, puesto que pone de manifiesto la total y absoluta destreza que los egipcios tenían en la fabricación de grandes naves. Es posible hacerse una idea de la inmensa máquina administrativa, económica y sobre todo humana de este momento, pues hace falta un gran poder económico para transportar toda esta gigantesca caravana a través del desierto, con todo lo que ello conlleva, y volver a montar unos astilleros provisionales para el ensamblado de los buques. Sin embargo, esta flota, que pereció por motivos hoy desconocidos, no fue la que Henenu comandó, o al menos no la que narra en su estela. Tal vez, antes o después, hubiera realizado otra expedición o los buques fueron abandonados una vez realizado el viaje, aunque esto último es muy poco probable.

Relieve con dos buques egipcios, templo de Edfú.

Fotografía de Nacho Ares.

En su faceta constructora, Mentuhotep III lleva a cabo una innovación arquitectónica. En Medineth Abú construyó un triple santuario, erigido para una tríada de dioses. En la faceta artística, se puede decir que los talleres reales explotaron en brillantez. Los artesanos, como los escultores y los pintores, desarrollaron todo su arte, dando innovadoras facetas a la decoración de los santuarios y edificios reales. La piedra se trabajó con finos cortes y se procuró la mejora de los acabados. No cabe duda de que los artistas tuvieron como modelo a los artesanos del Imperio Antiguo y procuraron incluso sobrepasar las cotas alcanzadas. Con el reinado de Mentuhotep III se dio continuidad a esa reunificación, ya que la sociedad estaba en plena evolución. Tras su muerte, el país continuó por ese sendero de avance, afirmándose cada vez más en la autoridad que habían reflejado los grandes hombres del pasado, no sólo los reyes, sino todos aquellos individuos que no habían sido olvidados y que habían contribuido con todo su arte al florecimiento del Imperio Antiguo.

Mentuhotep IV

La subida al trono de Mentuhotep IV no está demasiado clara. Se suele decir en el ámbito egiptológico que el final de una dinastía viene marcado por un hecho fuera de lugar, algo inusual que ocurre en un momento determinado, ya sea extraordinario o caótico. Con este rey en el trono de Egipto aparece un hecho que no se daba desde las primeras dinastías. Gracias a un grafito de las canteras de Hammamat sabemos que su madre se llamaba Imi, pero no se menciona si estaba casada con Mentuhotep III o bien si era su hermana. De él no existe ninguna representación y, a raíz de lo poco que se conoce, se suele decir que su reinado estuvo envuelto en disputas e intentos de rebeliones por parte de determinadas familias del Alto Egipto. Sabemos que él no era de sangre real, aunque bien pudo haber sido hermanastro de Mentuhotep III. El desconocimiento absoluto acerca de esta familia tan sólo nos permite hacer especulaciones variadas, pero sabemos que los nobles del Egipto Medio, y sobre todo los nomarcas de esta parte del país, no estuvieron conformes con este reinado.

Mentuhotep IV no tuvo hijos. Lo más parecido a un hijo fue su visir Amenemhat. Era este un hombre recto, que se desvivía por la justicia y era respetuoso con todas las clases sociales. No hubo en todo el reinado de Mentuhotep IV un incidente escandaloso que pusiera a prueba a este visir. Existen varias alusiones acerca de los prodigios que Amenemhat realizó para su rey, que luego analizaremos. Con la llegada de Amenemhat I al trono se termina la XI Dinastía y estalla con todo su esplendor la XII Dinastía.

Amenemhat I

El linaje de los Mentuhotep había devuelto la estabilidad al país tras el I Período Intermedio, pero el hombre que pone fin a este período realmente es Amenemhat I. Posiblemente su origen viene de Aswan, habiendo sido su madre la dama Nofret y su padre un sacerdote de rango menor. Una estela nos cuenta que Mentuhotep IV lo envía al lecho seco de un río, en Hammamat. Allí asiste al hermoso parto de una gacela. Este animal se había tendido sobre una gran piedra, que será escogida para que los artesanos de Tebas tallen la tapa del sarcófago del rey. Un segundo hecho prodigioso es la llegada inminente de una tormenta, una tempestad feroz que aplacará la sed de los campesinos, llenará los pozos secos de agua fresca y traerá la felicidad a las Dos Tierras.

Amenemhat significa ‘[el dios] Amón está al frente de los nacimientos’, y aquí, nuevamente, debemos enfrentarnos a las dos hipótesis que manejan los expertos. Un primer grupo de egiptólogos opina que Amenemhat I tuvo que enfrentarse al menos a dos opositores al trono. Uno de ellos se llamaba Intef; el otro era un hombre de origen nubio, tal vez un oficial de alto rango que pretendía asentarse sobre el trono de Egipto. Sin embargo, el que había sido elegido por Mentuhotep IV para sucederlo no permitió que ningún extraño pudiese dirigir los destinos de su país. Otros expertos opinan que el antiguo visir llegó al poder mediante un golpe de estado, aunque no hay ninguna evidencia que respalde esta teoría.

Como hemos visto, tenemos los nombres de sus padres y el de su esposa principal, Neferitotenen, aunque tuvo al menos otras dos esposas con carácter secundario: una egipcia llamada Neferusobek y otra mujer simplemente conocida como Dedjet.

Relieve con el nombre de Amenemhat I de su pirámide de El-Listh.

Cuando Amenemhat accede al trono sabe que la consolidación del país no ha terminado. De hecho, era consciente de que las fronteras del norte no eran totalmente seguras y, gracias a unas inscripciones de la zona de Deir el Bersha, sabemos que había problemas en la administración y que la zona no estaba exenta de disturbios. Para controlar personalmente esta zona, el rey decide trasladar la capital. Abandona Tebas y lleva su corte a una nueva y magnífica ciudad que había ordenado construir, que llevaba por nombre Amenemhat Itchi Tawi, ‘Amenemhat es el Señor de las Dos Tierras’.

Maqueta de una fortaleza egipcia. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

La ubicación de esta ciudad es todo un misterio. Se sospecha que posiblemente fue levantada en la zona de El-Listh. Es uno de esos misterios de la egiptología, tan maravilloso y fascinante ante nuestro desconocimiento y sin embargo tan documentado en la antigüedad[75].

Amenemhat, para poder lograr esa total unificación y pulir todas las posibles astillas que todavía tiene la monarquía, reorganiza los nomos. En concreto, desposee a los nomarcas de sus títulos hereditarios, colocando en esos puestos a su gente de confianza. Hace reaparecer a la figura que controlará a esos nomos, el gran intendente del nomo. Para ello, redistribuye los límites de cada provincia, pues muchas de ellas habían ampliado sus fronteras durante la crisis del I Período Intermedio. En casi todos los casos, varios nomarcas se habían apoderado de terrenos del estado e incluso los funcionarios que antaño pertenecían al rey estaban en aquellos días bajo las órdenes de estos nomarcas. Es, pues, este primer acto de gobierno, una plasmación de la imagen de Maat sobre la tierra, donde la justicia debe ser impartida sin discriminación. A partir de este momento, los verdaderos gobernantes de Egipto serán los reyes y, con ello, la figura del rey como Dios en la tierra comienza a difuminarse. Ya no es aquella imagen absolutamente divina que ofrecieron los reyes de la IV o V Dinastías, cuando sus súbditos tenían miedo a caer fulminados si miraban directamente a los ojos de su soberano, sino más bien una especie de regreso al origen, cuando el gobernante había asumido aquel papel predinástico de Hijo de Horus, descendiente de las divinidades pero con un origen totalmente humano.

Otro punto que Amenemhat I desea reformar es la imagen del ejército. La caótica situación de las tropas en los momentos previos al I Período Intermedio no puede volver a repetirse. Así pues, pone en práctica una especie de reclutamiento selectivo y ordena construir una serie de academias militares donde se preparará a los soldados en una serie de divisiones, cada una con carácter diferente de las otras, siempre situando a los soldados según se veían destacadas sus facultades. Durante su año vigésimo de reinado, el rey inicia una serie de incursiones sobre el sur con el fin de colonizar determinadas zonas y así obtener las materias primas que estas ofrecen generosamente. Para el hecho, construye varias fortalezas en las ciudades nubias de Semna y Quban. Gran parte de las fortalezas que datan del Imperio Medio, no sólo de Amenemhat I, sino de casi todos sus sucesores, se hallan sumergidas a varios metros de profundidad. Con la construcción de la presa de Aswan se produjo el nacimiento de algunos lagos artificiales que devoraron sin piedad estas grandes construcciones.

En su faceta constructora, Amenemhat hace honores a su principal deber, que es erigir las moradas de los dioses. Mut y Hathor son dos divinidades muy honradas por él, así como el dios menfita Ptah, al que erige un gran santuario en la ciudad de Menfis. También construye grandes templos y capillas en otras ciudades del norte.

También sabemos, gracias a numerosos restos arqueológicos, el nivel altísimo que alcanzaron los artistas que vivieron en este reinado.

Una de las facetas que hizo a este monarca un hombre sabio fue el continuo estudio sobre el pasado de su país. Amenemhat no perdió de vista sus raíces en ningún momento. Así pues, una vez la figura real vuelve a encarnar la descendencia divina, será él mismo quien gobierne las Dos Tierras con justicia y sabiduría. El resultado de todo esto es la plasmación de una morada para la eternidad. En una primera instancia planea la construcción de un hipogeo en Tebas, pero este hipogeo no será nunca utilizado, ya que cerca de donde había construido su magnífica ciudad comienza a levantar una pirámide.

Amenemhat I ha sido un hombre justo, poderoso y sabio. Una vez su hijo es nombrado corregente, aprende junto a su padre los valores con los que ha de estar forjado un verdadero rey. Senwosret, su hijo, destaca entre el resto de los hombres que lo rodean, sobre todo como jefe de los ejércitos del rey en las campañas que este realiza en las zonas de Asia y Libia. Y será precisamente en estos momentos, cuando el príncipe real se halle en medio de sus incursiones, cuando acontecen unos hechos que nos desconciertan sobremanera. Cierta noche, en el palacio real de Itchi Tawi, después de la cena, Amenemhat se encontraba en sus aposentos descansando. Es de suponer que los últimos ritos que el faraón celebraba se habían llevado a cabo. Así pues, tras lograr conciliar el sueño, se abandona a este durante unas horas. Súbitamente, su corazón se encoge ante el alboroto que se escucha en las inmediaciones de su habitación. Ruidos de armas y todos sus consejeros gritando. Sintiéndose en peligro de muerte, se quedó inmóvil, cual serpiente del desierto, viendo como su propia guardia personal incursionaba en la alcoba, dispuesta a segar su vida. Si hubiese tomado las armas rápidamente, tal vez hubiera hecho retroceder a sus atacantes, pero en esta ocasión el rey temible no había sido lo suficientemente rápido.

Este regicidio fue recogido en Las máximas del rey Amenemhat a su hijo Senwosret, y luego se plasmó fielmente en la magnífica obra literaria El cuento de Sinuhé. No sabemos si finalmente la guardia real puso fin a la vida de Amenemhat, pero sí que su hijo regresó súbitamente de su campaña militar y el intento de usurpación fracasó. No se ha encontrado texto alguno que haga mención a ningún juicio, y debió haberlo ya que Senwosret I regresó de su incursión en tierras libias como un halcón.

Con la muerte de Amenemhat I comienza un camino de evolución hacia la máxima expresión en el concepto artístico, que superó incluso a muchas obras del Imperio Antiguo.

Senwosret I

Estatua de Senwosret I. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

Senwosret significa ‘El hombre de [la diosa] Userret’, aunque tal vez sea más conocido como Sesostris. Ha sido preparado correctamente, bajo los principios de rectitud y justicia, aquellos que su padre había establecido a lo largo de sus treinta años como rey del Alto y del Bajo Egipto. Durante esos días en los que el gran Amenemhat todavía se sentaba en el trono, Senwosret había ostentado el cargo de visir. Así, aprendió las enseñanzas que su padre le transmitió en vida y recogió las palabras de un hombre sabio que sin duda le fueron de gran utilidad en momentos de dificultad. Estas enseñanzas fueron escritas en papiros, tablillas de madera, óstracas y un rollo de cuero. En estas líneas, se pueden leer los hechos que conllevaron la muerte del rey a manos de su guardia real. No sabemos si realmente fue Amenemhat quien dictó las palabras a su hijo o si, por el contrario, este decidió recompilar todos los consejos que su padre le había dado en vida. De cualquier forma, se hace especial hincapié en los valores que presentan los antepasados. Así, es especialmente conmovedora la parte en la que Senwosret escribe aquello que Amenemhat le había dicho: «Pon imágenes mías a mis herederos que vivirán entre los hombres, que hagan para mí oraciones y ofrendas como no se haya oído antes, pues los hombres luchan sobre la arena y se olvidan del pasado; y el éxito elude a aquel que no hace caso de lo que debe saber».

Estatua de Senwosret I. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

De las enseñanzas, que Senwosret recibió sin duda como príncipe heredero, hizo buen uso durante sus campañas militares. A lo largo de sus cuarenta y cinco años de reinado realizó incursiones en las zonas de Asia y Libia, pero también el ejército que comandaba Senwosret llevó a cabo acciones militares en Nubia. En estas tierras se originó una rebelión que amenazaba fuertemente al rey. Senwosret la cortó de raíz, pacificando a los diferentes clanes que allí residían. Estableció la frontera sur con la fortaleza de Buhen, muy cerca de la segunda catarata, donde colocó una guarnición de soldados e hizo grabar las hazañas militares sobre una estela. Esta fortaleza supuso la mayor protección que las minas de oro tenían en esta zona, pudiéndose así defender todas las caravanas que regresaban hacia Egipto con el preciado cargamento, y suponía un punto de control para todos los buques que navegaban hacia tierras egipcias, donde se podía llevar el control de las transacciones fluviales.

Sin duda, el reinado de Senwosret I es uno de los más importantes de este Imperio Medio, e incluso de la historia de Egipto. Las distintas acciones militares que realizó aseguraron la paz en las distintas regiones que solían ser conflictivas por naturaleza. Las diferentes estelas que lo muestran como un guerrero implacable también nos hablan del ser humano que se escondía tras aquella coraza de oro. Pero sin duda, el aspecto humano de este hombre se vio reflejado en la casta social más desfavorecida: el campesino. Sabemos que durante su reinado tuvieron lugar algunas crecidas pobres. Lejos de imperar la ley del bastón, Senwosret se convirtió en el amigo de los que sustentaban la base de la pirámide social del país, llegando incluso a condonar las deudas de los más pobres y eximiéndolos de pagar los tributos anuales. Estos hechos convierten a este rey en un auténtico estandarte de la prosperidad, dentro y fuera de las fronteras del país.

Al igual que su progenitor, fue conocedor de su pasado y profesó un gran respeto por sus más inmediatos ancestros. Así, erigió estatuas en memoria de Intef el Grande, fundador de la XI Dinastía, levantó una capilla en honor de Mentuhotep I y cuidó que los ritos por todos sus ancestros se cumpliesen con una estricta pulcritud. Suponemos que, debido a este hecho, Senwosret se mostró especialmente enérgico en los asuntos internos del estado.

En todo momento estuvo velando por los intereses generales, de manera que los valores que provocaron la reciente época oscura no volviesen a aparecer.

Se hizo rodear de un consejo privado, de manera que todo funcionase a modo de un círculo perfecto cuyo eje principal era un hombre llamado Mentuhotep. Este hombre, cuyo nombre era igual que el de su padre, se cree que procedía de una familia de nobles tebana. El salto a la primera línea de la corte le llegó con la preparación para los festejos de los Misterios de Abydos. Este evento fue todo un éxito, y muy poco después alcanzó el cargo de visir. Como brazo derecho del rey, se reunía con este cada mañana, promulgando con sus palabras todos los decretos reales. Veló por el orden de los catastros, el correcto funcionamiento de las distintas ramas administrativas y en especial el cuerpo de escribas. Llegó un punto en el que Senwosret depositó en este hombre la práctica totalidad de su confianza, hecho que se demuestra con las medidas que llevó a cabo posteriormente. Estas medidas fueron sobre todo, en el plan económico. Mentuhotep reorganizó la forma de realizar los presupuestos para las obras reales, llegando a exigir al consejo privado del rey que mantuviese un estricto orden escrito de todos los gastos que cada administración tenía. Asimismo, creó un listado de todos aquellos que organizaban y comandaban cada una de las tareas que se llevaban a cabo, donde se llegaba a anotar incluso la forma de transmitir las órdenes, si eran de modo oral o escrito. Gracias a que todos los funcionarios trabajaban en conexión, la ley se extendió a todos los rincones de Egipto donde hubiera un hombre viviendo. En cierta forma, lo que Mentuhotep hace no es sino perfeccionar un modelo que se había iniciado con la XI Dinastía, cuando se comenzaron a abolir todos los derechos y privilegios que estos gobernadores locales habían adquirido con el I Período Intermedio. Al igual que habían dicho de su padre, dijeron del reinado de Senwosret I que nadie pasó hambre ni sed, que los campesinos tenían tierras para trabajar y que los grandes terratenientes ya no explotaban a sus trabajadores, so pena de ser castigados severamente.

Una vez que Senwosret tuvo al país justo en el lugar que él deseaba, inició su tarea como constructor. Realizó grandes y numerosas obras, muchas de ellas admiradas y envidiadas por muchos reyes posteriores. Las canteras del país funcionaron a pleno rendimiento y sacó de ellas un provecho admirable. Se hizo construir una pirámide en la zona de El-Listh, donde tenía fijada su residencia. En Karnak levantó un santuario que existe todavía, que es uno de los lugares más admirables por la calidad de los jeroglíficos que se tallaron en la roca. En la ciudad de Heliópolis construyó un gran santuario en honor a la divinidad solar, del cual hoy tan sólo permanece un obelisco. De hecho, casi podríamos decir que es el único resto que queda de la antigua ciudad de Iunu.

La prosperidad que Egipto alcanzó bajo el reinado de Senwosret I será fundamental para la comprensión de los siguientes monarcas de este Imperio Medio, que se mantendría inalterable hasta el final de este período.

Relieve de un pilar de Senwosret I abrazado por el dios Ptah, patio del escondrijo de Karnak. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

Amenemhat II

Amenemhat II es hijo de Senwosret I y nieto del Amenemhat el Magno. En esta XII Dinastía ocupa el tercer puesto del linaje real, habiendo ejercido como corregente del reino, al menos, los tres últimos años del reinado de su padre. Su reinado se prolongaría por un espacio de treinta y seis años, en el transcurso de los cuales el país entero explosionó en todos los aspectos. Gracias a la magnífica administración que mantuvo en sus años de rey, muchas de sus obras, voluntades y mil y una anécdotas han sido recogidas en gran cantidad de papiros administrativos que reflejan un sinfín de tareas, que van desde los tipos de donaciones que el rey efectuaba en los santuarios del país hasta detallados informes de las expediciones militares. Amenemhat II mantuvo una excelente relación con los soberanos de las regiones bañadas por el mar Mediterráneo, como los pueblos del Levante, cuya amistad se remontaba a las dinastías del Imperio Antiguo. Así pues, haciendo uso de su diplomacia, el rey egipcio supo mover los hilos adecuados de su entramado político. No es raro ver el nombre de Amenemhat II en las necrópolis reales de Bibblos, así como determinados elementos que permiten adivinar que los hombres que vivieron en estas zonas durante los años del reinado del soberano egipcio estuvieron bastante egipcianizados.

No obstante, cabe destacar que el ejército del rey Amenemhat II sí tuvo una gran importancia a la hora de proteger las rutas de las caravanas comerciales. Por este hecho, hubo que repeler las acometidas de grupos de beduinos y se realizaron varias coacciones de libios que atacaban las caravanas de la zona de Nubia. Al igual que al sur de Egipto, el área del Sinaí contó con gran número de intervenciones militares. Sabemos que durante el año vigesimoctavo de su reinado hubo una en el reino de Kush. Hasta allí viajó Jentjetauer, un general del ejército del faraón, que partió de Egipto con un gran número de hombres para sofocar la rebelión.

Pero, en líneas generales, se puede decir que el reinado de Amenemhat II es fructífero. Las expediciones comerciales con el Próximo Oriente fueron numerosas, y hasta Egipto llegaron mercancías procedentes de Mesopotamia, Creta y otras islas egeas. Asimismo, en los mercados de estas ciudades circularon escarabeos egipcios, estatuas y amuletos mágicos destinados a la protección. Llegó un punto en que los navíos de Bibblos hicieron tallar inscripciones jeroglíficas en las maderas, entregándose a la protección de las divinidades de las Dos Tierras. De hecho, una de las más maravillosas obras literarias que se escribieron en el Imperio Medio fue redactada bajo el reinado de Amenemhat II, y relata lo siguiente: a oídos del rey, en cierta ocasión, llegó la historia de un marinero egipcio, el cual había asegurado al visir que había estado en una isla mágica más allá de la tierra conocida. Una tempestad que se levantó súbitamente en medio de la travesía obligó al marino a llevar su nave hacia aquella misteriosa tierra cuando, de repente, un atronador ruido lo sobresaltó y ante él apareció una enorme serpiente con una gran barba. La serpiente dijo al marinero que había sido la bendición de Amón la que había creado aquella isla maravillosa, rica y mágica, en la cual ninguno de sus pobladores carecía de nada. Y el marino trajo consigo una serie de regalos para la Majestad del Alto y del Bajo Egipto. Al oír esto, el rey ordenó inmediatamente que tan maravillosa historia fuese recogida en un papiro, al cual dieron por título El marinero naufragado.

Sin embargo, algo sucede durante el reinado de Amenemhat II que provoca el retorno de ciertas costumbres del pasado, que habían sido suprimidas por las terribles consecuencias que tuvieron para el reino. La figura de los nomarcas recupera parte de sus prerrogativas, basadas sobre todo en asegurarse la perpetuidad de sus riquezas por medio de los títulos hereditarios. Así, con esa benevolencia, estos nomos comenzaron a adaptar los títulos, concediendo titulaturas que no les correspondían, cada vez más similares a las del propio rey en su forma más básica. En cierta forma, el rey convirtió a los nomarcas en diputados y se valía de las tropas que los nomos poseían para incluirlas en las expediciones. Parecía que la fidelidad era absoluta, pues los hijos de los diputados eran enviados a la corte real, allí recibían una educación adecuada para el cargo que el rey tenía en mente y luego eran enviados a su destino. Tal vez aquí comenzó a forjarse el odio de los nomarcas.

En el aspecto constructor, Amenemhat II no realizó grandes obras. Aparte de su pirámide, no se conocen demasiadas obras bajo su reinado[76]. Los restos que nos hablan sobre la historia de este hombre son diversos: cajas de bronce, loza de plata procedente de las islas del mar Egeo, sellos, amuletos mesopotámicos, cerámicas de Creta y vajillas de Knosos. Todos estos objetos nos dan a entender que las relaciones comerciales entre los pueblos eran muy buenas y fluidas. En otra necrópolis situada en Mit Rahina hallamos varios restos que nos muestran a Tunip, una de las principales ciudades sirias, como punto de unión con los mercados egipcios; es decir, las expediciones comerciales que tenían como destino los más alejados centros urbanos, más allá de la influencia egipcia.

No cabe duda que el Egipto de Amenemhat II fue próspero, repleto de grandes logros sociales que lo convirtieron en la primera potencia del Antiguo Próximo Oriente, un momento de florecimiento que iría creciendo paulatinamente con todos sus sucesores. El país de las Dos Tierras era, en aquellos lejanos días, la capital de todo el mundo civilizado.

Senwosret II

Cuando Senwosret II sube al trono, lo hace con el nombre de Ja-Jeper-Re, ‘El alma de Re está en su ser’ y, con ello, Senwosret se asegura de que se fije nuevamente la imagen del dios solar en la persona del rey. De este rey sabemos que al menos ofició como corregente junto a su padre durante cuatro años y que su reinado fue pacífico. Su mejor arma fue la diplomacia, y supo manejarla muy bien para mantener la paz. De hecho, no conocemos ninguna expedición militar suya; sin embargo, las expediciones comerciales fueron muy abundantes. Así, las minas del Sinaí o de Kush carecieron de peligros dignos de mención.

Con la paz establecida, el comercio fructuoso y la estabilidad interna, el rey pudo dedicarse por entero al cuidado de su país. Su mano actuó sobre todo en la zona de El-Fayum. Aquí dedicó mucho tiempo a mejorar el rendimiento agrícola. Para ello creó un canal de abastecimiento de agua, levantó una presa y conectó el Nilo con el lago de El-Fayum.

Gracias a la gran cantidad de representaciones suyas, sabemos que era de complexión fuerte, con unos rasgos faciales que influían respeto y autoridad. Durante su reinado, los artistas perfeccionaron las técnicas y elevaron, si cabe, el arte egipcio un peldaño más en la representación de la figura humana.

En la zona conocida como El-Lahum ordenó construir su morada para la eternidad, no sólo su pirámide, sino una ciudad para albergar a todos los artesanos que habían sido destinados a levantarla. La pirámide llevó por nombre ‘Senwosret está satisfecho’. El nombre escogido para esta ciudad fue el de Kahum.

Este asentamiento de obreros fue descubierto por William Flinders Petrie. Estaba protegido por una muralla de ladrillos de abobe y tenía unas medidas de trescientos cincuenta metros de largo y cuatrocientos metros de lado. Kahum fue dividida en tres sectores. Uno de ellos estaba destinado al personal, donde había casas típicas egipcias, casi todas ellas bien dotadas y equipadas, muchas incluso de tres habitaciones. Otra de las zonas había sido diseñada para los personajes más notables, como los capataces y los encargados de llevar los controles administrativos, entre ellos los supervisores y escribas. En sus años de bullicio, Kahum fue acumulando historias, detalles de una vida cotidiana que hoy nos han sido desvelados en parte[77]. Kahum en nuestros días está siendo estudiada por una expedición canadiense que ha sacado a la luz gran parte del pasado de este asentamiento, ayudándonos a desentrañar los misterios que rodean a este Imperio Medio, tan enigmático como maravilloso.

Senwosret III

Un nuevo rey se ha sentado sobre el trono de Horus. Lleva igualmente el nombre de la diosa Userret y el modelo a seguir para este nuevo gobernante será el de su bisabuelo, Senwosret I. Para comenzar a dejar su impronta el nuevo rey comienza eliminando por completo todas las prerrogativas y los privilegios existentes en los nomos. Tal y como reflejan algunos textos literarios del Imperio Medio, el faraón no se fía del hombre poderoso que sólo desea incrementar su poder y deja de lado la necesidad humana que lo rodea.

Senwosret sabe muy bien que es necesario mirar hacia atrás, ofrendar y recordar a sus antepasados, pues Egipto es heredera de la sabiduría que las divinidades depositaron a orillas del Nilo en los albores de los tiempos. Así pues, los santuarios y capillas del país serán cuidados y venerados, en especial el templo que Osiris poseía en Abydos. Los límites del país estaban firmemente fijados; no existía ni un solo pueblo extranjero que osase fomentar una revuelta en contra del Señor de las Dos Tierras. La movilidad de este ejército acompañó a la buena explotación de las minas, tanto en el Sinaí como en Nubia.

Senwosret III. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

La fiabilidad de las rutas comerciales provocó grandes expediciones y la Tierra de las maravillas, el país de Punt, fue un enclave muy visitado durante este reinado. Dado que las expediciones partían desde Egipto hasta el Mar Rojo, se excavaron un gran número de pozos de agua, y de estos pozos se beneficiaron los caravaneros y comerciantes. Durante su año octavo de reinado, con motivo de una incursión en Nubia, se excavó un nuevo canal destinado al tránsito de buques. La presencia egipcia en el país de Kush provocó una pequeña revuelta, la cual fue aplastada por el rey tras haberse puesto en peligro la seguridad de las expediciones comerciales. Para controlar mejor a los nubios, Senwosret edificó trece fortalezas en Elefantina y Semna.

Pero, súbitamente, la mirada del faraón debe dirigirse hacia el norte. De Asia ha llegado una plaga en forma de beduinos, que se han adentrado en Egipto, robando y asesinando. El rey en persona se pone al frente del ejército, avanza hacia el enemigo y cae sobre él como un halcón, aniquilando todo rastro de su existencia. Para que semejante incidente no volviera a suceder nunca más, Senwosret creó una plataforma de vigilancia, un destacamento de soldados escogidos para tal efecto, un auténtico grupo de élite que estaba destinado a controlar periódicamente el estado de las fronteras.

El reinado de Senwosret III fue, como podemos comprobar, movido y fructífero. También en el aspecto literario se llegó a un punto de máxima expresión. Podemos resumir este hecho como un regreso a las antiguas tradiciones, esto es, la búqueda de la máxima perfección en la escritura jeroglífica. Así, se copian relatos como El cuento de Sinuhé o El marinero naufragado, con afán de perfeccionismo, pero también el escritor se adentra en los territorios del arte dramático. La obra máxima de este período es La discusión de un hombre que se cansó de su vida y su Ka, en el que un hombre que está próximo a su muerte dialoga con su alma acerca de semejante desenlace.

Los años de Senwosret III son espléndidos, son el camino a seguir por los futuros monarcas de este Imperio Medio.

Amenemhat III

«Él hace verdear más que una inundación, colma las Dos Tierras de fuerza y vida, asegura la subsistencia a aquel que le sigue y sostiene a los que le acompañan en su caminar». Estas son las palabras de un funcionario que vivió bajo el reinado de Amenemhat III, un hombre que gobernó Egipto durante cuarenta y ocho años, un reinado prolongado y lleno de paz absoluta. Los restos arqueológicos que se extienden más allá del valle del Nilo nos dicen que tuvo gran influencia en países tan lejanos como Bibblos, Retenu o Siria. En el sur, llevó la frontera hasta la tercera catarata. En lo que concierne a su política interior, Amenemhat vio en la figura de los nomarcas un peligro que era necesario eliminar. Así, a tal efecto, derogó todos los privilegios que tenían, sobre todo aquel que les permitía heredar la posesión del control del nomo a sus descendientes.

Amenemhat III contribuyó al florecimiento de la zona de El-Fayum. Aquí levantó varias edificaciones, entre otras una de sus pirámides, tras el fiasco que, como veremos más adelante, sufrió en Dashur. Cabe destacar de entre estas construcciones el santuario que alzó en honor a la diosa Sobek, a la diosa Renenutet o la presa que edificó para regular el flujo de agua en la región, lo que propició un aumento de la fertilidad de la tierra y, con ello, la garantía de una considerable mejora en las cosechas. Pero lo que más asombra de todo lo que aquí se concibió es, en especial, el laberinto de Hawara.

Este nombre nos ha llegado de la mano de Heródoto de Halicarnaso, y dijo el griego que había sido construido por Amenemhat III. Según el historiador, esta construcción superó la magnificencia de las pirámides. Contenía doce patios cubiertos, seis orientados hacia el norte y seis hacia el sur. Dentro existían una serie de estancias dobles, otras subterráneas y otras en un primer piso sobre las anteriores, en número de mil o mil quinientas en cada nivel. Los egiptólogos han dado por válido este relato, y lo ubican junto a la segunda pirámide de Amenemhat, en el lago Moeris. La verdad es que no han sido pocos los que han intentado hallar este laberinto, entre los que destacan Lepsius y Petrie, aunque las excavaciones que realizó este último han desvelado que ninguno de los restos hallados corresponde a los datos legados por Heródoto. La conclusión es clara: de haber existido, el laberinto no fue levantado en Hawara sino en otro lugar.

Amenemhat III representado como esfinge. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

Pero Egipto entero fue tocado por la mano de Amenemhat III. En Nubia construyó templos, en Menfis amplió el santuario de Ptah y, sobre todo, se ocupó del buen funcionamiento de las minas y canteras. En este aspecto, cabe resaltar las minas de turquesa del Sinaí. Aquí, el rey se ocupó de restaurar y ampliar el santuario que se había levantado para la diosa Hathor, señora de la turquesa. Nos han llegado cerca de cincuenta estelas que narran las expediciones comerciales que se dieron cita en estas minas. Otra área muy trabajada en este reinado fue el Uadi de Hammant, donde se hallan las canteras de alabastro, o las minas de diorita en Nubia.

El reinado de Amenemhat III fue, posiblemente, el más fructífero de todo el Imperio Medio. Propició la expansión de muchas facetas, no sólo constructivas sino artísticas, como lo son las imágenes de Senwosret III y del propio Amenemhat. La fidelidad que el rey tuvo con las antiguas tradiciones y la paz instaurada en las fronteras propiciaron días de felicidad en los que Egipto se limitó a progresar en su propia línea interna.

Amenemhat III ataviado como sacerdote, granito negro. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

Amenemhat IV

Amenemhat IV como esfinge. Museo Británico.

Fotografía de Nacho Ares.

Amenemhat IV es todavía hoy objeto de debate entre los egiptólogos. Muy posiblemente llegó al trono en una avanzada edad y por ello sólo reinó durante trece años. Sabemos que estaba casado con Neferu-Sobek, su hermanastra, y que ella fue la que tuvo que sufrir la violencia de los príncipes de los países extranjeros. De Amenemhat IV desconocemos casi todo. No sabemos el nombre de su madre y ni siquiera estamos seguros de si fue hijo o nieto de Amenemhat III. Sabemos que actuó como corregente con este último al menos durante un año, que terminó algunas construcciones y que no tuvo conflictos militares importantes. Lo que sí es seguro es que murió sin dejar un heredero al trono. Este hecho provoca que Neferu-Sobek tenga que ponerse al frente del país, lo que propicia la aparición de la XIII Dinastía, formada por Sej-em-re-tawy y otro personaje de nombre Sej-em-ka-re[78].

Sabemos que Neferu-Sobek reinó en Egipto, si hacemos caso al Papiro de Turín, durante diez meses y veinticinco días. En el Museo de El Louvre existe una representación suya como mujer y rey en un mismo ser. La pieza es de gres rojo, está fracturada y sólo se conserva el torso, pero los textos jeroglíficos no engañan. Asimismo, hizo inscribir su nombre en varios lugares del país, como en el santuario funerario de Amenemhat III, posiblemente su padre. También en varios lugares aparecen los cinco nombres de Neferu-Sobek, nombres que eran reservados enteramente a los reyes, por ello se deduce que ejerció como rey y no como corregente.

Relieve de la tumba de Ramose, visir de Amenhotep III.

Fotografía de Nacho Ares.

La afluencia de nómadas ejerció de efecto llamada para los Heqau-Jasut, literalmente ‘Príncipes de los países extranjeros’, que no dejaban de ser una especie de clanes de tribus pastoriles dedicadas al pillaje y al asesinato. Hacía ya varias décadas que llevaban intentando un asentamiento firme y finalmente se produce un hecho que propiciará la invasión. A los Hekau-Jasut se unen distintas tribus asiáticas, entre otros cananeos y hebreos. Los últimos días de Neferu-Sobek transcurren agónicos, viendo como el país va cediendo terreno y el invasor finalmente se asienta en el Delta. A su muerte, el Bajo Egipto está en poder de los hicsos, y el Alto Egipto se convierte en el último reducto libre del país, donde todavía se alza la figura de un faraón, que tan sólo ejerce su poder en las fronteras de Tebas.

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