Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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VI. EL DOMINIO HICSO Y LA LLEGADA DEL IMPERIO NUEVO » El II Período Intermedio, el dominio hicso y la gesta tebana

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EL II PERÍODO INTERMEDIO, EL DOMINIO HICSO Y LA GESTA TEBANA

Los egiptólogos no terminan en ponerse de acuerdo en los hechos que siguieron al final del Imperio Medio, y esto es producto de las pocas pruebas y evidencias arqueológicas. Uno de los motivos por los que desconocemos parte de este momento en la historia de Egipto es que muchos de los acontecimientos se desarrollaron en el Bajo Egipto, en la zona del Delta del Nilo[84]. No obstante, hay suficientes evidencias arqueológicas como para hacernos una idea bastante aproximada.

Parece ser que el paso de la XII a la XIII Dinastía tuvo lugar sin demasiada brusquedad ni conflictos. Con la XIII Dinastía llegan un número indeterminado de reyes, más de cincuenta, para un período histórico demasiado corto. Este es el momento conocido en la egiptología como el II Período Intermedio.

De estos efímeros faraones conocemos muy poco. Unos detalles de unos y nada en absoluto de otros. El linaje real de la XII Dinastía parece haberse mantenido mediante una serie de ramas secundarias familiares, pero también hay constancia de que en otros casos, pocos, el rey coronado era de origen plebeyo. Estas líneas se veían rotas muy pronto o al menos eso demuestran una serie de irregularidades arqueológicas.

Si desde los días del gran Amenemhat III se había consolidado un tránsito controlado de extranjeros en Egipto, la XIII Dinastía abrió de par en par las puertas de sus fronteras, bajó las guardias de los puestos de vigilancia y tanto los sirios como los palestinos terminaron por ejercer una política independiente que, inexplicablemente, los faraones de este período no pudieron controlar. Dependiendo de los especialistas, unos opinan que la XIV Dinastía está formada por los sirios y palestinos, y a continuación tenemos la XV Dinastía que sería la de los hicsos.

Sea como fuere, la fuerza de esta gente se asienta en la zona de Ávaris, en el Delta. Casi todos los egiptólogos coinciden en señalar que el secreto de su éxito fue un arma innovadora: el carro tirado por caballos. Precisamente es en este momento cuando los especialistas creen que hizo aparición por vez primera la rueda en Egipto, aunque, como ya hemos visto, hay indicios que nos sugieren lo contrario. En estos días en los que se acaba de instaurar la XIV Dinastía, tenemos dos nombres que nos ayudarán a hacernos una idea de lo que ocurría realmente. El primero de ellos es un tal Nehesi, que se supone asiático o de antepasados asiáticos. Este hombre formó coalición con los hicsos en el Bajo Egipto. De aquellos que continuaban poniendo resistencia, cabe destacar a un tal Wahibre, un descendiente de los últimos reyes de la XIII Dinastía que tuvieron que recluirse en Tebas, y parece ser intentó al menos mantener su área de influencia libre de los hicsos. Igualmente, podemos destacar dos monarcas que fueron importantísimos, cada uno en su tiempo. El primero de ellos es un rey tebano de nombre Djehuti, que parece ser el fundador de la XVI Dinastía. Se supone que tomó parte en una confrontación con los hicsos y, después de algunos combates, logró propiciar una especie de tregua que se prolongaría varios años. Tal vez fuera con esta tregua cuando podemos ver, tal y como algunos textos nos cuentan, que los rebaños de Tebas podían pastar en los terrenos hicsos y estos a su vez podían circular por el territorio tebano para comerciar con los nubios. El segundo hombre es un rey hicso, de nombre Jian, que vivió bajo la XV Dinastía y llevó a sus tropas más allá de la ciudad de Abydos, que parecía ser el punto de inflexión entre los dos reinos. Llegó a Tebas y tomó la ciudad, debemos entender que hallando resistencia en su camino. A continuación, comandó a sus hombres hasta Gebelein donde mantendría el control durante largos años. De hecho, sería su hijo quien cerrara la dinastía y el fin del reinado hicso en Egipto: el rey Apofis.

Estatua de Hor Wahibre, rey de la XII Dinastía. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

Los hechos que se sucedieron tras esta toma de Tebas no están demasiado claros, pero una de las causas sí parece estar identificada con una serie de malas crecidas y la aparición de hambrunas que comenzaron a asolar el Alto Egipto y, tras la ocupación de Tebas, llegó una especie de olvido por parte de los hicsos sobre esta zona. Aquello que muchos egiptólogos catalogan como la primera mitad de la XVII Dinastía, cuyos integrantes parecen haber recuperado la línea sanguínea familiar, se ve culminado con la figura de Senajtenre Tao I. Sin embargo, el pilar de este hombre y la causante de la rebelión que devolvió la libertad a Egipto fue su esposa, la reina Teti-Sherit.

Sabemos que su padre era Tuena, un juez de reputación intachable en Tebas y que, a todas luces, tenía una o bien una fuerte influencia en la corte real o bien lazos con la familia real en una línea indirecta, puesto que logró situar a su hija ni más ni menos que en el trono de las Dos Tierras como consorte real. Su madre era una ‘Dama de la casa’, de nombre Neferu. Esta mujer, que murió heptagenaria, supo hacer buen uso de la condición que tenía, no sólo de reina de Egipto, sino también ‘Madre del rey’ y ‘Madre de la reina’, pues inculcó a sus dos hijos la idea y el anhelo de la libertad.

Iah-Hotep y Seqenenre Tao II, ambos hijos de Teti-Sherit y Senajtenre, son los reyes tebanos. Están recluidos en un área tan pequeña que cualquier intento de sedición resulta insultante a ojos de los hicsos, los ilegítimos monarcas que se sientan sobre el trono de las Dos Tierras.

Hacia el año 1558 a. C., el rey hicso Apofis se presenta ante los egipcios como un temible bárbaro y, según las crónicas, como un tipo bastante vil y cruel. No se sabe exactamente cuándo ni cómo, pero el rey Tao I muere, posiblemente en combate, y al frente del trono egipcio queda Teti-Sherit. Pero ella sola se ve incapaz de animar a su pueblo para que continúe con la sublevación. Hasta ese momento, podemos imaginar que la vida de los príncipes Seqenenre e Iah-Hotep era bastante difícil, e incluso es más que probable que Seqenenre acompañase a su padre en alguna batalla. Se sabe que había un margen, una especie de zona de seguridad que aproximadamente llegaba hasta Abydos, donde se trazaba la línea imaginaria que los tebanos no querían cruzar, pues más allá estaban las auténticas guarniciones de los hicsos. Sabemos, gracias a una estela, que Iah-Hotep y Seqenenre Tao II comenzaron a reunir una coalición de tebanos para convertirlos en soldados y que fueron colocados bajo la tutela de la divinidad local, Amón. Muy posiblemente, pudieron pasar años hasta que se inicia en serio la lucha por conquistar la ciudad de Ávaris, el auténtico corazón extranjero que se halla en el Delta del Nilo. En el transcurso de estos años, el rey y su consorte real tuvieron sus primeros hijos: Kamose, Ahmose y Ahmés-Nefertari. De esta historia conocemos tan sólo el comienzo, gracias a que fue escrito en un papiro conocido como Papiro Salier I, datado en el Imperio Nuevo. Apofis deseaba conquistar Tebas de una vez por todas, así que envía un mensajero ante Seqenenre para comunicarle que los hipopótamos que residen en la orilla tebana braman con tal fiereza que los ecos resuenan en Ávaris. Así pues, advierte al tebano que será mejor que vacíe las aguas de los estanques y arponee a los animales, so pena de ver cómo los hicsos caen sobre Tebas como una plaga de moscas. En un primer momento, Seqenenre despide al mensajero, pidiéndole que diga a Apofis que no se preocupe, que se hará tal y como él desea. Una vez el hicso se ha marchado, reúne a sus generales y nobles en una asamblea de emergencia. Si los planes de Apofis son apoderarse de Tebas, deberá pagar con la sangre de muchos de sus soldados para conseguirlo. La guerra es inevitable y el momento de la verdad ha llegado. En lo que concierne al número de tropas que comandaba el rey tebano, se desconoce todo absolutamente. En una de sus primeras incursiones sabemos que Seqenenre recibe una herida en una mejilla que, a pesar de su gravedad, consiguió cicatrizar. Esta primera contienda no hizo sino aumentar el auge guerrero de esta casta tebana y el momento de la verdad llegó al fin para Seqenenre. Desconocemos el lugar exacto de la confrontación, así como el número de tropas que forjaron esta épica contienda. Lo único cierto es que Seqenenre fue vencido en el fragor de la batalla. Las heridas que sufrió en el pecho y el cráneo fueron mortales de necesidad. Su momia, recuperada por Gastón Maspero en 1881, muestra el rostro de un hombre cuyo cuerpo inerte regresó a Tebas, donde lo aguardaban dos reinas viudas.

Momia de Seqenenre Tao II.

Fotografía de S. C. A.

No sabemos lo que ocurrió a continuación, pero, a juzgar por los hechos y las evidencias, Iah-Hotep se rehizo a sí misma, tal y como Egipto lo había hecho en los momentos difíciles, y tomó el mando de la reconquista. El rey Apofis, sin duda alguna, debió creer que tan sólo había que asestar el golpe definitivo a la orgullosa Tebas. Pero el rey asiático se quedó boquiabierto al comprobar aquel espectáculo sin igual: una reina, una mujer excepcional, como jamás antes habían visto las centurias, se alzaba ahora ante ellos, impávida, con las dos coronas de oro sobre su cabeza.

A pesar de ella se coloca al frente de la situación, será su hijo Kamose el que tome el control del conflicto, ‘El que ha nacido de la potencia’. Debemos entender que Kamose efectúa alguna incursión en territorio enemigo, sin duda con resultados positivos. Él mismo nos cuenta: «Bajé el río para que los asiáticos siguieran a Amón, el Justo de consejos, con mis soldados a mi lado como una llama de fuego». Otro relato del propio Kamose se hace, como poco, escalofriante. Se trata de un asedio contra el príncipe Teti: «Pasaba la noche en mi barco y mi corazón estaba feliz. Maat me aconsejaba y, cuando la tierra se iluminó, me abalancé sobre él como un halcón». Este ataque en concreto se inició al amanecer y, cuando el sol se hallaba en su cenit, todo había concluido. De esta batalla, Kamose hizo muchos prisioneros, los cuales se unieron al ejército de liberación a cambio de salvar sus vidas.

En algún momento entre estos años que estamos viviendo, el rey Apofis ve que su situación no es tan favorable como él creía. Así pues, decide pasar a la acción. Su idea es proponer una coalición al vecino país de Kush y tentar a su rey con un reparto de beneficios cuando la masacre se haya consumado. Desde Ávaris parte un mensajero que evitará los caminos principales, intentando adentrarse en las vías secundarias. Sin embargo, estos son precisamente los caminos que los tebanos intentan defender, y una avanzadilla de reconocimiento de Kamose detecta y apresa a ese desdichado «correo exprés». Ante estos hechos, el nuevo faraón está desconcertado, pues Tebas se halla ahora entre dos fuegos. Y, sobre todo, una pregunta retumba en su mente: ¿es este el único correo que Apofis ha enviado? Ya no existe más que una salida: el ataque inminente.

La fiereza que demuestra el faraón de Tebas es descomunal a medida que avanza hacia el norte, rumbo al Delta del Nilo. Una tras otra, las marcas de los hicsos van cayendo y las ciudades son asoladas. La sangre cubre las plazas de los pueblos y los cadáveres se agolpan en las orillas del río. Iah-Hotep, por seguridad, se ocupa de la protección del sur y los nubios no podrán entrar por esa vía. No obstante, Apofis no sabe todavía que sus refuerzos de la tierra de Kush no llegarán jamás para ayudarlo en esta guerra que libran hicsos y egipcios. La suerte de ambos reyes está echada.

Finalmente, el temido día ha llegado para el hicso, y desde su fortaleza de Ávaris ya pueden verse las velas de los navíos egipcios que se aproximan a la ciudad. La temible flota de Kamose ha llegado. Los buques egipcios destrozan y hunden a las naves enemigas, que apenas pueden oponer resistencia ante semejante avalancha bélica. Cuando Kamose se ha deshecho de la barrera de buques hicsos, desembarca para consumar la ansiada victoria. Pero los dioses de Egipto habían decidido otra cosa. Los hechos nos hacen sospechar que el rey fue herido en la contienda y se vio obligado a cortar su avance. Sus heridas debieron ser serias, ya que, poco después de este momento, su nombre desaparece de los anales reales.

No cuesta imaginarnos la escena de una reina asolada, medio derrotada. Su esposo y su primogénito han muerto a manos de unos extranjeros que mantienen a su amado Egipto bajo un yugo de opresión. Mira hacia su hijo de diez años y se pregunta si tendrá fuerzas para seguir adelante. La respuesta a este enigma no se hace esperar, y de inmediato vuelve a asumir las dos coronas sobre su frente. Ella será la que extermine a sus enemigos, será el Horus de Oro sobre la tierra. Sin permitir que el enemigo se regocije siquiera por aquella momentánea victoria, hace valer su hegemonía en las ciudades conquistadas, al tiempo que descubre y elimina a los simpatizantes y espías que los hicsos tenían en ellas.

Desconocemos en qué momento Ahmose asume el rol de general de su ejército, pero por otros episodios posteriores es muy posible que a los doce o trece años fuese declarado ya en su mayoría de edad para ello. En estos momentos esenciales, la reina de Tebas, auténtico jefe militar, va enseñando a su hijo las labores de comandante. Es ella la que pone fin a una revuelta en el sur, exterminando sin dudar a una coalición de partidarios de los hicsos. Estos actos no sólo favorecen al jovencísimo Ahmose, sino que reconforta a las tropas. Ahmose toma a su ejército y se planta ante la ciudad de Ávaris, donde, oculto en la sombra, se encuentra un Apofis desconcertado.

Los avatares de esta etapa final, con la consecuente expulsión de los hicsos del territorio egipcio, nos han sido regalados por un valiente soldado que luchó codo con codo al lado de su soberano. Se trata de Ahmosis, el hijo de Ábana. Gracias a su autobiografía conocemos de primera mano las gestas de Seqenenre Tao y de su hijo Kamose.

Cabe suponer que como este personaje habría muchos otros alrededor del rey y que, sólo por su bravura y por su coraje, Ahmosis sobresalió por encima de sus compañeros de filas. Nacido en la ciudad de Nejen, fue ganándose la confianza de su señor gracias a las anteriores incursiones que había realizado. Ahmosis y Ahmose podría decirse que lucharon codo con codo, conquistando una ciudad tras otra. A cada paso que daban, el Bajo Egipto volvía a fundirse con el Alto Egipto y la otrora insistencia de los hicsos daba paso a la reapertura de los santuarios, a la vuelta a la normalidad.

Estela de Ahmose. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

A bordo del buque principal, que llevaba por nombre ‘Toro Salvaje’, viajaba Ahmosis, el hijo de Ábana, en compañía del faraón cuando avistaron la ciudad de Ávaris. Al llegar al Delta del Nilo, Ahmosis, el hijo de Ábana, tomó el mando de una escuadra a través de un brazo del río que llevaba por nombre Pa-Djedju y comenzó un asedio que duró meses. Hubo gran cantidad de episodios épicos y el propio Ahmosis, el hijo de Ábana, nos cuenta cómo él mismo capturó a varios hicsos que luego le fueron entregados como sirvientes. Finalmente, el punto neurálgico de Ávaris cayó y el terror hizo aparición. Por todas las calles de la ciudad se extendió la muerte. Los soldados asiáticos caían a decenas, mientras que los egipcios, exaltados en su victoria, morían en menor número. No hubo piedad. La hegemonía de los hicsos había desaparecido y un nuevo viento soplaba desde el Delta hasta Elefantina: el viento de la libertad.

El regreso a Tebas fue triunfal. En el muelle, una comitiva esperó a Ahmose y en torno al buque real se agolparon decenas de egipcios enloquecidos, gritando el nombre de su rey. Ahmosis, el hijo de Ábana, fue condecorado con dos moscas de oro, galardón máximo de un militar, y los prisioneros le fueron entregados. Sin embargo, Ahmose no se alegró de su victoria. Sus ojos no se apartaban del norte, y a buen seguro tampoco los de su madre Iah-Hotep. Así pues, nuevamente ondearon los emblemas del Sema Tawy, la unión del Alto y Bajo Egipto a manos de los portaestandartes, y las tropas pusieron rumbo hacia la fortaleza de Sahuren, que había servido de prisión y tumba para muchos egipcios. Durante tres años, Ahmose persiguió a los hicsos y los pocos supervivientes jamás volvieron a acercarse a las fronteras defendidas por el faraón. No obstante, Ahmose no estaba satisfecho, pues sus ojos se volvían inexorablemente hacia el sur, ya que el joven halcón no había olvidado que los kushitas habían formado una coalición con los hicsos. Tomó nuevamente el mando de sus tropas, las embarcó y puso rumbo hacia Jent-Nefer. Allí, tal y como nos narra el fiel soldado Ahmosis, el hijo de Ábana, tuvo lugar una gran matanza que disipó cualquier intento de sedición.

Había nacido una casta militar, una nueva serie de monarquía basada en la continua defensa. Los años de sometimiento pasaron factura a todos los pueblos adyacentes que de una forma u otra habían confabulado en contra de Egipto. De esa forma, Ahmose pasó varios años más manteniendo activas todas las guarniciones de sus fronteras. Había nacido la XVIII Dinastía, una de las más grandes de toda la historia de Egipto. De aquí surgirían reyes que serían el espejo y modelo de futuras generaciones de reyes. Egipto conocerá un período de riqueza sin igual y expandiría sus fronteras hasta límites insospechados. Egipto sería, durante cientos de años, la mayor potencia de su época y engendraría tradiciones que con el paso de las centurias heredaría el mundo moderno. Nada se movería bajo la tierra sin que el faraón de Egipto lo supiera. Nadie respiraría en la tierra si el faraón de Egipto no le otorgaba su aliento divino. Nunca antes los reyes habían tenido tanto poder. Y en este panorama tan grandioso tuvieron cabida magníficos reyes, grandes batallas y el poder del clero, que terminaría deteriorando y rasgando el fino velo que era la figura del último ramésida.

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