Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto


La XIX Dinastía

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LA XIX DINASTÍA

Ramsés I

La antigua capital de los hicsos, Ávaris, había sido convertida en un centro militar durante toda la XVIII Dinastía. Desde allí se llevaba un control sobre todos los puestos que enlazaban tanto el Camino de Horus como los Muros del Príncipe, que conducían al comercio con Asia. En aquella zona había servido en más de una ocasión el general Horemheb, que por aquellos días tenía su residencia en Menfis. Durante el reinado de Tut-Anj-Amón comandó alguna incursión para paliar las escasas rebeliones que se produjeron al norte de Canaán, donde contó con la inestimable ayuda de un antiguo compañero de armas, un comandante de tropas llamado Pa-Ramsés, el cual había combatido mano a mano con Horemheb. Este comandante conocía los entresijos del ejército y sabía cómo tratar a los hombres. Fue el responsable de la toma de la fortaleza de Sile, en la zona sirio-palestina. Ambos soldados contaban con una edad muy similar, si acaso parece ser que Pa-Ramsés era un par de años más joven. Este militar era hijo de un intendente de las caballerizas reales, de nombre Seti. Tras haber ocupado el puesto de jefe de carros y jefe de los arqueros, fue nombrado comandante de las Marcas del este. Años más tarde, fue ascendido a correo real, y su misión consistía en entregar los despachos oficiales en las cortes de los países extranjeros que mantenían buenas relaciones con Egipto. Luego, con la llegada de Horemheb al trono, fue nombrado general al mando de la fortaleza de Tajarú, el puesto más importante de donde partían todas las expediciones militares. Con el tiempo y su historial impecable, Pa-Ramsés fue reclamado a Tebas, donde fue nombrado visir. Horemheb escogió a Ramsés para sucederlo en el trono tres o cuatro años antes de su muerte.

Ramsés subió al trono aun sabiendo que muy pronto él correría la misma suerte, ya que contaba con cerca de setenta años. Era extremadamente longevo para esta época, así que ya se había ocupado de preparar a su hijo Seti, que un día no muy lejano ocuparía su lugar en el trono de Horus. Sería Seti quien comandase las pocas campañas que Ramsés I acometió en la zona de Palestina. Estos actos quedarían reflejados en Karnak y Abydos. Junto a Seti viajaba un jovencísimo príncipe de cinco años de edad, llamado Ramsés, como su abuelo.

Una de las primeras cosas que Ramsés I hizo nada más llegar al trono fue continuar las obras que Amenhotep III había iniciado en Karnak y que Ajenatón había rehusado terminar. Para ello, muy posiblemente, Ramsés terminó de desmantelar todas las obras dedicadas a Atón que Ajenatón había ordenado construir en el recinto sagrado del dios Amón.

Desafortunadamente, después de tan sólo dos años gobernando, murió Ramsés I y pocos meses después lo hizo su esposa Sit-Re, la cual realizó una gran innovación, ya que fue la primera reina en hacerse enterrar en el Valle de las Reinas, necrópolis que hasta la fecha sólo utilizaban las princesas reales. Ahora, el príncipe heredero Seti estaba listo para gobernar. Egipto se abría ante la XIX Dinastía, y había que intentar recuperar el esplendor de los años pasados, tal y como lo reflejaban los muros de Karnak, donde se relataban las gestas de Ahmose, Thutmosis I, Thutmosis III o Amenhotep II.

Seti I

Cuando Seti I sube al trono debía tener unos veintiocho años, y tuvo un importantísimo apoyo durante todo este tiempo, su esposa Tuya. Ella fue su gran esposa real, y ayudó a su marido a gobernar el país: ella dictaba las órdenes mientras su esposo se hallaba combatiendo. Así aprendió los valores el joven príncipe Ramsés, de manos de su madre. Los retratos que nos han llegado de ella nos la muestran muy bella, una mujer majestuosa, altiva y serena. Curiosamente, en el Vaticano está la mayor estatua que la representa, de tres metros de altura, donde sigue impávida ante el ir y venir de las centurias. Tanto Seti como su hijo Ramsés sintieron una profunda admiración y gran respeto por ella. Tuya sobrevivió, al menos, a su esposo durante veintidós años en los que no volvió a casarse y se concentró en el único hombre que le quedaba en su vida, su hijo. Su papel sería determinante. Era la mujer con más peso en la corte y nadie osaba contradecirla porque sus decisiones siempre fueron sabias y largamente meditadas. Después de su muerte fue muy venerada, todo el pueblo tuvo una gran admiración por ella, dulce de rostro y de grácil voz. Tuya falleció con casi setenta y cinco años. Sin embargo, siempre permanecerá bella, desafiando a la muerte, un espejo de oro donde se refleja el último gran linaje de reyes.

Sus tareas al mando del estado llegaron pronto, pues en el año primero de reinado Seti se pone al frente de su ejército y se dirige hacia las ciudades asiáticas de Kharu y Theyu[93].

Seti ofrendando en el templo de Abydos.

Fotografía de Nacho Ares.

El ejército de Seti contaba con tres divisiones: la de Amón, la de Seth y la de Re. Primero cayó la ciudad de Gaza. Luego la ciudad de Pekaan, que, a pesar de aparecer nombrada numerosas veces, no se ha podido ubicar exactamente en un mapa. La documentación existente nos narra cómo Seti, montado en su carro de oro, luchó y derrotó al enemigo en esta ciudad. La sola visión del ejército de Seti I debía de cortar la respiración. Se señala al rey como la encarnación de Sejmet durante su año de peste, lo cual nos indica que realizó grandes matanzas[94]. Sin duda, la visión de los campos de batalla debía de ser dantesca, cuerpos mutilados y sangre por todos los valles. Los carros enemigos se agolparían para ser evaluados y confiscados. En algún punto sin concretar de aquellas llanuras se acumularían montones de manos amputadas[95].

Durante sus campañas militares, Seti atacó un gran número de ciudades e instauró nuevamente el control egipcio, dejando allí algunas guarniciones y hombres de su confianza para dirigirlas. Lo que Seti pretendía realmente era que los hititas, que se habían vuelto un poco más molestos y fuertes, no lo vieran como un reyezuelo, sino que el prestigio de Egipto se instaurara nuevamente en todo el Antiguo Próximo Oriente. Allí donde no lo hubiera había que implantarlo otra vez. Así, de su mano, desde los confines de Libia hasta las aguas del Jordán, la mano de Seti I, rey de Egipto, dejó pacificadas todas las tierras.

Relieve de Karnak donde se hace un recuento de manos cortadas.

Fotografía de Nacho Ares.

Con los territorios controlados, Seti decidió regresar a Egipto y dedicarse a una de las facetas que más amaba: construir para los dioses. Pero en el camino de regreso, el ejército sufrió una emboscada por un grupo de beduinos, lo que casi le cuesta un disgusto. Finalmente, tras una extenuante batalla, el rey pone fin a tan negligente acto y los habitantes de las arenas son muertos en su mayoría.

Los libios dieron también muchos problemas a la estabilidad que Egipto tenía en aquellas rutas comerciales. Corría su año tercero de reinado y Seti estaba cansado ya de los derramamientos inútiles de sangre. Para disuadirlos, pensó en una estratagema, un plan que resultase infalible y que al mismo tiempo evitara tanto el gasto económico del desplazamiento de sus tropas como las inútiles muertes de aquellos insensatos. Así, decidió que se aparecería ante las tribus libias bajo el nombre de Hor-Tema, ‘El Horus vengador’. Seti se acercó al reyezuelo que comandaba las revueltas bajo un consejo previamente pactado. Con una de sus manos, el rey aseguró que aquel villano no podría escapar de su fatal destino, al tiempo que con la otra sostenía una jabalina con la que ensartaría a sus enemigos libios. Le dio a escoger entre su vida, sirviendo al faraón con la mano que le tendía, o la muerte irremediable bajo la sagrada figura de Horus, puesto que él no era un mortal cualquiera, era el rey de Egipto, capaz de dar muerte a su enemigo y exterminar toda su semilla. Junto a él estaba su joven hijo Ramsés, el cual aprendió de aquella interesante maniobra diplomática. Por supuesto, el libio escogió la vida, temiendo sobre todo la figura sacra de Seti I.

En aquel mismo año, Hatti era ya una amenaza real. Desde Thutmosis III los hititas habían crecido en poderío militar. Durante este tiempo se habían destrozado internamente, habían pasado ese período que es necesario hasta lograr una corte estable. De la población hitita el noventa por ciento de sus habitantes vivía por y para la guerra. No cabía otra forma de vida, luchar o ser vencido era lo único que movía a este pueblo. Pero Seti no tenía ninguna prisa por entrar en combate. Es más, durante un año entero ignoró a su enemigo, estando muy seguro de sí mismo. Así llegó su año cuarto de gobierno, cuando la situación llegó al punto límite, pues los hititas habían avanzado hasta las mismas fronteras de su territorio. Partió nuevamente con su ejército, que durante aquel año de inactividad había estado reponiendo todo su arsenal militar, tanto armas como carros de combate, así como los caballos más bellos y veloces de todo el país. Qadesh era el punto estratégico que ambos reyes querían controlar, y esa zona que otrora era tributaria del faraón hoy había sido invadida por Hatti. Los hititas tenían un gran poderío militar, muchos más hombres, más carros de combate, y la orografía jugaba en su favor. Pero había algo que los hititas no tenían. A Seti I.

Todas las incursiones de Seti se convirtieron en victorias. No obstante, tampoco quería recuperar aquella zona a cualquier precio. Viendo que aquello podía acabar en una auténtica carnicería, decidió astutamente que lo realmente esencial para el comercio de Egipto era el pasillo sirio-palestino, ya que por aquellos días el futuro del comercio exterior se movía por los puertos fenicios. A pesar de haber dejado el control de la fortaleza de Qadesh a los hititas, Seti consiguió importantes victorias en esa zona que le proporcionaron numerosos botines de guerra. Las escenas de sus gestas militares podemos verlas esculpidas en los muros de Karnak.

Pero Seti también fue un hombre culto que se preocupó por el estudio de sus antepasados. Conoció los secretos más íntimos de los grandes reyes que habían gobernado en Egipto y para no ser menos que ellos se empapó de antiguos textos. Así, Seti se hace llamar ‘El que respeta los nacimientos’, de igual manera que su brillante antecesor Amenemhat I. Con este hecho pone de manifiesto que él era el continuador de las más sagradas tradiciones tras una época de caos y oscuridad, el reinado de Amenhotep IV / Ajenatón.

Bajo el reinado de Seti I, los campos vuelven a preñarse con la simiente de la vida, los distintos sectores de la administración se han recompuesto, se ha erradicado aquello que no era productivo y se ha instaurado lo que hace reverdecer al Doble País. En el aspecto militar hizo modificaciones en las tres divisiones que representaban a las tres ciudades más importantes del reino, Tebas, Menfis y Heliópolis. Los soldados son reclutados bajo unas estrictas condiciones tanto físicas como de inteligencia. Aprenderán tácticas de combate que les permitirán salvar el pellejo en más de una ocasión. También introduce mejoras en las intendencias. Los soldados son ahora mejor tratados, se les otorgan dos kilos de pan al día, dos trajes de tela al mes y comen carne, pescado y legumbres al menos tres veces a la semana. En otras épocas, los soldados tenían en sus cuerpos a sus peores enemigos: los piojos y la hambruna, pues su dieta se basaba en agua, pan y cebollas.

El dios Thot entrega vida eterna a Seti I, templo de Abydos.

Fotografía de Nacho Ares.

La prosperidad se había instalado en el pueblo, hasta que cierto día en el horizonte asomó la sombra del caos. Eran los hititas que, tras haber superado una terrible epidemia de peste, se habían reorganizado con la intención de provocar el terror en las fronteras egipcias. Así hicieron coaliciones con unos beduinos y tomaron el norte de Siria, atacando las tropas egipcias allí acantonadas que protegían las rutas comerciales de Gaza. Se vio el peligro de la posible unión entre hititas, amorritas y arameos. No había tiempo que perder, así que el halcón emprende el vuelo y la sombra de la muerte cayó sobre todos estos pueblos que habían conspirado contra el rey de Egipto. Tras asegurar sus fronteras, regresó a Tebas. Nuevamente, se conformó con los puertos fenicios y el pasillo sirio-palestino. De esta forma, el norte de Siria continuó bajo la influencia hitita y por tanto el peligro no había sido erradicado. El enemigo huiría a lamerse sus heridas, pero la fiera regresaría tarde o temprano.

Lista real del templo de Abydos.

Fotografía de Nacho Ares.

No sólo introdujo mejoras en el ejército; las clases medias también se vieron beneficiadas. Los hombres que excavaban y extraían el metal del Mar Rojo recorrían senderos y caminos muy peligrosos y en ocasiones muchos llegaban a morir de sed. Aumentó su salario y mejoró mucho sus comodidades. El propio rey inspeccionó todas las minas y ordenó que se abrieran más pozos de agua. Era necesario que los gremios de la construcción, canteros, yeseros, albañiles, dibujantes y carpinteros estuviesen en plena paz y armonía. Las obras se extienden por todo el país. Karnak es embellecido por la mano de Seti I, pero su obra cumbre es sin duda el santuario de Osiris en Abydos.

Estamos ante el que sin duda es el santuario más bello de Egipto, el que mejor conserva sus relieves, donde los extraños juegos de luces hacen revivir a las divinidades allí representadas. Su nombre antiguo era ‘Seti es glorioso al oeste de Tebas’. Aquí se hallaba una pequeña urbe administrativa que en la antigüedad era un centro visitado por gran multitud de gente, pues era cita obligada cuando se celebraba ‘La hermosa fiesta del valle’, que siguió en activo hasta la llegada del Imperio Romano.

Se sospecha que en realidad lo que hizo fue reconstruir una pequeña construcción que databa de la IV Dinastía, entre los reinados de Jufu o Jafre. En sus años de gloria, este santuario estaba rodeado por una gran muralla de ladrillo de adobe, con firmes columnas que la mantenían en pie. Una pequeña rampa nos conduce a un patio, donde tras subir una escalinata nos introducimos a través de un soportal en el interior del Santuario de Seti I. Las figuras grabadas en las salas hipóstilas se mueven a medida que el visitante también lo hace, los grabados parecen haber sido tallados el día anterior. Cerca de una capilla destinada al dios Osiris se halla la Lista real de Abydos, de la cual tanto hemos hablado ya, que alberga en cartuchos los nombres en jeroglífico desde Menes hasta Seti I. Aquí, en este templo, se celebraban los Misterios de Osiris, una festividad que se alojaba dentro del calendario religioso. La fiesta comenzaba el cuarto mes del año, en el mes de Joiak, a partir del día 12 y hasta que el mes finalizaba. Aquí se dieron cita las primeras obras de teatro mucho antes de que Grecia fuese ni siquiera soñara por Zeus. Los sacerdotes oficiaban como actores, reconstruían la vida, muerte y resurrección de Osiris. Para culminar el evento, el último día se interpretaba la batalla entre Horus y Seth.

Todo lo que concierne a Seti I es, en cierto modo, un canto a la grandeza. Encarnó la tormenta y la tempestad en una misma forma. De carácter guerrero, fue un hombre de paz y sumamente religioso, capaz de lo mejor y de lo peor, siempre buscando el equilibrio que permitiera que su amado Egipto viviera años de prosperidad. Pero cuando había llegado a su año decimoséptimo de reinado, cuando contaba con casi cincuenta años, falleció el buen dios Seti I, en el esplendor de su reinado. Ramsés, su primogénito y heredero, acababa de cumplir veinticinco años de edad. Con el paso de las centurias sería llamado El Grande.

Ramsés II

Ramsés murió con noventa y dos años de edad después de haber reinado durante sesenta y siete años, y su momia es el rostro de la grandiosidad que un faraón debía poseer. Parece estar muerto, pero en realidad tras su rostro Egipto permanece firme bajo su mando. Sereno y con su nariz aguileña, su fuerte mandíbula y sus hermosas manos, nos damos cuenta de que estamos ante el eterno protector de Egipto, nos hallamos ante aquel donde el sol reposaba en Occidente. Su momia apareció en la cachette de Deir el-Bahari, donde los sacerdotes de la XXI la pusieron a salvo del saqueo que se inició con la desaparición del Imperio Nuevo.

Se le ha acusado de usurpador y de ser un gran propagandista para su pueblo. No obstante, siglos después de su muerte, se continuaban grabando escarabajos mágicos con su nombre en jeroglífico. Cuando fue coronado rey en Karnak a los veinticinco años ya estaba casado con su esposa Nefertari. Nos resultaría imposible definir el amor y la ternura que Ramsés tuvo hacia su gran esposa real Nefertari. A pesar de que el rey tenía otra esposa a la que también amaba, la segunda gran esposa real Isetneferet, Nefertari fue la preferida, aquella por la que el sol brillaba cada mañana. Era un fabuloso matrimonio, porque Ramsés era feliz y Egipto era feliz ante la mirada de su hermosa reina. Nefertari Merit-en-Mut era una descendiente de la gran Ahmés-Nefertari y estaba emparentada con el viejo Ay en un grado que todavía desconocemos. Era originaria de Tebas y hay datos que nos hacen pensar que la reina antes de casarse con Ramsés deseaba ingresar como sacerdotisa de la diosa Hathor. Se habían casado cuando Ramsés había cumplido los veinte años, y todos en la corte decían de ella que era muy hermosa, de una extremada belleza y delicadeza. Nefertari dio ocho hijos a Ramsés, desempeñó un papel fundamental en las decisiones de Estado y se convirtió en indispensable, junto con la reina madre Tuya e Isetneferet, para la prosperidad del reinado de su esposo. La guerra contra Hatti fue el punto fuerte de Nefertari, ya que inició una política de reconciliación con la reina hitita en la que hubo gran cantidad de intercambio epistolar de la que surgió una enorme amistad y un respeto sin límites entre las dos reinas. No sabemos con exactitud la fecha de su muerte ni cuántos años tenía al morir, pero se cree que en el año trigésimo del reinado de su esposo, con el motivo de la Heb-Sed, Nefertari ya había fallecido y había sido enterrada en el Valle de las Reinas. La tumba de Nefertari es un auténtico libro de la sabiduría, del amor y de la felicidad. Más allá de la esposa real vemos a la gran madre de Egipto.

Estatua de Ramsés II en el templo de Luxor.

Fotografía de Nacho Ares.

Pensando en el peligro hitita, Ramsés sabe que es preciso que su residencia se fije mucho más al norte, para mantener un estricto control sobre Hatti y poder acudir a la batalla en el menor tiempo posible. Así que Ramsés decidió que la antigua Ávaris, de donde era originaria su familia, sería el epicentro del control asiático. Nacía Per-Ramsés y, con esta fundación, el nuevo rey sometía la memoria de los hicsos al tiempo que se situaba en un punto estratégico para salvaguardar sus rutas comerciales. La nueva capital hizo que los libios y los sirios estuvieran ojo avizor. La ciudad cubrió un total de setenta y cinco mil metros cuadrados. En su complejo interior había santuarios, establos, barrios administrativos y residenciales, talleres, palacios reales, palacetes, un cementerio y un gran número de áreas domésticas. El palacio real era de grandes dimensiones. Su piso estaba cubierto de oro y durante unas excavaciones se halló un cartucho con el nombre de Ramsés. También se encontraron varios talleres donde se elaboraban las armas. Los arqueólogos han podido rescatar varios carros, decenas de puntas de flecha, jabalinas, puñales y dagas de bronce y armaduras hechas con placas de cobre.

En el seno de Per-Ramsés, el faraón va adquiriendo conciencia del verdadero peligro hitita. Ramsés ve cómo es necesario hacer una nueva reforma en el ejército y añade una división más, la de Seth[96].

Así comienza su reinado, con el fantasma de la guerra invadiendo el valle del Nilo. Al tiempo que sofocaba revueltas en Libia o en Kush su corazón está vigilando el norte de sus fronteras, donde los hititas se ponen cada vez más nerviosos. Su red de espionaje lo mantiene continuamente informado. El emperador Muwatalli es un tipo casi tan intrépido como Ramsés. El enfrentamiento es inminente, ya que Muwatalli sueña con apoderarse de Egipto y no cejará hasta conseguirlo o caer muerto en el intento. Así pues, durante el último año ha estado fabricando armas y carros de combate mucho más rápidos y mejorados que los de los hititas. En su año quinto de reinado la suerte estaba echada y la guerra era inevitable. El lugar elegido para la batalla se situó a unos trescientos kilómetros al noroeste de la ciudad de Damasco, a orillas del río Orontes, donde se alzaba la plaza fuerte de Qadesh. Los hititas creían que Ramsés debería desplazarse demasiado lejos de Egipto, con todo lo que eso conlleva para su intendencia, arsenales, alimentos y demás avituallamiento. Sin alimentos, sin agua, Muwatalli está convencido de que la suerte le va a sonreír y que pronto será amo y señor de Egipto.

Las cuatro divisiones egipcias formaban un contingente de más de veinte mil hombres. Con todo lo que esto significa, parten de la ciudad de Per-Ramsés rumbo hacia un destino glorioso. Ramsés encabeza a su ejército ante la división de Amón, un pequeño cuerpo independiente que se mueve en primera línea de fuego. Cuando se encuentran a pocos kilómetros de la fortaleza ocurre un hecho que da un giro inesperado a la situación. La avanzadilla de exploradores que va delante de Ramsés captura a dos desertores del ejército hitita. Tras un interrogatorio, sus informaciones son claras y sorprendentes. Muwatalli ha huido hacia el norte tras haber comprobado con sus propios ojos el poderío del ejército egipcio. El rey está eufórico ante estas noticias y, en lo que muchos no dudan en catalogar como un acto estúpido de juventud, se lanza sin temor hacia Aleppo. Su inexperiencia en la toma de decisiones provoca que no contrarreste esa información enviando otra avanzada para comprobar que, efectivamente, las tropas hititas han huido. Así que cuando se halla frente al río Orontes, ante las mismísimas puertas de la fortaleza de Qadesh, los hititas atacan al rey. Entre la división de Re y la división de Amón había demasiada distancia de separación, por lo que estos primeros son dispersados fácilmente por los dos mil quinientos carros de combate hititas que han ocupado toda la llanura. El enemigo se está cebando con la división de Re, están provocando muchas muertes, y la división de Amón, presa del pánico, comienza su huida. Ramsés asiste atónito a la retirada de sus hombres, y de repente se encuentra solo ante miles de carros de combate y con unos pocos hombres a su lado, su estado mayor, que en el momento del ataque se hallaba en la tienda real disponiendo el plan de asedio. Pero Ramsés no se acobarda. Sin perder sus nervios, el rey se enfrenta a una jauría de hititas que pretenden asesinarlo. Los egipcios que formaban la división de Re y todavía quedan en el campo de batalla intentan llegar hasta su rey para protegerlo y, mientras, Ramsés se defiende como un león, es como un toro que se encuentra acorralado y embiste a sus enemigos provocando la muerte entre sus filas. Sus saetas dan todas en el blanco y, ayudado por los valientes que poco a poco se le van uniendo, se produce una carnicería que va en aumento. Los hititas caen con sus gargantas perforadas por las flechas de Ramsés, con los cráneos destrozados y los vientres desgarrados por las espadas de sus soldados, al tiempo que el enorme león del rey masacra cuerpos, abre pechos en canal, mutila piernas y brazos de un bocado o aplasta sus cabezas con sus mandíbulas. El espectáculo es dantesco, tanto que Muwatalli, que se hallaba en compañía de su hijo Uri-Techup, ve como sus hombres van cayendo y retrocediendo. Allí, desde lo alto de la fortaleza, los hititas comienzan a huir despavoridos.

Nefertari Merit-en-Mut, templo de Abú Simbel.

Fotografía de Nacho Ares.

A pesar de que todo esto quedará registrado en los muros de todos los santuarios que Ramsés levante y que la figura del rey quedó exaltada para su mayor gloria, no cabe duda de que la realidad fue que Ramsés cayó en una emboscada y salvó la vida por muy poco. La infantería hitita ya no tuvo tiempo de actuar porque los refuerzos llegaron y la situación se compensó. Muwatalli contempla cómo tras la división de Ptah llega la de Seth, y entonces la suerte cambió de bando. Atemorizado tras los muros de Qadesh, aguarda a que Ramsés haga su próximo movimiento. Pero Ramsés, una vez que sus hombres han aniquilado todo rastro del enemigo en la llanura, comprende la visión de su padre Seti.

Al igual que él lo había comprendido años atrás, la toma de esa fortaleza se convertirá en una auténtica carnicería por ambos bandos, una lucha estúpida que no tendrá ningún ganador. Las tropas se diezmarían hasta descuartizarse entre ellas, y Ramsés no quiere perder la mayor parte de su contingente. Ahora, Muwatalli sabe que Ramsés no es un rey cualquiera, como en un principio había pensado, y que para vencerlo necesitará más que un millar de soldados. Así que si miramos la batalla de Qadesh desde este punto de vista, Ramsés ganó esta contienda, ya que frenó en seco el ardor conquistador de Muwatalli. El faraón de Egipto regresa triunfante a Per-Ramsés consciente de que la guerra ni mucho menos ha terminado, pero sí sabe que al menos, a partir de ahora, los hititas van a ser mucho más prudentes.

Durante el año octavo, Ramsés II conduce a su ejército hacia las fortalezas de Palestina, que se habían sublevado. Así, reduce a la nada los bastiones de Apur en Amurru, Asqelón y Tunip, que se hallaba casi fronteriza con el país de Hatti. Año tras año, los hititas intentan mellar el poderío de Ramsés, pero no sólo no lo consiguen, sino que se hace más fuerte y patente. Todos los príncipes extranjeros se horrorizan con sólo escuchar su nombre. Ramsés ha causado un efecto tan devastador en estas tierras que entre Egipto y Hatti ya no se volverán a producir enfrentamientos tan violentos.

Entre el año décimo y el año decimoctavo de Ramsés sus tropas han ido librando batallas en diversos puntos conflictivos. En Moab y Nebej son capturados un gran número de prisioneros, entre los que se encuentran gran cantidad de hebreos. Estos llegan a Egipto para trabajar como prisioneros de guerra, bien en la recolección de uvas, en las minas, en las canteras o en la elaboración de ladrillos de barro. Al cabo de pocos años desaparece su condición de prisioneros. Para este momento, muchos ya han adoptado nombres egipcios e incluso se han casado con mujeres egipcias. Entre los hebreos hay un gran número que regenta sus propios negocios. La mayoría se dedica al comercio con mercancías exóticas que inundan los hogares de los altos dignatarios[97].

Durante toda su vida, Ramsés II emprendió un proyecto constructivo como Egipto no había conocido jamás. Es verdad que en las edificaciones de otros reyes del pasado él plasmó su nombre, pero no para adjudicárselas como obra suya, sino para dejar constancia de que él mantenía el orden sobre todo Egipto. Termina la sala hipóstila de Seti en Abydos. Con una superficie de cuatro mil ochocientos metros cuadrados, se compone de ciento treinta y cuatro columnas que se alzan hacia el cielo hasta una altura de veinticuatro metros.

El ‘Santuario de millones de años’ de Ramsés II es lo que hoy conocemos como el Ramesseum, que en sus días de plena ebullición recibía el nombre de ‘El Palacio de Ramsés que se unió en Tebas a la morada de Amón’. Nos hallamos ante un edificio que en la actualidad se encuentra muy deteriorado debido a varios terremotos y el saqueo de la antigüedad. Situado en la región tebana, en la orilla occidental del Nilo se alza una estructura que consta de dos grandes patios y de muchos talleres donde se elaboran desde vestidos hasta alfarería. También está dotado de numerosas habitaciones reservadas a servir como residencia a los sacerdotes que rendirán culto eterno a Ramsés una vez ascienda a los cielos. La gran maravilla del Ramesseum es su gran sala hipóstila, que contiene cuarenta y ocho columnas de piedra. En uno de los muros está uno de los numerosos relieves esparcidos por todo el país, que representa a los hijos de Ramsés en procesión. Gracias a estos relieves conocemos prácticamente toda su descendencia. Con Nefertari tuvo ocho hijos y con la reina Isetneferet al menos cinco, pero a raíz de las investigaciones realizadas en todos los relieves donde aparecen todos estos príncipes y princesas, sabemos que Ramsés II tuvo entre noventa y ocho y ciento tres hijos[98].

Las obras de Ramsés se extienden por todo Egipto. Derr, Uadi es-Sebua, Menfis, Tebas e incluso Nubia. A su lado, en su faceta de constructor está su hijo Jaemwaset, artífice de grandes restauraciones en muchas de las pirámides del Imperio Antiguo. El príncipe Jaemwaset destacó sobre todos los restantes muchachos de la corte real. Algunos egiptólogos creen que de haber sobrevivido a su padre su reinado habría sido mucho más fructífero que el de Merenptah. Él es el supervisor de todas las obras de su padre, él es el que construye el Ramesseum, la sala hipóstila de Karnak, amplía el templo de Luxor, erige el gran santuario de Ptah en Menfis y es el artífice del diseño de Per-Ramsés. Su huella está en casi todas las pirámides del Imperio Antiguo, en santuarios funerarios y en gran cantidad de tumbas de los nobles de otros tiempos.

Corre el año vigesimoprimero de Ramsés, y ya han transcurrido catorce desde que Egipto y Hatti midieran sus fuerzas en la batalla de Qadesh. Muwatalli ha muerto y ahora el reino es regido por su hermano Hatusill, el cual está hastiado de tanta hambre y miseria para su pueblo. Una alianza con Ramsés es una buena elección, garantiza protección y alimento en tiempos de escasez. Así, en este año vigesimoprimero se firma el primer tratado de paz de la historia. La reina Tadu-Hepa y Nefertari llevan ya varios años preparando el camino. El día 21 del primer mes de la segunda estación se firma el tratado[99]. En este se aseguran de que las agresiones entre ambos sean suprimidas, que los términos que los dos reyes han acordado sean respetados por sus herederos, que se unan en armas si un pueblo extranjero ataca a cualquiera de los dos.

Durante estos años, Ramsés también ha iniciado una magna obra en Nubia: el templo de Abú Simbel. En el invierno del año vigesimocuarto Ramsés coloca a su esposa en compañía de los dioses. La doble pareja real accede al templo consagrado a la regeneración del Ka de Ramsés, avanzando por un pasillo de entrada bordeado por gigantescas estatuas que muestran a Ramsés a imagen de Osiris. Nefertari es representada como la gran maga, aquella que dará a su esposo la energía con la que vencerá a la muerte. En el templo dedicado a Nefertari aparece del mismo tamaño que su esposo, lo cual denota la importancia que tuvo en vida, y es ella quien ofrenda a todas las divinidades. Vemos el acto de coronación de la reina, en el que, con suprema elegancia y de una infinita belleza, con su cuerpo esbelto y torneado, sostiene un Anj en su mano derecha mientras con la izquierda sujeta un cetro floral. Su corona es un sol entre dos cuernos y dos altas plumas, lo que la convierte en la reencarnación de todas las diosas creadoras. Cuando Ramsés erigió el templo de Abú Simbel, consagrado a su figura y a la de su amada esposa, ordenó esculpir: «La gran esposa real Nefertari, amada de Mut, por siempre jamás, Nefertari, por cuyo resplandor brilla el sol». Aparece tocada con el sistro de Hathor, ofrece lotos y papiros a la diosa Mut, ofrenda a Isis y le rinde homenaje a Tueris. Coronada por las más importantes diosas de Egipto, Nefertari se convierte en diosa y señora, mientras Isis y Hathor la magnetizan otorgándole la vida eterna.

Abú Simbel.

Fotografía de Nacho Ares.

Ha llegado ya el año trigésimo de reinado, y Nefertari ya no está entre los vivos. El encargado de celebrar los rituales de la Heb-Sed es el príncipe Jaemwaset. El favorito de su padre realizará los preparativos de las siguientes Heb-Sed en un intervalo de tres años, llegando a completar tan sólo nueve de los catorce festivales que Ramsés celebró. En el año quincuagesimocuarto del reinado de Ramsés II el Grande, muere Jaemwaset, un hombre casi anciano. Su tumba no se ha encontrado todavía, pero es más que posible que su momia sea la que Auguste Mariette halló en el Serapeum en 1851[100].

Momia de Ramsés II. Museo de El Cairo, Egipto.

Fotografía de Nacho Ares.

Egipto es un país rico y próspero. La paz con el Hatti ha permitido que Ramsés alcance su vejez en relativa tranquilidad. Y es que a lo largo de su vida ha visto como todos sus amigos fallecían. También lo hicieron sus dos grandes amores, Nefertari e Isetneferet. Casi una veintena de sus hijos también han fallecido, y al que más ha sentido ha sido su favorito, Jaemwaset. Pero al mirar atrás Ramsés está orgulloso de todo lo que ha hecho. Ha convertido Egipto en la capital del mundo civilizado, es la piedra angular del Antiguo Próximo Oriente. Cuando ya ha cumplido noventa y dos años de vida, fallece después de sesenta y siete años sentado en el trono de Horus. Es enterrado en el Valle de los Reyes, pero su tumba desgraciadamente fue saqueada y se encuentra en un estado deplorable. No podemos evitar pensar que si un rey sin importancia como Tut-Anj-Amón se hizo enterrar con tanta fastuosidad, ¿cuántas cosas hermosas y bellezas no vistas jamás por el hombre se hallarían en la tumba de Ramsés? Para la historia, Ramsés II, aquel que por derecho propio será recordado como El Grande, permanecerá en la memoria de los egipcios hasta el fin del mundo faraónico, y siempre será visto como el perfecto ejemplo de los añorados días de gloria. Ramsés brilla ahora sentado junto a su padre, Amón-Re, el Señor de los tronos de las Dos Tierras.

Merenptah

Debido al gran reinado de su padre, Merenptah es ya un hombre de cuarenta y ocho años cuando alcanza el trono, lo que por aquel entonces era ya una edad bastante avanzada. Ha heredado un país rico y próspero, pero su papel como corregente ya lo había preparado para gobernar en solitario. En vida de su padre había sido el jefe de todos los ejércitos del rey, hasta que en el año cuadragésimo Ramsés lo asoció al trono para que fuera ocupándose de parte de las responsabilidades.

No es demasiado lo que sabemos de Merenptah. Sus huellas están en Karnak, en la ciudad de Athirbis y en su ‘Santuario de millones de años’. Aquí fue hallada una estela en la que se narra una gran victoria del Señor del Alto y del Bajo Egipto. Había heredado la fortaleza y el vigor de su padre en la guerra. Esta estela había pertenecido al gran Amenhotep III, pero Merenptah la usurpó e hizo grabar en ella los resultados de esta campaña militar que se llevó a cabo durante su año quinto de reinado. Aquí es donde el nombre de Israel aparece por primera vez en la historia. Se ha querido ver en este hecho un reflejo real del Éxodo bíblico, pero lo que narra la estela es una incursión militar en la zona de Palestina, donde unas tribus se habían rebelado, saqueando y robando, causando alborotos en los territorios del faraón, el cual acudió en persona a poner orden y no le tembló el pulso a la hora de hacerlo. Cuando finaliza la batalla, las tierras estaban pacificadas y volvían a ser seguras.

Parece ser que después de que esta campaña finalizase y las cosas se calmaran en el panorama político, durante su año octavo hubo una serie de hambrunas que estaban diezmando a varias tribus asiáticas, las cuales pidieron al buen dios Merenptah permiso para entrar en Egipto con sus rebaños, pues las zonas del Delta tenían abundante pasto y la comida no escaseaba en Egipto. Uno de los problemas a los que tuvo que hacer frente, si cabe el más grave, fue una horda de destrucción que llegó por el norte. Eran los Pueblos del Mar, que llegaron a Egipto durante su año quinto de reinado. Esta casta guerrera fue, casi con total seguridad, una mezcla entre piratas sarracenos, chipriotas y de otros países de las islas del Mediterráneo. En un primer golpe se hacen con Creta y Grecia. Ugarit es arrasada y Siria y Palestina son invadidas. Los correos llegarán a tiempo de avisar al faraón, ya que estas gentes se confabulan con los libios llegando a construir un ejército de unos diecisiete mil efectivos. Egipto va a ser mordido por un fuego cruzado. Los Pueblos del Mar se adentran por el Delta en sus buques de guerra, con la intención de tomar Menfis y Heliópolis. El ataque coge por sorpresa al hijo de Ramsés y, durante breves instantes, los piratas ven cercana la victoria. Pero lo que ellos jamás habrían podido esperar es que en un plazo de seis horas el ejército de Merenptah iba a exterminar a más de ocho mil piratas, lo cual provoca un pánico sin igual en sus filas que los hace huir despavoridos. Se obtiene un gran botín de prisioneros. Nadie levantaría la cabeza entre los Nueve Arcos. No fue necesario pedir ayuda a Hatti, el cual se interesó por la salud de su hermano egipcio, así como ofreció todo cuanto fuera preciso para salvaguardar la seguridad de Egipto. Pero no obstante, fue Merenptah quien tuvo que socorrer a los hititas cuando estos se vieron amenazados por una fuerza del norte. El tratado de Ramsés y Hatusill era sagrado, y ambos lo respetaron.

Merenptah abandonó Per-Ramsés como lugar de residencia. El hogar de Ramsés no perdió ninguno de sus privilegios ni poderes, pero el nuevo rey convirtió nuevamente a Menfis en el centro administrativo.

El programa constructivo de Merenptah fue bastante activo. Levantó edificios en Tebas, en Luxor, agrandó el templo de Osiris, construyó un santuario en Dendera y su nombre fue grabado en gran cantidad de estelas, en Medineth-Habú, Hermópolis, Heliópolis, Amarah o Uadi es-Sebua.

El reinado de Merenptah duró tan sólo once años, pero durante este tiempo consiguió mantener la paz en Egipto y conjurar el peligro de los Pueblos del Mar. Su momia fue rescatada de su tumba del Valle de los Reyes y dispuesta en la tumba de Amenhotep II junto con otras momias reales. Ahora, a su hijo le tocará asumir el control y cuidar de su amado Egipto.

Seti II

Tras la muerte de Merenptah, el estado comienza una lenta agonía, sumido en medio de una fuerte crisis y una serie de conspiraciones como antes jamás se habían conocido en Egipto. Ahora, en el trono está sentado el nieto de Ramsés, que lleva por nombre Seti, haciendo honor así, por lo menos, a dos de sus antepasados. De su reinado desconocemos prácticamente todo.

Reinará en Egipto durante seis años, y su nombre pasará a la historia no por sus grandes gestas militares, ni siquiera por sus magníficas construcciones, sino por el oscuro complot que se tejió a su alrededor, que llevó al desenlace de una muerte más que sospechosa[101]. Es posible que Seti II tuviera diez años al subir al trono y, con esa corta edad, era presa fácil de los varios descendientes de Ramsés que deseaban para sí la herencia de su antepasado. Tenemos constancia de dos de sus esposas reales, de las cuales Twosret es la madre de su primogénito, el cual no sobreviviría a la infancia. Su otra esposa se llamaba Tajat, una hipotética hija de Ramsés II. El infante primogénito parece ser que no vivió lo suficiente como para ceñir la doble corona y su lugar fue ocupado por Siptah, el hijo más joven que gobernó bajo la regencia de Twosret, a pesar de que ella no era su madre, pues se sospecha de Tajat pudo haber conspirado contra el rey, como luego veremos.

Su reinado parece que transcurre muy tranquilo. Asia está pacificada y el Kush tampoco causa problemas a este joven rey. No hay datos que hagan sospechar que el ejército del rey se haya movilizado en ninguna incursión ni tampoco ninguna campaña seria. La única actividad que tuvo Seti II fue en las minas del Sinaí, donde las bandas de beduinos asaltaron en algunas ocasiones las caravanas que traían a Egipto el preciado producto de la madre tierra.

Estatua de Seti II, Rosicrucian Egyptian Museum de California.

Fotografía de Broken Sphere.

En lo que a su faceta constructora se refiere, apenas hay restos de sus obras. Trabajó en la zona de Hermópolis, donde terminó algunos edificios que había iniciado su abuelo, Ramsés II. Su trono fue usurpado en el sur de Egipto y se sospecha que todo ocurrió entre el año segundo o quinto por un joven príncipe de nombre Amenmeses, que ejercía como virrey en el país de Kush. Es de suponer que Amenmeses comandaba un ejército considerable, con el que entró en Tebas y logró hacerse con la corona. Si este personaje era hijo de Tajat y esta a su vez era hija de Ramsés II, nos hallamos ante un choque mortal por la herencia del trono. Seti II habría huido, tal vez, a Menfis. Durante estos tres años es de imaginar que hubo algún conflicto bélico y que Amenmeses fue muerto en él, porque en el año quinto de Seti II, el Alto Egipto vuelve a estar en su poder y parece ser que la historia es olvidada a base de martillo.

Amenmeses

Nos hallamos ahora ante otro de esos pequeños líos que nos ofrece la egiptología, debido a la bruma oscura y pesada que cubre a los personajes de este período. Algunos autores sostienen que Seti II y Seti Merenptah eran la misma persona y que, cuando Amenmeses usurpa el trono, este se hallaba en el Sinaí, luchando contra los beduinos. Se ignoran los hechos, pero la usurpación es clara, ya que la tumba de Amenmeses será ultrajada y sus nombres reales serán martilleados por su sucesor allí donde se hallaran inscritos. Todos los datos existentes provienen de dos estatuas del complejo de Karnak que pertenecían a la gran esposa Tajat.

Durante el año segundo de Seti II, Amenmeses se hace con el control del Alto País. La pista de este hombre puede remontarse hasta la vida de Merenptah, donde el hijo de Ramsés ya tenía en la zona del Kush un virrey llamado Messui. El caso es que Seti II, ante el control del otro heredero de Ramsés II, se vio obligado a desplazarse al norte. A raíz de las últimas investigaciones, la hipótesis de la guerra civil es ya un hecho consumado. Durante estos tres años, Egipto cae nuevamente en una guerra interna por el poder. Las titulaturas de Amenmeses se extienden desde Tebas hasta Nubia, en cuatro lugares en concreto: Karnak, Medineth-Habú, Deir el-Medineh y en la zona de Buhen. En la sala hipóstila del santuario de Amón están las dos estatuas de cuarzo que representan a Amenmeses, que luego usurparía Seti II una vez volvió a recuperar el Alto Egipto. Es de suponer que Amenmeses fue muerto durante la reconquista del sur del país y, con su desaparición, el ciclo eterno de Egipto continuó girando, como si este breve paréntesis no hubiera existido, ya que no se ha conservado dato alguno ni de la usurpación ni de las batallas ni del regreso de Seti II a Tebas.

Siptah

El final del Imperio Nuevo está lleno de convulsiones políticas y religiosas. La figura de Siptah aparece tan nublosa como su propio reinado. No sabemos quiénes fueron sus padres. Algunos autores señalan que era hijo de Tia, esposa de Amenmeses. Por otro lado, se baraja la posibilidad de que fuese hijo de Twosret y Seti II. La verdad es que la lista de descendientes de Ramsés II es interminable, y lo preocupante es que todos se sentían con derecho legítimo para gobernar.

Los expertos opinan que tal vez pudo haber sufrido una enfermedad degenerativa en sus piernas, lo cual le habría limitado mucho a la hora de controlar su reino. Originalmente, su nombre era Ramsés Siptah. Ascendió al poder siendo aún muy joven y Twosret actuó como reina regente, ayudando al joven y enseñándole el oficio de rey. Independientemente de la paternidad del monarca, la pareja Siptah-Twosret parece haberse consolidado de antemano, como sugieren varias estelas esculpidas por altos funcionarios del país de Kush. El más importante de estos funcionarios fue sin duda el canciller Bay, un hombre misterioso que debió jugar un papel fundamental para que Siptah pudiera ocupar el trono, ya que él mismo se jacta de ser «aquel que estableció a Su Majestad sobre el trono de su padre». Siptah reina por un espacio de tiempo no superior a seis años, y su desaparición ha suscitado las teorías más oscuras. Los secretos que esconden el regicidio planean sobre toda la corte. No obstante, sabemos que padeció de poliomielitis y que durante su corta vida estuvo rodeado de otras enfermedades, por lo que la hipótesis del regicidio carece de sentido.

Twosret

El momento en el que Twosret llega al trono es uno de los más delicados de este período. Ella era la gran esposa real de Seti II, y gobernó como regente de un príncipe que muy posiblemente no era hijo suyo. Lo que sabemos de Twosret, excepto esto, es apenas nada. Su reinado tuvo cierta actividad no sólo en el Sinaí, sino que su nombre aparece grabado en algunas estelas de Palestina y Siria. De su papel como constructora todo es incierto. Hay evidencias de que tal vez erigió algún santuario en Heliópolis y en Tebas, donde se halla su ‘Santuario de millones de años’. La mayoría de la información que poseemos sobre Twosret ha sido extraída de los relieves de su morada para la eternidad del Valle de los Reyes. En esta tumba, ella es la que hace ofrendas a un Merenptah Siptah infante y, una vez que ha llegado al trono, la vemos con los títulos de ‘La Señora de las Dos Tierras’, ‘La que reúne el Alto y el Bajo Egipto’, ‘La princesa hereditaria’.

Como hemos comentado, en el juego de la ascensión al trono de Siptah y la regencia de Twosret aparece el nombre de un personaje misterioso. De origen sirio, Bay era el canciller de Twosret, y tuvo gran influencia en la corte. No sería de extrañar que tras la muerte de Siptah continuasen las conspiraciones por derrocar a Twosret y hacerse con el trono, tal y como lo refleja el Papiro Harris:

La tierra de Egipto estaba en manos de cabecillas y alcaldes de pueblo. Uno mataba a su vecino, grande o pequeño. Y después de esto, vinieron otros tiempos de años vacíos. Iarsu, un sirio que estaba con ellos como jefe, impuso tributo en la tierra entera, ante él, toda junta. Unió a sus compañeros y tomaron sus posesiones. Hicieron que los dioses fueran como los hombres y ninguna ofrenda fue presentada en los templos.

Este Iarsu no es otro sino Bay, y cuando se hace mención a una serie de «años vacíos», se alude a la usurpación de un trono. Sin embargo, Bay jamás ocupó el trono, así que debemos retrasarnos y mirar hacia Amenmeses. Es posible que también estén aludiendo a la figura de Siptah como rey no legítimo, pues si en verdad había sido hijo de Amenmeses no habría estado bien visto por algún sector de la corte. Aun así, Bay fue un hombre decisivo para que el reinado de Twosret fuese tranquilo y estable. Él había sido escriba real, copero e intendente del tesoro. Fue el consejero particular de la reina y se sospecha que también su amante. En realidad, el tal Bay debía de ser un personaje con muchísima influencia, porque es el que estableció a Twosret en el trono. Twosret fallece después de un cortísimo reinado de dos años. Su tumba en el valle no estaba preparada todavía. Sería terminada por su sucesor, Setnajt, y a pesar de que hay pruebas evidentes de que se odiaban terminaron compartiendo juntos la eternidad.

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