Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto
La XX Dinastía
Página 77 de 95
LA XX DINASTÍA
Setnajt
La Dinastía XIX ha llegado a su fin. Ha comenzado una nueva etapa de Egipto, aunque estos reinados son un cobijo sólo apto para nostálgicos. El trono es ocupado por Setnajt, un personaje del que desconocemos absolutamente todo sobre sus padres, auque hay ciertos indicios que señalan que era nieto de Ramsés II. Se casó con una mujer de nombre Tiy, cuya nomenclatura muestra de manera inequívoca que sus raíces se hundían en la XVIII Dinastía. Es muy posible que Setnajt llegase al trono a una edad bastante avanzada, ya que su reinado sólo dura dos años. Realizó incursiones en varias ciudades que se hallaban en el poder de los asiáticos y, una vez hubo recuperado el control, restauró los santuarios y volvió a abrir las rutas comerciales que se habían estancado. Nuevamente, en Egipto volvió a entrar oro, plata y cobre, aunque en cantidades mucho menores que en épocas pretéritas. En la zona del Kush realmente no tuvo demasiados problemas, ya que allí gobernaba desde hacía muchos años el virrey Hor, que había servido también a Siptah, y después de jurar fidelidad al nuevo rey Setnajt no vio en él un enemigo y no estimó oportuno realizar ningún cambio a este respecto.
Durante el reinado de Setnajt los obreros de Deir el-Medineh terminaron la tumba de Twosret, pero no habían podido terminar la suya, así que lo que se hizo fue enterrar juntos a los dos reyes, a pesar de que el Papiro Harris I hace alusiones al odio que parecían mostrarse.
El inicio de la XX Dinastía es el comienzo del fin del Imperio Nuevo. El detrimento real era inminente y tan sólo un hombre pudo decir que fue capaz de gobernar como un auténtico rey del Alto y del Bajo Egipto, sólo un hombre fue digno de ese título. Ramsés III, el último gran faraón de Egipto.
Ramsés III
Cuando Ramsés III sube al trono, lo hace siendo un joven príncipe heredero. Está casado con una de sus hermanas, la cual lleva el nombre de su madre, Tiy, que le proporcionaría un grave disgusto al final de su reinado. Los dos primeros años del reinado de Ramsés III son una reconstrucción de los daños que habían provocado las numerosas batallas entre Amenmeses y Seti II. Sería a partir de su año quinto de reinado cuando los problemas parecen haberse instalado en su corte.
En el año octavo, la tribu de los mashuesh, de origen libio, ha reunido a varios jefes de clanes y se ha armado con un ejército de varios miles de hombres. Su intención es atacar Egipto y matar a Ramsés. Tal vez más que nunca la imagen real estuviera muy deteriorada, y esta posiblemente fuera una buena ocasión para intentar la invasión. Pero Ramsés cae sobre los libios como un halcón, con tanta fuerza que el ejército de Su Majestad parece encarnar la venganza de Sejmet, y los libios son exterminados. Los pocos supervivientes son hechos prisioneros y pasarán a formar parte de la comunidad más activa de las canteras de Tura y Aswan. Tras esta primera victoria, Ramsés III se dedica a reorganizar sus fronteras y a consolidar sus puestos fronterizos con Asia. Pero Ramsés no esperaba que los infiernos vinieran a instalarse en las tierras rojas de Egipto. En su año octavo de reinado retorna la peste de los Pueblos del Mar, esta vez en mayor número, con mejores buques y mejor organizados. Ramsés no pierde la compostura y se inspira en su venerado antepasado Usermaatre Setepenre Ramsés II para llevar el orden a al tierra de los dioses. La batalla amenaza con ser brutal.
Pilono de Medineth Habú.
Fotografía de Nacho Ares.
A pesar de que Ramsés había luchado contra los libios hacía pocos años, su ejército estaba en un perfecto estado. Sus armas eran numerosas y buenas, así que está preparado para el combate. Sus espías le informan de que las hordas de destrucción pretenden ocupar primeramente las ciudades del norte, y lo que pretenden no es saquear sino ocupar los territorios, ya que con ellos viajan mujeres y niños. El intento de atacar por tierra fracasa, pues Ramsés ya lo había previsto. El grupo que avanza por mar ignora la derrota terrestre y cree que sus buques arrasarán las murallas de Menfis, Heliópolis y luego Tebas. Lo que no sabían era que Ramsés había ordenado la fabricación de una gran flota y así como las naves enemigas asoman por el Delta se ven rodeadas por un número enorme de navíos de guerra. Esta es la primera gran batalla naval que se realiza en Egipto, más que la que Kamose y Ahmose habían librado contra los hicsos. En un primer momento los barcos egipcios soportan las embestidas de los piratas. No tardan demasiado en tomar ventaja sobre el enemigo y comienza una serie de abordajes, cuyo resultado es que las naves de los Pueblos del Mar comienzan a hundirse sin remedio en medio de las llamas. Los cadáveres se amontonan en las orillas del Nilo; los pocos que sobreviven huyen despavoridos.
El resultado de esta horda de destrucción es el final del imperio hitita, que fue masacrado y exterminado por los Pueblos del Mar. Los pocos que sobrevivieron huyeron a la zona de Siria y Palestina, donde parece ser que terminaron por convertirse en comerciantes marítimos. El panorama del Mediterráneo había cambiado mucho y demasiado deprisa. Ramsés III consiguió evitar que los Pueblos del Mar invadieran Egipto y quizá también evitó que su destino fuera el mismo que el de Hatti. Pero los libios, eternos enemigos, habían roto la tregua de paz, pensando que las tropas de Ramsés estaban resentidas por esta cruenta batalla. Pero no era así, ya que el rey había reclutado a un gran número de mercenarios nubios. Ramsés opta por dar un escarmiento mayúsculo. Los libios ya no serán un problema durante su reinado. Tras todas estas contiendas, él en persona vuelve a inspeccionar los cuarteles y las tropas, se encarga de verificar el estado de las armas y los complementos de los soldados. No permitirá que su ejército carezca de nada, por cualquier eventual peligro que pueda surgir. Una vez que Egipto está seguro, se encomienda a su tarea como constructor.
Relieve Medineth Habú. Fotografía de Marion Golsteijn.
Su modelo fue Ramsés II, pero en absoluto logró imitar ni de lejos las obras de su glorioso antepasado. Durante su reinado se produce la primera huelga de obreros documentada de la historia. La administración ya comenzaba a dar sus primeros pasos hacia el desmoronamiento y lo más triste es que, aun viéndolo, Ramsés no podía hacer nada por remediarlo.
El final del reinado de Ramsés III viene marcado por una conspiración que muy posiblemente terminó con su vida. Fue de tal magnitud que salpicó a los cargos que residían más allá de Egipto. Aunque la conspiración fue descubierta se hallaba ya muy avanzada, y se ignora si Ramsés murió por este motivo Lo que sí sabemos es que él mismo inició el juicio contra los acusados. El intento de regicidio, según se ha podido reconstruir a partir de varios documentos escritos, lo comenzó la segunda esposa real, Tiy, la cual logró conformar una red de cuarenta personas, nada menos, para asesinar a su esposo. Todo esto es el resultado de las envidias y las conjuras que se daban cita en los harenes reales. Tiy pretendía que su hijo Pentaure fuese coronado rey, en detrimento del hijo de Iset, Ramsés. Como ya hemos comentado, es muy posible que esta mujer descendiera de alguna rama de las grandes reinas de la XVIII Dinastía, y se creyera legitimada para realizar tan abominable acto sacrílego. Su derecho sanguíneo le concedía el derecho de reclamar el trono para su hijo y estaba convencida de que el tribunal divino guiaba sus actos. La trama nació en el palacio de la ciudad de Per-Ramsés, donde residieron todos los ramésidas de esta dinastía. El plan tenía que verse culminado en Tebas, cuando el rey acudiese a las celebraciones de la fiesta de Opet. Para ello, Tiy no sólo se hizo rodear de personas físicas, sino que contrató los servicios de unos magos negros que elaboraron figuras de cera a imagen y semejanza de Ramsés y las dotó de vida mediante sortilegios malignos. La reina Tiy se rodeó de siete mayordomos reales, dos inspectores de hacienda, dos portaestandartes reales, dos escribas y varios funcionarios de la Casa Jeneret. Estos, a su vez, se encargaron de reclutar al resto de los conspiradores. La trama fue de tal alcance que tres jueces y dos oficiales que instruían el caso fueron destituidos por estar corruptos. Menos uno de los jueces, del que no se logró mostrar su culpabilidad, los demás también fueron juzgados y condenados. Uno de ellos, de nombre Pebes, se suicidó antes de que el castigo se ejecutase. El propio Ramsés advierte a su tribunal que debe prestar la máxima atención a los acusados y estudiar concienzudamente todas sus declaraciones. Realmente, la conclusión del caso no tiene desperdicio. Todos los juzgados fueron hallados culpables y condenados. Se cree que algunos murieron casi al momento, otros, sin embargo, verían sus cuerpos sometidos a las más horribles torturas con el fin de averiguar hasta donde se extendía la conjura. Otros murieron decapitados o bien condenados a morir de hambre, y los que murieron por su propia mano podrían haberse administrado a sí mismos una dosis letal de veneno. Esta no es la primera vez que se plantea un regicidio en el Antiguo Egipto, pero con toda seguridad es el caso mejor documentado. Así llegaba el fin del reinado de Ramsés III, aquel que tanto había añorado los años gloriosos de su admirado ancestro. Después de treinta y dos años de un reinado más que aceptable comenzaba la lenta agonía de los faraones de la XX Dinastía.
Ramsés IV
En este momento de la historia de Egipto parece haber un período de malas cosechas, tal y como vemos en el hecho de la huelga de los obreros de Ramsés, los cuales han protestado por la escasez de alimentos. Ramsés IV no es capaz de tener el control total del país. Los problemas se duplicaban a cada momento y no lo hacían sólo en un sector determinado, sino en todos los ámbitos: el trabajo, la economía, la agricultura.
Ramsés IV llegó al trono a una edad ya madura. Se especula que tenía unos cuarenta años cuando su padre murió. Estaba casado con una princesa que era hija de Tiy, Duat-en-Opet. La principal preocupación del nuevo monarca era qué hacer con sus obreros. Las minas eran una prioridad, ya que de sus entrañas se extraían todos los productos tan preciados y necesitados. Sin embargo, las minas de Uadi-Harmammant albergaban a varios miles de obreros que se quejaban continuamente, ya que las provisiones de alimento cada vez eran más escasas y sus ropas se habían convertido en harapos. Sus sandalias provocaban intensos dolores en los pies porque estaban corroídas por los guijarros de los caminos. La situación es insostenible. Con este panorama, las obras que Ramsés IV había iniciado en Karnak y Heliópolis se paralizaron al no poder hacer frente a los pagos. En Deir el-Bahari, donde estaba construyendo su ‘Santuario de millones de años’, los cinceles dejaron de sonar y las piedras dejaron de moverse. En las minas cada vez se extraía menos materia prima, los productos no circulaban en los mercados y los altercados empezaron a ser cada vez más frecuentes. Ramsés dio órdenes estrictas a sus policías: que intervinieran para controlar los disturbios sin utilizar la fuerza bruta. Egipto era una sombra de sí mismo.
Ramsés IV en el templo de Jonsu. Fotografía de N. Sabes.
Lo más increíble de todo esto es que el propio Ramsés IV fue el que ocultó el Papiro Harris en la tumba de su padre, que detalla con precisión la revuelta de Deir el-Medineh, así que debemos de suponer que este escrito se redactó bajo su mandato, muy posiblemente para reflejar los hechos que ocurrían bajo su reinado.
Después de siete años de continuos conflictos, Ramsés IV moría dejando a su hijo una herencia que a buen seguro este no deseaba.
Ramsés V
Ramsés V llega al trono de Egipto cuando el caos es la fuente primordial que gobierna el país. Los años de Ramsés II planean como una sombra sobre todos estos monarcas y, sin embargo, esos días de gloria parecen estar tan lejanos como los días de las grandes pirámides. El reinado de Ramsés tan sólo comprende cinco años. Lo que más conocemos de él es su momia, que fue ocultada en la KV 35 y nos ha mostrado a un hombre que murió de viruela a una edad de unos treinta y cinco a cuarenta años. Su morada para la eternidad no llegó a terminarse y todo lo que se conoce de su corto reinado puede resumirse a una simple estela hallada en Gebel el-Silsila. Su nombre está documentado en varios objetos hallados en el Sinaí y en algunas zonas de influencia de la zona occidental de Asia.
El reinado de Ramsés V sigue la misma senda que los anteriores. No había forma de parar aquella horrible hambruna que consumía a su pueblo. Las relaciones comerciales con los países extranjeros fueron bastante buenas, lo que sin duda le sirvió para introducir alimentos en el país. Egipto ya no es respetado como antaño y esto lo saben los faraones de este período, pero no son capaces de lograr una fórmula que erradique todos los problemas que día a día se van acrecentando. Incluso las patrullas comienzan a estar descontentas y se unen a las protestas. Era inevitable, ya que un país con el estómago hambriento es como una bomba de relojería preparada para estallar en el momento más inesperado.
Ramsés VI
Ramsés VI reinó durante ocho años. El país no ha mejorado; el que ayer era rico, hoy lo es más. El que ayer era pobre hoy ya no tiene nada que llevarse a la boca. Los cabezas de familia ya no pueden alimentar a sus hijos y un espíritu de rebeldía comienza a apoderarse de los corazones de los más desdichados. Parece ser que Ramsés VI usurpó el trono de su sobrino cuando este estaba enfermo de viruela. No obstante, no persiguió su memoria ni cometió actos contra él. Para dejar constancia de su reinado, erigió estatuas suyas en Bubastis, Coptos y Karnak y llevó a un grupo de obreros hasta el reino de Kush[102].
Su tumba sería saqueada de manera excesivamente violenta. Cuando los sacerdotes de la XXI Dinastía le dieron nueva sepultura, tuvieron que fijar los restos de su momia a un tablero de madera, ya que los ladrones de tumbas se habían cebado con el cuerpo en busca del tan preciado metal dorado. En aquellos días, el robo y el saqueo era el único modo de sustento, y esto implica que toda la administración estaba corrompida.
Ramsés VII
Ramsés VII era el hijo de su antecesor, y también gobernó por un espacio de ocho años. No son muchos los lugares donde se encuentra documentado su nombre y apenas se conocen actos que haya emprendido. Se cree que el control de este rey se limitó a la zona menfita. La inflación, como un cáncer galopante, estaba devorando todo el país. El hambre y la miseria son la única herencia de un reinado casi fantasmal, ya que con el país empobrecido, robos y saqueos por todas las ciudades y la administración que ya no funcionaba, Ramsés VII no tuvo oportunidad alguna de reinar, porque no ya no existía ningún país que gobernar. El cuadro es realmente apocalíptico, y los testimonios que existen son bastante pocos. Se trata de documentos que todavía necesitan un examen exhaustivo para poderlos interpretar correctamente. El único honor que cabe otorgarle a este rey es que, en los tiempos modernos, su morada para la eternidad del Valle de los Reyes fue catalogada como la número 1.
Ramsés VIII
Ramsés VIII era hijo de Ramsés III. Es sin duda es uno de los reyes más enigmáticos de esta dinastía. La verdad es que de su vida y su reinado no se sabe absolutamente nada, ni siquiera dónde fue enterrado, ya que su morada para la eternidad todavía no ha sido hallada en la necrópolis real. Su momia tampoco ha sido descubierta en ninguno de los escondrijos reales. Se baraja la posibilidad de que Ramsés VIII no quisiera excavar su tumba en el valle porque los saqueos ya habrían comenzado. Es posible que escogiera la que ya tenía asignada en el Valle de las Reinas cuando no había llegado al trono y simplemente era el príncipe Setiherjopeshef. Así que desconocemos si Ramsés VIII es un enigma arqueológico o una nueva tumba que no ha sido hallada todavía en el Valle de los Reyes. Los escasos dos años que duró su reinado son la última fuente donde se cita la ciudad de Per-Ramsés. No fue abandonada, ya que los restos arqueológicos así lo atestiguan. Sin embargo, perdió toda su importancia. Este hecho puede indicarnos que, finalmente, el poder del clero de Amón era prácticamente total y habría obligado a que la realeza regresara un poco más al sur para poder dominarla a su antojo. No obstante, no se sabe a dónde se trasladó su corte, si al sur o si acaso huyó un poco más al norte.
Ramsés IX
Relieve de Ramsés IX, Metropolitan Museum, Nueva York. Fotografía
de Keith Schengili-Roberts.
El reinado de Ramsés IX es el punto de inflexión entre el caos y la desaparición de la dinastía. Se sabe que tras su largo gobierno, que duró diecinueve años, Egipto estaba a merced de sus enemigos, tanto los extranjeros como los que residían en el Alto Egipto, el clero de Amón.
Por un lado, tenemos la seria alteración del orden que se produjo en el Delta del Nilo. Los libios estaban haciendo incursiones bestiales en esta zona, matando a los campesinos y robándoles lo poco que tenían. La situación fue muy grave, y Ramsés IX sólo dispone de los ejércitos locales de los nomarcas que viven en su área de influencia. Por otro lado, el primer profeta de Amón, Amenhotep, aprovechó que el rey legítimo estaba luchando con los libios y se hizo representar de igual manera que el rey, adjudicándose los atributos reales y siendo mostrado a igual tamaño. Por último, al hambre que asolaba a Egipto se unió una ola de vandalismo como no se había visto jamás. En su año noveno de reinado se descubrió que la tumba donde se habían enterrado Ramsés V y VI había sido saqueada y sus momias ultrajadas. Aquello terminó de sacudir los cimientos del estado. Ya no se podía caer más bajo. Aquello era una abominación y el castigo debía ser ejemplar. El encargado de realizar las investigaciones fue el alcalde de Tebas, Pazair. Durante el tiempo que duró su investigación descubrió que el intendente de la zona oeste de Tebas, Pewerre, estaba implicado en los hechos. Los detalles se han encontrado en varios papiros. La historia comienza citando el año decimosexto de Ramsés IX y hace referencia a un control rutinario en la necrópolis del valle. Fueron enviados dos inspectores, el escriba del visir y el escriba del intendente del palacio real, porque el propio Pewerre informó al visir Jaemwaset del saqueo. El tribunal fue compuesto por el propio visir del Alto Egipto, Jaemwaset; por el mayordomo real Nesuamon, por el portador del estandarte real Neferkare-em-per-Amón y por el propio Pazair. En el transcurso de un día, los funcionarios constataron que la tumba de Amenhotep I había sido saqueada y la pirámide de Sobekemsaf también había sido violada, ya que habían entrado por un túnel excavado bajo la base de la pirámide. Lo más curioso es que el papiro alude a que el túnel comenzaron a excavarlo desde la tumba de Nebamón, que había sido supervisor del granero del rey Thutmosis III. También inspeccionaron otras tumbas reales que hallaron intactas, entre otras la de Seqenenre Tao y la de Ahmés-Sapair. El papiro menciona a su vez que las tumbas de los nobles de Tebas que fueron inspeccionadas al oeste de la ciudad estaban todas violadas y vacías.
Parece ser que Pewerre entregó al visir Jaemwaset los nombres de los culpables, los cuales fueron capturados, encarcelados e interrogados. Sobra decir que confesaron todos los hechos y que sin duda los interrogatorios debieron ser muy severos. Cuando finalizó su reinado, todas las tumbas del valle habían sido saqueadas. Se realizó una investigación y se constató que incluso los ladrones habían entrado en el sepulcro de Tut-Anj-Amón, pero los saqueadores fueron sorprendidos dentro del hipogeo, tal y como siglos más tarde constataría Howard Carter.
Ramsés X
Muy poco o nada sabemos de Ramsés X. Solo existen unas pocas referencias en Karnak. Es el rey de la XX Dinastía del que menos se sabe, a pesar de que pudo haber reinado durante diez años. Durante su reinado sólo sabemos que los obreros realizaron una huelga que duró muchos años, que no había alimento y que los robos y los saqueos fueron en aumento. Igual que Ramsés VIII, no se sabe dónde fue enterrado. Su tumba del valle no llegó a terminarse, posiblemente porque él mismo ordenó que no continuaran excavándola, dado que todas y cada una de las moradas para la eternidad del Valle de los Reyes habían sido expoliadas.
Ramsés XI
Cuando el último ramésida sube al trono de Egipto, el país ya está dividido. Durante los treinta años que dura su reinado, el rey se encuentra ante una nación quebrada en dos, un país que no sabe a quién obedecer, si al poder del faraón o al poder del sumo sacerdote de Amón. Hay un hecho que demuestra la desesperación y la desolación absoluta que envolvía al rey. Delega en sus visires y generales todo el poder para que puedan manejar las áreas del país gobernadas por el clero de Amón. Esto significa que va a estallar una guerra civil. Una horrible y sangrienta guerra que dejará al país más hundido de lo que ya lo está. Aquí es cuando aparece por vez primera un personaje llamado Herihor, el cual tuvo gran influencia en la corte de Ramsés y hasta incluso pudo haber compartido el poder. Así, en su año decimoséptimo de reinado, la guerra civil estalló nuevamente en Egipto.
El reinado de Ramsés XI será recordado como ‘El año de la hiena’. Su tumba fue la última que se excavó en el Valle de los Reyes, pero no se llegó a terminar. Tampoco se sabe cuál fue su último lugar de reposo eterno y su tumba sería, durante la XXI Dinastía, utilizada como almacén y taller de restauración para las momias que fueron trasladadas a los escondrijos de Deir el-Bahari y la KV 35.
Con su muerte no sólo se pone fin a una dinastía, sino que termina el reinado de los grandes faraones, un período que había durado casi cinco siglos. La época de los Thutmosis y de los Amenhotep era una nube disipada en un cielo de verano. Egipto no volvería a ser jamás una potencia mundial. Era el fin de una civilización, porque con el fin del Imperio Nuevo, Egipto estará a merced de las potencias más fuertes de cada época. Desde luego, no fueron tiempos fáciles de vivir, ya que los egipcios vivían rodeados por los ecos del esplendor. A donde quiera que mirasen sus ojos veían grandes moradas para los dioses, gigantescas pirámides que se podían ver a kilómetros de distancia, tumbas excavadas en los acantilados donde habían descansado grandes y poderosos reyes. Y sin embargo, nunca su vida había sido tan mísera como ahora.