Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto

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VII. DE LAS PIRÁMIDES AL VALLE DE LOS REYES » La elección del Valle de los Reyes

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LA ELECCIÓN DEL VALLE DE LOS REYES

Los reyes de todas las dinastías se hicieron enterrar con suculentos ajuares funerarios, ya fueran más o menos abundantes. Anillos de oro, pectorales de oro, brazaletes de plata y lapislázuli, colgantes de turquesas y toda clase de tesoros imaginables. Pero todas las esperanzas del monarca eran, en cierta forma, ilusorias. En cuanto el estado se veía alterado por cualquier cambio inesperado, como bien pudieron ser los llamados períodos intermedios, o cuando la capital cambiaba de ubicación, los vigilantes de las necrópolis dejaban de ser tan efectivos en su cometido, ya no custodiaban con sumo celo el suelo sagrado y esta era la oportunidad que los depredadores de tesoros habían estado esperando.

Podríamos decir que el oficio de saqueador de tumbas es tan antiguo como la propia costumbre de hacerse enterrar con tantos objetos de valor.

A la muerte de Ahmose, su hijo Amenhotep I inició un proyecto de gran envergadura, como ya señalamos: organizó la aldea de los artesanos, el ‘Lugar de la verdad’, Deir el-Medineh. Sin embargo, parece ser que él no fue el primero en construir una tumba en el valle, sino su sucesor Thutmosis I. Aunque sabemos que Amenhotep I fue el que inició la cofradía de Set-Maat, no hay documentación alguna que nos haga sospechar que también inició la construcción de tumbas en el Valle de los Reyes. Lo único certero es que los objetos hallados en la tumba de Thutmosis I, así como la forma arquitectónica de la propia excavación, son idénticos a los de Thutmosis III, y tal vez incluso el sarcófago del primero debiera atribuírsele a ese último. Por este hecho, algunos autores sospechan que tal vez habría sido Hatshepsut la primera en hacer excavar una tumba en el uadi. Sea como fuere, era obvio que los reyes de la XVIII Dinastía no podían enterrarse en un lugar donde los ladrones pudieran campar a sus anchas sin que nadie los controlase. Así, se eligió un solitario paraje que se halla justo detrás de la colina de Deir el-Bahari, que los egipcios llamaron Sejet Aa, ‘La gran pradera’, que los árabes conocen hoy día como Biban el Muluk, ‘Las puertas de los reyes’. En cuanto un faraón subía al trono, se reunía con su consejo y comenzaban los preparativos para la construcción de su morada para la eternidad. No somos capaces de entender por qué un rey escogía un lugar determinado del valle, pero sí sabemos que ello no correspondía a ningún tipo de capricho ni nada parecido. Los encargados de llevar a cabo la obra eran los artesanos de Set Maat, la cofradía de los constructores de Deir el-Medineh.

La antigua Set Maat, actual Deir el-Medineh.

Fotografía de Nacho Ares.

Situada en la ribera occidental de Tebas, muy cerca del Valle de los Reyes, se dieron cita, a partir de la XVIII Dinastía, gran número de artesanos: talladores de piedra, albañiles, yeseros, carpinteros, pintores, grabadores, dibujantes, todos vivían allí, en Set Maat. Se podría decir que esta aldea era un Egipto dentro del propio Egipto, puesto que esta cofradía de constructores se regía por sus propias leyes, teniendo escribas propios, jueces, tribunales y demás. Existía, por supuesto, la figura del faraón que regía por encima de todos ellos, pero se organizaban por sus propias normas y reglas. En su momento dorado, la aldea de Deir el-Medineh contó con unas setenta casas dentro de un recinto cuyas dimensiones eran de ciento treinta por cincuenta metros, y otras cincuenta casas apostadas fuera del recinto. Llegaron a registrarse un número aproximado de individuos, que oscilaba entre los setenta y ciento veinte sin contar esposa e hijos. Se trataba pues de una comunidad reducida, pero eran los mejores profesionales del país. Había una calle principal que atravesaba todo el pueblo. Las casas, con cimentaciones de piedra, eran erigidas sin embargo en material perecedero, ladrillo crudo. La primera estancia, junto a la entrada, estaba reservada al altar en el que los hombres honraban a sus divinidades y a sus antepasados. También disponía esta estancia de acceso al sótano. Una segunda estancia superior contenía varios dormitorios, baños, cocina y una terraza doble, donde sin duda sería un auténtico placer degustar una buena jarra de cerveza bien fresca en las calurosas noches de verano, mientras uno dormitaba frente al sendero que conducía al Valle de los Reyes, bañado por un suave y plateado reflejo de la luna.

A menudo, los moradores de Set Maat organizaban reuniones, donde los artesanos, sentados en sus bancos de piedra, transmitían los secretos del oficio a sus hijos, que estaban destinados a ser los continuadores de aquella gran comunidad. Si superaban las pruebas de iniciación, los elegidos comenzaban a vivir y a trabajar en el valle, pues tan sólo los mejores artistas podían trabajar en las tumbas de los reyes. Los obreros salían de la pequeña ciudad por el oeste. Trepaban por un escarpado a su derecha y luego se dirigían hacia el norte por un sendero en la montaña. Algunos tardarían días en regresar, por ello, no era raro ver cómo los más rezagados volvían sus cabezas para enviar un saludo amoroso a su esposa, que se alzaba al pie del camino. Canteros, albañiles, pintores. Toda una serie de personajes que formaban la élite del país recorrían la ladera de la montaña.

Los primeros en actuar eran los talladores de piedra. Quebraban la roca y la trabajaban con cinceles de cobre o bronce. Se establecía una larga cadena humana para recoger en cestos los escombros que se iban produciendo. Todas las herramientas pertenecían a la cofradía, nunca eran útiles personales. Los siguientes eran los pulidores, que debían preparar de la mejor forma la superficie de la roca para que luego se pudiesen expresar en su estado más puro todas las escenas y los textos jeroglíficos. Los dibujantes, tras asegurarse de que la pared se hallase en perfectas condiciones, realizaban los esbozos que les habían asignado. Mediante el sistema de cuadrícula, buscaban la estabilidad y la armonía de las formas. Tan sólo los más experimentados podían presumir de dibujar sin plantilla. Este primer dibujo se realizaba con pintura roja, para que el maestro dibujante realizase sus correcciones con pintura negra.

La pared ya está lista. Es hora de que los escultores acudan sin demora. Tallando finamente con su cincel la superficie marcada de color rojo, estos hombres han hecho que hoy día nos pasmemos ante la finura y la delicadeza con la que sus obras cobran vida ante nuestros ojos. Los pintores dan los últimos retoques a la obra. Vivos colores agrandan nuestros sentidos. El ocre, amarillo y rojo se obtenían a partir de un sulfuro natural de arsénico y óxido de hierro. El negro y el blanco, del carbono y de la tiza calcárea. Azul y rosa del lapislázuli o la azulita del Sinaí, así como una mezcla de ocre rojo y tiza.

Aunque de modestas dimensiones, los obreros de la cofradía de Set Maat lograron su cometido. La morada para la eternidad que acogerá al rey difunto está ya preparada.

Con la crisis de la XX Dinastía, el Valle de los Reyes fue abandonado y sólo fue cuestión de tiempo que los tesoros que albergaban aquellas tumbas cambiasen de dueño rápidamente. A partir de la XIX Dinastía, las entradas a las tumbas se habían hecho tan suntuosas que era como si los reyes hubieran puesto un letrero con una flecha que indicaba por aquí al tesoro. Los siglos trajeron nuevos habitantes al circo montañoso de Deir el-Bahari: los primeros cristianos, que aprovecharon muy bien algunas de las tumbas que habían quedado abiertas.

Hoy día, después de más de tres mil años, el hombre vuelve a acercarse al Valle de los Reyes con respeto y admiración. Los arqueólogos son los encargados de devolvernos el pasado y, en el caso de Egipto, se encargan de que los nombres de los grandes faraones vuelvan a ser pronunciados y de que sus mesas de ofrendas no estén vacías. Son los que han hecho que la memoria de los grandes faraones del Antiguo Egipto llegue hasta nuestros días.

A continuación nos adentraremos en una época romántica. Desde que Egipto había sido conquistado por los árabes, hubo que esperar a 1589 para que por primera vez un cristiano llegase hasta Tebas. Había por aquel entonces varias tumbas reales que llevaban muchos siglos abiertas, todos los que las visitaban caían rendidos ante su magnificencia y nadie se explicaba cómo demonios aquellas maravillas llevaban ocultas tantas centurias. Hasta que finalmente, el 1 de julio de 1798, Egipto fue visitado por una extraña cohorte de sabios que acompañaban a Napoleón Bonaparte, el gran emperador francés. Había comenzado la era de los románticos, una gran etapa que se vivió durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Es indescriptible la sensación que reinó en Egipto durante estos años, desde la llegada de Giovanni Battista Belzoni hasta la muerte de Howard Carter. El Valle de los Reyes fue un hervidero de hallazgos, nervios, traiciones, persecuciones bajo la luz de la luna, arrestos, interrogatorios, situaciones inéditas que serían el guión perfecto para una novela de cine negro. Pero el valle también se adaptó a los nuevos tiempos: intrigas políticas, manifestaciones, la dominación francesa e inglesa, la independencia y el odio hacia los antiguos invasores. Pero sin embargo, ellos fueron los que hicieron posible que Egipto sea hoy lo que es y que millones de personas al año vayan caminando por las antiguas avenidas de Luxor y Karnak, que visiten las pirámides y se maravillen ante el espectáculo que ofrece visitar el Valle de los Reyes. A continuación vamos a presentar una breve historia de los excavadores más destacados que trabajaron en el Valle de los Reyes, así como sus hallazgos, intentando siempre seguir una línea cronológica, excepto cuando los personajes desaparecen de la escena del valle[104]. Asimismo, a lo largo de este capítulo haremos referencia a las tumbas según su numeración y las siglas KV o WV. La primera hace referencia al nombre del valle en inglés, King’s Valley; y la segunda hace referencia a un uadi cercano conocido como West Valley o valle del oeste. Igualmente, veremos las siglas QV, que corresponde a su nombre en inglés Queen’s Valley, que hace mención al Valle de las Reinas.

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