Terminal

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—Lo sigo diciendo porque es la verdad. Solo la sangre lavará nuestra impureza. Sangre inocente. De la misma forma que el Señor instruyó a Abraham para que ofreciera a su hijo, Isaac, así tenemos que obrar. El cordero votivo.

—No te entiendo. ¿A qué te refieres? ¿Qué es lo que insinúas?

La palabra brotó de la garganta de Martha como un quejido, y fue aumentando de volumen hasta convertirse en el plañido de una sirena.

—¡Expiación! Expiación es de lo que hablo. Hoy se ha cometido un gran pecado aquí mismo, y solo la expiación nos hará recuperar la gracia de Dios. Debemos ofrecer el cordero.

Sherm descargó el pie y su bota se estampó contra la boca de la anciana. La dentadura postiza voló por toda la cámara y aterrizó cerca del señor Kirby. La sangre comenzó a derramarse por entre sus maltrechos labios. Martha lloraba más por la ira que por el dolor.

—Te dije que cerraras la puta boca —gritó Sherm. Apretó la boca del cañón contra la frente de Martha y echó atrás el percutor. El clic casi inaudible sonó ensordecedor en ese momento.

—Sherm —levanté las manos como gesto de protesta—, tranquilo. ¡Espera un segundo! Piénsalo bien antes de hacer nada.

—Que la jodan. No hay nada que pensar, Tommy. Esta vieja puta ya me ha tocado demasiado los huevos.

—Lo sé, tío. Lo sé. Todos estamos hartos de sus chorradas. Pero piénsalo, tío. Si la disparas ahora, los polis entrarán aquí. Lo sabes. Ya hemos hablado de eso. Se echarán encima de nosotros como langostas hambrientas, de la misma forma que hubieran entrado si hubieras disparado a Keith o a Lucas.

Ante la mención del repartidor y del encargado, pegó un salto. Se le tensaron los músculos como una serpiente lista para saltar sobre su víctima.

—No lo hagas, hijo —intercedió Roy—. Solo empeorarás las cosas.

Antes de que Sherm replicara, un nuevo sonido nos distrajo a todos. Un repiqueteo grave y sonoro que parecía venir de arriba. A la vez que elevábamos los ojos hacia el techo, el ruido se hizo más fuerte; algo se aproximaba con rapidez.

Zunca zunca zunca zunca zunca zunca.

—¿Qué coño es eso? —gritó Oscar. Sus ojos reflejaban miedo e inquietud.

Sonaba justo por encima de nuestras cabezas y daba la impresión de que el techo fuera a derrumbarse en cualquier momento. Parecía que alguien había decidido pasearse con una excavadora por encima del tejado. El banco entero se movía. Las paredes de acero vibraron contra nuestra espalda mientras el estruendo sacudía el edificio hasta los cimientos.

—¡Al fin! —El grito de Dugan fue de alivio y alborozo, pero su cara mostraba preocupación.

—Ya viene —grité, y me puse en pie de un salto, con la pistola apuntada hacia ningún sitio en concreto.

—¿Es un tanque? —gritó Oscar—. ¿Tienen tanques?

—Oh, Dios —lloriqueó Kim, que cerró los ojos—. Ya está. Vamos a morir…

El ruido aumentó en intensidad hasta el punto de tornar casi imposible la conversación entre nosotros.

—Ya está… Ya está… Ya está… Vamos a morir…

Benjy trató de cubrirse los oídos con los hombros para así refugiarse un poco del horrible ruido. Incluso aterrado como me hallaba, deseé que tuviera las manos libres. Solo era un niño. Si yo estaba aterrorizado, ¿cómo se sentiría él?

—Sherm —le grité sobre el rugido—, ¿qué cojones vamos a hacer?

—¿Qué?

—¿Que qué cojones vamos a hacer? ¡Ya están aquí!

—Relájate, tío. Solo es un helicóptero.

—¿Qué? —Ahuequé la mano y la coloqué en torno a mi oreja a la par que apretaba con más fuerza la pistola. Tenía las palmas sudadas.

—¡Un helicóptero! ¡Es un puto helicóptero!

Me quedé con la boca abierta, el corazón se me salía del pecho…, y justo en ese instante el ruido comenzó a remitir.

La velocidad y el ritmo disminuyeron. Por último, todos oímos el lejano y amortiguado sonido de un motor, que también acabó por detenerse.

—Han aterrizado —sonrió Sherm. Su mirada rayaba la felicidad.

—¿Quién ha aterrizado? ¿De qué hostias hablas? Era un puto helicóptero. ¿Quién viene?

—La unidad de respuesta rápida del condado de York —contestó con orgullo—. Por fin han llegado. Parece que han aterrizado en el aparcamiento.

—Genial —suspiré, sarcástico.

—Exacto —replicó—. Ahora las cosas se ponen interesantes.

Su carcajada sonó tan alta como lo habían hecho las aspas, e igual de cortante.

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