Terminal

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John estaba sentado y miraba a Benjy sorprendido. Ambos me sonrieron cuando entré. Los otros mostraban un aspecto tenso, excepto Martha, que mantenía los ojos entrecerrados y la cabeza inclinada en oración. Me pregunté qué era lo que me había perdido. Las cosas habían cambiado, aunque fuera de forma sutil. Algo había pasado, algo más que la recuperación milagrosa de John. Imaginé que habían escuchado la conversación entre Sherm y yo.

—¡Tommy! ¡No te vas a creer lo que ha pasado, copón! Es increíble —jadeó.

—Lo sé todo —respondí para lograr que se calmara un poco—. Pero ahora mismo hay cosas más importantes de las que preocuparse.

Capté la atención de todos.

—Escuchadme con atención. Sherm volverá en cualquier momento. Los polis saben quiénes somos. Saben que solo somos tres. Mi… mi esposa los llamó, como le dije.

—¿Michelle? —John se sorprendió—. ¿Nos ha delatado?

—No, tío. Solo estaba preocupada. De todas formas, Sherm está actuando de forma rara. Dice que se va a rendir y que os va a dejar marchar, pero no sé si lo dice en serio. Yo le he estado dando vueltas al asunto… y he decidido sacaros de aquí, pero tengo que encontrar una manera de hablar con la policía y hacerles saber que quiero rendirme. ¿Alguna idea?

—Podría simular otro ataque al corazón —sugirió Roy, que miró al resto con cierta inquietud, sobre todo a Dugan. En aquel momento lo achaqué al estrés. Si hubiera sabido la verdadera razón…

—No —negué con la cabeza—. No funcionará. Sherm te dejaría morir aquí. Si no permitió que viniera una ambulancia a recoger a John, dudo mucho que lo hiciera por ti.

Benjy se deslizó hacia atrás mientras se secaba la sangre de John de los pantalones.

—Mierda, casi lo olvido. Benjy, ven aquí. He de volverte a atar.

Sin decir una palabra, el niño se cubrió con su madre.

—Venga, Benjy, no me hagas esto. Sabes que no te voy a hacer daño, colega. —Miré en derredor—. ¿Dónde demonios está la cinta aislante?

—Tommy… —John podía abrir los ojos de par en par—. No podemos rendirnos. Nos meterán en la cárcel.

Me arrodillé a su lado y le di un abrazo. Al principio se sorprendió, pero luego me devolvió el apretón con no menos fuerza.

—Me alegro de que estés vivo, tío. No tienes ni idea… —La voz se me quebró.

—No llores, Tommy. No pasa nada. Este niño me ha salvado. ¿No es la leche?

—Sí, desde luego. Pero tenemos que evitar que Sherm se entere, John. Sherm no ha de saber nada sobre esto, ¿vale?

—¿Por qué no?

Suspiré.

—Algo raro le pasa, John. Algo malo. ¿Recuerdas cuando me dijiste que a veces te daba miedo?

—Sí.

—Bueno, creo que empiezo a entender tus razones. Tienes que confiar en mí, tío. Hay muchas cosas sobre Sherm que ignoramos. Cosas que le ocurrieron antes de que nos conociera, antes de que viniera a la ciudad.

—¿Qué clase de cosas?

—No te preocupes ahora sobre eso. Te lo diré después.

John se palpó el estómago, justo donde antes le había agujerado la bala.

—Escúchame, John. Les voy a decir a los polis que no estabas involucrado en el robo. Nos trajiste hasta aquí en coche y no sabías lo que estábamos planeando. Solo te convencimos para que te quedaras en el vehículo y esperaras. Lo único que recuerdas después es que Kelvin trató de robarte el coche. Te disparó y tú corriste al banco en busca de ayuda. Así es como llegaste aquí.

—Pero Tommy…

—¡No me jodas, John! Cierra la puta boca y escúchame. Eso es lo que le voy a decir a la policía y lo que tú vas a decir. ¿Te queda claro? Suficientes vidas han sido destruidas hoy. Casi te pierdo, tío. Casi te mueres. No voy a dejar que te pase nada más.

—Muy noble —apostilló Dugan. Advertí algo de sarcasmo en su voz, pero lo ignoré.

John asintió, luego se levantó y me agarró de la camisa con los puños sangrientos.

—No hay nada más que decir. —Le aparté la mano.

—No es eso, Tommy. Quiero decirte otra cosa. Espera hasta que oigas esto.

—¿El qué? —Solo le prestaba atención en parte. Recordé que había dejado aquí la pistola y la busqué con la mirada, pero allí ya no estaba. Había desaparecido… como la cinta aislante. Tuve un mal presentimiento.

—Tommy… Había una luz.

Eso me hizo quedarme frío.

—¿Qué? ¿De qué hablas, tío?

—Había una luz, una luz brillante. Recuerdo cuando me dispararon, y también que corrí para encontraros, pero no mucho más a partir de ahí. Solo fragmentos dispersos, como si fueran imágenes sueltas de un DVD. Disparos. Sherm gritándole a alguien. Sirenas. Supongo que estuve dormido un rato. Recuerdo tener frío, un frío de pelotas. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Pero cuando me desperté y miré abajo, estabas inclinado sobre mí, me apretabas el pecho y me decías que respirara. Te dije que me sentía bien, pero no me oías. Así es cuando me di cuenta de que miraba desde arriba mi propio cuerpo, como en las pelis. Estaba en la cámara acorazada pero flotaba sobre vosotros.

La imagen me hizo pensar en mi pesadilla. Seguí buscando la pistola al mismo tiempo que escuchaba la historia de John y estaba atento al regreso de Sherm.

—Había una luz fuera, en el pasillo, y también voces. Traté de ir hacia la luz, pero las voces me detuvieron antes de poder llegar. No veía a nadie, pero me rodeaban.

Parecía que Dios me enviaba más pruebas. De hecho, me daba la impresión de que me estaba pateando el culo para que me quedara bien claro.

Pide y te será dado…

—¿Quién? ¿A quién sentías?

—Las voces. Me dijeron que no podía ir hacia la luz y que tenía que ir con ellos. Tenía miedo, Tommy, estaba cagado de miedo. Y entonces desaparecisteis. Tú y los demás. Me quedé solo en la cámara acorazada con las voces. Seguían insistiéndome para que fuera con ellos.

—No iba a ver a Jesús —murmuró Benjy—, sino a los otros. La gente monstruo. Los que viven en la cabeza del señor Sherm.

—No sé si era Jesús —replicó John—, pero sí que había algo.

El pánico hizo mella en mí. Las manos de Benjy seguían sueltas, la cinta y la pistola habían desaparecido, mi mejor amigo, que no era capaz de sumar dos y dos, me recordaba a uno de esos profetas de

new age, y de acuerdo con un niño sanador de seis años, Sherm tenía monstruos que vivían en su cabeza.

—La luz desapareció —continuó John— como si alguien la hubiera apagado. Aún no los veía, pero notaba su aliento sobre mí. Apestaba como los lavabos del estadio de béisbol, tío. Me gritaban, me llamaban y me maldecían. Comenzaron a empujarme. Traté de abrirme paso, pero no hubo manera. Se movían con mucha rapidez. Uno me mordió y grité. Vaya dientes, tío… ¿Sabes lo que duelen los tatuajes? ¿Esa sensación de pinchazos? Pues a eso me recordaron, y además son mucho más afilados. Por más que lo intentaba, solo golpeaba al aire.

Me di la vuelta, pero la pistola no aparecía. Dugan me miró con suspicacia.

—Entonces, de súbito, sentí algo cálido en el pecho. Era como un par de manos…, pero no pertenecían a las cosas de la oscuridad. La luz volvió, primero como un pequeño destello, pero me alegró un montón verla. Luego se hizo más y más brillante hasta que se metió en mi interior. Sé que suena estúpido, pero así fue. Vi un hombre, pero no distinguí mucho más. Me tocó y me sentí mejor. Y ya. Después me desperté y el niño tenía las manos encima de mi estómago.

—Estupendo, tío.

—¿Y sabes qué más, Tommy?

Sherm volvería en cualquier momento, así que me importaba una mierda conocer más detalles acerca de su experiencia cercana a la muerte…, sobre todo si teníamos en cuenta mi situación actual.

—John, escúchame, ¿has visto mi pistola? La dejé a tu lado. Tengo este .38, pero tengo que encontrar la .357 antes de que Sherm lo haga. Se lo van a llevar los demonios si se entera de que la he perdido.

—No. Cuando desperté, el niño me dijo que cerrara los ojos un par de minutos y descansara. Luego me mandó volver a abrirlos. Justo cuando tú entraste. No he visto ninguna pistola.

—¿Y vosotros? ¿Alguien ha visto mi .357? ¿Y la cinta?

Benjy parecía estar a punto de llorar y Sheila no se atrevía a mirarme. Ni tampoco Sharon, Kim u Oscar. Roy tenía fija la vista en algún interesante punto del suelo y Martha no paraba de rezar. Solo Dugan me miraba, y el desdén en sus ojos me desazonaba.

—¡Hey, Tommy! Ven aquí un momento.

Era Sherm, que, a juzgar por el sonido de su voz, se encontraba al otro lado de la puerta. Me quedé de piedra. ¿Cuánto habría oído de la conversación? Con un gesto, le indiqué a Benjy que pusiera las manos detrás de la espalda.

—¿Qué pasa, tío? —gritó.

—Mira esto. Los polis tienen… ¡Joder! Bueno, no importa. Se acaba de largar.

Ruido de pasos, y luego entró en la cámara acorazada.

De inmediato, Benjy se puso las manos atrás. Si Sherm se dio cuenta, no lo demostró. Lo único que hizo fue darle un trago al refresco que me traía, ponerlo en un armario y luego abrillantar su arma con la camisa. Se apoyó contra la puerta de acero con una pierna doblada tras de sí, y sonrió.

—Hey, qué pasa. Joder, es genial verte despierto. Te debe de doler la hostia. ¿Cómo te encuentras, Polla de Peluche?

John trató de sonreír.

—Estoy bien, Sherm. ¿Y tú?

—Listo para la fiesta. Listo para menear la pelvis. ¿Verdad, Tommy?

—Lo que tú digas, Sherm.

Su carcajada me recordó al ladrido de un perro.

—¿Lo que yo diga? Joder, eso nos da un montón de posibilidades, ¿no? ¿Has oído eso, Kim, cariño mío? Lo que yo diga.

Kim no replicó. Solo miré con ansiedad a Dugan, y el mal presentimiento que me había asaltado antes volvió de nuevo.

—Algunos necesitamos usar el baño —exclamó Roy—, y a menos que quieras que lo hagamos aquí, deberías buscarnos un sitio donde aliviarnos.

—Permanece sentado —ordenó Sherm—. Nadie saldrá de la habitación por ahora. Los polis han tratado de enviar un robot pequeño por la puerta principal… uno de esos que se parecen a los que tienen los hijos de puta de la NASA, con miras telescópicas y toda la pesca. Eso es lo que quería que vieras, Tommy. Se largó corriendo antes de que le pudiera meter una hostia. Pasó por encima de Kelvin.

—Imagino que querrán asegurarse de que mantenemos nuestra parte del trato —dije.

—¿Qué trato? —preguntó Roy.

Miré directamente a Sherm cuando le respondí.

—Sherm les ha asegurado que en quince minutos seréis libres. ¿Verdad, Sherm?

—Sí, pero el puto robot me ha tocado las pelotas. Les exigí que no hicieran nada de eso. ¿Qué habrán visto con la cámara espía? ¿Qué te parece, Kim? ¿Hacemos una peli porno para que vean algo interesante?

Kim abrió la boca para replicar, pero se lo pensó mejor y abandonó la idea. Lanzó una fugaz mirada a Dugan, y luego se echó hacia atrás.

—Ahora —la increpó Sherm— será mejor que te portes bien. Estoy a punto de soltaros a todos. Os prometo que en quince minutos todo esto acabará por fin. Os lo garantizo.

Entonces, con fatalismo desesperanzador, me di cuenta de que no los iba a dejar a salir de allí bajo ningún concepto.

Las piezas empezaron a encajar en mi cabeza. Benjy le había dicho a John que cerrara los ojos. Benjy tenía miedo de mí cuando volví, como si pensara que me iba a enfurecer con él. La actitud de Dugan había cambiado. La cinta y la pistola se habían perdido.

La pistola se había perdido.

La pistola…

—Empecemos contigo, Kim. Y no trates de resistirte.

Sherm cruzó la habitación, se inclinó y acarició el largo y rubio pelo de Kim con sus dedos sucios. Ella cerró los ojos y se estremeció, asqueada. Al mismo tiempo, Dugan extendió los brazos. Alguien le había quitado la cinta de las muñecas y tenía mi .357 en la mano.

—¡No se te ocurra moverte, asqueroso perdedor! —escupió.

Saqué la .38 de debajo de mi camisa y apunté a Dugan. Sherm se volvió y alzó su propia arma. Con la mano que le quedaba libre, agarró el pelo de Kim y tiró con fuerza. Kim levantó la cabeza y gimió.

—Tira la pistola —ordenó Dugan— y suéltala o te dispararé, hijo de puta. ¡Y no estoy de coña!

—Podrías —respondió Sherm con calma—, pero te garantizo que yo también te iba a disparar. Y si me queda tiempo antes de morir, le meteré una puta bala a Sharon en el cuerpo.

Como para dejar claras sus intenciones, apuntó la pistola en dirección a Sharon, sin despegar los ojos de Dugan y con el pelo de Kim sujeto con fuerza en la mano.

Me acerqué un poco hacia ellos. John respiraba con dificultad a mi lado.

—Tírala, Dugan —le grité—. Vamos, tío. Es un dos contra uno. No tienes posibilidades, y lo sabes.

No apartó la mirada de Sherm mientras me hablaba a mí.

—No vas a disparar a nadie, Tommy. No tienes lo que hace falta. Créeme, lo sé. Ya he matado antes, en Vietnam.

—Ponme a prueba, hijo de puta. Vamos, Dugan. Tira la pistola, ahora.

Los ojos de Dugan fueron de Sherm a mí y luego de vuelta a Sherm. Las manos le temblaban y la pistola oscilaba de arriba abajo.

—Va a ser complicado acertar así —comentó John.

—¡Cierra el pico! —siseó Dugan, aunque la inseguridad en su voz se hizo patente.

—Tú decides, Dugan. —Sherm mantenía la pistola apuntada hacia Sharon—. Venga, dispara. Tal vez me des a mí, o tal vez a Kim, o tal vez le des a la pared, rebote y acabes matando a otro cualquiera. No importa lo que pase, porque antes de morir me aseguraré de llenarte de plomo.

—Dispárale —gimió Sharon—. Te quiero Dugan. Dispárale.

—¡Calla, puta!

—Mierda… —susurró Oscar.

—El Señor es mi pastor, nada me falta… —recitaba Martha una y otra vez, con los ojos cerrados.

—Yo… —el dedo de Dugan se cernió sobre el gatillo.

Tenía las palmas sudadas y el .38 se me resbalaba. Traté de asirlo con más fuerza. El sudor me caía por los ojos y hacia que me escocieran, por lo me costaba ver con claridad.

—Dugan, en serio. No estoy de coña, y tampoco lo está Sherm. Piensa en Sharon, colega. ¿De verdad quieres que le disparen? Sherm ya ha dicho que os dejará marchar.

Mientras lo decía, parte de mí deseaba que Dugan disparara, que apretara el gatillo y que todo terminara con la muerte de Sherm. Pero la amistad ganó. No sé la razón, pero lo hizo. Tal vez fuera porque me sentía como si Dugan me hubiera traicionado, como si se hubiera burlado de mis buenas intenciones. Quizá lo hubieran hecho todos. Pretendían ser simpáticos conmigo y preocuparse por mí, pero solo me doraban la píldora.

—Dugan, no bromeo. —Le di un ultimátum—. Suelta la pistola o disparo.

—No les escuches, cariño —rogó Sharon, que cerró los ojos—. Tommy no lo hará. Y no te preocupes por mí. Hazlo.

—Te ordené que cerraras la boca, puta. —Sherm apretó la pistola con más fuerza.

Me acerqué un poquito más, sin dejar de apuntar la .38 del poli hacia Dugan. El corazón me latía con tanta violencia que creí que me daría un ataque. Tenía la garganta agarrotada y necesitaba toser, pero sabía que si lo hacía me quedaría vendido. Luché contra el impulso y me esforcé en ignorar la flema sanguinolenta que se estaba creando en el fondo de la boca.

—Última oportunidad. Esta mierda no tiene seguro, así que… —Sherm sonrió y el nudillo le crujió cuando fue a apretar el gatillo.

—¡No! —gritó Dugan—. ¡No! Tiraré la pistola. No dispares a Sharon. Mira, la dejo en el suelo. La dejo en el suelo, hijo de puta.

Depositó el arma delante de él. Sherm soltó el pelo de Kim y pateó la pistola fuera del alcance de Dugan. Luego le dijo a John que la cogiera. John se levantó y obedeció sin rechistar.

—Tírate al suelo, Dugan. Quiero que le des un puto beso. ¿Me entiendes? Vas a lamer ese suelo como lames el coño de Sharon.

Dugan se quejó, pero ahora ya había perdido toda presencia. Volvía a ser un viejo asustado.

Sherm se acuclilló a su lado y le puso la pistola en la nuca. Sharon rogó a Sherm que no le hiciera daño. Oscar cerró los ojos y se unió a Martha en sus oraciones.

—Tommy… —Sherm seguía mirando a Dugan—. ¿Cómo cojones tenía tu pistola?

Su voz no era más que un frío susurro. John se lamió los labios y me echó una mirada nerviosa.

—No lo sé, tío. Supongo que debí haberla olvidado cuando fuimos a la oficina…

—¿Y por qué tenía las manos desatadas? Te dije que se las ataras.

—Lo estaban, Sherm.

—Y una puta mierda.

—Se las debe de haber quitado.

Se levantó y empujó a Dugan con el pie.

—Levántate, gilipollas. Y si se te ocurre parpadear, John le volará la cabeza a tu novia, aunque esté herido. Vigílala, Polla de Peluche.

Con no mucha firmeza, John apuntó con la pistola a Sharon.

—John —susurró Roy—, no tienes que hacerle caso, hijo. Ninguno. Ya sabéis lo que hay después de esto. Tenéis otra oportunidad. No la desaprovechéis.

—¿De qué cojones habla? —Sherm empujó a Dugan hacia delante.

Me guardé el .38 en el cinturón y dejé colgando los brazos a los costados.

—Está asustado. Nada más. Todos lo estamos. Tranquilízate, Sherm.

—Que te jodan. Están asustados. Yo estoy asustado. Te daré algo de lo que asustarte. ¡Muévete, tipo duro!

Empujó a Dugan de nuevo y el viejo se tambaleó. Por un segundo pensé que Sherm le dispararía allí mismo. Veía la ira crecer en su interior. Relumbraba en su rostro, se reflejaba en los ojos. Sherm estaba a punto de saltar. Los monstruos de la cabeza… Eso era lo que Benjy dijo. Sherm tenía monstruos en la cabeza.

—Tommy, llévate a Dugan a la oficina de Keith. Y si se vuelve a soltar te volaré el culo a ti. Polla de peluche, quédate aquí y vigila al resto.

Hasta ese momento, Sherm había estado distraído por el motín de Dugan, pero ahora se quedó de piedra. Se había dado cuenta por fin de que John no solo se mantenía despierto y alerta. Estaba curado.

—¿Qué…? ¿Qué? —tartamudeó John—. ¿Qué pasa, Sherm? ¿Por qué me miras así?

—Te habían disparado en la tripa… —La voz de Sherm mostraba su absoluto asombro—. Agonizabas, John.

—Mmmm…

—¿Qué hostias te ha pasado, polla de peluche? ¿De qué va esta mierda?

—Me… me encuentro mejor. Supongo que no era tan grave como parecía.

—¿Que no era tan grave? Kelvin te disparó en el puto estómago, John. Tenías la camisa, los brazos y la cara manchados de sangre. ¿Dónde demonios está el agujero de bala?

—Mmmm…

Aterrorizado, John me miró en busca de ayuda.

—¿Tommy?

La cabeza de Sherm se volvió hacia mí, acompañada por el cañón de la .357.

—¿Qué coño pasa, Tommy? ¿Dónde está el agujero de bala? ¿Cómo puede estar mejor? Creí que acababa de recuperar la conciencia…, no la puta salud.

—No lo sé, tío. No tengo ni idea…

—¡No me toques las pelotas, joder! Quiero saber qué coño ha pasado. Las heridas de bala no desaparecen por arte de magia. ¿Qué coño pasa aquí?

Abrí la boca para hablar, pero no emití sonido alguno.

—Disculpad —interrumpió Roy—. Siento ser el portador de malas noticias, pero si he oído correctamente, le habéis dado a la policía un ultimátum de quince minutos. El tiempo ya ha pasado. ¿No deberíais llamarlos?

Sheila contenía la respiración y me miraba con ojos abiertos. Los otros también guardaban silencio. Después, en medio de ese terrible silencio, escuché algo que me hizo quedarme clavado en el sitio: el sonido del cristal roto bajo los pies en el recibidor. Oscar se retorció; imaginé que también lo habría oído. Un segundo después escuché otro crujido. Antes de que Sherm se percatara de lo que pasaba, Martha habló:

—Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. —Se puso en pie, débil pero decidida.

—¿Cuál es tu puto problema, zorra?

—San Juan, capítulo ocho, versículo cuarenta y cuatro. Sois legión y vuestro tiempo ha llegado. Vuestro padre os aguarda. Te lamentarás en el infierno durante toda la eternidad.

—¿Legión qué?

Sherm se movió despacio y habló con calma. Y entonces fue cuando la oscuridad dentro de él se hizo erupción. Los monstruos quedaron libres.

—Que te jodan.

Apretó el gatillo y le voló la tapa de los sesos a Martha, que perdió la parte de la cabeza que quedaba por encima de la nariz. Los restos salpicaron la pared por detrás de ella. Y el techo. Y el suelo. Y a Roy. Se balanceó adelante y atrás. Se le movieron los labios, recubiertos de sangre.

—Oh, Dios…

Se agitó una vez más y luego se desplomó sobre el suelo. Los gritos y la confusión fueron instantáneos. Sharon, Kim y Oscar se encogieron. Roy gritó que se había quedado ciego, sin comprender que eran los sesos de Martha lo que le impedía ver. Benjy se apretó contra su madre, gritando y chillando que no podía ayudar a la señora mayor; que ya se había ido con Jesús. John gritó también… pero no entendí lo que dijo. Mis oídos estaban concentrados en los sonidos del recibidor. Había más que antes. Y se acercaban. Rápido. Sin dudar. Sonido de botas y de voces ásperas. Hubo más cristales rotos cuando las granadas lacrimógenas rompieron las ventanas.

Con el cañón de la pistola aún humeante, Sherm giró sobre sí y me apuntó con la pistola.

—Que os jodan —gruñó—. Que os jodan a todos.

Le apunté con el .38, pero antes de que pudiera apretar el gatillo Dugan se puso delante de mí. Sherm le disparó en el pecho. Dugan siguió adelante, a pesar del dolor. Impacto contra Sherm justo cuando este volvió a disparar. La explosión resultó amortiguada por la cercanía de su objetivo. La parte trasera de su camisa se tiñó de rojo. Dugan se estremeció y gritó. No dejó de hacer fuerza contra Sherm y consiguió tirarlo, con lo que lo inmovilizó bajo su cuerpo herido y sangrante.

El gas comenzó a inundar la cámara. Los ojos me ardían y el olor acre parecía detenerme los pulmones cuando lo respiraba.

—Vamos —rugió Dugan—. Sharon, sal de aquí. Roy, llévatelos.

—No voy a dejarte solo —gritó Sharon, pero los demás sí le hicieron caso. Kim y Oscar pasaron corriendo a mi lado mientras yo aún buscaba aire. Gritando, salieron por la puerta.

—Esperad —grité, y entonces me asaltó un ataque de tos. Entre el gas y el cáncer me veía incapaz de respirar.

—Tommy, se han largado. —Sin parar de llorar, John salió en su persecución, pero luego se dirigió a Sherm, que luchaba para deshacerse del aplastante peso de Dugan. Este le agarró de la muñeca y la golpeó una y otra vez contra el suelo, para tratar de que soltara la pistola.

En el pasillo se escucharon voces cortantes.

—¡Policía! ¡Al suelo! ¡Al suelo!

—Tommy —gritó John de nuevo, frenético.

No podía responderle. La tos con la que había estado luchando me golpeó en el pecho. Los pulmones y la garganta me explotaron, recorridos por un dolor insoportable. Muy dentro de mí algo se movió, algo que se separó de mi cuerpo. Mientras se liberaba, largas hebras de saliva sanguinolenta me resbalaron por los labios. El trozo que se había soltado subió hacia arriba y luego se paró. Boqueé, pero el aire no entraba en los pulmones. Me estaba ahogando con un pedazo de mi cuerpo.

Medio cegado por el gas, John corrió a mi lado en busca de Kim y Oscar. Aún tenía la pistola en la mano. Traté de gritarle, traté de advertirle que no saliera fuera, que la policía estaba allí, pero me ahogaba. Me pitaban los oídos y el corazón y la cabeza me martillaban… Necesitaban oxígeno y amenazaba con colapsarme. Tiré la pistola y levanté un brazo hacia él, pero no me vio.

—¡Policía! ¡Suelte la pistola y tírese al suelo, ahora!

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