Terminal

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Se quedó justo en el umbral y el rugido de los rifles reverberó en la cámara acorazada. Un segundo después escuché el golpe de su cuerpo al caer al suelo. En mi cabeza grité su nombre.

—To… Tommy —resolló.

El pitido de mis oídos fue a más. Unos puntos blancos aparecieron en mi campo de visión.

—Señor Tommy… —gritó Benjy.

Traté de alejarlo, de decirle que se tirara al suelo. Me vine abajo; arañé y golpeé el suelo en busca de aliento.

—Benjy —gritó Sheila, con la cara roja por el gas—. ¡Vuelve aquí!

—Se muere, mami. Jesús viene a buscarlo.

Jesús viene y el chico está molesto, pensé.

Nos vemos, negros. Paz. Voy a salir a encontrarme…

Dugan sujetaba con una mano la muñeca de Sherm, y con la otra le agarró de la cabeza y la golpeó contra el suelo. Enrabietado, Sherm bramó de dolor y trató de morderle la oreja. Cuando apartó la cabeza, se había llevado un trozo de carne en la boca. Dugan gritó. La sangre de cada uno cubría al otro. En medio del forcejeo, Sherm giró sobre sí y aterrizó sobre Dugan. Liberó la mano de la pistola y la levantó.

Entonces mi visión se emborronó por completo. No podía respirar, ni ver, ni oler nada. Pero aún oía. Oí voces. Sherm y Dugan. Los polis. Los rehenes. Y otras voces. Voces chillonas, afiladas y crueles. Se acercaban.

De repente, unas manos sobre mí, unas manos diminutas. Volví a ver. Benjy me observaba, con los ojos llenos de miedo y tristeza.

—Lo siento, señor Tommy. El señor Dugan me obligó a hacerlo. Me dijo que lo desatara para poder coger su pistola. No quería. Traté de convencerlo de que usted es un buen hombre, pero no me creyeron. Me aseguraron que era la única forma de escapar.

Mi garganta atorada se hinchó cuando traté de responderle.

—Quédese quieto, señor Tommy. Quédese quieto. Tenemos que darnos prisa.

Sentí enrollarse los dedos en torno a mi garganta. Eran cálidos… muy cálidos. El pánico y el miedo se desvanecieron, como si una ola de calma me invadiera. Los gritos, las luchas, los disparos y las voces… sonaban distantes ahora, amortiguados. Incluso la voz de Benjy parecía provenir del final de un largo túnel. La única cosa que oía con claridad eran las otras voces, las que no podía ver. Sabía de quiénes eran y les tenía miedo.

Entonces, de improviso, pude respirar y las voces cesaron. La calidez continuó esparciéndose por mi cuerpo como si fuera agua. La sentía navegar dentro de mí, cazando las células cancerígenas y destruyéndolas cuando las encontraba. Fluyó por la cabeza, por el pecho, por los pulmones y la garganta. La tensión de la mandíbula desapareció y la garganta se me suavizó. El dolor de cabeza, persistente e incómodo, con el que había convivido los últimos meses se evaporó. La calidez me inundó, me restauró.

Y entonces una luz…

—Ya está mejor, señor Tommy.

Mirándome desde arriba, con aquellos fluorescentes sobre su cabeza, me pareció un ángel.

Y estaba mucho mejor. Lo supe de forma instintiva, dentro de mí. El cáncer había desaparecido, como el agujero de bala de John y el ataque al corazón de Roy y las heridas de la perra

Sandy y las de todos aquellos a los que Benjy había ayudado en su vida.

Mi cáncer había estado creciendo. Creciendo a un ritmo alarmante. Me estaba muriendo. Pero ya no. Eso significaba que ahora tendría que afrontar las consecuencias de lo que había ocurrido desde el momento en que decidí robar el banco. Todas las mentiras y engaños. Todo el dolor que había causado a Michelle y T. J., y el dolor que había causado a esta gente. John. Keith. Martha. Lucas. Mac Davis. Incluso Kelvin. Tanta gente. Tanto dolor. Tanta muerte. Por mi culpa. No habían hecho nada para merecerlo. Solo vivían la vida. Y por mi culpa habían abandonado este mundo. El peso de la culpabilidad me agobió.

—Lo siento —musité a Benjy y él sonrió.

—No pasa nada, señor Tommy.

Entonces Benjy levantó las manos y la algarabía se impuso. Hubo un disparo, tan cerca que apreté los dientes. Sherm había conseguido colocar la pistola bajo la barbilla de Dugan y había disparado.

El grito de Sharon retumbó en mis oídos. Se arañó la cara, desesperada, mientras Roy y Sheila se apretaban contra la esquina.

Puse a Benjy detrás de mí, me agazapé para protegerlo y saqué el .38. Sherm se desembarazó del amasijo que antes era Dugan y se puso en pie. Se movía sin parar, agitaba la cabeza y abría y cerraba la boca. Mocos y sangre le corrían por la cara.

—¡Salid de mi cabeza! —gritó.

Tuve la sensación de que no hablaba con nosotros.

—¿Sherm? Tira la pistola, Sherm.

Enfocó los ojos empañados y apuntó la pistola hacia mí y Benjy.

—No me jodas. ¿Qué cojones haces, Tommy? ¿Usar al niño de escudo humano? ¿Crees que no te dispararé porque tienes a esa pequeña mierda a tu lado? ¿Crees que los maderos no te matarán? Te equivocas, colega. Te equivocas del todo.

—Atención —gritó una voz desde el exterior—. A todos los que estáis en la cámara acorazada: tirad las armas y salid despacio, con las manos sobre la cabeza.

—Se acabó, capullo. Los polis han llegado. Están al otro lado de la puerta. No tenemos otra salida. Déjalos marchar. Nadie más tiene que morir —rogué a Sherm.

—Que se jodan. No se acabará hasta que lo diga yo.

—Es nuestra última advertencia —gritó la policía Tiren sus armas y salgan con las manos sobre la cabeza muy despacio. No lo repetiremos.

—¿Me vas a disparar, Sherm? ¿Vas a disparar al niño?

—La vida es una mierda y luego te mueres. ¿Recuerdas, Tommy?

Me quedé sin habla.

—¡Vamos, Tommy! ¿No es lo que dijimos? La vida es una mierda y luego te mueres, así que, ¿por qué no agarrar al toro por los cuernos? Bueno, lo cierto es que esto es lo más divertido que he hecho desde que estuve en Portland. Ha sido un día de puta madre.

—Sherm…

—Un buen día para morir.

—Sherm… ¡No!

—Prepárate, Tommy Aquí llega la traca final.

Sonrió con su sonrisa típica, y por primera vez en mi vida vi más allá del tipo fiestero con el exterior de cemento, más allá del niño vulnerable que todas las chicas querían ayudar. Era como si hubiera mirado por una ventana todo este tiempo y ahora alguien hubiera abierto las cortinas y me hubiera permitido ver con claridad. La sonrisa de Sherm era un destello de lo que había dentro de su cabeza, y había monstruos. Montones de monstruos.

Y entonces la sonrisa se agrandó hasta estirar la piel de su cara, hasta convertirse en una mueca. Sin dejar de sonreír, miró detrás de mí y abrió los ojos, sorprendido. No movió ni un músculo, solo se limitó a seguir sonriendo, una sonrisa que partía su rostro por la mitad. El dedo del gatillo se agitó.

Apreté el gatillo más rápido que él. Sherm lo hizo un segundo más tarde.

Todo explotó.

Los polis de detrás de nosotros gritaron algo, pero fui incapaz de oírlo con el estallido de la pistola de Sherm y la respuesta de las suyas. Aterrorizado, Benjy gritó y Sheila corrió hacia nosotros. Algo me golpeó en la espalda, justo en los riñones. La bota de un poli, tal vez, o una porra. De repente volví a tener problemas para respirar.

Las pistolas dispararon otra vez y la sonrisa de Sherm se hizo más grande, más ancha que su cara. Dientes, carne y hebras de líquido encefálico cayeron al suelo mientras su cabeza se partía en dos. Luego se desintegró en una nube carmesí, pero juraría que por un segundo vi la sonrisa sobrepuesta en ella. La nube sonreía. Su cuerpo quedó allí, determinado a no caer, con la pistola aún agarrada, mientras los disparos retumbaban en la cámara. Cuando terminó por derrumbarse, quedé convencido de ver su sonrisa en la pared de detrás.

Sherm había muerto, pero no pasaba nada porque Benjy estaba bien. Benjy estaba tranquilo. Ya no lloraba. Le dije a Sheila que dejara de gritar, traté de calmarla, pero yo no podía respirar, y mucho menos hablar. Algo afilado se removía en mi interior, pero no sabía lo que era. La habitación se volvió fría.

Una sombra cayó sobre nosotros y una bota me pisó la mano. Grité cuando los huesos de la muñeca y los dedos se partieron. Solté la pistola. Roy le chilló a alguien que fueran más compasivos conmigo, pero lo ignoraron. Sharon yacía sobre el cuerpo de Dugan, sin poder parar de sollozar. Aún tenía las manos atadas. Sheila se había liberado de sus ataduras y me clavaba las uñas, gritando el nombre de Benjy una y otra vez. Una vez más traté de consolarla, pero unos cuantos pares de bruscas manos me dieron la vuelta. Boqueé cuando la cosa afilada me volvió a apretar, y entonces fue cuando me di cuenta de que estaba sangrando. Había un montón de sangre.

Pero no toda era mía.

Y entonces me di cuenta de por qué Benjy estaba tan callado y tranquilo, y por qué Sheila gritaba.

La sonrisa de Sherm, impresa en la mancha de sangre, se rió de mí.

Empecé a perder la conciencia. La habitación daba vueltas. Apenas me di cuenta de que me habían puesto en pie. Sheila me abofeteaba y me clavaba las uñas, hasta que uno de los polis la apartó de mí.

Había caras que me miraban. Caras de poli. No eran amistosas.

La sangre brotó de entre los labios cuando les susurré:

—He salido para encontrarme a mí mismo…

—No se te ocurra moverte, pedazo de mierda. Los sanitarios están de camino, aunque no sé por qué tenemos que salvarle la vida a un saco de basura como tú.

—Si no estoy aquí cuando me necesites —continué—, aguarda hasta que regrese…

—¿Qué dice?

Abrí la boca para repetirlo y en su lugar salió un chillido. Grité durante mucho tiempo, hasta que algo se rasgó en mi garganta.

Luego cerré los ojos.

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