Terminal

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Dame otro cigarro.

Gracias. Seguro que has oído que el tabaco es aquí como el oro, pero no es cierto. Esta es una institución sin humos. Ni los guardias fuman. Así que los cigarrillos no son oro. Son el puto Santo Grial.

Cuando todo acabó, los polis encontraron a Lucas en el baño y a Keith en la oficina. Sherm había conseguido todo un récord: Keith, Lucas, Mac Davis, Kelvin, Martha y Dugan. Seis asesinatos. Pero las cosas no acabaron ahí.

¿Qué más quieres saber? Lo he contado todo. Te lo dije antes y te lo diré de nuevo. La vida es una mierda y luego te mueres. Esa, en esencia, es mi filosofía, y se ha ido confirmando día tras día.

Excepto porque no te mueres. La vida sigue siendo una mierda, la mayor de las mierdas, de hecho. Pero no te mueres. Son los de tu alrededor los que lo hacen. Los que amas. Los inocentes. Los que no lo merecen. Y esa es la mayor mierda de todas.

Jesús no vino a recogerme, ni tampoco la gente monstruo, y no dudo ni por un instante que las voces

que oí eran suyas. El cáncer tampoco me mató. Benjy se encargó de él. Aún no sé cómo lo hizo o cuál era el poder que tenía. Podía haber sido Dios o Satán o algo que le hubiera dado a Fox Mulder un buen expediente X que investigar. Tal vez fue magia. Tal vez no. Lo que sé es que fue real. Soy la prueba viviente. El cáncer no acabó conmigo porque Benjy lo curó.

La bala del equipo SWAT tampoco me mató. Perdí un riñón y un montón de sangre, y ahora tengo una cicatriz en la espalda que parece un mordisco de tiburón, pero no morí. En la mesa de la sala de urgencias, cuando me extirparon la metralla y lo que quedaba del riñón, no encontraron nada de mi cáncer. Después de que Michelle llamara a los polis, mi nombre y mi cara aparecieron en las noticias. Mi doctor, Casey el farmacéutico y hasta el señor Anthony Myers, el director de la funeraria, llamaron a las autoridades y les contaron lo que sabían. Mientras me recobraba en el hospital (querían cerciorarse de que recuperaba las fuerzas suficientes para aguantar el proceso judicial), los doctores hablaron con mi médico y comprobaron y recomprobaron el diagnóstico. La conclusión final es que no quedaba ni rastro del cáncer. Si no hubiera sido por los análisis de mi médico, habrían pensado que me lo había inventado todo. Aunque creo que la mayoría lo pensó igual.

La bala que me quitó un riñón también le quitó la vida a Benjy. Me atravesó y le dio a él. El comando de la policía no lo había visto debido a la confusión. Solo mi pistola. Hubo una vista, y un grupo de expertos determinó que el disparo fue justificado y que el oficial había actuado con corrección. Los medios de comunicación se cebaron con el oficial, que al final dejó la policía.

Vi en las noticias que Sheila iba a demandar al departamento de policía, pero antes de eso murió. Se suicidó un mes después del atraco. Los testigos afirman que se echó delante de un autobús durante la hora punta. Se bajó del bordillo justo en el momento en que pasaba. El conductor no pudo evitarlo. Los periódicos hablaron de que la muerte de su hijo la había perturbado.

¿Perturbar? Sí, joder, claro que sí. Cuando recuerdo el aspecto de Benjy… Su pecho estaba… abierto, y…

No quiero hablar de eso.

Quizá Martha estuviera en lo cierto. Esa vieja loca con su «oh, Dios». Tal vez un sacrificio de sangre fuera la única cosa capaz de limpiar los pecados que cometimos, la sangre inocente de un cordero. Tal vez Benjy fuera la expiación que Dios requería. Yo era un pecador y pedí ser salvado. El Señor me concedió mi deseo pero tomó la vida de Benjy a cambio. Así es como lo veo. Le he dado vueltas y más vueltas al asunto. ¿Por qué recibió ese don tan especial para luego morir tan pronto? La expiación tiene sentido, aunque al principio odié a Dios por ello. Lo odiaba y lo temía.

Nos procesaron a John y a mí por separado. Nos dieron abogados de oficio. Ninguno tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo o no les importaba, puede que ambas cosas. A John le cayeron entre diez y quince años y tendrá la condicional en ocho. Yo fui condenado a no menos de cincuenta siempre que no excedan mi vida natural. Vida natural… ¿Qué cojones es eso? Tendré la condicional en cincuenta años, con suerte. Tanto John como yo testificamos que Sherm lo había planeado todo cuando supo que yo tenía cáncer, y que solo éramos cómplices. Las cámaras del banco lo confirmaron en gran medida, pero eso solo me sirvió para evitarme la pena de muerte.

Pena de muerte… Pienso en ello a menudo, sobre todo por la noche. Sentarme en la silla eléctrica… ¿Cómo me sentiría con toda ese electricidad recorriéndome el cuerpo? O ser atado a una camilla y sentir el húmedo frío del algodón con alcohol sobre el brazo, para así evitar la infección, seguido del aguijonazo final cuando me administraran la inyección letal.

Pienso mucho en la muerte.

Michelle. Bueno, me acompañó durante el proceso. Iba cada día tan guapa y preciosa como el primer día que la conocí. A veces se traía a T. J. y otras veces venía sola (su madre hacía de canguro). El proceso le resultó muy duro, pero yo lo pasé peor. Se sentó detrás de mí y me sostuvo la mano cuando se dictó el veredicto. No lloró. Fue fuerte.

Roy Oscar, Kim y Sharon testificaron en el juicio. Ninguno de ellos habló de las habilidades de Benjy. Oscar lo intentó, pero el fiscal consiguió que su declaración no constara en acta. No sé lo que le ocurrió al resto salvo a Roy.

Te voy a contar una cosa rara: las cámaras de seguridad del banco grabaron el atraco, pero cuando Benjy utilizaba sus poderes se pierde la imagen. Lo llamaron un fallo electrónico. Mi abogado lo usó en mi defensa, pero no funcionó.

Durante el juicio fui huésped de la prisión del condado de York. Después de la sentencia me trasladaron al bloque D de la prisión estatal de Cresson. No se está mal aquí. Mejor que en la cárcel del condado. Nadie ha tratado de violarme o convertirme en su putita. Tenemos televisión por cable en las celdas y acceso vigilado a Internet una vez a la semana. Veo

Howard Stern y

Comedy Central, y cualquier cosa en la que salgan tías en biquini. Trabajo en la biblioteca, mucho mejor que el coñazo de la cocina. Voy al gimnasio, algo para lo que nunca tuve tiempo, y leo un montón. Elmore Leonard. Richard Laymon. Novelas del Oeste de Ed Gorman. La Biblia. Como ya he dicho antes, supongo que la visión de John y los poderes de Benjy me han convertido en un creyente. De hecho, no me asusta creer. Le pedí pruebas a Dios y me las dio, al estilo del Antiguo Testamento.

Además de libros, también leo el periódico. Me dan el

Hanover Evening Sun, aunque aquí llega un día más tarde. Es raro leer sobre mi viejo hogar y saber que continúa su vida, que la gente que conozco sigue adelante aunque yo no esté allí con ellos.

Solo tengo un compañero de celda, un hombre llamado Edgar que está aquí por matar a su novia conduciendo bebido. Salió despedida por el parabrisas, voló veinte metros y se golpeó la cabeza contra un muro de contención. Murió por el impacto. Edgar fue acusado de homicidio, aunque Edgar insiste en que no conducía. Pero no puede probarlo.

Lo mismo en mi caso, si lo piensas. No maté a nadie en el banco. Pero no puedo probarlo.

Aquí dentro todos somos inocentes. Excepto en nuestros corazones. Nuestros corazones nos condenan, y en mi cabeza soy culpable como el pecado. Maté a esa gente. Su sangre está en mis manos. Sangre inocente. Sangre del cordero. Expiación.

Michelle me visita una vez al mes, puesto que estoy a una hora y media en coche de Hanover. Trajo una vez a T. J. a la prisión, en la primera visita, pero no fue bien. No entendía por qué tenía que hablar con papi por un teléfono y por qué no podía pasar adonde estaba yo y darme un abrazo. Nunca lo había visto llorar tanto.

No dormí esa noche, y unos días después Michelle y yo acordamos que sería mejor no traerlo. No los llamo porque el teléfono es de pago y no tengo dinero.

Su última visita fue hace dos meses, y la última carta me la envió ayer. Ni siquiera era de Michelle. Era de su abogado, que me avisaba de que había iniciado el proceso de divorcio. No me lo esperaba, pero supongo que no puedo culparla. Aunque me gustaría saber de dónde coño ha sacado el dinero para eso. No me puedo imaginar ni a ella ni a T. J. con otro hombre, o a T. J. llamando papi a otro. Hace que me duela el estómago mucho más que con el cáncer. Es un dolor sordo, desquiciante.

Eso es todo. No hay más que contar.

Bueno, sí, otra cosa.

Dije que, salvo en el caso de Roy, no tenía ni idea de lo que les había pasado a los rehenes. Pero sí sé lo que le ocurrió a Roy después del proceso. Y sé lo que le ocurrió a

Sandy, la perra de Sheila y Benjy. Y a John. Sobre todo a John.

Sandy fue la primera, aunque salió en las noticias de refilón. «Un final trágico para esta valiente perra». Hablaban de la muerte de Benjy en el banco por una bala perdida y del suicidio de Sheila, que se había arrojado delante de un autobús un mes después. Por lo que parece, llevaron a

Sandy a uno de esos refugios para animales después de la muerte de Sheila, y una nueva familia la adoptó. Llevaba una semana con ellos cuando la atropelló un coche. La encontraron muerta en el patio. No hubo testigos. De hecho, nadie escuchó ruido de frenos o neumáticos, ni siquiera un ladrido. Un minuto antes estaba jugando en el patio. Un minuto después, la habían atropellado.

Eso fue hace dos semanas. El obituario de Roy apareció en el periódico la semana pasada. Murió de un súbito ataque al corazón. El periódico menciona que era un comercial de la fundición ya jubilado y que le sobrevivían varios sobrinos y sobrinas, como nos dijo en la cámara acorazada. Un artículo al margen reseñaba que fue rehén en el atraco.

John murió anoche.

Aunque estábamos en la misma prisión no lo había vuelto a ver. No lo había vuelto a ver desde el atraco. Me hubiera gustado, pero él estaba en el bloque A y yo en el D. No había forma de contactar y a los presos no se les permite enviarse correos electrónicos con otros presos, aunque estén en la misma prisión. Estaba aquí. Mi mejor amigo ha estado aquí todo este tiempo, prisionero en este puto edificio, y no pude verlo porque nos habían encerrado en bloques diferentes.

Cada bloque come y sale al patio a horas diferentes. Confié en que algún día entrara en la biblioteca, pero nunca lo hizo. John no era de los que leen mucho.

Uno de los oficiales me lo contó en el desayuno. Lo encontraron en su celda, a medianoche. Estaba muerto. El juez de instrucción no había redactado aún el informe oficial, pero la causa de la muerte parecía haber sido un disparo en el estómago. Y eso era imposible, porque ninguno de los reos, guardias o incluso su compañero de celda escuchó ningún disparo. Además, es muy poco probable que alguien pudiera haber metido una pistola en la prisión. Buscaron restos de pólvora en su compañero, ya que los dos estaban encerrados en la celda a la misma hora. Nada de nada. Ahora el bloque A está cerrado e interrogan a todo el mundo. Quieren hablar conmigo luego. Interrogatorio rutinario, me dijeron. Pero no tiene nada de rutinario. ¿Qué se supone que les voy a decir? ¿Que el agujero de John en su estómago se lo hizo Kelvin? ¿Qué Benjy lo curó y que ahora que ha muerto el agujero ha vuelto a su sitio? ¿Que Benjy podía hacer milagros y que los milagros murieron con él?

Al menos traté de salvarlo. Al menos hice eso. Mira, no sé si al final te lo crees o no. No me importa. Pero lo que sé es que yo sí creo. Quise pruebas y las tuve. Pero nunca quise que Benjy recibiera daño alguno. Eso no es lo que quería.

La vida me quiso echar una mano al cuello. Pero jugué con las cartas que me habían repartido. Sigo sin saber qué nos ocurre cuando morimos, pero sé que traté de hacer lo correcto. Al final, cuando todo se fue a la mierda por mi culpa, traté de hacer lo correcto. Y en el fondo de mi corazón, creo.

Tal vez baste con eso.

A Edgar le quedan seis meses para salir. En la pared tiene un calendario. Todas las mañanas, cuando se levanta, tacha un día con una enorme «X» negra.

Yo también he colgado uno. Empecé después del desayuno, en cuanto oí lo de John. No he llorado a mi amigo porque creo que lo veré pronto. No creo que Jesús venga por mí. Creo que serán las voces, las voces que John aseguró escuchar. Las que oí yo. Esas voces agudas y crueles.

Recuerdo a Sherm, justo después de que matara a Dugan. Le gritaba a algo que se callara y que saliera de su cabeza. Creo que Sherm conocía bien las voces. Creo que llevaban susurrándole desde mucho antes de conocernos.

Ya he tachado un día de mi calendario. No me siento nada bien. Estoy débil y he empezado a perder peso. Me duele la garganta y los dolores de cabeza, además de las náuseas, han vuelto. Anoche me sangró la nariz mientras dormía. Tenía la almohada manchada de sangre seca por la mañana.

Tengo cáncer. En una fase muy avanzada. Está creciendo, y lo hace a un ritmo alarmante.

Es terminal.

El Estado condenó a John a una pena de entre diez y quince años. Tendría la condicional en ocho años, pero ha salido mucho antes. Yo fui condenado a no menos de cincuenta años, siempre y cuando no excedieran mi vida natural. No es mucho tiempo. Nada de tiempo. Es una sentencia de muerte.

Solo hay una cosa que me queda por hacer. En un rato me voy a encontrar a mí mismo. Si no estoy aquí cuando me necesites, aguarda hasta que regrese.

Por favor, espérame hasta que regrese.

Por favor… espérame.

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