Terminal

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Primera parte. Consecuencias » Capítulo 1

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¡Craaac!

El pequeño cráneo se rompió bajo la bota de Will, y el sonido hueco resonó por la calle vacía de Nueva Germania. Will no había estado mirando dónde pisaba mientras avanzaba por la acera, y le había pasado totalmente desapercibido el diminuto esqueleto tendido en la cuneta.

—Ay… Dios… bendito. —Tragó saliva mientras examinaba el esqueleto, que tenía que haber sido el de un niño. Aunque dentro del cráneo quedaba muy poco tejido cerebral, la visión de la vacía envoltura pupal que se derramaba fuera era espeluznante. El clima de ese mundo interior, con su sol sempiternamente abrasador, no podría haber sido más propicio a los ejércitos de moscas insaciables, que habían despojado de su carne a los esqueletos humanos en cuestión de semanas. Ocho semanas para ser exactos. Y despojados con tanta eficacia que el hedor de la putrefacción que otrora flotara sobre la ciudad muerta se había desvanecido casi por completo.

Dondequiera que mirase, Will veía huesos blanqueados por el sol, la mayoría sobresaliendo de ropas arrugadas. Puesto que el virus también había exterminado a todos los mamíferos que normalmente habrían limpiado los restos, los cadáveres habían permanecido tranquilos, todavía en el lugar exacto en el que se habían desplomado.

Tranquilos, salvo por las aves carroñeras. Las distintas especies de aves se habían visto libres del virus, y un poco más allá, en la misma calle, Will divisó a dos gordos cuervos que andaban en un tira y afloja por algo que había junto a un sombrero tirado. No se molestaron en moverse hasta que casi estuvo encima de ellos.

—¡Largaos! —gritó Will, lanzándoles una patada. Agitando sus grasientas alas negras y lanzando desagradables graznidos, los pájaros levantaron el vuelo a regañadientes.

Will vio entonces por lo que se habían estado peleando. Sobre el asfalto había un ojo humano, tan seco y descolorido que parecía un ciruela podrida.

No pudo evitar quedarse mirando fijamente el despojo mientras el globo ocular le sostenía acusadoramente la mirada, el ajado nervio óptico extendiéndose por detrás a modo de cola, como si se tratara de una nueva especie animal.

—Todo esto es tan injusto —susurró, abrumado de pronto por todos los rastros de muerte que le rodeaban. Era evidente que millares de personas habían abandonado sus hogares para reunirse allí, en el centro de la ciudad, donde sucumbieron al virus. Desesperados, debían de haber esperado que sus gobernantes fueran a hacer algo para salvarlos de la enfermedad que podía causar la muerte en tan sólo veinticuatros horas.

—Eh, atontado, ¿qué pasa? —gritó Elliott. Al descubrir que Will no la había seguido al interior de los grandes almacenes a los que se estaban dirigiendo, reapareció por el cristal destrozado de una de las puertas.

—¡Nosotros hicimos esto! —consiguió responder él—. Somos los culpables de todo esto.

—Nunca tuvimos intención de que algo así sucediera —dijo Elliott, examinando los cuerpos.

Por supuesto que Will sabía que ella tenía razón; Sweeney debía de haber roto sin querer la probeta que Drake le había dado. Nunca había habido intención de liberar realmente el mortífero virus. Pero eso no hacía que Will se sintiera mejor por lo que estaba viendo.

Elliott se encogió de hombros.

—De todas formas, estaban condenados. La mayoría habían sido sometidos a la Luz Oscura. Antes o después, habrían acabado sirviendo de huéspedes o de alimento para la Fase. —Guardó silencio durante un momento—. Quizá sea mejor así, Will. Puede que les hiciéramos un favor.

Él empezó a caminar hacia Elliott meneando la cabeza lentamente.

—Eso es difícil de creer.

En cuanto estuvieron en el interior de los almacenes, Will se detuvo para contemplar la fuente, un gran delfín de bronce en el centro de una pileta circular levantada sobre el suelo de mármol. Aunque el agua hacía mucho tiempo que había dejado de manar de la boca del delfín, tanto éste como los pulidos suelos de mármol evocaban la increíble prosperidad de una época pretérita de la superficie exterior.

—Vaya cacho tiendorro —dijo Will.

—Aparentemente esta gente era de la misma opinión —convino Elliott, que dejó que él echara un vistazo a los cadáveres tirados por el suelo, algunos con bolsas abarrotadas de artículos que seguían aferrando entre sus brazos esqueléticos.

—Debían de haber sabido que las cosas estaban feas, pero aun así se apropiaron de todo lo que pudieron —observó Will, cuando empujó una de las bolsas con el cañón de su Sten y un pintalabios y unas cremas faciales con pinta de caras se desparramaron desde el interior. Se echó a reír de forma sarcástica—. ¡Hasta estaban robando cosméticos!

—Ven aquí. ¡Tienes que ver esto! —gritó Elliott, y su voz resonó por el enorme vestíbulo principal.

—Jopé —dijo Will. Al final del pasillo había una estatua imponente, a ambos lados de la cual sendas escaleras ascendían a los demás pisos de los almacenes. La estatua, que medía sus buenos quince metros, era de una mujer con toga que mostraba orgullosamente una cornucopia llena de frutas.

Pero lo que hizo que Will se parase en seco fue la descomunal cúpula de cristal ahumado que servía de techumbre al vestíbulo. Asombrado estiró el cuello hacia atrás para observarla entera. Sin nadie que se ocupara de su limpieza, la arenilla arrastrada por el viento ya se estaba amontonando en los bordes e iba invadiendo el cristal, aunque el efecto seguía siendo impresionante.

Will apartó la vista de la cúpula y recorrió con la mirada las demás plantas, donde sólo pudo identificar con dificultad los diferentes artículos allí expuestos.

—Este sitio es descomunorme, como Harrods o cosa parecida. ¿Por dónde empezamos? —preguntó. Se acercó a un mostrador y limpió la capa de polvo de la superficie para mirar con atención la gama de pipas de espuma de mar expuestas sobre un terciopelo arrugado. Luego se inclinó sobre el mueble mientras examinaba las vitrinas de detrás. Las puertas de cristal habían sido arrancadas, y en su interior se veían muchas marcas de cigarrillos que Will jamás había oído nombrar—. Lande Mokri Superb, Sulima —leyó, escudriñando de cabo a rabo la hilera de paquetes antiguos—, Joltams, Pyramide. —Entonces vio un cadáver vestido con un traje de raya diplomática caído junto a la base de la vitrina, que todavía sujetaba con fuerza en su mano reseca un paquete de cigarrillos—. ¡Eh, eh! —dijo Will, agitando un dedo—. Esas cosas te van a matar, ¿sabes? —reprendió al cadáver.

—Aquí podemos conseguir todo lo que necesitamos —gritó Elliott desde otro mostrador donde se había agenciado dos paraguas, unos artículos esenciales en ese mundo donde el clima sólo tenía dos defectos: un sol cegador o unos monzones salvajes que se originaban sin el menor aviso—. Will, ¿qué te parece que hay allí? —preguntó, señalando una hilera de puertas en un lateral del vestíbulo con unos carteles encima que pregonaban: Lebensmittelabteilung [Sección de alimentación].

—Hay una manera de averiguarlo —contestó él dirigiéndose al par de puertas más cercano, que abrió de un empujón.

Si la pestilencia a comida podrida no hubiera sido lo bastante asquerosa, el torbellino de moscas que la entrada de los dos chicos provocó habría disuadido a la mayoría de las personas de entrar. Pero no a Elliott.

Mientras Will se apartaba de la cara a manotazos las numerosísimas moscardas, alcanzó a ver los diferentes mostradores que vendían queso, comestibles y carne, los muestrarios otrora refrigerados convertidos ya en una masa putrefacta que bullía con los gusanos. Y el suelo de baldosas blancas en otro tiempo relucientes no sólo estaba lleno de mugre, sino también plagado de los despojos de las ratas muertas. Sin duda se las habían prometido muy felices, hasta que el virus también las liquidó

—¡Ah, por Dios, salgamos de aquí! —gritó Will, dando frenéticos manotazos para alejar a las moscas.

—Pero allí hay latas de comi… —estaba gritando Elliott y señalando al mismo tiempo, cuando una mosca se le metió como una bala en la boca.

—Ni lo sueñes. Conseguiremos las provisiones en otra parte —insistió Will mientras volvían a salir a trompicones por las puertas, que se cerraron aislándolos de nuevo del hedor y los insectos. Salvo por la mosca que se había alojado en el fondo de la garganta de Elliott.

—Mosca —dijo con un sonido sibilante, señalándose la boca. Tosía y hacía unos ruidos que recordaban a los de un gato que tratara de regurgitar una bola de pelo.

Tenía un aspecto tan cómico que Will empezó a reírse por lo bajinis.

—¿Está rica? —preguntó. Y sin poder evitarlo, prorrumpió en una sonora carcajada. Eso no le hizo la menor gracia a Elliott, que estaba colorada como un tomate de tanto toser.

—No tiene ninguna gracia, so borde —consiguió decir ella entre tanta tos. Entonces tragó ruidosamente e hizo una mueca—. Puaj. Creo que me la he tragado.

—Bueno, tú misma dijiste que necesitábamos más carne en nuestra dieta —bromeó Will.

Y de pronto ella también se echó a reír, tosiendo y atizándole con la culata de su largo fusil, mientras él retrocedía, fingiendo estar aterrado por su agresión.

—Eh, mujer araña, ¡ten cuidado con eso, vale! —gritó Will mientras esquivaba de nuevo al fusil, lo que sólo consiguió por los pelos.

Cayó en la cuenta inmediatamente de lo que había dicho. Habían tenido la desgracia de encontrarse con Vane, una de las mujeres styx, cuando cayeron en la emboscada en la boca del Poro.

Ni siquiera los propios styx habían sabido lo que lo había motivado, pero ese mundo interior había vigorizado a Vane, permitiéndole que reanudara la Fase. Pero no sólo era eso; le había permitido engendrar las larvas de la Clase Guerrera styx en cantidades fuera de las normales. Pero, de resultas de ello, Vane había empezado a parecerse a un repugnante arácnido hinchado. Y dado el linaje de Elliott, no era sorprendente que se mostrara especialmente susceptible siempre que surgía el tema, hasta el punto de que ella y Will rara vez hablaban de ello.

Elliott se quedó inmóvil, todavía con el fusil suspendido en el aire y una expresión de frialdad en el rostro.

—¿Qué has dicho? —preguntó.

—Yo… yo… me… me salió sin querer —farfulló Will. Viendo que la expresión de Elliott adquiría un cariz amenazante, se apresuró a dar un paso atrás.

—¿Mujer araña? —gruñó ella—. Que tenga sangre styx en mis venas no significa que me vaya a convertir de buenas a primeras en uno de esos monstruos.

—Lo sé. Lo siento —se disculpó Will.

Elliott forzó una sonrisa.

—¡Que lo entiendo!

Aliviado por no haberla disgustado de verdad, el muchacho giró sobre sus talones y huyó.

Elliott levantó un brazo por delante de la cara y lo movió imitando a uno de los serpenteantes ovipositores que habían salido de la boca de Vane.

—¿Adónde vas, mi jugoso humano? —gritó tras él. Empezó a perseguirle entre carcajadas, y Will también se estaba riendo mientras corría entre los mostradores de la tienda en dirección a las escaleras del extremo del vestíbulo.

Gritando y corriendo al unísono, eran las únicas personas vivas en aquellos grandes almacenes otrora bulliciosos y ahora sólo llenos con los sueños de los habitantes muertos de la metrópolis.

En el descansillo donde terminaba el primer tramo de escaleras, todavía riéndose entre dientes, se detuvieron para estudiar lo que podían ver a su alrededor.

—La sección de ropa es ahí arriba —dijo Will, examinando los maniquíes, muchos de los cuales habían sido derribados por los saqueadores—. ¿Quieres un vestido nuevo?

—No en este viaje —respondió ella mientras intentaba descifrar el directorio de las diferentes plantas colocado en la pared—. Sólo lo esencial. Algunas sábanas y toallas nuevas estarían bien para empezar.

—Menudo aburrimiento —murmuró Will, aunque no obstante fue tras Elliott cuando ella subió las escaleras hasta la tercera planta.

—Esto parece prometedor —proclamó la muchacha.

—Sí. «Muebles p’alogar» —bromeó Will en un tono que no andaba muy lejos de cómo recordaba el de su tía Jean.

Empezaron a explorar los diferentes pasillos, deambulando entre juegos de sofás y sillones tapizados a juego y colocados en torno a mesas en las que había jarrones con flores extremadamente marchitas.

Elliott observó que en una de las esquinas más alejadas de la planta, las alfombras persas habían sido apiladas formando montones o colgadas de las paredes como si fuera una especie de bazar oriental.

—Almohadas —dijo Will, señalando otra área—. Me parece que tenemos que ir allí.

Cuando Elliott se giró para ver dónde le estaba indicando, su mirada se posó en una exposición de muebles para comedor.

—Will —le alertó con una voz que apenas llegó a un susurro, mientras se llevaba el arma al hombro.

Se acercaron lentamente a las figuras que estaban sentadas muy erguidas alrededor de una mesa cubierta de polvo. Eran cuatro, vestidas con trajes de campaña color tierra, con los largos fusiles apoyados en el regazo. Y delante de cada una había unas frágiles tazas de té de una preciosa porcelana china.

—Limitadores —comentó Elliott.

—Limitadores muertos —añadió Will, casi incapaz de obligarse a mirarles las caras, cuya piel marcada se había secado y estaba tan tirante que se asemejaba más que nunca a un marfil viejo y desconchado—. Vaya, ¿es que no tenían otro lugar para venir a morir que éste? —preguntó.

Elliott se encogió de hombros.

—Quizás estaban de patrulla cuando el virus empezó a actuar, y los sorprendió aquí sin más...

—Sí, pero mírales —dijo Will—. Limitadores tomando té. Es bastante raro, ¿no te parece?

Incluso en los últimos minutos de sus vidas habían dado muestras de un autodominio absoluto, escogiendo un lugar para exhalar su último aliento juntos bebiéndose unas tazas de té, mientras compartían el agua de una cantimplora. Tenían los ojos cerrados y, al menos aparentemente, casi no había indicio de que las moscas los hubieran tocado. Tal vez los insectos sintieron tan poco entusiasmo por acercarse demasiado a ellos como Will.

—Deberíamos afanarles los fusiles y toda la munición de repuesto —sugirió Elliott, que ya estaba mirando con interés los bolsillos de las correas de los difuntos.

—Déjalo para más tarde —dijo Will—. No es que vayan a ir a ninguna parte, ¿no te parece?

Pero sus palabras no disuadieron a Elliott en lo más mínimo, ya que se dirigió al primero de los Limitadores y empezó a hurgarle en los bolsillos.

—No seas tan nenaza, Will.

 

 

—Estas imágenes fueron tomadas por un antiguo miembro del Escuadrón De que vive justo en las afueras de la ciudad —dijo Parry, dándose la vuelta hacia la imágenes parpadeantes que estaban siendo proyectadas sobre la desconchada pintura blanca de la pared que tenía a su lado. El oscuro sótano de tejado abovedado estaba atestado de soldados del 22 Regimiento del SAS*—. Es la primera filmación que hemos conseguido que muestra a los Armagi en acción.

Parry se paró a un lado para que los asistentes pudieran ver con claridad la escena que se desarrollaba en las afueras de una ciudad.

—Esto tuvo lugar en Kent durante el fin de semana. Lo primero que tenemos son unos incendios que se desencadenan alrededor del perímetro —continuó Parry cuando la cámara hizo una amplísima panorámica desde un edificio en llamas al siguiente—. Lo más probable es que fueran provocados por un grupo de avanzada de Limitadores, con la intención de sacar a la gente de los edificios y acorralarla en el centro de la ciudad…, lista para la segunda fase. —Pasaron varios segundos en los que la cámara continuó rastreando los incendios a medida que se declaraban.

—¿Y qué estamos buscando ahora? —preguntó alguien.

—Observen el espacio aéreo sobre la ciudad —contestó Parry.

El cámara había sido un poco lento en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Pero en realidad había que buscarlo, porque no sólo estaba anocheciendo y la luz era cada vez más escasa, sino que también los múltiples objetos que caían como centellas en plena ciudad no eran fáciles de localizar. Las formas aladas eran casi transparentes mientras bajaban del cielo a una velocidad increíble.

—Éstos son los Armagi —dijo Parry—. Cientos de ellos.

Un murmullo recorrió la audiencia mientras alguien exclamaba:

—¡Me cago en la puta!

—Pero ¿por qué eligieron los styx esta población para un ataque? ¿Qué valor estratégico tenía para ellos? —planteó alguien más desde el fondo del sótano.

Parry se volvió hacia los hombres.

—No hay duda de que la ciudad fue un objetivo cuidadosamente seleccionado; la central eléctrica de Medway, que abastece de electricidad a una gran área de Kent, está situada un poco más al norte. La proximidad de la central eléctrica a la ciudad significaba que, para hacer el trabajo de forma correcta y sofocar cualquier resistencia, tenían que atacar ambos objetivos simultáneamente.

Como para recalcar las palabras de Parry, se vio un tremendo estallido de luz que perfiló con claridad los edificios de la ciudad durante una fracción de segundo.

—Y aquí está la central eléctrica —dijo Parry—. Como saben, esto no tiene nada que ver con un incidente aislado. Hemos recibido numerosos informes de que los styx se están abriendo camino metódicamente a través de los condados del país mientras se dirigen a la capital, seleccionando servicios públicos, centros de comunicación…, cualquier cosa que paralice la infraestructura de nuestra nación.

—Bueno, pues nos apostamos en un objetivo potencial y esperamos a que aparezcan —sugirió un soldado—. Entonces organizamos una cacería de patos cuando esos papanatas empiecen a aterrizar.

—Y los espantamos a mandobles —canturreó uno de sus camaradas.

—Buena idea —replicó Parry, y tomó aire—. Miren, sé que todos creen que son los bastardos más duros que jamás hayan pisado la tierra. —Algunos hombres se rieron entre dientes mientras Parry proseguía—. Pero no subestimen a estos organismos, han sido engendrados por la madre más dura y despiadada de todas. Y hela aquí…

La cámara se acercó de manera vacilante a un punto en las afueras de la ciudad donde un pequeño grupo de figuras contemplaba el ataque.

—Aquí tienen a algunos Limitadores, pero concentren la atención en la persona que está en el centro. —Parry se inclinó hacia delante para que la sombra de su mano extendida cayera sobre dos figuras en concreto—. Lo más probable es que la más alta de estas dos sea una de las mujeres styx que nos esquivaron en el ataque al almacén. Y digo «una» porque todavía no he recibido confirmación por parte de mi hijo de la muerte de la segunda, y no sabemos si han sido engendrados más.

Cuando la cámara se acercó aún más, la mujer styx se recortaba contra las llamas con las patas de insecto suspendidas sobre sus hombros.

—¿Así que ésa es el pez gordo? —preguntó alguien del público mientras la cámara se demoraba en ella.

—Así es, y sabemos por Eddie que su nombre en la Superficie es Hermione —aclaró Parry, que pasó a señalar a la figura más baja al lado de la mencionada—. Y con Hermione está la gemela Rebecca. Las dos son las máximas dirigentes en la jerarquía styx. Si tuviéramos la manera de neutralizar a esta impía pareja, se podría poner fin a la guerra y todos podríamos volver a casa.

Las palabras de Parry flotaron en el aire mientras los hombres pensaban en sus familias, de las que estaban separados desde hacía semanas. De acuerdo con las órdenes de Parry, no se les permitía que tuvieran ninguna clase de contacto con el mundo exterior. Había dejado bien claro que tal medida era necesaria a fin de que la unidad operase sin ninguna interferencia de los styx.

La pared al lado de Parry se oscureció momentáneamente, y luego se hizo tan brillante que iluminó las caras de todos los hombres del sótano.

—Esto es a la mañana siguiente —explicó Parry con tranquilidad—. Pueden ver los resultados por ustedes mismos. —Las imágenes se balanceaban con cada paso que daba el antiguo soldado al circular por la ya desierta ciudad, grabando las consecuencias del ataque. La dura luz del amanecer permitía ver con claridad todos los cuerpos en donde habían caído fuera de los edificios, los de los poquísimos que habían escapado del fuego.

—Y no me malinterpreten —insistió Parry—. Esto es una guerra, una guerra en nuestro propio país, y una guerra que vamos a perder a menos que seamos capaces de descubrir cuáles son los puntos débiles de los Armagi.

—¿Tiene usted más datos acerca de su despliegue o su potencial? —preguntó un soldado.

—Por los avistamientos, creemos que cazan por parejas, ya sea por el aire o en la tierra. Y uno de los informes planteaba la posibilidad de que tal vez posean un sentido del oído extremadamente desarrollado, basándose en el hecho de que el ruido de los motores o de las armas de fuego los atraen como una llama a las palomillas. Ésta es la razón de que llevar silenciadores en todas las armas sea ya la orden del día.

El busca de su cinturón vibró, y Parry lo sujetó rápidamente para leer el mensaje. Parecía tener prisa cuando dijo:

—Y espero tener más que contarles sobre su fisiología muy pronto, caballeros. Y ahora, si me disculpan, aquí el capitán terminará de informarles y de responder a las preguntas.

Cuando las imágenes de la central eléctrica destruida se proyectaron sobre la pared, Parry descendió hasta el lateral del sótano y pasó pegado a la pared junto a las filas de soldados sentados que, para lo que solía ser habitual en ellos, estaban notablemente apagados. Al contrario que en el ejército regular, en las sesiones informativas de la unidad reinaba una informalidad de la que participaban todos los rangos y en las que menudeaban las bromas irreverentes para relajar los ánimos. Pero la gravedad de la situación había dejado estupefacta incluso a aquella élite sumamente exprimentada y entrenada del ejército británico.

A pesar de su cojera, Parry tenía prisa, así que subió las escaleras de dos en dos hasta la planta baja y salió del achaparrado edificio al trote.

Justamente enfrente, y ocultos bajo una malla de camuflaje, estaban los helicópteros. Giró a la derecha para seguir el camino que discurría por el centro del complejo. Se había tomado la decisión de dividir el 22 Regimiento del SAS en tres unidades y que cada una operase con autonomía de las otras dos desde lugares secretos. Esto significaba que al menos se conservaría algún potencial si el regimiento sufría bajas por hombres sometidos a la Luz Oscura o si los styx detectaban a una de las unidades.

Sus grandes conocimientos sobre los styx habían sido claves a la hora de darle a Parry el mando de una de las nuevas divisiones. Y había escogido aquellos barracones infrautilizados, situados en las profundidades de la campiña de Herefordshire, como emplazamiento de la unidad. Con las prisas que llevaba en ese momento, no tuvo tiempo de disfrutar de las suaves colinas que se levantaban por doquier, salvo para permitirse un rápido vistazo en dirección a los barracones principales de la unidad en Credenhill, a casi unos doce kilómetros de distancia, mientras se preguntaba si los styx ya habrían organizado un ataque contra ellos. De ser así, se habrían llevado un chasco descomunal, porque el sitio estaba atendido por un equipo muy reducido con órdenes de volar todo el lugar al primer indicio de problemas.

Siguió por el camino que discurría por el centro del complejo, dejando atrás la cantina, el campo de tiro y el polvorín, hasta llegar a un edificio de aspecto ordinario que carecía de ventanas.

Un centinela montaba guardia en la entrada.

—Identificación facial, señor —dijo el hombre, dando un paso adelante. Sostuvo un Purgador junto a la cara de Parry y le encendió la luz púrpura en sus ojos. El centinela sabía lo que se hacía, y estaba examinando a Parry de cerca en busca de algún indicio de que hubiera sido sometido a la Luz Oscura.

—Bueno, ¿qué?, ¿apruebo? —le presionó Parry, con prisas para entrar.

—Sí, aprueba, y con buena nota, señor —respondió el centinela. Deslizó una tarjeta magnética por el lector que había a un lado de la puerta, que se abrió con un nítido sonido metálico para permitir la entrada a Parry.

Aparte del hecho de que al haber caído en desuso hacía muchas décadas aquellos viejos barracones habían sido olvidados en gran medida, ese edificio era la principal razón de que a Parry le hubiera hecho tanta ilusión ubicar allí a su división. La construcción en cuestión albergaba un antiguo centro de experimentación de guerra bacteriológica que era ideal para sus propósitos. Atravesó una sucesión de habitaciones llenas de material polvoriento hasta llegar al laboratorio principal. La pieza estaba dividida en dos por una mampara de vidrio templado de casi ocho centímetros de grosor, y una de las partes era una cámara estanca de aislamiento.

—Me has llamado… ¿Cuál es la última noticia? —preguntó al enfermero de bata blanca, que estaba concentrado en lo que estaba pasando al otro lado del cristal. El enfermero abrió la boca para responder, pero Parry ya había accionado el interfono situado al pie de la mampara—. ¿Tiene algo para mí, mayor? —preguntó él mismo al oficial médico del otro lado del grueso cristal.

El oficial medico —u OM, como se le llamaba— giró en redondo.

—Comandante —dijo, saludando a Parry—, me alegra que pudiera venir tan deprisa, porque hay un par de cosas que tiene que ver.

El OM se apartó, dejando a la vista al styx atado a una camilla de acero inoxidable por varias sujeciones. Había sido descubierto entre los escombros después del ataque a la central eléctrica, y transportado en helicóptero a la base para su examen. Estaba desnudo de cintura para arriba y por su aspecto —el cuerpo esquelético y las facciones severas— daba la impresión de no ser más que un Limitador.

—¿Todavía no ha recuperado el conocimiento? —preguntó Parry.

—Sigue fuera de combate —aclaró el OM—, aunque todas sus heridas han cicatrizado.

—¿Que las heridas qué? —preguntó Parry mientras se apoyaba contra la mampara de cristal para poder examinar la cabeza del hombre—. Es increíble. Tiene razón. No hay ni rastro de la menor herida. —Cuando había sido introducido allí, el hombre tenía un lado del cráneo aplastado, y la magnitud de esa herida junto con todas las demás que había sufrido hizo que pareciera improbable que pudiera durar mucho tiempo.

—Bueno, a menos que un styx normal y corriente tenga poderes milagrosos que cicatricen una herida grave en horas y no en meses, entonces lo que hemos cazado aquí es un Armagi —sugirió el OM.

—No los tienen, y sí parecería que es eso lo que hemos cazado —dijo Parry con los ojos brillándole por el entusiasmo. Ésa era la oportunidad que había estado buscando, la de poder valorar a qué se estaban enfrentando—. Los styx tienen unos poderes asombrosos de recuperación, pero nada que ver con esto. Así que tengo que admitir que ése debe ser un Armagi. ¿Ha encontrado algo más fuera de lo normal en él?

El OM mostró una amplia sonrisa.

—A partir de un reconocimiento superficial, puedo decir que tienen corazón, pulmones…; todos los órganos corporales que uno esperaría, y en los lugares adecuados. Las únicas anomalías que he encontrado se hallan en la garganta, donde hay una especie de glándula adicional, y además una pequeña protuberancia para la que no encuentro explicación.

Parry supuso inmediatamente de qué podría tratarse.

—Es un ovipositor. Eddie nos contó que los Armagi podían reproducirse como las mujeres styx, así que probablemente fecunden a los huéspedes de la misma manera.

El OM pellizcó el bíceps del Armagi.

—Y la densidad de sus fibras musculares es excepcional. Este hombre pesa una jodida tonelada, razón por la cual fueron necesarios cuatro soldados para transportarlo hasta aquí dentro. Pero todo esto resulta anecdótico en relación con lo que estoy a punto de mostrarle. —El OM se dirigió a un banco situado detrás del hombre tumbado en la camilla y levantó un extremo de una palangana alargada de acero inoxidable, para que pudiera ver el contenido.

—¡Dios mío! —exclamó Parry. No tuvo muy claro si estaba más impresionado por el hecho de que el médico hubiera amputado el brazo del Armagi justo por debajo del hombro o a causa de que a éste aparentemente le hubiera crecido un miembro completamente nuevo.

—Eso mismo dije yo. Usted me pidió una prueba incontrovertible —dijo el OM sonriendo de buena gana—. Así que empecé con unas pequeñas incisiones en su piel, que cicatrizaron al cabo de segundos, y seguí adelante hasta extirparle todo el miembro. Y hete aquí que le volvió a crecer al cabo de unas tres horas, y según parece está absolutamente sano. —El OM hizo una pausa melodramática—. Y si esto le parece impresionante, aquí hay otra cosa que acabo de descubrir.

En el banco, al lado del brazo amputado, había un artilugio dentro de una caja pintada de color caqui que el médico conectó.

—Sé que no es muy científico, pero encontré este viejo artículo de un equipo de interrogatorio en el almacén —dijo—. Como es natural, sólo es apto para un museo de los derechos humanos ahora que la Convención de Ginebra prohíbe la tortura de los prisioneros de guerra, aunque no estoy seguro si eso sería de aplicación a estos combatientes.

El OM cogió una sonda metálica conectada al artilugio por un cable.

—He ajustado la descarga en doscientos voltios —dijo, y entonces la alargó hasta el Armagi y le rozó el antebrazo.

Cuando estuvo lo bastante cerca, saltó una chispa de la sonda a la piel del Armagi. El OM no se detuvo ahí, y le apretó la sonda con fuerza contra el brazo.

—Observe la ausencia de una reacción normal a este voltaje —dijo el médico. Tenía razón; no hubo ninguna convulsión de los músculos, como la habría habido con un ser humano, aunque estuviera inconsciente.

Por el contrario, ocurrió una cosa de lo más curioso. Propagándose desde donde la había tocado con la sonda, la piel estaba empezando a platearse y cristalizarse, como si unas escamas en forma de diamante estuvieran extendiéndose por el brazo. Y de pronto, todo el miembro se volvió transparente y empezó a transformarse en algo completamente diferente.

—Creemos que se está transformando en un ala —le dijo entonces el enfermero a Parry. Éste tuvo que darle la razón: el brazo se estaba aplanando hasta el hombro, y sin duda se parecía algo más que un poco al ala de un pájaro.

El OM apartó la sonda, y la extremidad perdió su translucidez y retrocedió inmediatamente a su forma original.

—Así que cambian de forma, y de alguna manera los impulsos eléctricos están involucrados. Como si fueran impulsos nerviosos, supongo.

—El mayor ha experimentado con una variedad de voltajes —dijo el enfermero, sosteniendo en alto su portapapeles para mostrar a Parry los pequeños bocetos que había hecho.

—Conseguimos un ala como la que empezó a ver ahí, y también algo parecido a una aleta.

—Tierra, mar y aire —recordó Parry—. Eddie nos dijo que se podían transformar en diferentes entes con distintas morfologías para adaptarse a cualquier entorno en el que se encuentren.

—Sí, lo que hemos visto aquí corroboraría eso —replicó el OM.

Parry arrugó el entrecejo mientras las ideas se agolpaban en su cabeza.

—¿Así que —planteó— éste es su talón de Aquiles? ¿Podemos utilizar la electricidad para derrotarlos?

—Buena sugerencia. ¿Por qué no subo el listón y vemos que sucede? —respondió el OM—. Lo subiré a quinientos voltios. —Se acercó al artilugio del banco, giró uno de los diales al máximo y acto seguido alargó la sonda hasta la mano del Armagi. Una chispa aún más brillante trazó un arco cuando la sonda estaba cerca de la piel, y las luces de la sala parpadearon.

—Ahí lo tiene —dijo el enfermero, cuando la extremidad empezó a volverse transparente una vez más. Pero en esta ocasión los dedos se fundieron, y lo que había sido la mano se estiró y engrosó, con tres uñas de aspecto feroz que aparecieron en el extremo.

—No tengo ni idea de lo que es esto —añadió el enfermero, que se puso a bocetar desesperadamente la nueva configuración.

Algo atrajo la mirada de Parry.

—¡Mayor, detrás de usted! ¡El brazo!

El brazo cortado también se había transformado, adoptando exactamente la misma forma, con sus tres uñas de aspecto mortífero en la extremidad... Era demasiado largo para la palangana de acero inoxidable y la había volcado, así que el miembro cayó sobre el banco como un pez muerto.

—¡Corte la corriente! ¡Ya! —gritó Parry cuando el miembro amputado se retorció al lado de la palangana.

En su apresuramiento, el OM dejó caer la sonda. Se inclinó para recogerla, y cuando se incorporó de nuevo, el Armagi se había transformado por completo.

Súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos, tres pares de extremidades se ramificaron desde su tórax, como un enorme arácnido transparente. Retorciendo y sacudiendo los miembros acabó por romper las sujeciones de cuero que lo mantenían unido a la camilla como si fueran de papel de seda.

El OM, que se quedó mirando a la criatura entre desconcertado y aturdido, no tuvo ni la más remota posibilidad.

Su cabeza se desprendió del tronco con un rápido movimiento circular de la extremidad anterior del Armagi. Las tres uñas eran tan mortíferas como parecían.

Entonces aquella cosa saltó de la camilla y golpeó el cristal divisorio produciendo un estruendo metálico. Las uñas atravesaron el cristal templado lo suficiente como para que quedaran colgando de la mampara. Luego golpeó de nuevo el cristal, como si supiera que no tardaría mucho en romperlo.

—¡Quémelo! —gritó Parry a pleno pulmón.

—¿Quemarlo? —tartamudeó el enfermero, paralizado por la enorme cabeza de araña con ojos compuestos que le estaba mirando fijamente a través del cristal.

Parry no aguardó a que el subordinado reaccionara; en su lugar, levantó la tapa de un panel situado debajo del interfono y giró la llave que había dentro. Luego golpeó con la palma el gran botón junto a la llave.

La cámara de aislamiento se lleno al instante de una compacta pared de fuego. Era una medida de seguridad instalada para esterilizarla, en el supuesto de que se produjera algún contratiempo con una muestra biológica.

Parry y el enfermero vieron ennegrecer al Armagi y caer de espaldas dentro del infierno.

—Joder, oh, joder —murmuraba el enfemero.

—El brazo amputado reaccionó, aunque la corriente se estaba aplicando al cuerpo del Armagi —observó Parry.

El enfermero apenas era capaz de asimilar lo que acababa de presenciar, así que ni hablar de que comprendiera lo que estaba tratando de decirle Parry.

—Pero el mayor… —dijo, respirando con dificultad.

Parry le cogió por los hombros.

—Soldado, recobre la compostura. Si existiera una forma parecida de comunicación entre los propios Armagi, entonces nuestro espécimen podría haber comprometido nuestra ubicación. ¡Los otros podrían estar de camino! —Cogió la radio que llevaba en el cinturón—. ¡Evacuación! —aulló por el aparato.

 

* Siglas de Special Air Service, unidad de élite del ejército británico (Servicio Aéreo Especial). (N. del T.)

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