Taxi

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—Si le cuento lo que me acaba de pasar… no se lo va a creer. En los veinte años que llevo conduciendo taxis he visto infinidad de cosas raras, pero lo que me acaba de suceder es de las cosas más curiosas que jamás me han pasado.

—A ver… cuéntame.

—Una mujer con

niqab[22] se ha montado en Shubra y me ha dicho: «A Mohandisin». Llevaba un bolso y se subió en la parte de atrás. Nada más subir por el puente de Sitta October, la veo mirando de derecha e izquierda. De repente, coge y se quita el

niqab. Miré por el retrovisor… Verá, debajo del retrovisor grande tengo uno pequeño para ver qué ocurre detrás… Uno tiene que andar con ojo. Tampoco le voy a decir que tenga que estar siempre vigilando y pensando que se la van a jugar, pero a lo que iba, me la encuentro sólo con el

hiyab; me extrañó pero me callé. Al rato se quitó el velo; llevaba rulos en el pelo. A esto que se los quita y los mete en el bolso. Después saca un cepillo redondo y empieza a peinarse…

Continuó con el intrigante relato:

—Al mirar por el retrovisor que tengo enfrente ella me gritó: «¡Mira hacia delante!». Y yo le dije: «¡¿Pero qué es lo que estás haciendo?!». A lo que me respondió con un grito: «¡A ti que más te da, conduce y calla!». Entre nosotros, pensé parar el coche y bajarla, pero luego me dije: «¿Y a mí qué más me da?». Así que esperé a ver qué era lo último que se quitaba.

La historia siguió subiendo de tono:

—Poco después, la vi quitándose la falda y pensé: «Genial, cine gratis». Volví a mirar y llevaba una minifalda y unos leotardos negros que no transparentaban nada. Dobló la falda larga y la guardó en el bolso. A continuación empezó a desabrocharse la camisa. Me quedé atontado mirando por el retrovisor, y cuando el coche que tenía delante frenó, casi me choco con él. Me gritó como una loca: «¡Viejo verde! ¡Estate a lo tuyo!». Llevaba una blusa ajustada y bonita. Si le soy sincero, ni le contesté. Guardó la camisa en el bolso y empezó a sacar varios productos de maquillaje. Se pintó los labios de rojo y se puso colorete en las mejillas. Sacó un cepillo para las pestañas y se las rizó. En fin, nada más bajar por el puente de Sitta October a Doqqi, era otra completamente distinta. Le juro que era otra persona, tan diferente que no podría decir que era la mujer con

niqab que se había montado en Shubra. Por último se quitó las sandalias, sacó unos zapatos de tacón ancho y se los puso. Le dije: «Mira, chica, cada uno tiene sus cosas pero, por Dios, dime qué es lo que pasa». La muchacha me miró y me dijo: «Me bajo en Muhi El Din Abul Izz…». Así que me callé y no repetí la pregunta. Poco rato después me estaba contando algo más: «Mire, trabajo de camarera en un restaurante en el que me exigen ir arreglada. Es un empleo decente, como yo, y necesito tener buena presencia; le juro que trabajo tan duro como el que más. En mi casa y por mi zona no puedo moverme si no es con el

niqab. Una amiga mía me ha conseguido un contrato falsificado de un hospital de Ataba. Mi familia cree que trabajo allí, pero la verdad es que me viene mil veces más a cuenta trabajar aquí. En un día me puedo sacar en

tips[23] el sueldo de un mes de ese asqueroso hospital. Mi amiga, la del hospital, es una muchacha interesada que no piensa más que en ella misma y se lleva cien libras al mes por encubrirme. Yo paso a diario por su casa para vestirme pero hoy no he podido, y no me ha quedado otra que coger un taxi para cambiarme dentro. ¿Alguna otra pregunta, ilustrísimo fiscal?». Le contesté: «Oye chica, ni fiscal ni ocho cuartos; es más, si viera a uno me caería redondo. Quería saber por qué te estabas cambiando en mi coche: si hubiera sido por algo malo no habría querido participar en ello. Ahora que ya lo sé, no me extraña, gracias por contármelo».

Y al fin, solicitó mi veredicto:

—¿No opina usted que es una historia extraña?

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