Taxi

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Estaba charlando con el taxista y resultó ser un seguidor del Zamalek desde hacía mucho tiempo. Tanto que, cuando era pequeño, solía ir al estadio para ver a Taha Basri, Mahmud El Jawaga, Ali Jalil y otros tantos que estaban en su mejor momento, como Hasan Shehata y Faruq Gaafar. Ese año, durante el invierno de 2005, el Zamalek estaba perdiendo contra todos los equipos.

Intenté que se hiciera del Ahly, como yo, pero me dijo que el Zamalek iba cada vez peor y que necesitaba a alguien que estuviera a su lado; no como el Ahly que estaba en la cumbre y no necesitaba a nadie que lo animara.

—El Zamalek es como Egipto, por eso todos tenemos que estar a su lado para detener su retroceso.

—¿Y cómo podemos ayudar nosotros? —le pregunté.

—Podemos ayudar a Egipto preparando a nuestros hijos para la guerra. Es cierto que desde que Mubarak maneja el timón lo ha dirigido de tal forma que no ha tenido ningún conflicto con nadie. Y para ser sinceros, bravo, eso es lo mejor que podía haber hecho. Si los americanos dicen «a la derecha», vamos a la derecha; «a la izquierda», vamos a la izquierda. Eso era importante en la etapa anterior, para que pudiéramos respirar, la economía pudiera fortalecerse y pudiéramos levantar cabeza. Sinceramente, creo que el hombre ha sabido sacar al país de cualquier crisis. Sin embargo, la guerra está al caer. Los israelíes son incapaces de no meterse en guerras. La paz acabaría con ellos y lo saben perfectamente, por eso están constantemente pinchando. Siria e Iraq están en su punto de mira, provocan a Irán y tienen a Palestina que arde porque así reciben más dinero de Estados Unidos y sus jóvenes se vuelven más sionistas. Si las cosas se calmaran, los judíos volverían a Europa. Vamos, que al final se darán media vuelta y la tomarán con nosotros. Si no es mañana, será pasado; por eso el papel de cada uno en el país es preparar a sus hijos para la guerra: porque está al caer. Ahora tenemos que transmitir al Ejército el mismo espíritu con el que luché mientras estuve en él del 68 al 73. Tengo un familiar que es oficial en el Ejército. Es muy inteligente y fue a la Unión Soviética para recibir entrenamiento. El Ejército se gastó mucho dinero en él y lo mandó fuera varias veces hasta que adquirió una buena formación. ¿Sabe dónde trabaja ahora este oficial? Trabaja en un cuartel de las Fuerzas Armadas en Madinat Naser. ¿Y qué es lo que hace? Organiza fiestas, compra comida y la sirve. Lo han convertido en chef para un restaurante. Qué desastre. Han cogido a un oficial en el que el país se ha gastado miles y miles de libras y lo han convertido en camarero. Lo peor de todo es que él está contentísimo y da saltos de alegría con su situación actual. En su opinión, ¿cuántos años vamos a aguantar sin guerra?

—No tengo ni idea —me sinceré.

—Yo creo que no más de diez años, quizá quince. Vamos, que cuando mi hijo de diez años se licencie en la universidad, ya habrá estallado la guerra contra Israel.

Y tras un intenso silencio, concluyó:

—El problema lo tienen ellos, no nosotros. Son ellos los que no pueden aceptar la paz, y que la hagamos con nosotros mismos no tiene sentido. La paz hay que hacerla con otro, ¿o no?

Se rió de su propio chiste para terminar diciendo:

—Yo, personalmente, les estoy explicando a mis hijos la situación para que cuando suenen los tambores estén listos para responder a la llamada.

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