Taxi

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Al pasar por los muros de la Universidad de El Cairo, le revelé al taxista mi fuerte nostalgia por mis días universitarios. Le confesé mis sueños para nuestro Egipto de cuando estaba dentro de esos muros, y que todavía hasta hoy me siguen conmoviendo, a pesar de haber transcurrido veinte años desde que me licencié. Le dije que la mayoría de los que se habían dedicado a engañar dentro de esos muros habían llegado al poder y que la mayoría de los que soñaron vieron los castillos de sus ilusiones destrozados por catapultas.

—¿En qué facultad estaba?

—En Economía y Ciencias Políticas.

—O sea, que usted estudió política.

—Sí —confesé.

—Genial, qué oportunidad tan buena, porque hace tiempo que tengo una pregunta que quiero hacer.

—¿Y cuál es esa pregunta que espero poder responder?

—¿Qué pasaría si llegáramos y le dijéramos a Estados Unidos: «Tenéis armas nucleares y armas de destrucción masiva y si no os deshacéis de todas ellas, vamos a cortar nuestras relaciones con vosotros, os vamos a declarar la guerra y nos vamos a ver obligados a usar la fuerza militar para proteger a Cuba, que es un país pequeño y tenemos que cuidarlo»? No sería más que palabrería, pero obligaríamos a todo el mundo a ponerse de nuestro lado, como lo hicieron ellos cuando dijeron lo mismo a Iraq, que es lo que están diciendo ahora a Irán. No estoy diciendo que entremos en guerra con ellos. Seguro que usted me entiende: usaríamos los mismos argumentos que usan ellos contra todos los países, como por ejemplo, exigirles supervisar las elecciones norteamericanas porque no tenemos garantías de que sea un proceso electoral limpio, o les exigiríamos observadores internacionales para las urnas. Tendríamos toda la razón al decirlo porque en todo Estados Unidos y en todo el mundo están diciendo que hubo fraude en las elecciones que ganó Bush, y que su hermano amañó las elecciones en su estado y le hizo ganar. Diríamos que, como tenemos que defender la democracia, vamos a enviar una serie de jueces egipcios para asegurarnos de la corrección del proceso democrático. Usted sabe que si hiciéramos eso, les haríamos entender lo que hacen ellos a la gente y sacaríamos el fuego que nos arde en el pecho. Es como cuando le ha ocurrido una desgracia que no tiene solución y lo paga con cualquiera: se tranquiliza pero la desgracia sigue estando ahí. O también podríamos demandar a Estados Unidos por apoyar el terrorismo internacional y por aliarse con países no democráticos, y presentar pruebas. Y como usted sabe, conseguir pruebas a este respecto es muy sencillo.

Y así, al hacer una jugada como esta, estaríamos en pro de la democracia y en contra del terrorismo. De esta forma algunos países se aliarían con nosotros en contra de Estados Unidos.

Y podríamos reclamar también la imposición de sanciones económicas contra Estados Unidos si no cumpliera lo dicho. Por ejemplo, cogemos lo que Rice les suelta en la cara todos los días a los países pobres y se lo soltamos a ellos. Lo más importante es que todos nosotros anulemos lo que dicen los americanos. Tendríamos que decir «blanco protestante irlandés de Estados Unidos, negro musulmán de Estados Unidos, hispano de Estados Unidos, blanco católico de Estados Unidos, negro protestante de Estados Unidos», exactamente igual a como dicen últimamente ellos: «Han muerto seis shiíes de Iraq y dos sunníes de Iraq». Y los hijos de puta de nuestros periodistas repiten las mismas palabras; dicen: «Un copto de Egipto y un musulmán de Egipto». Tenemos que pedir a gritos la defensa de los derechos de los negros en Estados Unidos, y poner una demanda si un blanco escocés de Estados Unidos asesina a un africano negro de Estados Unidos; como mínimo tenemos que poner todo patas arriba: es africano, como nosotros. Tenemos nosotros más relación con él que la que tiene un blanco italiano con pecas en la mejilla de Estados Unidos con un copto de Egipto. Vamos, que nuestro papel es defender los derechos de la minoría negra allí y tenemos que intervenir por pequeño que sea el problema. Ya sé que hablo mucho y que me repito pero estoy esperando a que me responda, pero se queda callado y no lo hace.

—La verdad es que estoy pensando en lo que has dicho —reconocí.

—Es que yo tengo siempre la radio puesta y todos los días me amargan con las palabras de los norteamericanos, son cosas que le sacan a uno de quicio. Lo que dicen es muy peligroso porque la gente está a punto de estallar. «Nosotros os damos de comer… nosotros os limpiamos la caquita… haced esto, no hagáis lo otro…». Dentro de poco vamos a explotar y se acabó. Por eso se me ha ocurrido esta idea: hacerles a ellos lo que nos hacen a nosotros. El que tiene una casa de cristal no debe tirar ladrillos a la gente. Y estos tienen casas de cristal agrietado plagadas de cáncer.

—Vale, ¿por qué no se lo propone a alguien?

—A ver, me estoy desahogando, estoy hablando por hablar. Aquí están dispuestos a que los norteamericanos nos hagan cualquier cosa. La única sugerencia que les gustaría a los norteamericanos sería la de colocar cámaras en cada una de las casas egipcias para poder controlar la explosión demográfica.

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