Taxi

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Esta vez, el taxista era nubio. Muy raras veces se encuentra uno con un taxista nubio en El Cairo, es algo extremadamente extraño. ¿Por qué no trabajan los nubios como taxistas, teniendo en cuenta que trabajan como chóferes en empresas, para individuales, para embajadas y para cuerpos internacionales? No sé por qué, pero la cuestión invita a reflexionar.

Era un joven nubio, como digo. Me contó que había llegado recientemente a El Cairo y que intentaba establecerse, así que estuve explicándole la topografía de la ciudad:

—A la derecha, por aquí a la calle Sherif; ¿ya sabes quién era Sherif? Era el abuelo de la reina Nazli. Luego a la derecha y otra vez a la derecha llegas a Sabry Abu Ilm, Sabry Basha, que fue ministro de Justicia cuando la gente solía decir: «Camina recto y perturbarás a tu enemigo»; todo recto está la plaza de Sulayman Basha, la estatua es de Talaat Harb, pero incluso cincuenta años después seguimos llamando a la calle y a la plaza Sulayman Basha, que fue Sulayman el Francés, que vino a Egipto para establecer el ejército egipcio moderno con Muhammad Ali y su hijo Ibrahim. Aquí, en El Cairo, el Gobierno cambia los nombres de las calles sin que la gente se dé cuenta. Ya puede pasar un año, diez o cincuenta que la gente lo sigue llamando igual. Esta es Antijana, y esta Champollion. Todos esos nombres han cambiado, pero el Gobierno va a su aire y nosotros al nuestro. No conozco a nadie que sepa los nombres nuevos, y eso que ya llevan cincuenta años. Pero bueno, no le des importancia, los de Aswan sois de lo mejor que hay.

—Muchísimas gracias, es usted muy amable.

—¿De qué parte de Aswan eres? —le pregunté.

—De entre Aswan propiamente dicha y Abu Simbel.

—¿Y de qué trabajabas allí?

—Probé de todo. Luego acabé trabajando un poco en Toshka.

—¿¡En serio!? ¡El proyecto nacional del momento! —exclamé sorprendido.

—No, ni nacional ni nada. Ese proyecto ya está muerto.

—¿Cómo que está muerto?

—Teníamos una gran esperanza en él y creíamos que por fin el mundo nos sonreía, pero por desgracia está totalmente acabado. De hecho lo que me ha traído a El Cairo es que no hay nada en lo que trabajar, nada de nada.

—Si eso que dices es cierto, menuda faena.

—Lo que le digo es totalmente cierto. La historia para nosotros, que somos los que vivimos allí, se acabó. Es que, sencillamente, no hay trabajo, pero de ahí a decir «menuda faena», ¡por Dios! La vida tiene sus altibajos, pero no hay nada que sea una faena.

—Claro que es una faena, Egipto se gastó una millonada en este proyecto —le contradije.

—¿Una millonada? Vale, ¿y por qué no dividieron el dinero entre la gente? ¿No somos setenta millones? Es decir, unos diez millones de familias. Si hubieran dado a cada una mil libras, habríamos estado rezando oraciones por ellos hasta el día en que muriéramos. ¿No se ha dado cuenta usted de que ni en los periódicos se dice nada del proyecto? Antes, las noticias de Toshka aparecían hasta debajo de las piedras, pero ahora busque donde busque no encuentra ni un mísero comentario.

—¿Y cuánto llevas en El Cairo?

—Llevo tres meses. Vinimos ocho jóvenes juntos y alquilamos una habitación en Bulaq El Dacror por ochenta libras, diez cada uno. En un café conocí al dueño de este coche, y como llevo conduciendo toda mi vida e incluso tengo el permiso pues hice unos papeles y demostré ser residente en El Cairo. Con este coche hago un turno de ocho horas al día.

—¿Y cuánto pagas por el turno?

—Sesenta libras. El coche está bien, como puede ver. De momento me tiene a prueba, pero espero que salga bien.

—¿Y deseas quedarte en El Cairo?

—Le voy a responder con otra pregunta: ¿Qué hay allí que me haga volver de nuevo?

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