Taxi

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El rostro del taxista reflejaba una profunda tristeza que se extendía sobre él hasta engullirlo. Era como si las preocupaciones del mundo se hubiesen amontonado para acabar formando una pesada bola que se desplomaba sobre el alma de ese desgraciado. Bastaba con mirarle para darse cuenta de que le había sucedido algo grave.

Al preguntarle sobre la causa de su profunda tristeza me contestó:

—No sé qué puedo hacer ni cómo apañármelas. No hago más que darle vueltas a la cabeza y soy incapaz de tomar una decisión. Me voy a volver loco, siento como si la cabeza me fuera estallar.

—¿Qué es lo que te pasa?

—Lo que ocurre es que hago una ruta de colegio. Llevo a seis niños y por cada uno cobro nada más que ochenta libras al mes. Hace dos días que el padre de una chica y un chico está en la cárcel, o detenido, no estoy seguro. Ayer fui a coger el dinero del mes, la madre me contó lo que ocurrió y me pidió que esperara a que lo soltaran. Para que las rutas de los colegios merezcan la pena, hay que llevar a siete u ocho niños, pero yo sólo llevo a seis. Al mismo tiempo, me pregunto qué van a hacer los críos. Su madre es una

munaqqaba[25] y no sale de casa; mi mujer me dice: «Esto es trabajo y el trabajo, trabajo es; dile que, o te paga o no llevas a los niños». La madre me juró por El Corán que no tenía dinero ni para comer, y me dijo que la paciencia es la llave de la felicidad y que hoy por ti, mañana por mí. No sé qué hacer. La conciencia me dice que he de llevar a los niños, pero al mismo tiempo estoy muerto de hambre y necesito que alguien me dé de comer. ¿Y usted qué opina?

—Me es muy difícil opinar sobre este tema. No es lo mismo verlo desde fuera que desde dentro —respondí diplomáticamente.

—No, en serio, si estuviera en mi lugar, ¿qué haría?

—Yo haría lo correcto, llevaría a los niños y no le daría más vueltas —me atreví a decantarme.

—Mi padre, que en paz descanse, decía siempre: «Al que hace el bien la vida se lo devuelve. Es como el sonido y el eco: si no gritas alto, con el corazón, no oirás el eco». También decía: «Si no haces el bien de corazón a la gente, nunca se te devolverá». Bendito seas, padre. Pero él vivía en otros tiempos. Tiempos en los que salía de trabajar a las tres de la tarde y se sentaba con nosotros. Yo veo a mis hijos de viernes a viernes, eso si los veo.

Y concluyó:

—Bueno, si llevo a los niños este mes y su padre no ha salido, ¿hasta cuándo voy a esperar? No puedo seguir así siempre. Ayer mi mujer me montó una de escándalo cuando le dije que los llevaba y punto. Es que, encima, adoro a la pequeña Amina; tiene cinco años y es clavada a mi sobrina Asma: una niña preciosa, simpática y tranquila. ¿Alguna vez ha visto a una niña que sea traviesa y tranquila al mismo tiempo? Pues así es Amina. Si es que no sé qué hacer.

Al bajarme del coche, le pedí que tomara una decisión, que la cumpliera y que no volviera a pensar en ello.

Me cobró la carrera y ni siquiera miró cuánto le di. No parecía encontrarse mejor que cuando me monté.

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