¿Suicidio?

¿Suicidio?


Segunda parte. El caso de John Gillum. (Narrado por Christopher Jervis) » Capitulo XV. Polvo

Página 21 de 35

CAPITULO XV. Polvo

El aspecto del grupo que se reunió aquella noche para examinar los hallazgos de Polton en casa de John Gillum me resultó bastante jocoso. Y aún me causa risa el recordar la escena. En el centro de la mesa se encontraban las bolsas que contenían el polvo recogido con el aspirador. Delante de cada uno de los tres investigadores veíase un microscopio de lente triple. El trabajo a realizar consistía en ir examinando el polvo, reservando los hallazgos para un examen más meticuloso.

Empezamos por vaciar cada uno el contenido de un saco en una fuente y repasar la pelusa en busca de algo de interés. Cuando ese algo se encontraba era colocado en un platillo y luego examinado rápidamente con el microscopio. Si no se descubría nada, el polvo era reunido con el resto del polvo o pelusa.

—Deben desecharse las lanas de las alfombras, algodones y las fibras. Todo lo demás debe ser observado atentamente —indicó Thorndyke.

Pronto el trabajo se hizo monótono, pues nada de interés apareció entre los montoncitos de polvo. Sólo de cuando en cuando descubría unas partículas de una materia que parecía cristal pulverizado.

—Sí —dijo Thorndyke cuando mencioné mi hallazgo—. Yo también he encontrado eso. No puedo decir con seguridad de qué se trata, pero conviene que lo guardemos. Tal vez encontremos algún fragmento mayor que pueda explicarnos la naturaleza de esa materia.

Fui separando con unas pinzas los trocitos de cristal, cuando, de pronto, Polton anunció haber descubierto un cabello.

—Parece de bigote —explicó—. Pero debía de tratarse de un bigote muy raro. Parece como si hubiera sido teñido. Pero ¿ha visto jamás alguien un bigote teñido de violeta?

Pasó el descubrimiento a Thorndyke, que confirmó sus características.

—Sí —dijo—; es un pelo de bigote. Muy rubio… teñido de negro.

—¡Es violeta! —protestó Polton.

—Más que violeta yo diría que es de un púrpura azulado. Ése es el aspecto de un cabello sólo mirado por el microscopio bajo una potente luz. Visto en conjunto y bajo la luz normal, parecería negro.

Polton guardó el pelo en un jarro de cristal mientras yo, animado por aquel descubrimiento, seguía examinando con vivo interés mi montón de polvo y pelusa.

Esta vez tuve más suerte. Desde el primer momento di con un objeto que parecía una hebra de cristal, y como no pude comprender de qué se trataba, lo pasé a Thorndyke, para que me diera su opinión.

—¡Ah! —exclamó cuando lo hubo examinado—. Ahora ya sabemos lo que eran los otros fragmentos. Se trata, sin duda alguna, de sílice. Se hace con residuos de cristal de los hornos de fundición.

—¿Y para qué sirve?

—Para un sinfín de cosas. Como es barata e incombustible, y no es afectada por los ácidos ni la humedad, y además es mala conductora del calor, se la utiliza para envasar cosas calientes o frías.

—¿Para qué pudo utilizarla Gillum?

—Dejemos para más adelante las cábalas —observó Thorndyke—. Antes conviene que terminemos de examinar todo el material.

Y al decir esto cogió otro saquito y lo abrió.

Mi buena suerte no se interrumpió con el hallazgo de la fibra de sílice. Ante el lente de mi microscopio apareció un cabello, sin duda alguna de la cabeza. Se trataba de un cabello pequeño y cortado hacía poco. También había sido teñido, como el pelo encontrado por Polton, y, por lo tanto, era lógico suponer que procedía de la misma persona. Lo examiné con toda atención. El tinte, como es lógico, no se extendía a la raíz, y quedaba una porción muy breve, procedente, sin duda, del crecimiento desde la última vez que fue teñido, y su color me permitió juzgar que el hombre era más bien rubio que moreno, y que el color natural del cabello era un castaño claro. Esta opinión fue también la de Thorndyke, que examinó el cabello y otro que él mismo encontró.

—Sabemos, pues, que se trataba de un hombre rubio que llevaba bigote. Lo que ignoramos es si se afeitaba o llevaba barba.

—Con su permiso, señor, diré que podemos saberlo —intervino Polton—. Acabo de descubrir un cabello bastante grueso, no es de bigote y no parece de cabeza. Por lo tanto, sospecho que se trata de un pelo de barba. ¿Quiere usted examinarlo, señor?

Thorndyke procedió a un breve examen del ejemplar, anunciando que, en efecto, era un pelo de barba, decisión que confirmé cuando el pelo fue sometido a mi examen.

—Tenemos ya una imagen perfecta del hombre —dije—. Ahora la cuestión está en averiguar quién era. ¿Crees que Benson puede haberse equivocado? ¿Pudo tomar el cabello teñido de negro por cabello natural?

—No —replicó Thorndyke—. Eso es imposible por dos razones. Primera: Benson conocía a Gillum desde la infancia… o sea desde toda la vida, casi. Pero la segunda razón es más firme. ¿Recuerdas que Benson aseguró que el cabello de Gillum era negro con algunas canas? Además hemos encontrado unos cepillos de la cabeza y el pelo hallado en ellos era negro natural con algunos enteramente blancos. Por lo tanto, los cabellos teñidos no son los de Gillum, sino los de otra persona que frecuentó la casa.

—Sí, es cierto —asentí—. ¿Quién pudo ser? ¿Habremos dado con el chantajista?

—Es posible. Pero vale más que continuemos con el examen, a fin de averiguar lo que nos reservan los demás saquitos.

Durante otra hora trabajamos incansablemente, sin hacer más comentarios, pero trasladando a los jarros de cristal todos los nuevos hallazgos. Habíamos examinado ya todos los saquitos, excepto los dos más pequeños, que contenían lo encontrado en el limpiaalfombras y la carbonera; el resultado neto eran otros cinco cabellos teñidos, un pelo negro natural y siete fibras de sílice. De los dos saquitos restantes tomé el marcado con la etiqueta «Carboneras» en tanto que el otro fue dividido entre Polton y Thorndyke.

No esperaba encontrar nada interesante, ya que en una carbonera sólo puede uno esperar encontrar carbón. Y eso era, realmente, lo que más abundaba. Cuando coloqué debajo del microscopio el montoncito de materia que iba a examinar, parecía no haber otra cosa que carbón. Pero al aplicar el ojo al lente me lleve una gran sorpresa. Cierto que se veía carbón, pero entre los negros fragmentos se veía una cantidad enorme de fibras de sílice. Thorndyke lo examinó también diciendo tan sólo que convenía reservar para un examen más cuidadoso lo recogido en la carbonera aquélla.

Él y Polton habían encontrado varios cabellos teñidos y unas fibras de sílice.

—Es curioso —comenté—. El caballero del cabello teñido ha dejado un montón de muestras de su cabellera, en tanto que Gillum sólo ha dejado un pelo, a pesar de que él era el inquilino de la casa. ¿Crees haber progresado mucho en este asunto?

—Sí. Estoy muy satisfecho.

—¿Se te ocurre algún nuevo camino de investigación?

—He terminado ya con ellas. Los detalles pueden ser completados por la policía.

Le miré lleno de asombro.

—¿Ya has terminado? Pero si creí que apenas habías comenzado el trabajo. ¿Es que has identificado al chantajista?

—Así lo espero —replicó—. Es más, creo no tener ya ninguna duda. Además, tengo una ventaja sobre ti para ello. Se trata de una de las cartas del chantajista. Tú la has visto, y has visto también esta hoja de papel que encontramos en la habitación de Gillum, envolviendo un pequeño cerrojo. ¿La recuerdas?

—Sí, pero creí que el cerrojo era lo único importante.

—Entonces sí lo era, mas en estos momentos es más importante el papel. Al examinarlo con toda atención me di cuenta de su verdadera importancia. Lo he aplanado con una prensa para quitarle las arrugas, de forma que ahora es fácil compararlo con el de la carta. ¿Qué te parece?

Cogí las dos hojas de papel y las comparé. En seguida me di cuenta de que eran exactas. Del mismo tamaño, grosor, calidad y dibujo. También, vistas al trasluz, mostraban la misma marca de agua.

—¿Tiene verdadera importancia esa similitud? —pregunté—. Los blocks de ese papel deben estar hechos a miles, y seguramente serán infinidad de personas que se servirán de ellos.

—Es verdad —asintió Thorndyke—. Pero haz ahora otra comparación. Coloca una hoja encima de la otra y veras cómo se observa una pequeña desviación que indica claramente que ambas hojas provenían de un mismo block, pues es totalmente imposible que cada block haya sido cortado igual.

—Está bien, pero no es una prueba concluyente. Un sinfín de blocks pueden presentar esa característica.

—Sí, pero no deja de ser curioso que en poder de una misma persona se encuentren dos hojas tan iguales.

—¿Es que insinúas que el chantajista pudo ser el mismo Gillum?

—Sí. Por detalles que nos son conocidos a los dos, he sacado la conclusión de que las cartas fueron escritas por el mismo Gillum. La prueba de las dos hojas de papel no hace más que corroborarlo.

—Al hablar de hechos que nos son conocidos a los dos me dejas completamente desconcertado, pues creo que ignoro esos detalles —dije—. Según parece, tienes el caso ya completo. ¿Qué debemos hacer?

—Envío a Miller el informe de la encuesta y le comunico que le traspaso el asunto. Mañana por la noche vendrá, sin duda, a recoger todos los restantes detalles. Entonces extenderé una declaración jurada.

—Pero ¿contra quién? Acabas de decir que lo del chantajista es casi un mito, y que Gillum fingió ser víctima de sí mismo. Pero Gillum ha muerto; y si estuviera vivo no habría cometido ningún delito.

—Jervis, mañana por la noche te mostraré ante Miller mi acusación. Entretanto, quisiera que hicieses un esfuerzo para resolver por ti mismo el caso. Tienes todos los datos. Examínalos uno por uno y lee una vez más la narración de Mortimer. Si lo haces, estoy seguro de que llegarás a la conclusión que me propongo exponer a Miller.

Accedí a ello, pero de antemano preveía el resultado inevitable. Era indudable que poseía todos los datos, pero, desgraciadamente, me faltaba la capacidad deductora de Thorndyke.

Ir a la siguiente página

Report Page