¿Suicidio?

¿Suicidio?


Segunda parte. El caso de John Gillum. (Narrado por Christopher Jervis) » Capítulo XVII. Detalles

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CAPÍTULO XVII. Detalles

A la noche siguiente, después, que Polton hubo servido unos refrigerios para hacer más agradable y acogedor el saloncito, colocó sobre la mesa tres objetos de madera. Uno de ellos, semejante a una caja alargada, y otros dos más pequeñas. Luego se retiró a la habitación inmediata, dejando la puerta entreabierta. Como el preludio parecía alargarse demasiado, Miller sugirió, con poca delicadeza, que valía más que Thorndyke soltara de una vez lo que tenía que decirnos.

—Creo que la mejor manera de explicar este asunto es ir exponiendo los hechos como los fui descubriendo —dijo Thorndyke—. ¿Le parece a usted bien, Anstey?

—Perfectamente, ya que en esa misma forma serán presentados al jurado —replicó Anstey.

—Bien; entonces empezaré. —Thorndyke carraspeó, prosiguiendo luego—: Todos ustedes han leído el informe de la encuesta sobre la muerte de John Gillum, y también el relato que hace Mortimer de su relación con John Gillum. En esos documentos se encuentran los datos con los cuales empecé mis investigaciones.

»El motivo primero de dichas investigaciones era averiguar la identidad de la persona o personas que hicieron a Gillum víctima de un chantaje. Ése fue el problema que el señor Benson sometió a mi juicio. Pero, aunque no expresó duda alguna acerca del suicidio, que parecía concluyentemente demostrado, me pareció observar que, en su opinión, las cosas no eran lo que parecían, y que, tras la aparente realidad de los hechos, había algo que jamas salió a relucir.

»Tan pronto como empecé a estudiar el asunto, tuve la misma sensación. Todo parecía tener un aspecto anormal y, por ello, sospeché desde un principio que tal vez los hechos aparentes ocultaban una realidad muy distinta. Existían discrepancias inexplicables. Por ejemplo: se había derrochado una suma considerable de dinero. Unas trece mil libras ahorradas por Gillum durante toda su vida en Australia. Uno tenía que preguntarse, por fuerza, cómo un hombre semejante podía haber ahorrado jamás un penique. El resultado de esas reflexiones fue que pospuse el problema del chantaje y empecé a estudiar el asunto en bloque.

»El hecho más destacado de todo el caso era que una suma de trece mil libras esterlinas habíase esfumado en menos de dos años. Fue sacada del Banco en billetes de una libra, que hubieran circulado mucho y cuyos números y series no estuvieran registrados, a fin de que fuera imposible seguirles la pista. La explicación de ese proceder era, que el dinero se utilizaba para pagar a un chantajista y cubrir deudas de juego.

»Por lo que se refería al chantaje, la explicación resultaba lógica; pero no ocurría lo mismo con el juego. ¿Por qué tomar tantas precauciones para que no pudiera seguir la pista de su dinero perdido en el juego? No había razón alguna. Las deudas de juego se pagan, por lo general, con cheques. Esos pagos no son ilegales, y, por tanto, sobraban las precauciones. Por consiguiente, deduje que la explicación no era lógica. En realidad, no se trataba de ninguna explicación. Pero si se rechazaba la explicación subsistía el problema original. Trece mil libras habían desaparecido sin dejar rastro alguno. De esa suma, podían justificarse dos mil libras como chantaje, pero ¿y las once mil restantes? ¿Habrían sido perdidas en el juego, o era éste un simple pretexto para ocultar el empleo del dinero en otra forma? Esta última explicación me resultaba más lógica. Y esta sospecha se reafirmó con el hecho de que Mortimer, el único testigo del juego, no tenía prueba alguna definitiva sobre el asunto. Todo cuanto él sabía acerca del juego le había sido dicho por el propio Gillum, y, al leer el relato de Mortimer, me llamó enseguida la atención lo mucho que se esforzó Gillum por aparecer ante él como un jugador empedernido. Este detalle me hizo sospechar que lo del juego era un simple mito inventado y mantenido para ocultar otra actividad. Pero ¿qué actividad era ésa? Esta pregunta sugirió un nuevo problema. ¿Qué razón —aparte del chantaje— puede tener un hombre para sacar de su Banco grandes sumas de dinero en una forma que jamás se le pueda seguir la pista? Repasé infinidad de veces esta pregunta, y sólo se me ocurrió un caso en que un hombre pudiera comportarse en esa forma. Es el caso en que se logra un control temporal sobre la cuenta corriente de otra persona. El hombre que lograba eso y fuera un canalla, procuraría hacerse con toda la fortuna lo más de prisa posible. Pero ¿cómo podría hacer eso? No podía extender cheques a su nombre y traspasar el dinero a otro Banco, ya que la pista de tales cheques podría ser seguida sin dificultad y, entonces, el dinero sería recobrado. Lo mismo ocurriría con billetes cuyas series y números quedaran apuntados. El único plan factible era el empleado por Gillum. Sacaba el dinero en billetes pequeños y lo guardaba en otro Banco para su empleo más tarde.

»Ésta era la única alternativa que me explicaba lo del dinero del juego, y en el caso que nos ocupa aparecía completamente fuera de lugar, ya que la cuenta bancaria era la del propio Gillum, y el dinero era suyo, impuesto por él mismo. ¿Qué objeto podía tener el retirar su fortuna y transferirla a otro Banco u ocultarla?

»Tenía luego el asunto del suicidio. Aparentemente, parecía un suicidio real y lógico. Pero existía la posibilidad de que se tratara de un crimen diestramente planeado.

»Con estos dos puntos de partida me pregunté, primero, ¿cómo le era posible a un hombre controlar la cuenta bancaria de otro? La explicación más lógica era suponer que el hombre en cuestión tomaría la personalidad del verdadero dueño. Por lo tanto, el caso Gillum exigía la necesidad de que alguien tomara la personalidad de éste.

»Ahora bien; cuando se sienta una hipótesis falsa y se empieza a trabajar sobre ella, no tarda en llegarse a algún punto del cual ya no se puede seguir adelante sin llegar a conclusiones evidentemente falsas. Pero en el caso Gillum, a medida que iba avanzando en él, todo confirmaba la posibilidad de que alguien hubiera usurpado la personalidad de la víctima.

»La teoría esa exigía dos personalidades. La real y la falsa. Era necesario dividir a John Gillum en dos: el John Gillum de Australia y el John Gillum de Clifford’s Inn. Hasta entonces se había dado por descontado que eran la misma persona. Teníamos, pues, que buscar qué pruebas confirmaban semejante suposición.

»Desde el primer instante, comprobé que no había ninguna. La identificación fue ilusoria. En realidad, no hubo identificación alguna. Benson identificó el cadáver de John Gillum de Australia, pero no identificó el del inquilino de Clifford’s Inn. Weech, Mortimer y Bateman prestaron declaración sobre el inquilino, pero no demostraron que el cadáver fuera el del inquilino. En realidad, había dos tipos de testigos. Benson, que conocía a Gillum, pero que nunca vio al inquilino; y Weech, Mortimer y Penfield, que conocían al inquilino, pero jamás habían visto a John Gillum.

»Por tanto, la dualidad de identidades no tropezaba con ningún obstáculo que echara por tierra la suposición. Ninguna prueba se había presentado que demostrara que Gillum de Australia y Gillum el inquilino fueran la misma persona. Por consiguiente, seguía existiendo la posibilidad de que fueran dos personas distintas. Pero en cuanto se admitió como dentro de lo posible que así fuese, dos detalles sorprendentes aparecieron. Examinémoslos.

»En primer lugar, tenemos la fecha de la llegada de Benson a Inglaterra. Llegó en seguida después del suicidio, o, dicho de otra forma, el suicidio ocurrió poquísimo antes de su llegada. Pero no sólo se sabía que iba a llegar sino que además se sabía la fecha exacta. Pues bien; admitiendo la posibilidad de que el inquilino fuera alguien que se hiciera pasar por John Gillum, era indudable que no podría engañar con su disfraz al señor Benson, ya que entonces el fraude hubiera sido descubierto enseguida. El falsario tenía que huir inmediatamente. Pero, de desaparecer así, se hubieran despertado sospechas, mientras que el aparente suicidio continuaba la ilusión. En realidad, servía para mucho más. Porque una vez que Benson hubo identificado el cadáver como el de su primo, y lo mismo hubieran admitido Weech y Mortimer, la usurpación quedaba asegurada para siempre, alejando toda posibilidad de descubrimiento.

»El otro detalle curioso era el estado financiero del inquilino. En la encuesta se puso de manifiesto que el inquilino estaba sin un penique, y que no le quedaba esperanza alguna. El último pago de los plazos de compra de su granja había sido ya hecho y el dinero fue retirado del Banco. Todo el dinero había desaparecido y no quedaba esperanza de que llegara más.

»Como pueden ver, esto concuerda perfectamente con la usurpación de personalidad. ¿Cuál podía haber sido el objeto de esa usurpación? Sin duda alguna apoderarse de las diez mil libras pagadas por la granja y las tres mil que constituían los ahorros de John Gillum. Pues bien; en el momento del suicidio, todo eso se había logrado. Las trece mil libras habían sido retiradas. No quedaba un solo penique en el Banco y no podían esperarse nuevos ingresos. El objetivo del usurpador estaba logrado y, por lo tanto, no había por qué seguir fingiendo. Ya era hora de desaparecer; y eso fue lo que hizo. La llegada de Benson aceleró los acontecimientos y fijó la fecha de la desaparición.

»Hasta aquí los resultados eran positivos. Cuando más se estudiaba la teoría de la usurpación de personalidad, más concordaba con los hechos conocidos. Pero había otras dificultades. Y la más formidable de todas era la del cuerpo. De haber habido usurpación de personalidad, ésta debió de comenzar inmediatamente después de la llegada de Gillum a Inglaterra, y fue mantenida durante dos años. Pero ¿dónde estaba el verdadero Gillum durante todo ese tiempo? No podía estar vivo, mas, de estar muerto, su cadáver tenía que haber sido conservado en algún lugar, a punto de ser sacado cuando llegara el momento psicológico. El pretendido suicidio debió de ser un detalle esencial de la trama.

»Claro que no existía imposibilidad física. Es muy fácil conservar un cadáver incorrupto durante mucho tiempo. El problema estaba en cómo lograrlo en las circunstancias del presente caso. Pero, mientras me quebraba la cabeza con ese problema, el relato de Mortimer me abrió los ojos. Recordarán ustedes que en su primera visita a Clifford’s Inn sufrió un pequeño desvanecimiento. De su admirable descripción deduje que los síntomas eran, exactamente, los de un agudo envenenamiento por ácido carbónico, e indica además, que la habitación donde le ocurrió el incidente era sumamente fría. Además, explica que antes del ataque estuvo sacando carbón de una carbonera que se encontraba en la despensa.

»Pues bien; el detalle de la combinación de la temperatura baja y acumulación de ácido carbónico era sumamente sugerente. A juzgar por ello, había de suponer que en algún punto de aquella habitación existía una cantidad elevada de ácido carbónico sólido, y como el gas parecía salir de la carbonera, era lógico deducir que allí se encontraba guardado el gas. Y si la carbonera era del tamaño que Mortimer indicaba, en ella podía caber, perfectamente, un cadáver.

—Pero Mortimer dice que estaba llena de carbón —intervino Anstey.

—Parecía estarlo —corrigió Thorndyke—. Pero podía muy bien haber un falso fondo bajo el carbón, y aún hubiera quedado espacio suficiente para el cadáver. Un falso fondo era necesario para completar el cuadro.

—Conviene que nos aclare un poco eso del ácido carbónico sólido —dijo Anstey—. Usted lo sabe todo acerca de él, pero nosotros no. ¿Puede darnos algunos detalles acerca de su importancia en el presente caso?

—Unos cuantos detalles bastarán para nuestro fin —replicó Thorndyke—. No trataré el método de producción. La substancia en sí es muy parecida a un bloque de sal de mesa. Se trata, simplemente, de ácido carbónico helado, lo mismo que el hielo es agua helada. Pero, así como el hielo, al fundirse, se convierte en agua, el ácido carbónico helado se convierte en un gas intensamente frío. Si dejáramos un bloque en medio de esta mesa se iría fundiendo sin dejar ni una sola huella de humedad. Y se fundiría muy despacio, pues el gas en que se transforma es muy pesado y muy mal conductor del calor.

—Gracias —dijo Anstey—. La cosa está clara. Y, ahora, otra pregunta. ¿Es fácil obtener hielo de ácido carbónico?

—Facilísimo. Ese hielo se manufactura actualmente en gran escala, pues se utiliza para diversos fines. Se vende en dos tipos. El tipo corriente, de veinticinco libras, que es el más usado; el otro, más pequeño, de cuatro libras para mantecados y otros productos. Se puede comprar sin ninguna dificultad y, por lo general, se sirve embalado entre fibras de sílice u otra materia aislante. ¿Está claro?

—Completamente claro —asintió Anstey.

—Pues bien —siguió Thorndyke—. Ahora comprenderán ustedes la explicación de la presencia en aquella despensa tan fría de una gran cantidad de ácido carbónico en estado gaseoso. La conservación del cadáver por medio de ese tipo de hielo es perfectamente clara, y así quedaba resuelta la mayor dificultad. La teoría de la usurpación de personalidad pasaba ya a ser una realidad, afirmada por hechos incontrovertibles.

»Pero aún quedaban algunas dificultades. Por ejemplo, el parecido y el disfraz. Pero en seguida me di cuenta de que no era necesaria una gran semejanza. Por mucho que se hubiera disfrazado, al usurpador le habría resultado imposible engañar a ninguna persona que conociese íntimamente a John Gillum. En cambio, para quienes, como Penfield, Mortimer y Weech, jamás habían visto al verdadero John Gillum, sólo eran necesarios algunos detalles ligeros.

»Veamos cuales eran las características más destacadas de John Gillum. Era un hombre alto, de ojos azules, cabello negro, barba también negra y dientes de oro. Hablaba con acento ligeramente escocés. En todos estos detalles, sabemos que el inquilino y John Gillum se parecían. Y en la rápida mirada que Mortimer y Weech dirigieron al cadáver, al descubrirlo, creyeron reconocer al John Gillum que ellos conocían.

»¿Cuáles de esas características pertenecían, realmente, al usurpador? Es indudable que la estatura y el color de los ojos eran reales. Por lo tanto, el hombre en cuestión tenía que ser alto y de ojos azules. Pero todas las restantes características podían lograrse artificialmente. Fuese cual fuera el color verdadero del pelo, podía teñirse de negro. La única dificultad real eran los dientes. Pero ni eso era una dificultad insuperable. El usurpador podía hacerse enfundar en oro los dientes o, mejor aún, hacerse una dentadura postiza con esa característica. Pero en cualquiera de los dos casos, necesitaría la ayuda de un dentista; y ése era el obstáculo más grande. Hacía falta un cómplice, y eso era un peligro para el asesino.

»Venía luego el problema de averiguar la identidad del usurpador. Sobre esto no podía ayudarme ni el relato de Mortimer ni el informe de la encuesta. Pero se advertía en seguida que la usurpación de personalidad tuvo que empezar, forzosamente, el día mismo de la llegada de Gillum a Inglaterra; pues inmediatamente después, el inquilino aparece en la Inn y en la oficina de Penfield. Teniendo en cuenta que Gillum no conocía a nadie en Inglaterra, el usurpador tenía que ser alguien que viajó con él en el buque que le trajo de Australia. El señor Benson me explicó que a bordo de aquel buque, Gillum tuvo dos amigos: el sobrecargo, Abel Webb, y el médico de a bordo, doctor Peck, y estos dos hombres abandonaron el barco al llegar a Inglaterra. Cualquiera de los dos podía ser el usurpador. No había razón alguna para sospechar de ninguno de ellos, pero ambos reunían las condiciones exigidas. Fueron amigos de Gillum durante el viaje y los dos abandonaron el buque en Inglaterra.

»De esos dos, el pobre Abel Webb quedaba descartado; y, aunque no hubiera muerto, no hubiese podido ser el usurpador. No tenía la estatura debida; era más grueso, y el color era también distinto. Quedaba, pues, el doctor Peck, la única persona de quien podíamos realmente sospechar. Convenía ponerse en contacto con él por dos razones. La primera, para asegurarse de cuál era su estatura y si el color de sus ojos hacía posible el disfraz. Además, convenía obtener de él algunos informes acerca de los pasajeros y personal del buque.

»Esto os lleva al fin de lo que podemos llamar el primer acto de la investigación. Entramos ahora en el segundo acto, el de la investigación propiamente dicha; la busca de nuevos detalles que confirmaran o rechazaran la sospecha de usurpación de personalidad.

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