¿Suicidio?

¿Suicidio?


Segunda parte. El caso de John Gillum. (Narrado por Christopher Jervis) » Capítulo XVIII. Pruebas circunstanciales

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CAPÍTULO XVIII. Pruebas circunstanciales

De la lectura del relato de Mortimer saqué la conclusión de que la carbonera era lo bastante grande para contener un cadáver, siempre que estuviera provista de un doble fondo. Fuimos a examinarla y pudimos comprobar que tenía las medidas necesarias y además, mostraba el doble fondo sospechoso. Ese doble fondo tenía dos tapas y era evidentemente nuevo; además, era lo bastante amplio para contener no sólo el cadáver, sino la masa de material aislante necesario para conservarlo en congelación. Queda por demostrar si es posible que se conserve un cadáver en las condiciones que he indicado.

»Después de examinar la carbonera y la despensa, descubrí que la ventana estaba arreglada de forma que permaneciera constantemente abierta, y la base de la puerta mostraba unos agujeros redondos para mantener una circulación continua de aire. Todo esto indicaba que fue hecho por el inquilino o bien por su agente, al principio de la instalación.

—¿El agente del inquilino? —dijo Miller—. ¿Quién era?

—¡Ah! ¿Quién era? Ésa es una cuestión muy interesante y curiosa. Pero la respuesta no pertenece a esta parte del relato. Más tarde la trataremos. De momento, aclaremos lo de la refrigeración por ácido carbónico.

»En una de mis visitas a la casa, el señor Weech me dijo que aquel lugar, antes de la llegada del inquilino, estaba lleno de ratones. Esto nos lo confirmó la señorita que tiene alquilada la oficina de la planta baja. Inmediatamente después de la llegada del inquilino, los ratones desaparecieron por completo. Y, aunque es cierto que encontramos algunas ratoneras tapadas con cemento, esto no justifica la desaparición total de los roedores, ya que, después de la muerte de Gillum, los animalitos han vuelto a aparecer, sin que las ratoneras hayan sido destapadas.

»Éste es un detalle verdaderamente notable. La desaparición se suponía motivada por el cuidado del inquilino en tener la comida tapada, pero la reaparición de los ratones indica que la causa de su alejamiento fue otra. Estudiemos, pues, la cuestión. Es indudable que el inquilino adquiría continuamente bloques de hielo de ácido carbónico para substituir los que se iban fundiendo. Ese hielo, al gasificarse, generaba ácido carbónico, que, más pesado que el aire, descendía hasta el suelo y se filtraba por todas las rendijas y ratoneras. En tales condiciones, a las ratas les era imposible vivir allí. O huían o perecían víctimas del venenoso gas.

»Por lo tanto, relaciono la desaparición de las ratas con la existencia en la carbonera de una cantidad muy grande de hielo de ácido carbónico.

—Estoy de acuerdo —dijo Anstey—. ¿Y usted, superintendente?

—También, siempre que la teoría aparezca justificada por otros detalles.

—Así es —dijo Thorndyke—. Voy a completar el tema del ácido carbónico. Poco después de nuestra visita al Inn, Jervis y yo visitamos el local de la Cope Refrigerating Company. Tenía dos motivos para ir allí. Primero, deseaba que me confirmasen la descripción de Abel Webb, pero esto lo dejaremos para más tarde. Lo importante, entonces, era averiguar si John Gillum había tenido algún trato comercial con la casa Cope. Tenía motivos para suponer que, por mediación de ellos, había obtenido parte de sus suministros de hielo de ácido carbónico. Los hechos me dieron la razón. De la entrevista con el señor Small averigüé que un hombre cuyas señas físicas correspondían a las del inquilino, acudió, en cierta ocasión, a comprar hielo. También averigüé que se lo sirvieron embalado con material aislante. Y ese material es generalmente, fibra de sílice.

»Por lo que se refiere a la identificación, no cabe duda alguna. El hombre a quien el señor Small atendió se parecía al inquilino, tal como nos lo describe el señor Mortimer, e incluso observó el señor Small el característico detalle de los dientes de oro.

»Con estos detalles, como ven, queda completado el caso por lo que hace referencia al hielo carbónico. Tenemos el mareo de Mortimer, la desaparición de las ratas, la fría despensa y la prueba concluyente de que el inquilino compró hielo de ácido carbónico. Creo que con todos estos detalles resulta indudable que el inquilino tenía en la carbonera algo que conservaba por medio de hielo de ácido carbónico.

Tanto Anstey como Miller parecieron hondamente impresionados por esta explicación.

—Sigamos con la exposición de las pruebas que poseo —continuó Thorndyke—. En mi primera visita a Clifford’s Inn, además de querer averiguar las dimensiones de la carbonera, tenía otro fin: el de comprobar si el inquilino usaba dientes postizos. La cuestión era muy importante, pues había que desechar la idea de que el inquilino se hubiera hecho poner unos dientes de oro fijos, siendo más lógico que utilizara todo un paladar postizo.

»Tuve más suerte de lo que esperaba. En un cesto encontré un frasco vacío de “Limpiador Cawley”, que es una loción utilizada, principalmente, para llenar las tazas o frascos donde por la noche se guardan las dentaduras postizas. Y en un tarro de crema de afeitar encontré huellas de que había sido utilizado para guardar, de noche, la dentadura postiza. Como conformación de todos estos detalles, encontramos en la despensa el mango de un cepillo de dientes, del tipo llamado de paladar.

»Ya sé que ninguna de estas pruebas es concluyente; pero, uniendo el líquido, el tarro y el cepillo, tenemos una prueba bastante convincente de que el inquilino usaba dentadura postiza. Pero de ser así, el inquilino no era John Gillum, puesto que se sabe que Gillum no usaba dentadura postiza. Debo añadir que encontramos un cepillo de dientes de tipo normal, y una lata que había contenido polvos dentífricos para limpiar dentaduras legítimas. Por lo tanto, y a juzgar por estos detalles, se llegaba a la conclusión de que el inquilino era un hombre que tenía dientes naturales y además, usaba una dentadura postiza. Repito, pues, que ese hombre no podía ser John Gillum.

»Hicimos otros descubrimientos que, por ahora, no explicaré. Entre ellos figuraba una hoja de papel exacto al utilizado por el chantajista en sus cartas, pero eso lo dejó para su examen junto con las cartas y documentos. Seguramente todo ello lo harán examinar por un técnico.

»Sigamos ahora con la investigación acerca de la identidad del usurpador. Ya he dicho que el doctor Peck era la única persona que podía haber representado a John Gillum. No había motivo alguno para sospechar de él; pero reunía las condiciones necesarias para hacer posible la usurpación, por lo cual, era necesario llevar a cabo algunas investigaciones sobre su persona. Empecé por buscar su nombre en el Anuario médico, y por él averigüé que además de la carrera de médico y cirujano tenía la de dentista. Con este descubrimiento desaparecía la dificultad de procurarse una dentadura postiza que él mismo podía hacerse. Claro que esto no era ninguna prueba contra él, pero en seguida descubrimos nuevos datos curiosos acerca de su persona.

»La dirección permanente del doctor Peck era Staple Inn, y hacia allí fuimos Jervis y yo. Tuvimos la suerte de encontrar en el portero un hombre muy hablador, y unas cuantas preguntas discretas nos pusieron en posesión de todos los datos que necesitábamos. En primer lugar, tuvimos la alegría de averiguar que el doctor Peck se encontraba en Inglaterra, adonde acababa de volver después de un larguísimo viaje que le retuvo lejos de aquí durante dos años. Al confrontar las fechas, observé, enseguida, que su viaje empezó, poco más o menos, a la vez que la instalación de John Gillum en Clifford’s Inn, y que su regreso coincidía, aproximadamente, con la muerte de Gillum. Hay que reconocer que la coincidencia no deja de ser notable. Había también otros detalles curiosos. Por ejemplo: se marchó con barba y bigotes y volvió completamente afeitado. En lugar de alojarse en Staple Inn, donde tenía un piso, en cuanto desembarcó, dirigióse a Whitechapel, donde instaló su consulta.

»Pero una de las cosas que más me llamaron la atención del relato del portero fue que el doctor Peck, antes de marcharse, se hizo hacer un par de bibliotecas portátiles, en las cuales pensaba llevar sus libros, a fin de tenerlos siempre a mano. El portero nos dio todos los detalles correspondientes a estas estanterías portátiles, e incluso nos indicó quién las había hecho. Por su tamaño y sus características, sospeché en seguida que las citadas estanterías podían destinarse a algo más que a llevar libros. Su profundidad era demasiado grande para llevar en ellas libros de tamaño corriente. Además, los estantes podían retirarse y, uniendo por los extremos las dos estanterías, se obtenía una especie de caja de tamaño más que suficiente para contener un cadáver.

»Mi opinión es que el viaje de Peck fue un mito, y que las estanterías fueron desarmadas y conducidas por piezas a Clifford’s Inn. Como he pensado que por mis explicaciones no les sería posible a ustedes darse cuenta práctica de la utilidad de las estanterías en cuestión, he hecho que Polton saque un modelo reducido de ellas, que si es necesario podrá ser presentado ante el Tribunal. Los modelos están sobre la mesa y, si damos con Polton, podré demostrarles cómo se transforman.

El poder dar con Polton no resultó nada difícil, pues apenas hubo hablado Thorndyke, Polton salió de la habitación inmediata, preguntando, sin sonrojarse, si se le necesitaba para algo. En seguida acercóse a los modelos, sacando unas pinzas y un pequeño destornillador.

—Empezaremos por la carbonera —anunció Thorndyke, cogiendo la caja alargada y tendiéndola a Polton—. Al levantar la tapa, verán ustedes el doble fondo.

Todos miraron con interés mientras Polton abría la caja y levantaba el doble fondo. Luego, el criado cogió los modelos de las estanterías y con el destornillador levantó las tapas que cubrían la parte delantera, mostrando el interior con los tres estantes. Después repitió la operación con la otra estantería. Thorndyke las colocó luego sobre la mesa.

—Han visto ustedes estas estanterías en su papel de librerías ambulantes. Convendrán conmigo en que su utilidad es manifiesta y su apariencia convincente. Ahora verán la transformación.

Fue interesante ver lo completa que resultó la transformación. Polton empezó retirando los estantes. Luego quitó las tablas que formaban el pie de cada una de las estanterías. A continuación unió los dos extremos, quedando formada una larga caja, semejante a la carbonera, aunque más pequeña. Después de esto, sacó dos de los estantes y los atornilló de tal forma, sobre la caja, que ésta quedó convertida en una sola pieza.

—Como ven ustedes —siguió Thorndyke—, las dos estanterías se han convertido en una caja, especie de ataúd, en el que, en su debido tamaño, cabe perfectamente el cuerpo de un hombre. Ahora no hay más que acabarlo de tapar, meterlo en la carbonera, colocar a su alrededor el material aislante y el hielo y ya no falta más que colocar el doble fondo. Todas las medidas corresponden con meticulosa exactitud.

Terminada la demostración, Polton hizo intención de retirarse, pero Miller le tomó de la chaqueta y le obligó a sentarse diciendo:

—Vale más que se siente aquí con toda comodidad.

Como Thorndyke se mostró de acuerdo con esto, Polton se apresuró a obedecer.

—Lo que hemos demostrado —continuó Thorndyke— es que las dos estanterías podían convertirse en una caja capaz de contener un cuerpo humano y, a su vez, caber dentro de la carbonera. Lo que podrá objetarse a esto es que se dijo que se hacían para viajar por mar y que nunca volvieron aquí. Procederé a echar por tierra estas objeciones.

»En el desván de la casa de Gillum en Clifford’s Inn se encuentran un sinfín de trastos viejos abandonados allí por los anteriores inquilinos. Se me dijo que desde hacía muchos años nadie había subido allí. Pensando que el inquilino se pudo encontrar hacia el fin de su estancia en el piso, abrumado por algunos objetos de los cuales necesitaba deshacerse, ya que no era prudente dejarlos allí, y sobre todo pensando en las estanterías, eché una mirada al desván, ayudado por Polton y Jervis.

—¿No estaba cerrado?

—Sí. La cerradura era tan sencilla que se hubiera podido abrir con un alambre doblado. Nosotros utilizamos una llave provisional.

Miller rió divertido.

—¡Una llave provisional! —repitió—. Recordaré esta expresión. Suena mucho mejor que ganzúa. Bien, doctor. Supongo que encontraría algo, ¿no?

—En efecto. Tal vez Polton tenga la bondad de mostrarles lo que descubrimos.

Polton salió del salón, regresando a los pocos momentos con unas cuantas tablas, que dejó sobre la mesa.

—Las encontramos bajo un montón de maderas viejas —siguió Thorndyke—. La madera es nueva, y las roturas aparecen recientes. Juntemos las piezas rotas y veamos lo que resulta. Aquí, por ejemplo, tenemos tres piezas que encajan perfectamente y forman un rectángulo. Las medidas corresponden, exactamente, a las medidas de las tapas de las estanterías de Peck. Además, se ven las aberturas para los tornillos, que no sólo son de igual tamaño que los utilizados en las estanterías, sino que además, tienen la misma distribución.

»Aquí tenemos otras dos piezas que, evidentemente, forman parte de un aparejo similar. Y, por fin, aquí aparece otra tabla entera que corresponde a una de las tablas laterales de la estantería en la cual se ven unos agujeros que no aparecen en las otras. Si examinan el modelo de Polton, verán que las dos estanterías se unen por medio del atornillamiento de un estante.

Miller y Anstey quedaron muy impresionados por la explicación de Thorndyke. Sin embargo, el segundo insistió:

—Lo único que usted ha demostrado concluyentemente, Thorndyke, es que estos fragmentos forman parte de un mueble igual a las estanterías de Peck. Pero no ha podido demostrar que se trate de sus estanterías.

—No. Admito la objeción. Sin embargo, envié a Polton a casa del señor Crow, el ebanista que hizo la estantería, y le hice llevar el fondo completo. Él les dirá lo que contó el señor Crow.

—Fui a casa del señor Crow —explicó Polton—. Le enseñe las tres piezas, que unimos sobre su banco. Luego consultó su libro, comparó las dimensiones, el tamaño y posición de los agujeros para los tornillos, y dijo que las tres tablas formaban algo exactamente igual al fondo o delantero de una de las estanterías portátiles que había hecho para el señor Peck. Le repliqué que eso ya lo sabíamos, y le pedí que procurase ser más explicito. Echó otra mirada a las maderas y entonces señaló ese trozo de madera, de pino blanco americano. Me explicó, entonces, que dicho trozo lo tenía en su taller en el momento en que hizo la estantería, y que, por tratarse madera excedente y teniendo que ir pintada, decidió utilizarla. Así lo hizo; y por tal detalle, puede jurar que las piezas esas forman parte de una de las estanterías que hizo para el doctor Peck.

—Es suficiente —declaró Miller.

Y como Anstey asintió, la prueba de las estanterías fue aceptada como completa.

—Confirmada la identidad de las estanterías —siguió Thorndyke— y decidido, por tanto, que alguien las llevó de Staple Inn a Clifford’s Inn, queda por averiguar quién fue ese alguien. Por fortuna, tenemos pruebas muy concluyentes a ese respecto. Como ya he dicho, el desván no había sido visitado en muchos años. Esto lo confirma la declaración de Weech. Por ello, el suelo estaba cubierto de una gruesa capa de polvo en la cual quedaron marcadas profundamente las huellas de los pies de cierta persona que había subido allí poco tiempo antes a dejar, bajo un montón de trastos, esas maderas. Polton, por encargo mío, fotografió las más claras huellas de pies, colocando junto a ellas un centímetro, a fin de que sea posible calcular su medida. Aquí tienen ampliaciones de dichas fotos. En ellas se ven, con toda claridad, los detalles de la suela de los zapatos. Tengo también un par de zapatos que encontré en la casa y, como pueden ver, el inquilino debía de calzarlos al subir a dejar las maderas. Como no había otras huellas, es indudable que las tablas esas fueron depositadas allí por el inquilino en la única visita que hizo al desván. ¿Están conformes?

—Es imposible no estarlo —replicó Anstey—. La prueba es concluyente.

—Pasemos, pues, a otro punto. Siguiendo una indicación de Jervis, hice recoger todo el polvo del suelo del piso de Clifford’s Inn, y aquella noche, con ayuda de tres microscopios, examinamos con todo cuidado los montones de polvo recogidos. De lo que apareció entre el polvo, lo único importante fueron fragmentos de fibra de sílice y cabellos humanos. De éstos encontramos un total de diecinueve. De los cuales, diecisiete eran de la cabeza, uno un pelo de bigote y el otro de barba. Tres de los pelos recogidos por mí de encima del cojín donde reposó la cabeza de John Gillum. Dos de ellos eran negros naturales y el otro blanco. Entre el polvo encontramos un cabello de color negro legítimo. Los otros quince eran todos cabellos rubios teñidos de negro.

—Entonces no eran de Gillum —comentó Miller—. ¡Quince cabellos teñidos!

—Es completamente imposible que lo fueran —replicó Thorndyke—. Los cabellos encontrados en el cojín eran negros, excepto uno, que era completamente blanco. Y Benson puede decirles que el cabello de Gillum, tanto en vida como después de muerto, era negro con hebras blancas. No creo deber insistir sobre el hecho de que la presencia de cabellos blancos es indicio seguro de que no se trataba de cabellos teñidos.

»Veamos, pues, qué conclusiones pueden sacarse de esos cabellos teñidos. En primer lugar está su número. De los cuatro cabellos naturales, tres eran del cojín, y provenían, sin duda alguna, de la cabeza del muerto, mientras que el cuarto procedía del suelo de la misma habitación. Es indudable que se desprendió al ser llevado el cadáver al sofá o al ser retirado de allí. De todas formas se trataba de un simple cabello. Pero había quince cabellos teñidos recogidos del suelo de un piso escrupulosamente limpio. Hay que suponer, pues, que el dueño de esos cabellos era la persona que ocupaba el piso. De Gillum no tenemos otro rastro que cuatro cabellos. Tres de ellos proceden, sin la menor duda, del cadáver. En cambio hay rastro abundante de un hombre rubio con el cabello, bigote y barba teñidos de negro. En otras palabras: de un hombre que no era Gillum, pero que se había disfrazado para parecerlo.

—¡Increíble! —exclamó Anstey—. ¡Y todos esos detalles sacados de un puñado de polvo!

—Sí, pero aún no hemos terminado con el polvo. Además de los cabellos encontramos partículas de fibra de sílice. En el salón había muy pocas, y casi todas partidas en menudos fragmentos, pero en cambio, al recoger el polvo de la carbonera, comprobamos que éste consistía por entero en carbón y fibra de sílice, que en esa ocasión estaba formada por hebras largas.

—Supongo que no hará falta preguntar si han guardado todo eso como pruebas que ofrecer al jurado —dijo Anstey.

—Todo se ha conservado intacto —replicó Thorndyke—. Y ahora será un alivio para ustedes saber que llego ya al final de la exposición de mi caso. Sólo quedan por examinar dos puntos:

»El sesenta y cuatro de Clifford’s Inn fue alquilado, según declaración del señor Weech, por un caballero que se presentó con una autorización firmada por John Gillum. Ese hombre citó, como referencias de Gillum, su Banco y su abogado, mostrándose, además dispuesto a pagar por anticipado el alquiler de medio año. Weech aceptó el nuevo inquilino, se extendió un contrato provisional, se pagó el alquiler, y el representante de Gillum recogió las llaves, y en seguida procedió a amueblar el piso. La única objeción que puso el agente fue que los informes no deberían pedirse hasta que el señor Gillum se instalara en su nuevo domicilio.

—¿Por qué estipuló eso? —inquirió Anstey.

—Su explicación fue muy razonable. Dijo que el señor Gillum había vivido mucho tiempo en el extranjero, y que todas sus relaciones con su abogado y banquero se llevaron a efecto por carta, y por lo tanto ninguno de ellos lo conocía personalmente. Esto satisfizo a Weech. El agente procedió al amueblado y reparación del piso, y tengan en cuenta que estas reparaciones incluyen el doble fondo de la carbonera, la ventana de la despensa y los agujeros de la puerta.

—¿Cómo se llamaba el agente? —preguntó Miller.

—Weech no ha podido contestar con claridad a esto. No está seguro de si se llamaba Barber, Barker o Baker.

—Pero estará el contrato con su firma —dijo Anstey.

—El contrato fue roto cuando llegó Gillum y se extendió el nuevo. El señor Baker, llamémosle así, procuró con todo cuidado no dejar rastro alguno, y lo consiguió. Pero sigamos con el relato del señor Weech.

»Unas tres semanas después de la firma del contrato, el diecisiete de septiembre, para más exactitud, Gillum llegó a Clifford’s Inn entre nueve y diez de la noche. Iba, según declaración del portero nocturno, acompañado del señor Baker, y después de entrar los dos, el señor Baker volvió atrás a decir al portero que el caballero que acababa de entrar con él era el señor Gillum, el nuevo inquilino del sesenta y cuatro. Al mismo tiempo le pidió que avisara a Weech.

»El portero lo hizo así, y cuando Weech subió al piso, para saludar al nuevo inquilino, la puerta le fue abierta por el hombre que en adelante debía ser conocido por el nombre de John Gillum. Se extendió un contrato nuevo y se rasgó el viejo. Desde entonces no se ha vuelto a ver al misterioso señor Baker.

—¿Cuánto tiempo pasó allí aquella noche? —preguntó Miller.

—No se ha encontrado respuesta a esa pregunta. El portero nocturno le vio entrar en la Inn, pero nadie le vio salir.

—¿Tiene alguna descripción de él? —inquirió Miller.

—Sí —replicó Thorndyke—. Weech lo describe como hombre alto, de su propia estatura, o sea un metro setenta, cabello castaño claro, barba, bigote y ojos azules. Su aspecto era de caballero, muy atractivo. Observarán ustedes que si se hubiera teñido de negro el cabello, la barba y el bigote, su aspecto habría sido muy semejante a la descripción que el señor Mortimer nos hace de John Gillum.

»Y llegamos, ahora, al final de mi investigación. Debo decirles que lo inicié con bastante miedo, pues si los resultados no eran los que yo aguardaba, todo se hubiera venido al suelo y me habría sido necesario empezar de nuevo. Sospechaba que el doctor Augustus Peck era el personificador de John Gillum, y que Baker y el doctor Peck eran la misma persona. Si esto era cierto el doctor Peck tenía que ser un hombre de metro setenta de estatura, complexión sanguínea, ojos azules y cabello castaño claro.

»No es necesario que explique en detalle nuestra entrevista con él, pero sus características físicas concordaban por entero con las del inquilino de Clifford’s Inn, el hombre a quien Mortimer conoció como John Gillum, y Weech como Gillum y el misterioso Baker. Y con estas pruebas y las otras que poseo, afirmo que Augustus Peck es el hombre que en la noche del diecisiete de septiembre asesinó a John Gillum, y desde entonces usurpó su personalidad en Clifford’s Inn y en todos los demás lugares.

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