¿Suicidio?

¿Suicidio?


Segunda parte. El caso de John Gillum. (Narrado por Christopher Jervis) » Capítulo XIX. Reaparece el señorSsnuper

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CAPÍTULO XIX. Reaparece el señor Snuper

Un profundo silencio reinó en la habitación después que Thorndyke hubo terminado. Estábamos todos impresionados por lo ingeniosamente que había sido expuesta la complicada trama. Sin embargo, era indudable que en los cerebros de todos nosotros estaba el mismo pensamiento. A pesar de lo completo y concluyente de la demostración, el caso ofrecía cierta irrealidad. Algo faltaba.

Fue Anstey quien, rompiendo el silencio, puso en palabras nuestros pensamientos.

—Nos ha presentado usted una magnífica serie de pruebas circunstanciales, Thorndyke —dijo—. Las pruebas de su tesis parecen concluyentes, y no quiero criticarlas en lo más mínimo. Pero, al fin y al cabo, el superintendente y yo somos hombres prácticos que tienen que trabajar con realidades. Nos va a ser muy difícil convertir en pruebas para el jurado lo que usted acaba de contarnos. Espero que lo comprenderá, ¿no?

—Su dificultad estriba, principalmente, en que todo el caso, desde el principio hasta el fin, se basa en pruebas circunstanciales, ¿verdad?

—Exacto —replicó Anstey—. Si detenemos a ese hombre y le acusamos de asesinato, no podemos presentar contra él la menor partícula de prueba. El difunto lord Darling dijo en cierta ocasión que las pruebas circunstanciales son más concluyentes que las pruebas directas. Pero los jurados no comparten tal punto de vista, y en eso creo que están acertados. Si llevamos a juicio a ese hombre con las pruebas que en su contra tenemos, lo más seguro es que salga absuelto. ¿Se da cuenta de la dificultad?

—Sí. Desde el principio la he advertido. Pero me he provisto de medios para hacerle frente. Hasta ahora me he limitado a utilizar las pruebas circunstanciales, ya que sobre ellas es donde descansa el caso. Sin embargo, estoy en condiciones de presentar dos datos que han de satisfacerles a usted y a Miller. El primero son las fotografías que Polton ha preparado.

Polton se levantó en seguida y salió un momento del salón, regresando con un pequeño álbum que entregó a Thorndyke, quien sacando de él dos fotografías 25,5 por 20, siguió:

—Estas dos fotografías son ampliaciones de unos originales muy pequeños que me fueron prestados por el señor Benson. El primero representa un grupo impresionado por el propio señor Benson, en Australia, y ampliado del negativo. Lo elegí por haber sido tomado a la sombra de un edificio, quedando así las caras perfectamente iluminadas. ¿Que le parece, Benson? ¿Está bien el parecido?

Benson tomó la fotografía que le era tendida y después de mirarla replicó:

—El parecido es excelente. La ampliación lo ha conservado de una forma magnífica.

—Entonces páselo al señor Mortimer —siguió Thorndyke.

—¿Lo ha visto ya Mortimer? —preguntó Anstey.

—No. He creído preferible que usted asistiera a la prueba.

—Tiene usted mucha confianza —comentó Anstey—. Y lo mismo pensé yo.

Mas a juzgar por la expresión de Mortimer, la confianza estaba justificada. Al cabo de un momento, Mortimer devolvió la ampliación, declarando:

—En este grupo no hay nadie a quien yo conozca.

—El de la barba es Gillum —indicó Benson.

—Eso mismo había supuesto yo —replicó Mortimer—. Pero no le reconozco. Para mí es un extraño.

—Entonces pasemos a la segunda fotografía —prosiguió Thorndyke—. Es una ampliación de un pequeño positivo, y no es tan clara como la otra. Fue tomada por el primer oficial del barco y muestra un grupo de cuatro hombres. Uno de ellos es John Gillum. Examínelo atentamente, Mortimer, y vea si esta vez reconoce a John Gillum.

Mortimer tomó la fotografía y la examinó atentamente. Su expresión se hizo más incrédula por momentos.

—Es curioso —comentó—. Esta vez le he reconocido a la primera mirada. Supongo que el parecido debe ser mayor.

—Diga a Benson quién es John Gillum.

Mortimer volvióse hacia Benson y señaló una de las figuras de la foto.

—Éste es Gillum —dijo.

—Pues se equivoca usted —replicó Benson—. Ése a quien señala es el médico del barco: el doctor Peck. John Gillum es el que está junto a él.

Mortimer le miró asombrado, aunque no vi el porqué de su asombro, después de lo que habíamos oído. Luego, echando otra mirada a la foto, comentó:

—¿Ése es el doctor Peck? Pues entonces el hombre a quien yo conocí bajo la personalidad de John Gillum debía de ser el doctor Peck, pues el parecido es inconfundible.

Miller se frotó las manos, declarando:

—Ahora ya pisamos terreno sólido. Las palabras del señor Mortimer son convincentes. Pero según creo, doctor, guarda usted otra carta en la manga, ¿no?

—Sí, y creo que le resultará muy aceptable.

Thorndyke se levantó y dirigiéndose a un armario lo abrió sacando de él un objeto en el cual reconocí la pequeña ruleta que había visto en la habitación de Gillum. Después de explicar su naturaleza y origen, continuó:

—Como puede ver, se encuentra cubierta de huellas dactilares, muchas de ellas superpuestas, y la mayoría, indescifrables. El polvo gris con que las he cubierto no las deja ver claramente a simple vista, pero en cambio permite fotografiarlas admirablemente; por lo tanto les aconsejo que examinen las excelentes fotografías que Polton ha sacado de esa caja.

Del álbum sacó una cantidad de copias fotográficas sobre papel bromuro, y las pasó a Miller, quien las examinó con redoblado interés.

—No están mal, doctor —dijo cuando las hubo mirado—. Hay, por lo menos, media docena que nuestros técnicos podrán identificar fácilmente. Pero ¿qué valor tienen? ¿Qué prueban?

—Demuestran que son las huellas dactilares de alguien que ha manejado esa ruleta que perteneció al inquilino de Clifford’s Inn, por lo cual es lógico suponer que esas huellas pertenezcan a sus dedos. De todas formas, fueron dejadas por alguien que estuvo en aquel piso; y Mortimer vio al individuo manejar la ruleta. En último caso, las huellas demuestran que pertenece a alguien que visitó bastantes veces a John Gillum. Ahora dirija su atención sobre estas otras huellas.

Mientras hablaba, Thorndyke sacó del álbum una hoja de papel en la cual se veían dos grupos de huellas dactilares hechas, al parecer, con tinta de imprimir, y acompañadas de una firma del mismo negro intenso. Miller tomó el papel y comparó las huellas con las que mostraban las fotografías.

—No cabe duda de que se trata de las mismas huellas —dijo—. Pero ¿de quién son? Creí que se trataba de litografías. ¿Y esa firma? Parece, también, una litografía.

—Es una litografía —replicó Thorndyke, sacando otro papel del álbum—. Le explicaré cómo está hecho. Aquí, como ve, tenemos una copia de la carta del famoso chantajista. La escribí yo mismo en una hoja de papel litográfico. Cuando visitamos al doctor Polton se la di a leer. Cuando hubo terminado llamé su atención hacia el certificado escrito al dorso, con lo cual el doctor volvió la carta, de forma que sus dedos tocaron el papel en tres sitios distintos, todos los cuales evité tocar cuando me fue devuelta la carta.

»Más tarde llamé a un buen litógrafo y le pedí que sacara unas cuantas copias de las huellas, pero antes le pedí que estampara su firma de manera que apareciese junto con las huellas y de esa forma quedara probada su autenticidad.

—Entonces, ésas son las huellas dactilares de Peck, excepto las que están en un extremo, que, sin duda, deben ser las de usted. Por lo cual, las huellas dactilares de la ruleta son también las suyas. Esto inclina la balanza a su favor, doctor, pero de todas formas, no nos vendrían de más algunas otras pruebas.

—En cuanto empiece usted a trabajar este caso se encontrará con pruebas más que sobradas. Pruebas del Banco, de Cope, de otras fuentes. Pero con las de ahora tiene bastante para arrestar a Peck. Estas huellas dactilares demuestran que estuvo en casa de Gillum en los mismos instantes en que, según su declaración, estaba navegando por el otro extremo del mundo. ¿Está satisfecho, Anstey?

—Desde luego. Me presentaré ante el tribunal con toda confianza. Ya veo la sombra de la cuerda.

En este momento Mortimer tomó la palabra.

—He estado aguardando que se hiciera alguna referencia al pobre Abel Webb. ¿Es que figura como prueba?

—Para mi propia investigación su persona me fue de gran utilidad, mas para la acusación no es necesario. No me cabe la menor duda de que Peck le asesinó. Mas no puedo probarlo, y sin pruebas sería inútil hacer ninguna referencia al asesinato.

—¿No tiene alguna idea de por qué le mató Peck?

—El motivo del asesinato de Abel Webb es clarísimo. Abel Webb era amigo de Peck y Gillum. Dio la casualidad de que viera a Peck en la casa donde trabajaba, debió de reconocerle y notó que llevaba el cabello teñido de negro. Es más, observó que se había disfrazado de forma que se parecía a Gillum. Debió de obtener la dirección de Gillum y acudió a su casa, sin duda, para hacer investigaciones. Allí se encontró con Peck. El asesinato era, pues, inevitable. Peck sólo tenía dos alternativas: o matar a Webb o abandonar el juego y desaparecer. Es natural que, siendo quien era, decidiese asesinar a Webb.

—Ya que tratamos del asunto, ¿podría explicarnos brevemente cómo ocurrió todo, desde un principio? —pidió Benson—. No veo muy claro cómo llegó a cometerse el crimen.

—Dicho con toda brevedad, opino lo siguiente: Durante el viaje, Peck se enteró de un sinfín de detalles íntimos de la vida de Gillum. Supo que iba a recibir unas cantidades de dinero muy importantes, que nadie le conocía en Inglaterra, donde sería un perfecto extraño. Estas dos circunstancias le hicieron ver la posibilidad de hacerse pasar por Gillum y apoderarse del dinero.

»Durante el resto del viaje debió de dedicarse a averiguar todo lo que pudo acerca de la vida íntima de Gillum y del estado de sus negocios. Tal vez Gillum le encargara de buscarle alojamiento en Londres. Sea lo que sea, lo cierto es que Gillum desembarcó en Marsella, y entonces la amistad entre los dos hombres estaba firmemente establecida. Puede que estuvieran en comunicación por carta mientras Gillum viajaba por Francia. Esto lo indica el hecho de que Peck supiera la fecha de llegada a Inglaterra de Gillum.

»Tan pronto como Peck desembarcó, procedió a prepararlo todo para llevar a buen fin su plan. Tuvo la suerte de encontrar un piso en el cual hubiese una carbonera tan grande. Una vez conseguida la habitación, las dificultades desaparecieron por completo. No necesitó más que arreglar la carbonera, hacerse hacer una caja para el cadáver, comprar el hielo y el material aislante, preparar la dentadura de oro, y conseguir un tinte adecuado para el cabello. Todo esto pudo hacerse sin llamar lo más mínimo la atención. En el caso de que el plan no pudiera ser llevado a efecto, no tenía más que abandonarlo. Entretanto no había hecho nada ilegal.

»Cuando llegó Gillum todo estaba ya dispuesto. Hasta la cámara frigorífica estaba cargada de hielo de ácido carbónico. La confiada víctima fue conducida al piso, donde Peck la asesinó. Sin duda, Gillum comió bastante y bebió más. El licor debía de contener una dosis moderada de morfina. Cuando ésta hizo efecto y Gillum quedó dormido, Peck le administró una dosis más fuerte con ayuda de una jeringuilla de inyecciones.

—En la autopsia no se encontró ninguna señal de inyección —advirtió Anstey.

—No se buscó —replicó Thorndyke—. Pero es muy fácil poner una inyección y evitar que la huella de la aguja se vea. Sin embargo, el detalle carece de importancia. El veneno fue administrado, y en cuanto esto ocurrió, Gillum fue hombre muerto. Peck había quemado sus naves y la necesidad más urgente por el momento era librarse del cadáver, pues si se le encontraba allí con el muerto, estaba perdido. Lo más probable es que dispusiera de él en cuanto Gillum perdió el sentido. Desnudo el cuerpo, lo metió en el depósito con el hielo carbónico, cerró la tapa, la cubrió con fibras de sílice, dejó caer la tapa del doble fondo, y éste fue cubierto con unos cuantos kilos de carbón.

—¿Quiere decir que metió al hombre, aún vivo, en el refrigerador?

—Aunque así hubiera sido, aquel cuerpo no habría conservado la vida mucho tiempo en una atmósfera de unos cincuenta grados por debajo del punto de congelación. Sin embargo, eso fue lo que debió de hacer. Mientras el muerto estuviera visible en su cuarto, corría un peligro inmenso, pero tan pronto como fue quitado de en medio, estuvo seguro. Podía pasar el resto de la noche ocupado en teñirse el cabello y en completar las disposiciones para la mañana siguiente. En cuanto el cabello estuvo seco y se hubo colocado en la boca la dentadura postiza, Peck estuvo seguro. El único peligro era encontrarse con alguien que hubiera conocido al verdadero John Gillum o al doctor Peck, y, peor aún, que hubiese conocido a los dos.

»Habrán observado lo completo de sus preparativos. Mas pronto o más tarde debía acabar con aquella usurpación de personalidad. ¿Qué haría entonces? El desaparecer, simplemente, no bastaba. Haría correr el riesgo de que se investigara. Pero no hacía falta desaparecer. En el momento debido podía sacar el cadáver, fingir el suicidio, y la muerte de John Gillum sería una cosa completamente natural. Pero no se limitó a eso. Antes fue forjando todas las circunstancias que podían llevarle, lógicamente, a dar ese paso. Se preparó los anónimos del chantaje, con tal previsión que no sólo concordaban con sus extracciones de dinero, sino que incluso, si llegaba el caso, justificaban la muerte de Abel Webb. Jervis y yo asociamos, al principio, aquel crimen con el chantaje.

»Por fin observen la previsión demostrada con el cadáver. Era indudable que pasarían varios días antes de que se descubriese. Por entonces ya se habrían borrado todas las señales de la refrigeración. Visto en conjunto, el crimen era perfecto, ingenioso y maravillosamente llevado a cabo.

Durante un rato seguimos discutiendo sobre el asunto, hasta que Miller, después de consultar el reloj, anunció que era ya hora de retirarse.

—Les acompañaremos hasta la verja —dijo Thorndyke—. De paso respiraremos un poco de aire fresco…

Por consiguiente les acompañamos hasta Inner Temple Gate, y al volver sobre nuestros pasos observé dos hombres a quienes ya había visto antes. Parecían habernos seguido, y continuaban haciéndolo. Llamé la atención de Thorndyke sobre ellos, pero ya los había observado.

—¿Será Snuper y uno de sus hombres?

—Es posible. Sé que Snuper me vigila. Divide su atención entre Peck y yo, pero creo, más bien, que sean un par de agentes de Miller. El superintendente se preocupa de mí tanto como Snuper.

Apenas había pronunciado estas palabras, sonaron dos secos disparos de pistola automática.

—Debe de ser Peck —indicó Thorndyke, echando a correr hacia el lugar donde habían sonado las detonaciones.

Alguien corría delante de él, y yo procuré no quedarme atrás.

En Elm Court la persecución llegó a su fin, al salir dos hombres de la oscuridad y precipitarse sobre el que huía. Thorndyke llegó al momento y de un salto se apoderó de la pistola que empuñaba el fugitivo, que parecía tener la fuerza de veinte hombres. Me costó trabajo reconocer en su congestionado rostro el del doctor Peck, de Whitechapel.

La lucha terminó tan de prisa como la persecución, y entre los cuatro conseguimos esposar a Peck, quien dándose al fin cuenta de lo inútil de su resistencia, se dejó poner en pie, respirando fatigosamente, pero sin pronunciar una palabra, aunque dirigía miradas cargadas de odio a mi compañero.

De pronto me fijé en uno de los que habían dominado a Peck, y observé que tenía una manga desgarrada y teñida de sangre.

—Espero que no será una herida grave —dije.

—¡Oh, no! —replicó el hombre, con una sonrisa—. Es sólo cuestión de un poco de esparadrapo y una visita al sastre.

Al hablar me miró fijamente y de súbito comprendí que tenía delante al señor Snuper.

Acompañamos al detenido hasta Inner Temple Gate, y aguardamos a que la policía llegara en respuesta a la llamada telefónica. Luego, al cerrarse la portezuela y alejarse el auto, regresamos a nuestro piso. El señor Snuper hubiera desaparecido con su habitual eficiencia si Thorndyke no se lo hubiese impedido.

—No, no, Snuper. Usted se viene con nosotros. Le debemos la vida, y estuvo usted a punto de perder la suya por salvarnos. Acompáñenos para que, al menos, le hagan las reparaciones más urgentes.

Estas reparaciones fueron llevadas a cabo por Polton (que al enterarse de lo ocurrido, casi besó los pies a Snuper) mientras Thorndyke procedía a la cura de la herida, que, por fortuna, no tenía nada de grave.

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