Suicidio

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12. Crecerás, te lo prometo, crecerás

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CRECERÁS, TE LO PROMETO, CRECERÁS

Las estadísticas no mienten: el suicidio en adolescentes, principalmente hombres, ha aumentado en más del 650% en nuestro país, desde 1990. En México, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes, después de los accidentes automovilísticos.

La principal causa para el suicidio de jóvenes son las dinámicas familiares tóxicas, que terminan por generar problemas en sus relaciones interpersonales, como en la socialización, en el área amorosa o cuando son víctimas de bullying (que significa ser molestado y acosado por el grupo social al que se pertenece).

Si eres adolescente y estás leyendo este capítulo, estoy preocupado por ti. Sé que estás en riesgo y que te sientes muy presionado y perdido. Sé que estás en crisis, que te abruman los problemas que experimentas y que no encuentras salida. Posiblemente, es la primera vez que te enfrentas a la crudeza de la vida, y lo más seguro es que te sientes indefenso y desamparado. Eres apenas un adolescente y crees que la vida es solo sufrimiento. Sé que estás enojado y dolido. Por eso, para mí, este capítulo es el más importante de todo el libro.

La adolescencia es, por mucho, la crisis más difícil que he tenido en mi vida; y de veras hubiera deseado que alguien me hiciera sentir comprendido, contenido y apoyado. Estás considerando quitarte la vida, y es algo que importa. A mí me importa, aun sin conocerte, porque valoro tu vida. Como sé que hay un sinfín de experiencias valiosas que te quedan por vivir, haré lo que esté en mis manos para detenerte y para convencerte de que no te quites la vida. El suicidio siempre es una solución definitiva a un problema temporal.

Ya que para mí es tan importante lo que estás sintiendo en este momento, lo primero que quiero es acercarme a ti para compartirte mis sentimientos, para hablarte de mí y para contarte cómo logré no quitarme la vida cuando tenía tu edad. No creas que voy a hablarte de un caso terapéutico más. Voy a hablarte, con el corazón en la mano, de la crisis que yo viví, y de lo duro que fue vivirla cuando era adolescente.

Para empezar, se supone que nuestra familia es el ámbito al cual podríamos acudir cuando nos sentimos hartos de la vida, y donde nos deberíamos sentir escuchados, respetados y amados de manera incondicional. Cuando el mundo está en contra de nosotros y nos sentimos amenazados, nuestra propia familia debería ser el espacio donde encontráramos apoyo y comprensión. Las familias deberían funcionar así, pero desgraciadamente no todas actúan de esa forma. Como ya revisamos en el capítulo anterior, es muy probable que si estás considerando el suicidio, tu familia, al igual que la mía, sea una familia disfuncional. Pues a mí también me tocó crecer en una familia tóxica y ¡vaya que tuve ideación suicida!, ¡vaya que quise dejar de existir!

Por lo general, un adolescente que siente ese sinsentido, ese desamparo, esa falta de conexión con la vida, vive en una familia disfuncional. Como ya vimos, en una familia enferma no hay cercanía emocional entre los miembros, no hay un verdadero apoyo para los hijos, no hay capacidad de individualidad. Por lo tanto, sus integrantes se llegan a sentir muy solos. Pues así era mi familia, y muchas veces me sentí completamente perdido y confundido. Mi vida familiar estaba llena de violencia y abuso físico y verbal. Mis papás eran muy rígidos, exigentes y perfeccionistas. Además vivíamos con niveles muy altos de agresión verbal y física. Mi papá era explosivo e hiriente; por ejemplo, si no había queso en la casa, o si no estaban frías las cervezas que le gustaban para cenar, podía dispararse en él una furia irracional, una violencia que a mí siempre me paralizaba. Lo odiaba con toda mi alma. Apenas oía la puerta eléctrica en la noche —señal de que había llegado—, me sentía paralizado de miedo y con ganas de estar lejos… muy lejos de todo.

Recuerdo con toda claridad un día de mi vida en familia, cuando era adolescente. Yo tenía unos 17 años. Me habían entregado calificaciones en el colegio y me había ido mal en esa ocasión, pues había sacado 6 en Matemáticas y 7 en Química. Estudiaba en un colegio religioso, estricto, con muy buen nivel académico; de aquellos colegios de “la vieja escuela”. Siempre era de los cinco más aplicados del salón; o sea que era de los nerds, de los ñoños. Y no te lo platico para presumirte, sino para que entiendas el nivel de angustia que yo vivía ante la exigencia irracional de perfección en las calificaciones que existía en mi casa. Pues resulta que en esta ocasión me había ido mal desde la perspectiva de mis papás. No había reprobado cinco materias, no; no me habían expulsado, no; ni siquiera había reprobado ¡una! materia, simplemente me había sacado un 6 en Geometría Analítica y un 7 en Química. A pesar de estas calificaciones, mi promedio general era de 8.9, pero no era perfecto; era mediocre ante los ojos de mis papás. Para ellos nada era suficiente. Las calificaciones nunca eran motivo de reconocimiento. Sin importar cuánto me esforzara y cuántas ganas le echara, siempre había un sermón de por medio, con el que acababa sintiéndome mediocre por no haber sacado el primer lugar del salón.

Pues nunca olvidaré este día que te narro. Venía regresando de nadar y mi mamá me había prestado su coche. (Yo nadaba casi diario porque tengo un problema de escoliosis, y era el tratamiento sugerido). Venía manejando y me sentía abatido. Tenía que entregar las calificaciones, y sabía que un conflicto enorme se desataría esa noche. Llegué a la casa y estaba paralizado. No quería salir del coche, a pesar de estar ya estacionado en la cochera. Me sentía totalmente desamparado y muy estúpido por ocasionar conflictos. Me sentía un total fracasado. Tenía 17 años y estaba atrapado en un sistema familiar donde parecía que nada era suficiente, con un padre al que le temía desde lo más profundo de mi ser, por lo violento que era cuando algo no era perfecto —aventaba cosas, gritaba, les pegaba a las puertas y las rompía—; una madre rígida y exigente, que nunca puso ningún límite a la violencia de mi padre, y un hermano menor al que adoraba por sobre todas las cosas, pero al que sentía que no podía proteger.

Recuerdo, como si hubiera sido ayer, estar metido en ese coche deseando con todas mis ganas morir. Faltaban dos horas para que llegara mi papá, y tenía que entregar esas calificaciones. Nada tenía sentido, no había nada que me pudiera liberar. Sentía una profunda desesperanza y estaba paralizado de miedo. Sabía que la violencia tomaría una vez más las riendas de la casa; que mi mamá no haría nada más que quedarse callada y, tal vez, servirle otra cerveza a mi papá, y que mi hermano y yo seríamos el blanco de toda su agresión. Además, y para aumentar mi angustia, mi hermano, que era verdaderamente brillante y con calificaciones impecables, “por mi culpa” pagaría los platos rotos de mi mediocridad. Escribo estas líneas y vuelvo a sentir el nudo en la garganta y la angustia que sentí en esa tarde, y muchas otras más. Ya no podía más. En ese momento deseé con todas mis fuerzas morir. Me recuerdo imaginando que subía a la biblioteca donde mi papá tenía su colección de armas, que tomaba una escopeta calibre 12, iba al armario donde tenía los cartuchos, la cargaba, me la llevaba a la boca y terminaba con ese sufrimiento. Lo imaginaba y sentía miedo, pero, al mismo tiempo, sentía paz. No quería seguir ahí, mas no tenía escapatoria, ya que solo tenía 17 años y era totalmente dependiente de mis papás. En verdad eran tiempo difíciles. Pasaban los minutos y lo único que deseaba era terminar con mi vida. Mientras todo esto ocurría en mi mente, recuerdo que imaginé que me topaba con la lámpara de Aladino, y que el genio me otorgaba un deseo: “Deseo tener 25 años, y ya no vivir aquí... Deseo tener 25 años y estar lejos de este lugar...”, repetí una y otra vez…

No recuerdo la magnitud de la violencia de ese día, aunque recuerdo que mi padre me repitió —por lo menos 15 veces— lo mediocre y lo fracasado que era, y que me “arrastraría en la mierda” para pedirle ayuda. Pero lo importante es que los años pasaron, y ahora estoy muy cerca de cumplir 40. Y no, gracias a Dios, nunca me he tenido que arrastrar para pedirle nada. Hoy me doy cuenta de que el genio de la lámpara existió y que me trasladó de ese lugar de sufrimiento y dolor a donde estoy parado hoy en día. Solo era cuestión de tiempo, solo era cuestión de esperar y crecer. Ya soy “grande”, vivo mi propia vida y elijo no vivirla con violencia y maltrato. Vivo un matrimonio donde lo único que está prohibido es el abuso y la violencia. Vivo tranquilo, me puedo relajar.

¿Qué te quiero decir con todo esto? Que finalmente el tiempo pasó y dejé de ser adolescente. Que crecí y pude hacerme cargo de mí, de manera responsable. Un día pude, al fin, tomar las riendas de mi vida. ¿A qué voy con todo esto? A contarte que, en ese momento, en aquel coche, a los 17 años, parecía que mi vida estaba terminada. Sin embargo, el infierno que vivía en mi casa terminó. Cumplí los 25 años, los 30 y los 35, y estando cerca de los 40, te puedo asegurar que, aunque no he tenido una vida perfecta, aquí y ahora me siento dueño de mi vida y me siento en paz. Ya no tengo miedo, y ahora sé que soy una persona valiosa. Ya no me paralizo ante una puerta eléctrica, ya puedo elegir cuando ya no quiero estar en una reunión donde se abusa del alcohol y, sobre todo, ya puedo decir lo que siento y dar mi punto de vista sin miedo al rechazo y a la crítica. El infierno de vivir con violencia intrafamiliar terminó.

Entonces, en verdad sé lo que es ser adolescente y vivir en un sistema familiar donde los sentimientos principales son el miedo, la soledad y la desesperación. Desde esos tiempos de tanto sufrimiento, ya han pasado 22 años. Crecí y todo pasó. Como ya te lo he dicho: todo termina por pasar. Lo bueno de lo malo es que pasa… siempre.

Si eres adolescente y estás viviendo algo similar a lo que yo viví, si eres víctima de abuso verbal o físico, si vives en una familia que lastima, lo más seguro es que sientas que no hay nada que pueda mejorar tu situación, que estás condenado a sufrir por siempre y que el único camino a seguir es el suicidio. Soy el vivo ejemplo de que no tiene que ser así. Me siento orgulloso de haber seguido adelante y de no haberme dado un tiro ese día con aquella escopeta. Han pasado muchos años, y me han sucedido muchas cosas maravillosas en el transcurso. En aquellos momentos terribles no veía la salida, estaba metido en la cubeta, tenía la visión del cangrejo y sentía una total desesperanza; sin embargo, permití que mi vida siguiera adelante, y crecí…, crecí hasta poder transformar mi realidad.

Quitarme la vida hubiera implicado negarme la oportunidad de llegar a experimentar que la vida puede ser algo diferente a la angustia que vivía en mi familia de origen. Hoy, tantos años después, te puedo decir que valió la pena soportar el maltrato y la desesperación. No es algo que recuerdo con alegría, pero definitivamente me ayudó a tener claro lo que nunca quiero volver a vivir.

Lo más importante de este asunto de las familias disfuncionales es que ellas son la principal razón por la que un adolescente decide quitarse la vida. Está comprobado, es un hecho, es una realidad. Aunque el adolescente se lo atribuya a problemas amorosos o de socialización, la realidad es que si tuviera una familia sólida y un sistema familiar donde refugiarse, encontraría el apoyo que tanto necesita y podría superar las crisis emocionales por las que atraviesa.

En la gran mayoría de los casos donde hay intentos suicidas en adolescentes, se experimenta algún tipo significativo de maltrato y abuso familiar, que generalmente es causado por alguno de los padres, a quien llamamos tóxico. Con esta violencia habitual, se van perdiendo en la familia la dignidad, los valores, el respeto, la conexión con el mundo y con la vida, y se diluyen los derechos de los miembros. Peor aún, como estas dinámicas de agresión y maltrato se viven todos los días en este tipo de familias, el miedo y la sensación de indefensión que se generan en sus integrantes pueden llegar a neutralizarse; es decir que estas situaciones arbitrarias e injustas se tornan tan usuales y reiteradas que los miembros aprenden a vivirlas como algo natural y, sobre todo, como algo merecido: “No merezco ser feliz”, “No merezco que me traten bien”, “No merezco ser amado, ya que soy mediocre”. Y cuando terminas por creértelo, acabas por percibir que la vida no vale la pena y que estás destinado a sufrir hasta que te mueras.

En una familia donde hay violencia, las conductas de maltrato nunca son sancionadas, y quienes maltratan se consideran con el pleno derecho de hacerlo. Rara vez se reconoce el error por parte del abusador, y el hijo termina por “adaptarse” a vivir con una baja autoestima. Después de un evento violento, la familia en general suele actuar como si no hubiera pasado nada y, paradójicamente, la víctima es quien se acerca al agresor en son de paz. De esta manera, cuando tus padres son violentos como lo fue el mío, te acostumbras a que te hablen con groserías, a que se burlen de ti, a que te insulten o a que te golpeen.

El maltrato físico que se presenta en este tipo de familias es terrible porque deja huellas en el cuerpo, pero el maltrato verbal y psicológico deja heridas emocionales para toda la vida. Y más aún, quienes viven este tipo de relación familiar son reticentes a denunciar lo que ocurre por miedo a las consecuencias y por una ingenua esperanza de que un cambio espontáneo suceda en quien agrede. Por lo tanto, el niño o el adolescente que vive en un sistema donde hay violencia se halla en tensión constante, justifica al padre abusador e inconscientemente aprende a hacerse responsable de la errática conducta de sus padres. Nunca tiene tranquilidad, nunca se siente en paz. El hijo que vive en un sistema de este tipo experimenta un aplastamiento psíquico; es decir que sus emociones y capacidades terminan por anularse, que vive con baja autoestima, con falta de sentido vital y con desesperanza y miedo a la vida. Pierde la convicción de que podrá obtener lo que desea de la vida, y aprende a que sus sueños nunca se alcanzarán. Así, empieza a autosabotearse, a actuar de manera autodestructiva, y refuerza la creencia de su poca valía al ir echando a perder su vida por medio del alcohol, de la falta de responsabilidad o dejando las cosas a la mitad. El extremo y consecuencia fatal de esta conducta, y por lo tanto de la creencia de que la vida solo significará sufrimiento y fracasos, es el suicidio.

Pero ¿por qué el maltrato persiste? Porque vivir atemorizado por las represalias, por los golpes, por la posible pérdida del sustento económico, por los constantes castigos y la manipulación emocional del maltratador genera un estado general de confusión y desorganización en el hijo, que llega a experimentar gran culpa por la situación. El adolescente se percibe a sí mismo como caótico, problemático y como el que origina los problemas familiares.

La violencia intrafamiliar genera una gran situación de vulnerabilidad de los hijos ante los padres, ya que es claro que tienen menos recursos (emocionales, económicos y de lenguaje) para defenderse de las figuras de autoridad, a las que temen profundamente.

Sé lo que es estar ahí, inmerso en un sistema donde lo único constante es la desaprobación, el maltrato y el abuso —físico y verbal—, pero también he experimentado lo maravilloso que es poder dejar esa etapa atrás. Sé que no te va a gustar lo que voy a decir, pero el tiempo y el trabajo personal de autoayuda que hagas contribuirá a sanarte. Sé que no te gusta porque implica que en este momento de tu vida no es mucho lo que puedes hacer para cambiar la manera en la que vives. Pero por muy difícil que sea tu dinámica familiar, por muy devaluadores y abusivos que sean tus padres, si permites que tu vida siga su curso natural y llevas a cabo ciertas tareas que yo te enseñaré, crecerás y llegarás a la adultez. Entonces, estarás más capacitado para elegir, de forma sana y constructiva, cómo vas a vivir tu futuro, tu propia vida. Es fundamental que lleves a cabo una labor interior para que trabajes en resolver las heridas emocionales de la infancia, pues si estas no se sanan, llegar a la edad adulta no será suficiente.

Es importante que sepas que, aunque vivas en un ambiente hostil y agresivo, no eres responsable en absoluto de las carencias emocionales de tus padres. No eres responsable de los problemas económicos, no eres responsable de la mala relación de pareja que tienen, no eres responsable de su infelicidad y no eres responsable del trato indigno e injusto que tienen hacia ti. Tampoco eres responsable de su enojo, de su miedo, de su resentimiento y de su cobardía. No eres merecedor del maltrato que vives ni eres responsable de modificarlo. Crecerás, te lo prometo, como crecí yo, como crecieron muchos pacientes que he tenido en terapia y, entonces, podrás modificar tu vida de raíz. Cuando se vive en un ambiente violento, los dos ejes fundamentales de salud psicológica de la persona se lastiman:

1. El primero es la capacidad de realización, que consiste en poder hacer lo que se quiere y poder renunciar a lo que no se desea, de manera que se adquiera una sensación gradual de potencia, de placer. Yo recuerdo que en esa época de mi vida de la que te he hablado lo que yo deseaba parecía valer muy poco, y era imposible decir que no a las exigencias de mis papás. Lo único importante era seguir las reglas y callar, aunque estas fueran injustas. Tenía que callar para no generar reacciones de violencia, aun cuando en el fondo supiera que no tenían razón. Cuando te encuentras en esta situación, en la medida en que se pierde la sensación de potencia y control, se incrementan la frustración, la irritabilidad, la desesperación y la desesperanza.

2. El segundo eje de salud que se ve afectado es la satisfacción afectiva; es decir, la capacidad de establecer relaciones sociales sanas, duraderas, nutritivas y profundas. A medida que una persona genera una adecuada red de apoyo social, la autoestima se fortalece, se logran expresar adecuadamente los sentimientos, se pide ayuda y se genera la capacidad de dar y recibir amor. Quienes viven con violencia intrafamiliar pierden la capacidad de confiar en los demás, se aíslan y viven en soledad su dolor. Yo recuerdo que éramos “la familia perfecta”, los hijos que a todo decíamos que “sí”, que nunca nos quejábamos de lo que pasaba en casa, que nunca nos oponíamos a las exigencias irracionales de nuestros papás. Éramos los hijos que se vestían de cuadritos y mocasines, los “hijos perfectos”; pero con la soledad más intensa que he sentido en casi 40 años de vida. Aquel día, en el coche de mi mamá, sentí la soledad más profunda de mi historia.

En todo esto, es importante dejar claro que la configuración de un grupo no explica totalmente su disfuncionalidad; es decir, el que cierto tipo de gente se reúna y se interrelacione no implica que su relación sea necesariamente enferma, y no podemos cargarle toda la responsabilidad de nuestras decisiones, o nuestra patología, a nuestra familia de origen. Si tú y yo hubiéramos crecido en una familia más sana, habríamos tenido que luchar menos, todo habría sido mucho más fácil, habríamos tenido que enfrentarnos a las situaciones estresantes que se enfrentan los demás adolescentes sin la presión de tener que acoplarnos a la violencia familiar, sin tener el estrés adicional de vivir con uno o más abusadores. Sin embargo, esa fue mi realidad, como hoy es la tuya, y somos responsables al cien por ciento de lo que haremos con nuestra vida, con lo que queramos construir en un futuro, a pesar de nuestros padres.

Te comparto que, a pesar de los problemas en mi hogar de origen, definitivamente valió la pena atravesar por todo aquel sufrimiento, porque salí fortalecido y fui capaz de tomar la decisión de convertirme en un hombre que merece ser feliz y que merece ser tratado con respeto y dignidad. Además gané algo esencial: me convertí en una persona que ha decidido no tratar a sus seres queridos de la misma manera.

En un futuro, si así lo decides, podrás encargarte de que los integrantes de tu familia, empezando por tu pareja, vivan en armonía y respeto; y lograrás que se sientan con posibilidades de realización y con la capacidad para relacionarse con los demás de manera sana, expresándose y mostrando afecto y empatía. Si sigues adelante, como espero que lo hagas, tendrás las herramientas para manejar emociones de todo tipo, resolverás problemas sin culpa, te comunicarás de manera adecuada, cambiarás lo que no funciona y enfrentarás la vida de manera sana. Pero para llegar a todo esto es necesario que resuelvas lo que actualmente vives, a fin de que aprendas lo que es un esquema sano y de que cuentes con una posición sólida e independiente ante la vida. Cuando lo logres, serás un adulto que podrá enfrentarse a la vida con responsabilidad, porque contarás con habilidades emocionales adecuadas. Eso es justo lo que yo he intentado lograr desde que soy adolescente, y ahora te puedo decir que lo he conseguido. Y una vez más, si yo pude atravesar por esa etapa tan dura de dolor, tú puedes hacer lo mismo.

El maltrato familiar o la violencia intrafamiliar pueden tener varios matices. Entre ellos están:

Lesiones físicas graves. Fracturas de huesos, hemorragias, lesiones internas, quemaduras, envenenamiento.

Lesiones físicas menores o sin huella. No requieren atención médica y no ponen en peligro la salud física del menor; sin embargo, siguen generándole miedo y sensación de humillación.

Maltrato emocional. Existen seis tipos de maltrato emocional:

— Rechazar. Implica conductas de abandono. Los padres rechazan las expresiones espontáneas del niño, sus gestos de cariño; desaprueban sus iniciativas y no lo incluyen en las actividades familiares.

— Aterrorizar. Se amenaza al niño con un castigo o daño extremo, creando en él una sensación de constante amenaza.

— Ignorar. Se refiere a la falta de disponibilidad de los padres para darles tiempo de calidad a sus hijos. El padre está muy preocupado en sí mismo y es incapaz de responder a las conductas y necesidades del niño.

— Aislar al menor. Se priva al niño de las oportunidades que se le presentan para establecer relaciones sociales.

— Malcriar. Tiene que ver con la formación del menor en un medio donde prevalecen la falta de valores y principios. Se impide la normal integración del niño a una sociedad congruente con su edad y se fomentan en él conductas de abuso y maltrato hacia otros niños.

— Maltratar por negligencia. Se priva al niño de los cuidados básicos, aun teniendo los medios económicos. Se posterga o descuida la atención de la salud, de la educación y de la protección del menor.

Maltrato sexual. Desgraciadamente, el maltrato puede llegar a ser sexual. Si eres o has sido víctima de abuso sexual, tu pureza fue arrancada, y necesitarás asimilar que nadie tenía el derecho de quitarte la capacidad de vivir con inocencia y naturalidad tu infancia y pubertad.

En general, el abuso sexual es predominantemente masculino, para ejercer control sobre las mujeres que se tienen alrededor. Para mantener este control, los hombres necesitan un vehículo por medio del cual la mujer pueda ser castigada, puesta “en orden” y subordinada en términos de control y autoridad. Por desgracia, es difícil que una mujer sepa defenderse, ya que el proceso de abuso sexual empieza en la infancia y sigue hasta la edad adulta.

Los estudios realizados internacionalmente concluyen que las agresiones sexuales perpetuadas contra un niño impactan gravemente su mundo interno, destruyendo la vida emocional y espiritual de la víctima. Estas agresiones producen en la vida de la víctima serios trastornos sexuales, depresiones profundas, problemas interpersonales y traumas, que pueden ser permanentes e irreversibles. En casos extremos —y este puede ser tu caso— pueden llevar a una persona a desear quitarse la vida. Esto se debe a que quienes han sido abusados verbal, física o psicológicamente desarrollan emociones muy perjudiciales, como desesperanza, baja autoestima, vergüenza, culpa, ira, etc., que van acompañadas de una inhabilidad total para manejarlas. En el caso de la ira, los varones tienden a dirigirla hacia el exterior, siendo agresivos hacia otras personas; mientras que las mujeres tienden a dirigirla hacia ellas mismas, envolviéndose a menudo en círculos viciosos autodestructivos, mutilándose (síndrome de automutilación), o con continuos intentos fallidos de suicidio (retroflexión).

Además, quien ha sufrido violencia familiar tiene una gran dificultad para confiar. Esto entorpece en gran medida el proceso de sanación, pues a menudo, aunque encuentre a la persona indicada para intentar una relación íntima o una relación terapéutica, la víctima está tan lastimada que inevitablemente genera una coraza para protegerse de un posible nuevo dolor emocional.

También se ha comprobado que, en la gran mayoría de los casos, quienes han sido golpeados y abusados física y verbalmente maltratarán a sus hijos en la infancia y adolescencia (65% de los casos). Y es que aquellos padres que fueron maltratados en la infancia perciben como justos los castigos implementados, o no se dan cuenta de la desproporción que hay entre la falta cometida y la respuesta violenta. Estos padres, por lo general, justifican su conducta con las siguientes “razones”: problemas económicos, problemas en el trabajo, en la pareja o en la propia familia. Solo muy pocos padres abusadores piden perdón, lo cual es lo más doloroso de la dinámica violenta, pues no se reconoce el error por parte del transgresor y la víctima guarda resentimientos y sentimientos crónicos de enojo, que después expresará de manera retroflectiva a sus hijos (como se explicó). En la gran mayoría de los casos, como los padres están a favor del castigo como medida de disciplina, aunque sientan remordimiento por haber abusado de sus hijos, no lo harán saber y lo postergarán.

Otra consecuencia es que quienes sufren maltrato en la infancia o en la adolescencia, como aprenden a aguantar y a callar, más adelante establecen relaciones abusivas con sus parejas o con sus hijos, y un gran porcentaje siguen permitiendo el abuso verbal, físico o sexual, incluso en la edad adulta. Además, quienes sufren maltrato en la infancia desarrollan desarreglos de orden sexual, ya que no aprenden que el amor es algo que se disfruta y que debe tener un balance entre el dar y el recibir. Quienes crecimos en una familia disfuncional necesitamos aprender a relacionarnos en pareja de manera sana, pues como nos formamos en una familia donde no existía el respeto y la comprensión, en la gran mayoría de los casos nos relacionamos torpemente y responsabilizamos a los demás de nuestras carencias.

No importa el tipo de maltrato que hayas sufrido en la infancia o que estás experimentando actualmente, hay huellas emocionales que necesitarás sanar. Ya sea el maltrato físico, que daña la integridad física de la persona, o el psicológico, que se refiere a toda aquella palabra, gesto o hecho que tienen por objeto humillar, devaluar, avergonzar y dañar la dignidad de la víctima; ambos dejarán huellas significativas para toda la vida. De las dos, la violencia psicológica es mucho más difícil de identificar y, por lo tanto, de validar, ya que sucede solo dentro del grupo familiar. La violencia sexual es toda manifestación de abuso de poder en la integridad sexual de las personas, y se lleva a cabo desde la imposición de desnudarse en contra de la voluntad del sujeto hasta penetraciones anales o vaginales.

Como ya lo sabemos, cuando eres adolescente y estás inmerso en una familia violenta, pierdes los derechos fundamentales que necesita ejercer un ser humano para tener una vida digna. No obstante, aunque creas que no mereces ser feliz y que no podrás modificar tu vida, te prometo que crecerás. Crecerás y serás capaz de construir una vida digna. En una familia tóxica se pierde la individualidad y la importancia de la integridad de los miembros se desvanece, pero cuando creces tienes la oportunidad de volverte a forjar y empezar a vivir con valores congruentes con el amor y el respeto.

Es muy importante recordarte que tienes derechos que mereces ejercer. Tus padres no los ejercen, no los respetan, pero es importante que los tengas presentes:

Tienes derecho a vivir.

Tienes derecho a que te traten con respeto.

Tienes derecho a no asumir la responsabilidad de los problemas de tus padres ni su mal comportamiento.

Tienes derecho a enojarte.

Tienes derecho a decir no.

Tienes derecho a cometer errores sin que te agredan por ello.

Tienes derecho a experimentar y expresar tus propios sentimientos, a tener tus propias convicciones y a que se respeten tus opiniones.

Tienes derecho a aprender de tus errores y a cambiar las conductas que te han hecho daño.

Tienes derecho a aprender a cuidarte y a romper los patrones destructivos de tu familia.

Tienes derecho a pedir ayuda emocional.

Tienes derecho a vivir sin violencia, a rechazar las críticas no constructivas y los tratos injustos.

Tienes derecho a vivir plenamente tu preferencia sexual y a sentirte orgulloso de ella.

Sé que parece lejana la posibilidad de que puedas ejercerlos completamente; sin embargo, la decisión de poder construirlos y ejercerlos algún día está en ti.

Desde hace algunos meses trabajo con Julián. Él tiene 18 años y tuvo un intento fallido de suicidio: la soga con la que trató de ahorcarse se zafó, y solo se rompió la muñeca cuando cayó al suelo. El padre llegó al hospital con algunas copas encima diciendo que Julián era un manipulador, y que si hubiera querido matarse lo hubiera hecho correctamente. La madre insistía que Julián solo estaba tratando de llamar la atención, y que en el fondo nunca había querido morirse. Pero Julián tenía una marca profunda en el cuello, y en sus ojos se veían desesperanza y depresión. “Fue un accidente —insistían sus padres—. Cuando lleguemos a la casa hablaremos con él, y todo se aclarará”. El médico de urgencias le sugirió que tomara algunas sesiones de psicoterapia, los padres de Julián aceptaron, y así es como llegó a mi consultorio.

En la primera sesión, dos días después del suceso, Julián solo pensaba en morirse. “Me quiero morir…”, repetía como autómata. Se sentía solo, vacío y sin rumbo. La razón principal por la que se sentía sin ganas de vivir era porque había terminado con Natalia, su novia desde hacía dos años.

Aunque ambos padres siempre han amado a Julián, han creado una dinámica disfuncional y agresiva en casa: el padre es alcohólico y la madre obsesiva de la limpieza. Además, coexisten en el hogar siempre peleando. Durante las sesiones, Julián me explicó que su novia, Natalia, había terminado con él, y que con ello su vida se había convertido en un infierno. Natalia era la única que lo escuchaba, que lo quería, que lo apoyaba. Natalia había hablado con Julián, varias veces, tratándole de decir que no soportaba la idea de que fumara mariguana, que bebiera en exceso y que no tuviera compromiso con el colegio. Finalmente, después de una borrachera en una fiesta —donde Julián acabó vomitando e insultándola—, Natalia decidió terminar la relación con él. Al día siguiente, Julián intentó quitarse la vida. Estaba deprimido y desesperanzado y, siendo hijo único, se sentía sin apoyo y sin rumbo. No toleraba las peleas de sus padres y había volcado toda su necesidad de afecto en Natalia.

Estos casos suceden todo el tiempo cuando el adolescente no tiene una familia funcional: todos sus deseos y necesidades insatisfechas se depositan en una persona, por lo general, en el primer amor; y así se genera una relación codependiente, donde la estabilidad del adolescente se apoya en la persona con la que se relaciona afectivamente. Esto no es justo para nadie, pues nadie puede ser responsable de nuestros sentimientos, así como tampoco podemos ser responsables de los sentimientos de los demás. Gracias a la terapia y a su trabajo personal, Julián ha ido aprendiendo a responsabilizarse de su propia vida, a no ser parte de las dinámicas destructivas de sus padres, se ha ido comprometiendo a no repetir los patrones neuróticos de relación de sus padres (alcoholismo, insultos y falta de autocuidado). En agosto se mudará a Monterrey para estudiar Ingeniería Agrícola. Julián ha tomado las riendas de su vida.

Necesita ser firme y constante, pero ya ha incorporado a su vida el derecho a buscar su felicidad. Por el momento no tiene pareja, pero es consciente de que él es el único responsable de su autocuidado y su éxito en la vida.

Al igual que Julián, he trabajado con varios adolescentes que depositan en sus parejas toda la responsabilidad de su estabilidad y su felicidad. Esto sucede a menudo en las familias disfuncionales, porque todo el apoyo, la comprensión y el amor que no se obtiene dentro de la casa, se busca de manera demandante en el exterior. Los “conejos” que se unieron tuvieron “conejitos”, y como pertenecen a una familia disfuncional, buscan aferrarse a quienes les ofrecen algo de estabilidad emocional. Esto pasa porque estos “conejitos” no han desarrollado las herramientas emocionales necesarias para relacionarse de manera sana; en sus relaciones predomina un miedo irracional al abandono, y están dispuestos a casi todo para evitar que sus parejas se alejen.

Un adolescente que sufre violencia familiar vive con una gran sensación de vacío emocional, que busca llenar con el primer amor. Y esta es la segunda razón por la que un adolescente puede decidir quitarse la vida: una decepción amorosa. Tal vez acabas de terminar una relación amorosa y, por lo mismo, tal vez te sientas aún más solo y desconcertado. Pero debes saber que no puedes amar si primero no aprendes a amarte a ti mismo. No puedes otorgar algo que no has encontrado para ti. Una relación de pareja no funcionará mientras no aprendas a estar solo y a construirte una realidad de solidez emocional. Terminar una relación es doloroso, no cabe duda; sin embargo, es necesario que aprendas de ello y le des perspectiva al asunto. Créeme que esto no es el fin del mundo, pues allá afuera habrá alguien que esté dispuesto a amarte, tal cual eres, sin que exista una relación de maltrato o de sufrimiento constante de por medio.

Sé que sientes que tu vida se está desintegrando; sin embargo, pronto crecerás. Comprométete contigo, con tu proceso hacia la salud, con tu futuro, con tu cuerpo y con tu mente. Dale un sentido positivo al sufrimiento, identifica lo que no te gusta de tu vida y sé firme en no repetirlo. Transforma lo negativo en algo nutritivo y constructivo. Sé paciente y, te lo prometo, crecerás y podrás dejar esta etapa de vida atrás. Tienes derecho a transformar tu vida, no lo olvides.

Crecerás, te lo prometo.

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