Suicidio
13. Amores que matan
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AMORES QUE MATAN
Romeo y Julieta se quitaron la vida al no poder estar juntos...
La famosa tragedia de Shakesperare se considera una de las obras más románticas y apasionadas de la literatura. Su mensaje es claro: “Sin ti no vale la pena vivir…”.
En la ópera Tosca, de Puccini, Floria Tosca está enamorada del pintor y conspirador Cavaradossi, quien es condenado a muerte por sedicioso. A Floria le hacen creer que la ejecución de su amado es tan solo una farsa. Sin embargo, cuando descubre que Cavaradossi fue asesinado de verdad, Floria se suicida.
De manera similar, en Madame Butterfly (también de Puccini), Cio-Cio San, llamada Butterfly por su amado Pinkefton, se casa con este marino de Estados Unidos. Con la promesa de regresar, él la abandona sin saber que está embarazada. Al final de la ópera, Madame Butterfly descubre que Pinkefton sí ha cumplido su promesa; vuelve, pero de la mano de su verdadera esposa, estadounidense como él. Butterfly no lo tolera y se quita la vida.
Los ejemplos de los que hemos aprendido que el verdadero amor va ligado al dolor no se ciñen tan solo a las mujeres. Uno de los suicidios más famosos de la historia es el del archiduque Rodolfo, heredero del imperio austro-húngaro (hijo de la emperatriz Sissi y del emperador Francisco José). Enamorado de una plebeya con la que nunca podría casarse, se suicida junto con ella en un chalet de caza, a las orillas de un lago. Se los conoce como los amantes de Mayerling.
En México, los dos suicidios por amor más famosos son el del poeta Manuel Acuña, en la Escuela de Medicina, cuyo testimonio es el poema Nocturno a Rosario, y el de Antonieta Rivas Mercado, que sucedió en la catedral de Notre Dame de París.
Amores que matan… Amores imposibles que terminan con la vida del que ama. Amantes que deciden terminar con su vida, en lugar de recuperarla.
Siento muchísimo echarle tierra al pastel y romper la magia de estas “lindas” historias de amor, pero en ninguna de ellas existía amor verdadero. El amor nunca permitirá la renuncia a la propia vida. Este “amor”, que en realidad no es amor, se llama codependencia.
Quiero contarte en este capítulo uno de los casos más impactantes de autodestrucción que he tenido en mi vida profesional. Se trata de un “amor” que terminó por destruir por completo a una persona, no personaje de ficción. Hace unos tres años, llegó conmigo a terapia Valeria, una mujer sudamericana de 32 años que había intentado suicidarse cortándose las venas e ingiriendo algunas pastillas para dormir. Al revisar su historia, me di cuenta desde la primera sesión que en realidad ella había realizado un parasuicidio; es decir, un falso intento suicida para llamar la atención y evitar el abandono de Jiménez, como ella lo llamaba. Pronto lo confirmé: no tenía que lidiar con un caso de un posible suicidio, sino con una enfermedad llamada codependencia. Valeria había intentado “matarse” después de que Jiménez le comunicara que quería terminar la relación, ya que estaba saliendo con otra chica.
Valeria era fotógrafa de profesión y había conocido a Jiménez, diseñador industrial, en un curso de diseño editorial en Barcelona. Luego, Valeria accedió a seguirlo a México. Dejó trabajo y familia en Buenos Aires, pues se había enamorado perdidamente de Jiménez y quería estar con él. La historia de ambos sería una linda historia de amor, excepto por un gran detalle: Jiménez es alcohólico y adicto a la mariguana, y la relación con un adicto solo puede entenderse como una relación codependiente, enferma y destructiva.
Para fines prácticos, vamos a partir de la idea de que el codependiente es aquella persona afectada desfavorablemente, por estar involucrada emocional y económicamente con un individuo muy estresante. Es paradójico que el codependiente describa su relación amorosa como “intensa y apasionada”, cuando en realidad es inestable y enfermiza, lo cual sucede porque no alcanza a ver esta diferencia: al buscar mantener la pasión, no hace sino preservar lo enfermizo de la relación, con lo que termina por destruir su estructura yoica. El codependiente cree que ama demasiado, cuando en realidad está atrapado en un amor mal entendido que daña. Un amor codependiente es algo así como desarrollar una adicción al amor: “No importa cuánto daño me haga, no importa cuánto me tenga que alejar de mi propio bienestar, no importa cuánto tenga que rechazar mi propio proyecto de vida, elijo renunciar a mí para estar con ‘el amor de mi vida’”.
Esta enfermedad confunde el sufrimiento con el amor, ya que el amor verdadero nutre, protege, se expande, impulsa, genera esperanza, provee seguridad, permite la individualidad y, en general, fomenta el propio bienestar y el desarrollo de las capacidades de la persona amada. Por el contrario, opuesta al amor sano, la codependencia es una condición psicológica, en la que el sujeto manifiesta una excesiva e inapropiada preocupación por las dificultades de alguien más.
Entonces, Jiménez era adicto al alcohol, y Valeria era codependiente en su relación con él. Desde el comienzo, ella buscó de mil maneras que él dejara de beber, que se comprometiera con su profesión, que dejara la mariguana y que se alejara de “las malas amistades” (los dos socios de Jiménez en el despacho de diseño de muebles, que abrió regresando de Barcelona, fumaban mariguana). Poco a poco, Valeria se fue olvidando de sí misma para concentrarse en los problemas de Jiménez. Se dio cuenta de la inestabilidad del despacho y de las demoras con las que entregaban los muebles, por lo que empezó a trabajar en el negocio con un sueldo muy bajo, para sacarlo adelante. Desde ese momento, los conflictos entre ellos fueron aumentando. Ella buscaba “impulsarlo”, cuando en realidad lo rescataba y controlaba. En muy poco tiempo, Valeria terminó haciéndose cargo del 80% de los proyectos del despacho, aun cuando era su primera incursión en el mundo del diseño mobiliario. De esta manera, Valeria fue olvidando sus propias necesidades, y cuando Jiménez no respondía como ella esperaba —dejando de beber, buscando más clientes o cobrando los muebles que se entregaban—, se frustraba cada vez más, se sentía deprimida e injustamente tratada, se enojaba y buscaba controlarlo cada vez más.
El codependiente busca generar en el otro, con su constante ayuda, la necesidad de su presencia. Como se siente necesitado, cree que nunca lo abandonarán.
Y así lo hizo Valeria: se volvió indispensable en la vida de Jiménez. Él la necesitaba para seguir adelante con su vida profesional, pero ella terminó por necesitar que él la necesitara, pues lo convirtió en el centro de su vida.
Las súplicas y los reclamos nunca funcionan para que alguien se rehabilite de una adicción; Valeria presionaba de esta manera, y cada vez más, para que Jiménez dejara de beber. Pero él solo la llenaba de promesas, pues bebía a escondidas, mentía y descuidaba cada vez más el despacho; ante lo cual, ella se enojaba, buscaba controlarlo y lo “regañaba”.
En cuanto al despacho, ella sacaba adelante las entregas y seguía trabajando como si fuera socia, pues tenía que cubrir a los tres socios que, por el consumo de mariguana, iban descuidando cada vez más su propio negocio.
Pasaron ocho meses y Jiménez, a final del año, le avisó a Valeria que se iría de fin de semana con sus socios por motivos de “trabajo” para hacer la planeación del despacho para el año siguiente (ella no estaba incluida ya que no era socia). A pesar de ser una falta de reconocimiento de su trabajo, ella lo permitió. El fin de semana de “trabajo” en Puerto Escondido se convirtió en un fin de semana de excesos. Jiménez regresó a dormir a casa, cansado y crudo. Valeria, al desempacar la ropa sucia de su maleta, encontró un paquete de condones, con uno faltante. Se sintió profundamente enojada y traicionada. Despertó a Jiménez y le pidió que se fuera de la casa; sin embargo, la casa era de él. Y en una discusión que fue elevando el tono, se insultaron y se golpearon por primera vez. Después de que él pidiera perdón y le prometiera una vez más que cambiaría, Valeria decidió seguir con la relación.
En una relación de codependencia es muy común que el sometido o la víctima no pueda poner límites y sencillamente lo perdone todo, a pesar de que la otra persona llegue a herirlo de manera deliberada o definitiva. Esto sucede porque el codependiente confunde la obsesión y adicción que siente por el otro con un intenso amor que todo lo puede. Por ende, el codependiente es incapaz de alejarse por sí mismo de una relación enfermiza, por más insana que esta sea; y es muy común que llegue a pensar que más allá de esa persona, su mundo se acaba, pues sin el otro no hay razón para vivir.
Después del evento de Puerto Escondido, los pleitos entre Valeria y Jiménez fueron cada vez más intensos y más dolorosos. Jiménez dejó de buscarla sexualmente y era cada vez más cínico en las aventuras que tenía con otras mujeres. Valeria pasaba del sufrimiento total a ser devaluadora, controladora y cada vez más agresiva verbalmente: “Eres un huevón, adicto de mierda… Sin mí no eres nada”, me comentó que le gritaba con frecuencia, cuando llegaba borracho a casa.
Jiménez empezó a amenazar con abandonarla. No le importaba ya el despacho, no le importaba su relación. Quería que lo dejaran en libertad, ya que “él podía solo”. Valeria, por su creciente codependencia, sintió pavor ante la posible despedida, y buscó embarazarse para que hubiera algo que los uniera de por vida. Aunque sabía que él no lo deseaba, ella dejó de tomar las píldoras anticonceptivas, y finalmente logró quedar embarazada.
“El amor aborrece todo lo que no es amor” (Honoré de Balzac).
Jiménez se enfureció cuando supo la noticia, pues él no quería tener un hijo y menos cuando su economía estaba tan inestable y su relación de pareja tan desgastada. Le juró a Valeria que se iría de la casa si ella no abortaba. Durante las seis semanas que siguieron, él la ignoró, no la tocó, no le dirigió la palabra. Fue en ese momento cuando Valeria llevó a cabo su primer parasuicidio: tomó ocho pastillas de Lexotán y mandó a Jiménez un mensaje de texto diciendo: “La única manera en que me atrevo a abortar es quitándome la vida”.
Co = dos. En la codependencia yo te necesito a ti, pero tú necesitas que yo te necesite.
Jiménez rescató a Valeria y la llevó al hospital. Fue sometida a un lavado de estómago, y así consiguió lo que necesitaba: que Jiménez prometiera nunca más hacerle daño y seguir adelante con el embarazo. Así fue como ambos quedaron atrapados en lo que se conoce como el triángulo dramático de Karpman.
Una relación codependiente consiste en:
Estar centrados, casi totalmente, en otra persona.
Una negación inconsciente de nuestras verdaderas necesidades y emociones, donde satisfacemos nuestras necesidades de un modo que realmente no se satisfacen.
Una continua obsesión y preocupación por los problemas del otro.
Las dos personas involucradas alternan estos tres roles: verdugo, víctima y rescatador. El verdugo es quien lastima, quien hace daño, quien es injusto con las necesidades del otro, quien castiga con violencia o con agresión pasiva. Por lo general, el verdugo es el adicto que, por su enfermedad, se lleva entre las patas al otro. La víctima es quien sufre, quien cede, quien aguanta, quien se ve lastimada por los problemas del otro, quien se queja todo el tiempo. El rescatador es quien mantiene la relación, es quien siente una culpa intensa por el daño que provoca en el otro y, entonces, lo sobreprotege y lo cuida; también es quien no permite que la relación termine. Lo interesante de todo esto es que las dos personas involucradas en la relación llegan a ocupar los tres roles.
Jiménez es adicto y a menudo es el verdugo de Valeria, quien, a su vez, es su víctima. Sin embargo, ella lo rescata cuidando de él y de su negocio, para convertirse en su verdugo cuando lo agrede y le echa en cara que es un “adicto de mierda”. En cambio, cuando Valeria se embarazó, en contra de la voluntad de Jiménez, y le impuso una paternidad que él no deseaba, fue la verdugo de Jiménez, quien ahora se convierte en su víctima, al sufrir y quejarse de lo injusto de su decisión. Jiménez vuelve a ser verdugo y Valeria víctima cuando él hace evidente que está involucrado sexualmente con otras mujeres, haciéndola sufrir para después rescatarla ante su supuesto intento suicida.
El triángulo de codependencia de Karpman es un triángulo vicioso que no termina. Ambos integrantes únicamente van alternando los roles, y el supuesto “amor” no es otra cosa que castigar, aguantar, manipular, sufrir, ceder, agredir, sobreproteger, lastimar, quejarse, exigir, sentir culpa…
Después de que Jiménez prometió no abandonar nunca a Valeria, comenzó a ir a Alcohólicos Anónimos. Gracias a esto la relación mejoró, por un rato. Pero poco tiempo después, y a pesar de todos los sucesos, él comenzó a salir con una chica de manera más constante. Aunque ya estaba sobrio y Valeria podía estar tranquila en ese sentido, ella descubrió esta nueva infidelidad. Por esta causa, empezó a amenazarlo con dejarlo y con abortar. Estaban ya en la doceava semana del embarazo, y ahora Jiménez estaba muy ilusionado por lo que ahora fue él quien le suplicó a Valeria que no lo hiciera, que no lo dejara, y le dijo que haría todo lo que fuera necesario para que ella no abortara.
A partir de esta nueva relación con otra mujer, Valeria le dejó de hablar por completo. Seguía haciéndose cargo del despacho, pero ni siquiera lo volteaba a ver. Jiménez recayó en el alcohol. Un día, antes de tomar la carretera hacia Cuernavaca, totalmente borracho, le envió un mensaje de texto a Valeria que decía: “Seguramente tú y el bebé estarán mejor sin mí”. Al leerlo Valeria llamó por lo menos treinta veces al celular de Jiménez, quien lo había apagado durante todo el fin de semana. Desesperada marcó a Locatel para hacer saber que su novio estaba desaparecido, y por este medio se enteró del hotel en qué estaba hospedado. Al día siguiente, ella se presentó en el hotel de Cuernavaca para hablar y “arreglar” las cosas con Jiménez. Verdugo, víctima, rescatador… Verdugo, víctima, rescatador… Verdugo, víctima, rescatador… Un triángulo de dolor y sufrimiento que no termina, que intensifica la conducta neurótica. La persona codependiente piensa que no puede vivir sin su pareja, se funde con ella hasta el punto de llegar a perder su propia identidad dejando a un lado sus propios sueños, sus propias necesidades y su propia vida. Niega la realidad, justificando su actuar en favor de un “amor intenso”, una “vida llena de pasión”, un “amor desenfrenado y sin fronteras”; sin darse cuenta de que no hay amor, sino dependencia y adicción.
El codependiente se enamora de repente, como en un estallido, como en un flechazo, y confundiendo el deseo con el amor, piensa que tiene delante a la persona ideal. Pero todo se repite: verdugo, víctima, rescatador…, y el juego nunca termina.
Después de regresar de Cuernavaca, se juntaron los reclamos de Valeria por la adicción de Jiménez al alcohol y a la mariguana, y por la relación extramarital que él mantenía con la otra chica (también codependiente, por supuesto). Esto provocó que Valeria, en un ataque de ira, confrontara a Jiménez cuando estaba ebrio, y que este la golpeara por segunda ocasión. Ella se fue de la casa y prometió nunca buscarlo; pero al tercer día en que no obtuvo respuesta por parte de él, llevó a cabo su segundo parasuicidio: le mandó un mensaje de texto a Jiménez diciéndole dónde estaba —en la casa de una amiga en común—, se tomó 12 pastillas de Lexotán y se cortó levemente las venas. Jiménez corrió a rescatarla y la llevó al hospital.
Fue después de ese “intento de suicidio”, que Valeria se convirtió en mi paciente. Fue durante esos mismos días que perdió a su bebé (semana 16 de gestación) y que se tuvo que someter a un legrado. Con este evento todo se complicó, pues ahora Jiménez le echaba en cara que por sus “pendejadas” se había muerto su hijo. Ella se encontraba dolida, triste, con culpa, deprimida, confundida y, sobre todo, con miedo a que Jiménez la abandonara. Entonces, lo que hizo fue enfocarse a “estar bien para él”.
El codependiente se deja completamente de lado a sí mismo para anteponer siempre a su pareja, y claro que a un lado ha de quedar también todo sentimiento negativo: la rabia, el resentimiento, el sufrimiento…, ya que se perciben como una amenaza terrible de perder lo que más se desea y se añora, lo que significa “toda su vida” y “todo su mundo”: su gran “amor”. Así fue como Valeria se convirtió en el blanco de toda la agresión de Jiménez, quien con el argumento de que estaba muy dolido e indignado por la pérdida del bebé —debido al empastillamiento de Valeria—, siguió tratándola cada vez peor. Valeria aguantaba todo, al representar el rol del codependiente que hace todo lo posible por mantener la paz. Como para ello era necesario negar el conflicto y la confrontación, ella desempeñaba su papel perfectamente, sin darse cuenta de que esto implicaba negar su intimidad. De esta manera, Valeria jugaba a que todo estaba “bien”, a que su relación estaba “mejor que nunca” y a que ambos estaban trabajando para mejorarla. Pero la realidad era que había un gran conflicto entre ambos: Jiménez seguía bebiendo y seguía con la otra pareja, y a estas alturas Valeria prefería hacerse de la vista gorda.
No es posible tener una relación íntima y sana con quien no podemos discutir un problema o algo que nos enoja. Y al no poderse resolver los conflictos propios de cualquier relación, dado que una de las partes prefiere ignorarlos, esa relación en realidad es superficial.
Durante las sesiones que siguieron, busqué que Valeria entendiera que mantenía una relación destructiva, codependiente, en la que su integridad se diluía, donde ambos se hacían cada vez más daño. Sin embargo, ella estaba convencida de que si ella cambiaba y dejaba de ocasionar tantos conflictos, su relación seguiría adelante y eso era lo único que de veras le importaba. Como proyecto de vida personal —así lo mencionó—, se propuso cambiar a Jiménez, sacarlo del alcohol y lograr que se convirtiera en un empresario exitoso. Pero esto, por supuesto, era un reto imposible de cumplir. Ninguno de nosotros puede cambiar a nadie. No podemos rescatar a nadie. De entrada, lo paradójico de esta situación es que una persona equilibrada y emocionalmente estable no aceptaría que nadie la rescatara; entre otras razones, porque ella misma es capaz de identificar y resolver sus problemas. Por eso, como bien entendió Karpman: quien rescata termina rescatando víctimas, las cuales no solo aceptan ser rescatadas, sino que, al hacerlo, refuerzan todas las conductas negativas y los comportamientos del codependiente; es decir que se impulsan mutuamente a representar sus roles de verdugo y víctima.
Durante varias sesiones intenté que Valeria se preocupara por ella misma, que dejara de depositar toda su energía en Jiménez, que se concentrara en su tratamiento terapéutico y psiquiátrico, y que retomara la fotografía y la relación con su familia en Argentina; sin embargo, todo su interés estaba puesto en rescatar a Jiménez de las adicciones y en mantener su relación de pareja.
No se puede cambiar a las personas. Nadie puede, y Valeria no pudo. Pero, además, el hecho de “cuidar” y “rescatar” a Jiménez no era un deseo de cambiarlo en realidad, sino un intento desenfrenado por escapar de sus propios problemas. Al querer controlarlo, sin darse cuenta, ella se quedaba a merced de él: ella buscaba que fuera a sus juntas de Alcohólicos Anónimos, que siguiera adelante con el negocio, que hiciera ejercicio, que comiera sano, que dejara de fumar, pero él no hacía nada de eso y seguía consumiendo cada vez más alcohol y más mariguana. Nuevamente, como sucede con todos los codependientes, la controladora (Valeria) pasó a ser controlada por la enfermedad de Jiménez.
Por el otro lado, Jiménez, en su rol cada vez más agravado de verdugo, tuvo relaciones sexuales con su amante en la casa donde Valeria y él vivían. La otra chica, con el propósito de que la relación de ellos terminara, dejó su ropa interior bajo la almohada de Valeria, con la envoltura rota del condón que habían utilizado. Al enterarse, Valeria tuvo un ataque de histeria y golpeó con fuerza a Jiménez, quien estaba alcoholizado. La golpiza entre ambos fue de tal magnitud que Valeria tuvo que ingresar al hospital para que le suturaran una herida en la sien y para que le enyesaran el brazo, pues se había roto el radio al caer.
Lo frustrante de una relación codependiente es que la adicción por la otra persona llega a tal punto que ni siquiera algo tan extremo como un hueso roto hace que el codependiente reaccione. El evento de violencia física no hizo que Valeria reaccionara: ella quería seguir al lado de Jiménez, pero resultaba que él ya no.
En la última sesión que tuve, antes de que ella decidiera dejar la terapia porque consideraba que mis intereses y los de ella no iban en el mismo sentido, me aseguró que nunca iba a abandonar a Jiménez. “Aunque él no lo sepa, me necesita y va a regresar a mí”. La última sesión que tuvimos fue en el cuarto del hospital, antes de que fuera dada de alta de la fractura. Me despedí de ella respetuosamente.
Cuatro meses después me enteré, por el doctor que me había referido el caso de Valeria, y que es primo segundo de Jiménez, que cuando este decidió irse del departamento para seguir su vida de pareja con la otra chica, Valeria se había tomado 75 pastillas de Lexotán y que le mandó un mensaje a Jiménez para que fuera a rescatarla. Pero él no lo hizo, y Valeria murió... Y solo así terminó una relación enfermiza de codependencia, que nunca pudo superarse.
Un amor que mata no es amor. Un amor que destruye no es amor. Un amor que denigra no es amor. Un amor enfermizo no es amor, es codependencia.
La codependencia tiene su origen en la infancia, cuando hay vacíos afectivos en el seno de las familias disfuncionales, y cuando las necesidades de la persona no son satisfechas. Estas carencias le impiden al niño madurar adecuadamente y se convierte en una persona que no es capaz de adaptarse a las situaciones de la vida adulta ni de enfrentarlas de una manera sana y asertiva. Es importante recalcar que en estas familias, en general, existe algún padre tóxico, en especial alcohólico.
Entonces, cuando las necesidades del niño no fueron satisfechas en su momento, las etapas que siguen a la infancia no pueden ser superadas —las crisis de desarrollo de las que hablamos con anterioridad—; el desarrollo del yo auténtico, genuino y real del individuo se detiene, se estanca, y empieza a aparecer un yo falso que surge desde el niño lastimado. Este es un mecanismo de defensa que ayuda a la persona a sobrevivir y a sobrepasar las experiencias problemáticas que se han vivido desde la infancia, donde ese niño aprendió a servir a los demás, descuidándose a sí mismo y a su dignidad, y donde desarrolló roles que le permitieron sentirse querido y necesitado.
Una aclaración: necesitar a los demás no es necesariamente una señal de codependencia. Cuando queremos, necesitamos al otro. Una cierta interdependencia hacia los demás es sana y hasta necesaria, siempre y cuando la relación nos complemente y nos favorezca en la realización de nuestra persona.
El problema de la codependencia es que la persona vive inmersa en una relación destructiva y enferma. Por eso, los codependientes aprenden a repetir las mismas conductas ineficaces que utilizaron cuando niños para sentirse aceptados, queridos o importantes. Mediante estas conductas buscan aliviar el dolor y la pena por sentirse abandonados. Sin embargo, al final, las conductas codependientes lo único que consiguen es favorecer estos sentimientos de sufrimiento y devaluación, y fomentar relaciones donde el miedo al abandono es siempre una constante.
Las mujeres son más proclives a convertirse en codependientes debido a creencias socioculturales que se han fijado en la mentalidad colectiva desde hace siglos, como que ellas son el sexo débil, que deben estar dispuestas a conformarse con poco, que han sido educadas para satisfacer las necesidades de los demás.
La sociedad latinoamericana educa a las mujeres para depositar sus vidas en sus parejas, en sus maridos; y este es un grave error.
Estoy terminando este tema de los amores que matan, y te quiero preguntar si te sientes identificado y si crees que morir por amor es algo romántico, algo que vale la pena. Por todo lo que te he explicado y descrito, te pido que abras los ojos y te des cuenta de que lo que crees que es amor no es más que una adicción, y una adicción muy peligrosa: no estás muriendo por amor, estás decidiendo terminar tu vida por una enfermedad. El adicto está enfermo de las emociones —ya que necesita anestesiarlas, pues no puede enfrentarlas—, y el codependiente de la libertad ya que no se siente merecedor de una vida sin angustia y sufrimiento, ya que siente que su vida no tiene sentido si no es por el cuidado del otro.
La dependencia es un estilo de vida, ya que nos acostumbramos a vivir preocupados, obsesionados, ansiosos y temerosos por las conductas y actitudes de los demás, olvidándonos de las nuestras por completo. La única manera de liberarnos de la codependencia es convirtiéndonos en nosotros mismos, con actitudes, opciones y comportamientos libres y creativos. El único camino para salir de este patrón enfermizo es el desprendimiento emocional de los problemas de los demás, aunque se trate de nuestros seres más queridos. Este desprendimiento emocional nos lleva a vivir nuestro aquí y ahora, nuestra propia realidad, y a retomar las riendas de nuestra propia vida al mirarnos y escucharnos a nosotros mismos. Desprendimiento es soltar al amor, es desligarnos mental, emocional —y a veces físicamente—, de complicaciones no saludables y a menudo dolorosas de la vida de otra persona. El desprendimiento parte del hecho de que cada persona es responsable de sí misma, de que no podemos resolver los problemas ajenos y de que preocuparnos u obsesionarnos no ayuda en nada. Todo esto para entender que debemos dejarle al otro el paquete de sus propias responsabilidades y problemas que nosotros no podemos resolver. Desprendimiento es permitirle al otro que sea responsable de su propia vida, para así nosotros responsabilizarnos de la nuestra. Al desprendernos emocionalmente de los problemas de los demás, les permitimos a los otros ser lo que son, y les damos la libertad de crecer y ser responsables. El desprendimiento emocional incluye también aceptar la realidad tal como es; esto es, en gran medida, que debemos asumir el hecho de que no podemos rescatar a los demás.
En el caso de que una persona posea una fe religiosa, esto contribuirá como un elemento extra, muy efectivo, para apoyar a que esta separación se realice: al creer en un poder superior que podrá señalarle el camino adecuado al otro u otra con quien mantiene una relación patológica, el codependiente será capaz de separarse gracias a la creencia de que hay algo más poderoso que su propio cuidado y control.
El desprendimiento emocional necesita que aceptes que eres merecedor de pensar, vivir y decidir con base en lo que te haga feliz. Requiere la convicción de que puedes vivir tranquilo de acuerdo con tus propias necesidades, y no solo según lo que necesitan los demás. Requiere también que confíes en que puedes conseguir el éxito y vivir con entusiasmo, alegría, deseo de superación, paz y capacidad para recibir y dar amor; y no solo resignarte a vivir con tristeza, desesperación, martirio o pesar.
Hay mucho trabajo de por medio, y yo sé que te gusta cuidar y rescatar. Te propongo un trato justo: rescátate tú primero, cuídate y protégete. Cuando lo hayas logrado, estarás listo para brindar a tu pareja algo más que no sea una relación donde, tristemente, solo podrás ser verdugo o rescatador. Pero recuerda que, si te quitas la vida, solo podrás ser la víctima de tu propia historia.