Stigmata

Stigmata


Capítulo 29

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La mirada de Ashrail está fija en Mikhail, quien se encuentra de pie justo frente a la ventana de la habitación.

La expresión incrédula, cautelosa y escéptica que está pintada en el gesto del Ángel de la Muerte, es un claro contraste en comparación con la calmada, serena y despreocupada del demonio de los ojos grises.

Ninguno de los dos ha dicho nada durante los últimos minutos; sin embargo, la tensión en la que se ha sumido el ambiente es tan grande que no me atrevo a hacer nada para romper el silencio que lo envuelve todo.

El ceño de Ash está fruncido en un gesto concentrado y confundido. Luce como si estuviese tratando de escudriñar el alma de Mikhail en busca de algo que solo él conoce. De algo que solo él es capaz de ver.

—¿Qué es lo que estás tramando? —Ashrail pronuncia, pero suena como si estuviese hablando para sí mismo y no para el demonio.

Mikhail se encoge de hombros.

—¿Por qué habría de estar tramando algo? —dice, con aire aburrido.

Una risa carente de humor brota de los labios de Ashrail, al tiempo que niega con la cabeza.

—¿De verdad crees que voy a tragarme el cuento de que quieres ayudarnos? —Ash refuta con indignación—. Hasta donde a mí concierne, el juramento que has hecho bien podría ser falso. Te has aprovechado de la situación y te has aprovechado de ella —señala en mi dirección—; de que ni siquiera sabe cuál es la forma correcta de realizar un juramento de ese tipo.

La mandíbula de Mikhail se aprieta y un destello de furia llega hasta mi pecho a través del lazo que nos une; pero, a pesar de eso, su expresión no cambia.

—Se lo dije a Bess y te lo digo a ti ahora: No me interesa en lo absoluto ayudarte a ti o a los tuyos. Mucho menos me interesa lo que tu Creador quiera de mí. Lo único que quiero es que ella —hace un gesto de cabeza en mi dirección—, tenga eso que tanto busca. Quiero ayudarla a ella.

—¿Por qué?

—¡Porque se me pega la maldita gana! —Mikhail espeta y me encojo ligeramente ante su tono brusco y severo.

Ash niega con la cabeza con coraje y frustración.

—No pienses, ni por un segundo, que voy a permitir que te salgas con la tuya. Encuentro bastante extraño que, de la noche a la mañana, hayas decidido hacer lo correcto. Tampoco me trago el cuento ese que tratas de vendernos —escupe—. ¿Por quién demonios nos tomas?

Una carcajada corta y amarga escapa de la garganta de Mikhail.

—¡Por el jodido infierno! ¡Hace más de una semana rogabas por mi ayuda! ¡¿Qué mierda tienes en el cerebro que ahora la rechazas?!

—Sabes perfectamente que soy capaz de ver a través de todo el mundo y…

—¡Adelante, entonces! —Los brazos de Mikhail se extienden en un ademán exasperado, interrumpiendo a Ashrail en el proceso—. ¡Haz lo que tengas qué hacer! ¡Mira a través de mí!

—¡Ese es el maldito problema! —La voz de Ash truena y doy un respingo debido a la impresión—. ¡No puedo ver a través de ti! ¡Algo has hecho para bloquearme! ¡¿Acaso crees que soy idiota?!

El silencio se extiende largo y tirante entre nosotros.

La información se me asienta en el cerebro y las dudas sobre Mikhail vuelven de golpe. Las palabras de Ashrail se sienten como un baldazo de agua helada, y toda la confianza que había comenzado a construirse entre el demonio y yo durante la última semana empieza a tambalearse.

Esta mañana, cuando Mikhail dijo que Axel iría a buscar a Ashrail, pensé que las cosas resultarían diferentes. Pensé, de manera absurda e idealista, que las cosas empezarían a fluir del modo correcto, pero me equivoqué. Me equivoqué y ahora no sé qué diablos hacer… O cómo diablos sentirme.

Ha pasado ya una semana desde el funeral de Daialee. Una semana entera en la que no he cruzado palabra alguna con ninguna de las brujas del aquelarre. En la que el único contacto que he tenido con el mundo que corre fuera de las cuatro paredes de mi habitación, es Mikhail y Axel.

Nadie —ni siquiera Dinorah— ha venido a verme o a preguntar como estoy. Una parte de mí se siente traicionada por eso, pero no puedo culpar a nadie. No puedo poner sobre las brujas el deber de venir y actuar como si nada ocurriese cuando he sido yo la causante de que este aquelarre se haya reducido a lo que es ahora.

Tanto Dinorah, como Zianya y Niara están en el derecho de no querer verme. De no querer saber absolutamente nada de mí por todo lo que les he hecho —por todo lo que les he arrebatado.

Así pues, mis días han consistido en interminables horas de tortura mental provocada por mí misma; noches de insomnio patrocinadas por la incertidumbre de no saber qué demonios va a ocurrir ahora que las cosas han empezado a complicarse, y charlas largas —cómodas e incómodas—

con los demonios que me cuidan.

Tanto Mikhail como Axel han procurado estar a mi alrededor los últimos días y una parte de mí lo agradece. A pesar de la renuencia que tienen a hablar conmigo respecto a lo que está ocurriendo en el mundo, su presencia es lo único que ha impedido que me vuelva completamente loca, así que lo agradezco.

Axel es quien más ha estado aquí. Pasa la mayor parte del día tumbado junto a mí, mirando series en mi teléfono celular y culpándome por su poca interacción con los humanos sexys que, según él, rondan por Bailey.

Mikhail, por el contrario, se ha mantenido a una distancia prudente. Tampoco se ha aislado de mí por completo; simplemente, ha optado por darme un poco de espacio. Viene todos los días, charlamos un poco, me trae alimento y se marcha luego de revisar los Estigmas de mi espalda.

Respecto a mi salud y a mi recuperación, todo marcha mejor de lo que cualquiera hubiese esperado. La energía angelical de Mikhail se ha fortalecido durante los últimos días y eso ha propiciado que las heridas sanen con más rapidez de lo que deberían.

En cuanto a los hilos de energía se refiere, no han dado señales de vida desde el incidente con Amon, así que no es muy difícil deducir que aún están muy debilitados por todo el caos que crearon y por toda la lucha que impuse para contenerlos.

Tampoco es como si extrañase sentir su presencia. A decir verdad, ahora que apenas puedo percibirlos, me siento más tranquila que nunca.

Aún no puedo sacudirme del todo el terror que me causó darme cuenta del poder atroz que poseen. Aún no puedo eliminar de mi sistema el insidioso pánico que me provocó saber que estuvieron a punto de dominarme.

Dentro de todo, me encuentro bien. Fuerte. Tranquila. Es por eso que, esta mañana, luego de una revisión exhaustiva por parte del demonio de los ojos grises a mis heridas casi sanadas por completo, y una acalorada discusión acerca de mi estado de salud, decidimos que era tiempo de ir a buscar a Ashrail para hablar con él respecto al absurdo plan que tenemos. Sin embargo, las cosas, claramente, no han salido como se planeaban. No han salido, ni siquiera un poco, como lo esperábamos.

—Ashrail, necesito que te calmes un segundo —La voz de Mikhail me trae de vuelta al aquí y al ahora, y poso la atención en su rostro. Trato, desesperadamente, de encontrar algo en su expresión que diga que está mintiendo, pero no hay nada ahí.

—¡¿Qué me calme?! ¡Que me calme y un carajo! —escupe—. ¡¿Qué es lo que has hecho para bloquearme?! ¡¿Qué es lo que le has hecho a ella para que, de la noche a la mañana, haya confiado en ti lo suficiente como para hacer un Juramento de Lealtad sin ninguna clase de testigo?!

Un destello furibundo tiñe los ojos de Mikhail, pero su gesto no cambia ni un segundo. Sigue luciendo sereno y despreocupado, y no sé cómo sentirme al respecto.

—Yo no estoy haciendo nada para bloquearte —dice el demonio, en tono neutro y calmado—. Tampoco le hice nada a Bess para que confiara en mí. De hecho, ella sigue sin confiar en mí. Puedes preguntárselo.

Una carcajada amarga brota de la garganta de Ash y sacude la cabeza en una negativa furiosa.

—¿Cómo explicas que no sea capaz de leerte?, ¿qué no sea capaz de ver más allá de ti para saber tus intenciones? —espeta—. Algo estás tramando. No puedes engañarme.

—Ya te he dicho que yo no he hecho absolutamente nada. No sé qué esté ocurriéndote, pero no encuentro explicación alguna para tu falta de conexión conmigo.

—¡Por supuesto que sabes qué está pasando! ¡Sabes perfectamente por qué no puedo leerte! ¡Has hecho todo esto con premeditación! ¡Debí haberlo sabido antes! —La voz de Ashrail retumba en las cuatro paredes de la estancia y me encojo ligeramente en mi lugar. Jamás lo había visto perder los estribos de este modo. A decir verdad, jamás lo había visto perder los estribos en lo absoluto.

—¡Maldita sea! Es que, ¿quién, en el jodido infierno, te entiende? —La voz de Mikhail se eleva un poco—. Hasta hace una semana estabas desesperado por obtener mi ayuda. Fuiste tú quien vino hasta aquí a rogarme que cooperara, y ahora que estoy dispuesto a poner de mi parte me tratas como si fuese el mentiroso más grande del mundo. Como si fuese la escoria más grande que ha pisado la tierra.

—Estás jugando sucio, Mikhail, y lo sabes. Sabes a la perfección que estás moviendo tus fichas de la manera equivocada —La amenaza en el tono de Ashrail me pone la piel de gallina.

—¿Me pueden explicar qué les pasa, por el amor de Dios? —Es mi turno de intervenir—. ¿Qué hay de malo con que nadie haya presenciado el juramento? ¿No sería más sencillo que lo volviésemos a hacer ahora mismo para que no queden dudas al respecto? No entiendo cuál es el alboroto aquí.

La atención del Ángel de la Muerte se posa en mí.

—Un Juramento de Lealtad no puede ser realizado dos veces por las mismas personas —dice, con la voz enronquecida—. Es imposible.

—¿A qué te refieres con que es imposible? —Una risotada nerviosa e incrédula se me escapa.

—Simplemente, no se puede —Ash suena cada vez más alterado e irritado.

—¿Pero, por qué no? —Es mi turno de sonar enojada.

—¡Porque las consecuencias recaerían en ti! —Ashrail exclama, con exasperación—. ¡Serías tú quien recibiese un castigo por haber dudado de quien se ha puesto en tus manos! —Sacude la cabeza en un gesto incrédulo y desesperado—. Si vuelven a hacer el juramento, y este ya había sido pactado correctamente, las consecuencias de la traición recaerán en ti, ¿entiendes? Un Juramento de Lealtad es sagrado. No se rompe. No se pone en tela de juicio su veracidad.

Mi ceño se frunce ligeramente.

—¿Pero, por qué?

Ashrail mira a Mikhail.

—Porque así está escrito. Porque, quien dude de la lealtad de alguien que se ha puesto a sus servicios, lo pagará con sangre, y el pacto será disuelto. El juramento desaparecerá y nunca más podrá volver a ser hecho entre esas dos criaturas, y la justicia caerá en quien era el beneficiado de esa tregua —dice.

—¿Quieres decir que, si volvemos a hacer el pacto, y este ya existía, quien va a condenarse a las fosas del infierno… seré yo? —digo, solo porque necesito escuchar la confirmación de boca de Ash.

—Así es. —Él asiente, al tiempo que cruza los brazos sobre su amplio pecho.

—¿Y no puedo describirte el modo en el que fue hecho para que sepas si ha sido realizado de la manera correcta? —pregunto, aun tratando de digerir toda la información y de aligerar un poco el ambiente tenso que se ha apoderado del ambiente.

—¿Recuerdas todos los detalles? ¿Las palabras que utilizaron? ¿La posición en la que se encontraban?... —Ash espeta, con severidad—. Todo eso cuenta, Bess. Una palabra cambiada, una postura modificada… Cualquier detalle omitido puede invalidar la promesa hecha. Un Juramento de Lealtad tiene qué hacerse al pie de la letra y, si no recuerdas exactamente cómo fue hecho o cómo fue dicho, no hay nada que podamos hacer.

Mi vista se clava en la figura de Mikhail, quien ha agachado la cabeza y ahora mira al suelo.

—¿Por qué no me dijiste todo eso? —exijo, en su dirección.

No responde. Se limita a mirar la alfombra con aire ausente y el ceño fruncido.

La sensación insidiosa de la traición quema en mi pecho, pero trato de no hacerlo notar mientras, con lentitud, me pongo de pie de la cama en la que me encuentro.

Los ojos de Ash se fijan en la figura de Mikhail, quien ni siquiera se digna a mirar en mi dirección.

—¿Mikhail? —Mi voz es un susurro suplicante—. ¿Por qué no me lo dijiste?

Una inspiración profunda es inhalada por la nariz del demonio, pero es a mí a quien me falta respirar como se debe. Se siente como si el aire apenas fuese capaz de entrarme en los pulmones. Como si el oxígeno que hay en la habitación no fuese suficiente.

La mirada de Mikhail se eleva y me encuentra en el camino. La culpabilidad y el arrepentimiento se filtran en sus facciones, y el nudo que se ha formado en mi estómago se aprieta con violencia.

—Porque si te lo decía —dice, al cabo de un largo rato, con la voz enronquecida por las emociones—, ibas a desconfiar aún más de mí.

El peso de sus palabras me aprisiona el corazón con tanta fuerza, que duele. Físicamente, mi pecho duele.

La nuez de Adán del demonio sube y baja cuando traga saliva con dureza, y sus ojos se nublan ligeramente en el proceso, pero no logro distinguir ninguna emoción en su gesto inescrutable.

—Sabía que, si te lo decía, ibas a declinar mi juramento y yo… —Niega con la cabeza y, por primera vez, el pesar se cuela en su expresión—. Yo quería que dejaras de dudar de mí. Quería que dejaras de verme como si fuese a hacerte daño en cualquier momento.

Desvío la mirada.

Coraje, incertidumbre, miedo… Todo se arremolina en mi interior y me confunde tanto que no soy capaz de distinguir qué es lo que quiero hacer ahora mismo: si gritar, golpear algo o echarme a llorar.

—Bess, yo…

—Cállate —lo interrumpo, al tiempo que cierro los ojos.

—Cielo, necesito que…

—¡Ya basta! —espeto al tiempo que lo encaro. Los Estigmas, que han comenzado ya a desperezarse, cantan de satisfacción al sentir el estallido de ira que me invade—. ¡Deja de intentar verme la cara de idiota! ¡Deja de intentar justificarte!

—Es que no estoy tratando de justificarme —La desesperación tiñe la voz del demonio.

—Ah, ¿no? ¿Entonces, qué es lo que haces? —Mi tono de voz suena más agudo de lo normal. Más angustiado que antes—. Ocultar cosas para tu beneficio también es mentir. También es traición, Mikhail; así que me pregunto, ¿qué, en el infierno, vas a decir para explicar el motivo por el cuál ocultaste todo eso? ¿De verdad crees que te compro la excusa esa en la que dices que sientes algo por mí? ¿De verdad piensas que te creo? —Sé que estoy siendo demasiado dura con mis palabras; pero, a estas alturas, estoy harta. Harta de todo. De todos—. Deja de tratar de jugarme el dedo en la boca que no te creo una mierda. Deja de pretender que estás de mi lado cuando lo único que haces es mentir. —Una carcajada carente de humor brota de mi garganta, pero la impotencia y el coraje no han disminuido ni siquiera un poco. Al contrario, incrementan gradualmente—. No sé en qué demonios estaba pensando cuando decidí darte el beneficio de la duda —digo, en medio de una risotada amarga—. Después de todo, eres un demonio. Debí haber sabido que no eres capaz de ver por nadie más que por ti. Debí haberme dado cuenta antes de la clase de criatura eres.

En ese momento, el barullo estalla. Mikhail trata de hablar, pero Ashrail le interrumpe a medio camino y ambos empiezan a discutir. Las palabras entre ellos son dichas en volumen alto, pero me son ajenas por completo.

Ahora mismo, me siento tan abrumada, decepcionada y harta que lo único que quiero es escapar de aquí. Es dejar a las dos criaturas que discuten casi a gritos en la estancia y desaparecer. Olvidarme de toda esta mierda. Olvidarme de qué es lo que se supone que tengo que hacer y del poder que tengo.

Estoy tan agobiada. Tan cansada…

«Solo vete de aquí», susurra la voz en mi cabeza. «Vete y olvídate de todo».

Y así lo hago.

Sin decir una palabra, me encamino a paso furioso hasta el armario para tomar unas zapatillas deportivas y una chaqueta.

Soy plenamente consciente de que visto el pantalón a cuadros azules de mi pijama y una franela desgastada que me va grande; sin embargo, eso no impide que me encamine a toda velocidad hasta las escaleras.

Alguien está gritando mi nombre, pero no me detengo. Tampoco lo hago cuando me adentro en la cocina y me topo de frente con la imagen de las tres brujas con las que vivo, desayunando en la isla al centro de la estancia.

Dinorah es la primera en balbucear algo, pero ni siquiera me molesto en escucharla. Ni siquiera me digno a mirarla cuando tomo las llaves del coche de Zianya del pequeño colgador que tenemos en la cocina, y me encamino —descalza, en pijamas, sin sujetador, con una chaqueta colgada en el hombro, unos Converse sucios en una mano y las llaves del auto en la otra— hasta la calle.

El viento invernal me azota la cara en el instante en el que pongo un pie fuera de la casa, pero eso no me impide seguir avanzando.

Los dedos de los pies me arden y duelen debido al frío lacerante que lo invade todo, así que aprieto el paso hasta llegar al lugar donde la bruja estaciona siempre su vehículo. Entonces, me trepo en él y lo enciendo.

El motor del coche suena inestable, y maldigo para mis adentros solo porque sé que necesito esperar un poco antes de darle marcha. El coche va a apagarse si trato de conducir así. Tengo que esperar, aunque sea unos momentos, para poder irme.

En ese instante, mientras delibero qué hacer, un golpeteo rápido y desesperado en la ventana me hace saltar en el asiento debido a la impresión.

Mi atención se vuelca hacia ella y toda la sangre se agolpa en los pies cuando me encuentro con la vista de un Mikhail furioso justo afuera del lado del conductor.

—Tenemos qué hablar. —Apenas puedo escuchar cómo habla del otro lado de la puerta.

—No tengo absolutamente nada qué hablar contigo. Déjame en paz.

—Bess, por favor, baja de ahí. Tienes qué escucharme.

—No quiero. No voy a seguir escuchándote. Ya no más.

—Cielo, te lo suplico…

Una negativa furiosa es lo único que puedo regalarle ahora mismo.

—Bess…

—Quiero que te marches —le interrumpo, y sueno tan enojada, que yo misma me sorprendo.

—¿Qué?... —El demonio luce como si hubiese sido golpeado con fuerza en el estómago. Como si algo por dentro le doliera en demasía y estuviese tratando de no hacerlo notar.

—Quiero que te largues de aquí. No quiero verte más. No te quiero cerca de mí —sueno furiosa. Decepcionada.

—Cielo, por favor… —comienza, pero no estoy dispuesta a escucharlo. No estoy dispuesta a caer una vez más en sus juegos; así que, sin más, pongo en marcha el vehículo.

No sé a dónde me dirijo. Tampoco sé qué es lo que pretendo hacer ahora, pero no me detengo a pensarlo.

Me limito a pisar el acelerador en dirección a la calle que lleva a la avenida más cercana. Me limito a escapar sin siquiera preocuparme por las consecuencias que esto pueda traerme.

Mi vista está fija en todo y en nada. Está atenta a lo que ocurre al alrededor y, por primera vez en mucho tiempo, me siento tranquila. Por primera vez en mucho tiempo, lo único que puedo percibir a mi alrededor es armonía y normalidad.

El sonido de las risas, los chirridos de los columpios al balancearse, las pisadas apresuradas en la grava, los gritos eufóricos… Todo se cuela en mi sistema y me tranquiliza. Me apacigua como nada lo ha hecho en meses.

Estar aquí, sentada en la banca de un parque, mirando a la gente común y corriente hacer sus vidas, es más reconfortante de lo que parece.

Todo se siente sencillo desde aquí. Como si nada de lo que está pasando en el plano espiritual importase. Como si, de alguna retorcida manera, todo se tratase de un producto de mi imaginación y no fuese real.

«Daría todo porque no fuese real».

Una mujer pasa trotando a pocos pasos de distancia de donde me encuentro y la observo marcharse a paso rápido. Un chico pasa corriendo justo detrás de ella, con un enorme perro atado de una correa. Una señora de edad avanzada observa a una niña —su nieta, supongo— desde la banca contigua a la que me encuentro, y un hombre joven empuja a un niño en los columpios. Una chica a la que no puedo calcularle más de veinticinco y que, además, está embarazada, los mira desde una distancia prudente y sonríe como si estuviese observando a las criaturas más maravillosas de la tierra. Como si ese hombre y ese niño fuesen el centro de su universo.

El desasosiego que me provoca la imagen no se hace esperar; sin embargo, esta vez no es tristeza por mí lo que siento, sino un inmenso pesar por ellos. Pesar de saber que, si las cosas siguen de este modo, esa pequeña familia no tendrá un mañana. Pesar de saber que yo misma podría acabar con su existencia si algo llegase a pasarme. De saber que esta podría ser la última vez que vengan al parque a pasar el rato.

Con el tiempo me he dado cuenta de que así somos los seres humanos. Damos por sentado que viviremos hasta ser viejos; que siempre habrá un mañana para comenzar de nuevo, cuando la realidad es que nadie tiene la vida comprada. Nada nos garantiza que el día de mañana el mundo no vaya a terminarse. Nada nos garantiza un día más en esta tierra.

Si tan solo nos diéramos cuenta a tiempo. Si tan solo valoráramos más todos estos pequeños momentos...

Si yo hubiese sabido que aquel viaje que hicimos en familia sería el último, habría besado más a mi madre. Habría abrazado más a mi padre. Habría peleado menos con Jodie y habría pasado más tiempo con Freya.

Habría aprovechado al máximo los momentos a su lado y los habría hecho valer un poco más.

«Me habría encantado hacerlos valer un poco más».

Un suspiro entrecortado brota de mi garganta.

La sensación de ahogo que me provoca esta clase de pensamientos no hace más que incrementar la ansiedad y el nerviosismo que no me ha dejado tranquila desde que dejé Bailey esta mañana.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que salí de la casa de las brujas, pero sé que ha sido mucho. Sé que ya llevo horas aquí en Raleigh, sentada en este lugar, mirando a la gente pasar y hacer su día como si nada ocurriera. Como si el equilibrio del mundo no estuviese siendo despedazado por los demonios, y el cielo no estuviese atravesando por una crisis.

Hace un montón de rato ya que saqueé la guantera del coche de Zianya y tomé todo su efectivo para comprar comida chatarra para alimentarme.

Hace un montón más que la engullí toda. Hace otro que descarté la posibilidad de intentar viajar hasta Los Ángeles para ver a Emily porque, por más que lo desee hacerlo, el medio tanque de gasolina que tiene el coche jamás sería suficiente para llegar. Todo eso sin ignorar el hecho de que Ems cree que estoy muerta. Ems no sabe que aún estoy aquí, viva en alguna parte del mundo. Tampoco sabe que represento un peligro para toda la humanidad.

Creo que se volvería loca si me viera de nuevo. Emily, definitivamente, perdería la cordura si tocase a la puerta de su casa y le dijera que estoy viva…

… Eso, si no se ha mudado de casa de sus padres ya. Si no se ha mudado a otra ciudad, o se ha casado, o algo por el estilo.

Un suspiro largo y cansado escapa de mis labios solo porque los recuerdos pesan y la añoranza a lo que solía tener es grande e intensa.

«Deja de hacerte esto a ti misma». Me reprime la vocecilla en mi cabeza y trato, desesperadamente, de hacerle caso sin conseguirlo del todo; así que me quedo aquí unos instantes más, mirándolo todo y a todos antes de armarme de valor y ponerme de pie para marcharme.

No quiero regresar a Bailey, pero sé que no puedo quedarme en este lugar. Sé que se está haciendo tarde y la noche no tarda en empezar a caer. Sé que tengo que volver o todo el mundo va a volverse loco; pero tampoco quiero entrar al coche que robé para regresar y enfrentar lo que dejé atrás.

No estoy lista para volver a ser Bess Marshall. Al menos el día de hoy, quiero ser esta lunática que camina en pijamas por las calles de Raleigh sin rumbo alguno. Quiero ser cualquier persona, menos esa que me tocó ser.

Cuando trepo al coche de Zianya, el sol ya está cayendo y, a pesar de que sé que debo emprender el camino hasta Bailey si no quiero que la noche me alcance, me quedo aquí, quieta, con la radio encendida en una estación en la que suena una canción de John Mayer con la que solía estar obsesionada hace unos años, y una maraña hecha de pensamientos encontrados.

Finalmente, luego de mucho darle vueltas a todo, enciendo el vehículo y me encamino a la salida de la ciudad.

Me toma cerca de quince minutos salir a la carretera y, para cuando eso ocurre, el cielo se ha teñido ya de un azul tan oscuro, que apenas si se pueden distinguir las siluetas de los autos que se enfilan a pocos metros de distancia de mí.

Poco a poco, la carretera va vaciándose conforme las intersecciones que dan a otros pequeños pueblos cercanos a Raleigh aparecen y, de pronto —como siempre que viajo de vuelta a Bailey—, me encuentro conduciendo sola al cabo de un rato.

No me queda mucho camino por recorrer para llegar a mi destino. De hecho, los escenarios boscosos que rodean a Bailey ya han comenzado a aparecer en mi campo de visión.

La noche ha caído casi en su totalidad. La oscuridad lo ha invadido todo, de modo que la luz de la luna y la que proviene de los faros de mi coche, son lo único que ilumina el camino. Con todo y eso, no es hasta que giro en una curva cerrada, que una extraña sensación de malestar se instala en mi estómago.

No me toma mucho tiempo averiguar el motivo del repentino cambio ambiental que se percibe. Aquí, justo en este lugar, es capaz de sentirse de golpe el cambio energético que hay en el ambiente.

Las brujas siempre dijeron que Bailey estaba circundado por un montón de líneas energéticas, pero no me había dado cuenta de lo que eso significaba. Al menos, no hasta ahora, que soy capaz de sentir el cambio en el aire.

«¿Qué tan destrozado debe estar el orden para que el poder de estas líneas energéticas se sienta de esta manera? ¿Para que pueda sentirse cuando no lo hacía antes?».

El nerviosismo se apodera de mi estómago. Una bola de ansiedad comienza a formarse en mi pecho, pero trato de no perder la compostura. De no entrar en pánico.

—¿Por qué se siente de esta manera? ¿Qué es lo que está ocurriendo en este lugar? —musito para mí misma, al tiempo que aferro las manos con fuerza al volante.

Tomo una inspiración profunda.

—Están llegando. —La voz proveniente del lado del copiloto hace que todos los vellos del cuerpo se me ericen al instante y pierdo la compostura por completo.

Un grito se construye en mi garganta, pero lo mantengo dentro mientras vuelco la atención al asiento que hace unos instantes se encontraba vacío, y que ahora lo llena una figura neblinosa y blancuzca.

Un gemido aterrorizado se me escapa de los labios y doy un bandazo al volante para orillarme.

Salgo de vehículo.

—¡Vete de aquí! —escupo, en dirección al coche. Sueno aterrorizada, a pesar de que no quiero hacerlo—. ¡Vete! ¡No puedo ayudarte!

En el instante en el que pronuncio esas palabras, cientos de figuras blancuzcas y constituidas por algo similar al vapor, comienzan a materializarse.

El pánico se detona en mi sistema al instante.

—¡Váyanse de aquí! —grito, con desesperación—. ¡No puedo ayudarles! ¡No puedo…!

—Están llegando. —Cientos de voces me llenan los oídos en susurros lejanos y monótonos, y el corazón se me acelera debido al terror que siento.

—¡¿De qué carajo hablan?! ¡¿Quiénes están llegando?! —espeto, horrorizada y asustada en partes iguales.

—Los Príncipes —dicen todas las figuras al unísono, al tiempo que se acercan a mí. Un sonido horrorizado se me escapa.

Mis manos se apoderan de mi cabello y tiro de él con fuerza. Tiro de él porque la angustia, el miedo y la desesperación son tan grandes, que amenazan con enloquecerme.

—¡No se acerquen! —exijo, al borde de la histeria, pero no se detienen y el terror incrementa—. ¡He dicho que se alejen!

—Están cerca —repiten, como si no fuesen capaces de escucharme.

—¿Qué es lo que quieren de mí? —medio grito, y la voz se me quiebra cuando hablo.

Estoy a punto de ponerme a gritar como loca desquiciada. Estoy a punto de perder completamente la cordura.

Los Estigmas, angustiados y ansiosos, tratan de liberarse de la prisión de mi cuerpo en el instante en el que comienzo a verme acorralada, pero no consiguen hacer su camino hasta afuera. Aún están muy débiles. Aún tienen mucha fuerza que recuperar, así que no me sorprende en lo absoluto que no sean capaces de atacar.

—Están cerca —dicen las siluetas de vapor una vez más y, esta vez están tan cerca, que soy capaz de sentir la gélida y penetrante energía que emanan.

—¡¿Qué demonios es lo que buscan?! —espeto, al tiempo que la energía angelical de Mikhail se agita débilmente.

Las entidades no se detienen. Al contrario, se estiran hasta su límite. Se mueven con lentitud y se extienden, de modo que soy capaz de sentir cómo me tocan. Cómo tratan de alcanzar la energía que duerme en mi interior.

—¡Largo! —La voz familiar, ronca y furiosa que retumba en todo el lugar, hace que las entidades vacilen y retrocedan de golpe.

No se han ido. Ni siquiera se han molestado en ocultarse. Siguen ahí, a la espera de un descuido para intentar llegar a mí una vez más, pero ya no las tengo casi sobre mí.

—¡He dicho: largo! —La voz de Mikhail truena en todo el lugar y el lazo que nos une se agita con el enojo que él siente.

Las figuras comienzan a disiparse, pero no es hasta que todas ellas se difuminan, que me atrevo a buscar al demonio con la mirada.

No me toma mucho tiempo dar con él. Está ahí, a pocos pasos de distancia de donde me encuentro, con aspecto desaliñado, y gesto duro y severo. Lleva su única ala extendida y, a pesar de su postura amenazante, se encuentra ligeramente inclinado hacia un costado.

No dice nada.

Da un paso. Luego otro… Y, de pronto, se tambalea sobre sus pasos y cae de rodillas al suelo.

Apenas tiene tiempo de meter las manos para no darse de bruces, y es solo hasta ese momento, que noto el color carmesí que tiñe los vendajes que cubren su espalda. Es solo hasta ese instante, que noto las pequeñas gotas oscuras que han comenzado a caer al suelo y que provienen de sus omóplatos.

Un centenar de emociones me invade el cuerpo, pero no me atrevo a mover un solo músculo. No me atrevo a hacer otra cosa más que mirarlo fijamente.

Levanta la cara y me mira de vuelta.

—Te encontré —dice, y el alivio en su voz me quiebra por completo. Me destroza y me arma al mismo tiempo—. Por fin te encontré.

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