Stigmata
Capítulo 32
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Las últimas doce horas de mi vida han sido una completa locura. Las últimas doce horas de la humanidad, han sido las más catastróficas jamás vistas.
Desde la aparición de la Legión de ángeles en una de las ciudades más importantes de los Estados Unidos, todo el mundo parece haberse sumido en un estado de pánico constante; que ha llegado, incluso, a afectar a los poblados más pequeños y alejados como lo es Bailey, Carolina del Norte.
Han pasado casi cuatro horas desde que, en todos los noticieros internacionales, se dio a conocer la noticia de la aparición de estas criaturas voladoras sobre uno de los edificios más importantes de Los Ángeles, California; pero ha sido el tiempo suficiente para que todo el mundo haya empacado sus maletas para alejarse lo más posible de las ciudades importantes del país. Incluso, las personas que viven en las ciudades pequeñas o pueblos aledaños han optado por también alejarse —todavía más, si es eso posible—
de las metrópolis.
Los noticieros han comenzado a anunciar coberturas de veinticuatro horas para mantener informada a la población sobre lo que estas criaturas hacen y, a pesar de que tratan de mantener a todo el mundo en un estado de tranquila alerta, lo único que han conseguido es acrecentar el pánico colectivo que se ha apoderado del ambiente.
En Bailey, incluso, ha habido personas que ya han hecho sus maletas y se han marchado lejos con el argumento de que Raleigh, la ciudad más cercana, es demasiado grande.
Las especulaciones sobre lo que está ocurriendo en este momento son tantas, que las televisoras no han dejado de transmitir ni un solo minuto al respecto. Los escépticos aseguran que todo esto se trata de una treta creada por el gobierno para encubrir algo más grande. Los religiosos se han encerrado en sus respectivas iglesias para pedir por la salvación de sus almas, a pesar de que en ninguno de los noticieros se ha hablado de los ángeles como eso: ángeles. Se limitan a decir que son criaturas aladas de naturaleza desconocida. Algunos los llaman mutantes, otros alienígenas, unos cuantos más se refieren a ellos como defectos de la naturaleza, pero nadie —absolutamente nadie— se ha atrevido a llamarles por su nombre.
Se siente como si decirlo en voz alta, fuese demasiado aterrador para todo el mundo. Como si aceptar la existencia de las criaturas celestiales, fuese una completa locura, incluso dentro de la demencia que ha comenzado a desatarse en todos lados.
—No podemos perder más tiempo. —La voz de Mikhail me saca de mis cavilaciones y parpadeo un par de veces antes de mirarlo.
Luce descompuesto de un modo en el que nunca lo había visto. Luce como si estuviese a punto de perder la poca paciencia que le queda.
—¿Qué se supone que debemos hacer? —Es Zianya quien habla ahora. Suena irritada. Molesta. Aterrorizada.
—Dejar de esperar a que un milagro suceda y empezar a movernos —Mikhail espeta con brusquedad y noto como la bruja se encoge ligeramente debido al miedo.
—Nosotros no podemos hacer nada. —Es el turno de Niara de intervenir—. ¿Qué se supone que haremos para detener a una jodida Legión de ángeles? ¿Cómo vamos a conseguirlo? ¡Es imposible! ¡Es una locura!
—Niara tiene razón. —Dinorah se cuela en la conversación—. Por mucho que queramos ayudar, no podemos hacerlo. Mucho menos ahora que sabemos que Ashrail se ha ido de Bailey. —Hace una seña de cabeza en dirección a Axel quien se cruza de brazos y desvía la mirada.
En ese momento, el nudo de angustia que tengo en el estómago se aprieta con violencia al recordar que hace apenas una hora, el íncubo fue a buscar al Ángel de la Muerte y no lo encontró. Ni siquiera pudo percibir un vestigio de la energía que emana. Es como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra. Como si nunca hubiese estado aquí en realidad.
Desde entonces, no ha dejado de lamentarse. Ha perdido, incluso, la voluntad para hacer algo respecto a lo que está ocurriendo.
—Por mucho que deteste aceptarlo, Mikhail —Axel dice, posando toda su atención en el demonio de los ojos grises—, las brujas tienen razón. No hay nada que nosotros podamos hacer para detener lo que está a punto de ocurrir. Ashrail se fue. Los ángeles están aquí. Todo se ha ido al caño ya.
—¡Es que aún no es tiempo, maldita sea! —Mikhail espeta y todos —incluyéndome— se encogen otro poco en sus lugares debido al tono duro que utiliza—. ¿Van a permitir que todo se vaya al carajo de este modo? ¿De verdad esa es la única solución que se les ocurre? ¿Ash era su única alternativa?
Se hace el silencio.
Trato, desesperadamente, de deshacer la maraña de pensamientos y sentimientos encontrados que me invade el pecho, pero no lo consigo. No consigo hacer nada más que intentar asimilar la cantidad de cosas que han ocurrido en cuestión de horas.
—Tenemos que ir… —digo, al cabo de un largo rato de silencio.
La atención de todo el mundo se posa en mí.
—No todos —añado, al tiempo que poso mi vista en el demonio de los ojos grises—. Solo tú y yo.
La expresión de Mikhail se transforma en ese instante y lo que veo en ella no hace más que incrementar el pánico que ha comenzado a apoderarse de mí sistema. La mandíbula del demonio se aprieta con fuerza, al tiempo que noto como traga saliva y su nuez de Adán sube y baja con el acto.
Una negativa de cabeza comienza a menear su cabeza.
—No —dice, tajante—. Sé perfectamente qué es lo que quieres hacer. Estás loca. Sácalo de tu cabeza ya mismo.
Trago duro, en un débil intento de aminorar el terror que se cuela en mi torrente sanguíneo.
—Es la única manera —digo, con un hilo de voz, mirándolo con aire suplicante—. Dijiste que necesitábamos otra alternativa. Estoy buscando una.
—No voy a arriesgarte de esa manera —Mikhail refuta—. Me rehúso a hacerlo.
—Sabes que no hay otra forma. —Le regalo una negativa—. Tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Tú puedes hacer algo. Dijiste que lo harías.
La mirada de Mikhail se desvía y noto como sus puños se aprietan con violencia.
—¿Pueden dejarse de secretos absurdos y decirnos qué carajo es lo que planean hacer? —Axel espeta, con irritación.
Mi atención se posa en el íncubo en ese momento, pero no digo nada. No puedo hacerlo. Estoy tan asustada, que no puedo hacer nada más que mirarlo fijamente.
—Mi prioridad eres tú, Bess —Mikhail dice, ignorando por completo la pregunta de Axel, y vuelvo a mirarlo para encontrarme de lleno con sus ojos penetrantes e intimidatorios—. Mi prioridad es tu bienestar, ¿lo entiendes? —Hace una pequeña pausa—. Si lo que quieres es ir e intentar hacer algo, no puedo detenerte. —Hace un gesto exasperado que se me antoja gracioso—. Eres tan testaruda que ni siquiera voy a molestarme en intentarlo. —Muy a mi pesar una sonrisa tensa se me dibuja en los labios—. Puedo acompañarte si así lo deseas; pero, Bess, no puedes pedirme que te ponga en peligro. Me niego rotundamente a hacerlo. Si vamos allá, va a ser bajo la consigna de que no vas a exponerte bajo ningún motivo.
—¿Alguien, por favor, puede explicarme qué diablos sucede? —Axel insiste.
La mirada de Mikhail se posa en él.
—Necesito que vayas a un lugar seguro —le dice, sin más—. Necesito que te las lleves contigo. —Hace un gesto de cabeza en dirección a las brujas—. Bess y yo iremos a California a buscar a Ashrail.
—¿Para qué van a buscarlo? —El pánico creciente en la voz del íncubo es casi palpable—. ¡Nadie les garantiza que estará allá, con un infierno!
—Es lógico, Axel —digo, con la voz inestable por las emociones—. Pensar que Ashrail estará allá es lo más lógico. Él era el más interesado en detener esta locura. Esta rebelión.
—¿Rebelión? ¿De qué rebelión hablas? —El enojo se filtra en el tono de voz de Axel—. Digan lo que digan, encontrar a Ashrail no resolverá nada. ¿Es que acaso no lo entienden? ¡Las jodidas luces de navidad están aquí para iniciar la guerra!
Mikhail sacude la cabeza en una negativa.
—Te equivocas, Axel —dice—. Encontrar a Ash podría hacer la diferencia. Podría ayudarnos a detener todo esto.
—¿Cómo? —pregunta, con exasperación.
—Si lo encontramos, podríamos pedirle que nos ayude a conseguir que Bess me devuelva mi… —Se detiene unos instantes, como si decirlo en voz alta supusiera un esfuerzo descomunal—. Mi parte… angelical.
Axel luce más confundido que nunca.
—¿Y eso en qué demonios ayudaría?
—Axel, si Mikhail recupera su parte angelical, podría volver con los suyos —intervengo, al tiempo que lo encaro—. Podría intervenir para detener a los ángeles. La Legión volvería a tener un líder. Volvería a tener alguien que los convenza de regresar a su reino sin ocasionar problemas.
El horror está pintado en el rostro del íncubo, pero no dice nada. Tampoco luce como si pudiese hacerlo; así que, en ese momento, y sin importarme que Ashrail nos haya pedido discreción, se lo cuento todo. Le hablo acerca de la rebelión de los ángeles, le hablo acerca de sus planes de iniciar el apocalipsis cuando aún no es tiempo. Le hablo sobre lo que podría pasarme a mí cuando la energía angelical me abandone y le hablo, incluso, sobre la cacería que ha iniciado El Supremo para encontrar a Mikhail y asesinarlo antes de que sea capaz de suponer una amenaza.
Sé que las brujas también escuchan lo que estoy diciendo, pero no me interesa ya. A estas alturas del partido, no me importa que todo el mundo sepa la magnitud del problema con el que lidiamos.
Para cuando termino de hablar, Axel y las brujas lucen como si quisieran vomitar. Como si quisieran echarse a correr.
—Es una locura —dice Axel, luego de un largo momento de silencio, y sus ojos se clavan en mí. El gesto preocupado que esboza hace que el pecho me duela y que el corazón se me estruje—. Bess, ¿te das cuenta de lo que implica que le devuelvas su parte angelical? —Asiento y él sacude la cabeza en una negativa—. ¿Y aun así estás bien con eso? ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
—No tenemos otra opción —digo, con un hilo de voz.
—Pero, si le das tu parte angelical… —Hace una pequeña pausa para ordenar sus ideas—. Si lo que Ashrail dice es cierto y le das tu parte angelical a Mikhail, los Estigmas te asesinarán y el resultado al final será el mismo.
—Pero sucederá de la manera correcta. —Sueno inestable y ronca mientras hablo, pero me obligo a continuar—: Sucederá del modo en el que tiene que suceder, con Mikhail en el lugar en el que siempre debió estar, con el poder que siempre debió tener y con los compañeros de lucha a los que nunca debió abandonar. —Trago duro—. Además, lo que dijo Ashrail es solo una posibilidad. —Trato de sonar positiva y alentadora, pero no lo consigo del todo—. Puede que el lazo que me ata a Mikhail cumpla la función de su parte angelical y no muera. Puede que el lazo que nos une sea más fuerte de lo que pensamos y realmente me impida morir si no lo hace él. —No creo una sola palabra de lo que digo, pero trato de sonar optimista mientras miro al demonio de los ojos grises con aire suplicante. Él sabe perfectamente que estoy pidiéndole que me apoye un poco por aquí, pero no dice nada. Se limita a clavar su vista —enojada y acusatoria— en la mía. A pesar de eso, me las arreglo para añadir un débil—: No todo está dicho aún.
—Bess, por favor… —La voz de Dinorah llega a mis oídos en ese momento y poso toda mi atención en ella—. Por favor, no lo hagas.
Todo dentro de mí se estremece en el instante en el que me percato de la angustia en su mirada. En el instante en el que me percato de las lágrimas silenciosas que caen por el rostro de Niara y de la preocupación que tiñe el gesto de Zianya.
Por unos segundos, mi mente se queda en blanco. Por un doloroso momento, mi cuerpo entero es incapaz de procesar la cantidad de emociones que colisionan en su interior.
Alivio, culpabilidad, cariño y agradecimiento se arremolinan dentro de mí y me dejan sin aliento.
—No tienes por qué hacerlo —dice, con la voz entrecortada por las emociones—. No es justo. No lo mereces. No… —Su voz se quiebra tanto ahora, que tiene qué detenerse por completo.
La opresión que me atenaza el cuerpo es tanta, que no puedo decir nada. No puedo hacer otra cosa más que mirar como las brujas se desmoronan delante de mis ojos.
Niara, que es quien se encuentra más cerca de mí, acorta la distancia que nos separa y envuelve sus brazos alrededor de mis hombros. El gesto me saca de balance por completo, pero lo correspondo casi de inmediato. A los pocos segundos, Dinorah y Zianya se nos unen y entre las tres me apretujan y me dejan sin aliento con la intensidad de su abrazo.
Nadie dice nada. Nadie se mueve durante una eternidad y, cuando la resolución de lo que está a punto de pasar se asienta entre nosotras, todo se transforma. Todo pasa a ser lágrimas, disculpas susurradas, peticiones rotas y súplicas desesperadas. Todo pasa a ser pánico, ansiedad y llanto desmesurado.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que me aparte de ellas y me limpie la humedad de las mejillas. Tampoco sé cuánto tiempo pasa antes de que Mikhail, quien había estado observando pacientemente desde una esquina de la habitación, se acerque y se detenga frente a mí.
El infinito pesar que veo en su gesto me quiebra en mil formas diferentes, pero me las arreglo para mantener el gesto sereno mientras lo miro.
—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? —pregunta, con la voz enronquecida.
Yo asiento, incapaz de confiar en mi voz para hablar.
—Bien —dice, sonando aún más ronco que antes—. Si es así, hagámoslo.

—¿Estás segura de esto, Bess? —Axel pregunta por milésima vez, en lo que se siente que han sido cinco minutos.
No respondo. Me limito a continuar guardando un montón ropa en la mochila que descansa sobre mi cama. No sé por qué diablos estoy haciendo una maleta cuando estoy segura de que no voy a necesitarla, pero, de cualquier modo, no me detengo. Ahora mismo, cualquier cosa que me mantenga ocupada es bienvenida. Cualquier cosa que sea capaz de mantener a raya el centenar de emociones destructivas que me invaden es bien recibida.
—Bess… —el íncubo insiste y detengo mis movimientos para cerrar los ojos con fuerza.
—No es como si tuviese otra opción —mascullo, luego de unos segundos.
Se hace el silencio.
—¿De verdad confías en él? —dice, al cabo de otro largo rato.
Sé, de antemano, que se refiere a Mikhail y un agujero se asienta en mi estómago solo con escuchar su nombre.
Sin que pueda evitarlo, un millar de recuerdos sobre lo ocurrido anoche me llena la cabeza y, de pronto, me encuentro siendo incapaz de concentrarme en otra cosa. Me encuentro siendo incapaz de dejar de revivir una y otra vez la sensación de su piel contra la mía. De sus caricias sobre mi cuerpo.
Trago duro y trato de enfocar mi atención en Axel, pero no estoy segura de estarlo consiguiendo.
—Hizo un Juramento de Lealtad —digo, al cabo de unos instantes, como si eso justificase la forma en la que estoy lanzándome al vacío. Como si eso justificara mi repentina confianza en él.
—Un juramento que no sabes si es real o no. —Sé que trata de ser racional conmigo, pero lo único que consigue es irritarme un poco. Él parece notarlo ya que añade con rapidez—: Y no es que esté tratando de hacerte dudar, es solo que… —Noto, por el rabillo del ojo, como sacude la cabeza en una negativa—. Es solo que ayer, antes de que escaparas de aquí, lo único que querías era que se marchara. No entiendo qué fue lo que cambio.
Poso mi atención en él.
—Estoy cansada de desconfiar, Axel —digo, como si eso lo excusara todo. Como si eso fuese suficiente para hacerle entender mi postura ahora—. Estoy cansada de pensar que todo el mundo quiere hacerme daño.
—Él realmente quiso hacerte daño, Bess. —Genuina preocupación tiñe el gesto del demonio—. Hasta hace unas semanas, su objetivo era arrebatarte su parte angelical y asesinarte. —Suena exasperado e irritado—. No dejes que lo que sientes por él te ciegue. El hecho de que hayan pasado la noche juntos no quiere decir que él ya no quiere lastimarte. —Me mira con una seriedad que nunca había visto en él—. Y no. No son mis celos los que hablan. Es mi sentido común y mi preocupación por ti. —Se cruza de brazos—. El hecho de que Mikhail no haya intentado asesinarte, no quiere decir que sus intenciones sean buenas. Así lo recordase todo, así ahora se encuentre confundido, su naturaleza sigue siendo la de un demonio. Ya no es esa criatura a medio camino entre el Cielo y el Infierno. No puedes ignorarlo así de fácil.
—Está dispuesto a ayudar —digo y soy consciente de cuán idiota sueno—. Está dispuesto a hacer algo por la causa. Eso debe significar algo, ¿no es así?... Nadie, por más oscuro y siniestro que parezca a veces, es malo del todo, ¿recuerdas? —digo, citándome a mí misma—. Ustedes, los demonios, son la prueba de ello. —Una sonrisa tensa y triste se dibuja en mis labios—. No somos blancos o negros, Axel. Somos grises. Somos el punto intermedio entre el bien y el mal; y voy a aferrarme a eso, porque es lo único que tengo. Porque es lo único que me mantiene a flote.
Un suspiro entrecortado escapa de los labios del demonio.
—De verdad espero que no estés equivocándote, Bess —dice, con un hilo de voz—. Espero, de verdad, que no estés confiando en él en balde. —Niega una vez más—. Lo único que quiero pedirte, entonces, es que recuerdes quién es. Que recuerdes qué es.
—Lo hago.
—No, Bess. No lo haces —Axel me mira con tristeza y pesar—, y necesitas hacerlo. —Un suspiro se le escapa y hace una pequeña pausa antes de decir—: Mikhail es un demonio y los demonios no sentimos amor. No olvidamos nuestros objetivos fácilmente. Somos codiciosos, Bess. No se te vaya a ocurrir olvidarlo ni un solo segundo. No te permitas bajar la guardia, así él se comporte como todo un dulce caramelo bajado del cielo, ¿de acuerdo?
Un asentimiento es lo único que puedo darle por respuesta porque no confío en mi voz para hablar; sin embargo, él parece conforme con eso, ya que, sin decir una sola palabra más, sale de la habitación.

Han pasado ya más de treinta horas desde la aparición de la Legión de ángeles en California. Veinticuatro desde que el mundo entero entró en un estado de pánico colectivo. Veinte desde que los saqueos, los asaltos, las carreteras abarrotadas y los aeropuertos a reventar invadieran todos los noticieros.
Dieciocho horas han pasado, también, desde que al gobierno de los Estados Unidos se le ocurrió la grandiosa idea de intentar atacar a los seres celestiales. Diecisiete desde que los ángeles, enfurecidos con la osadía de la milicia estadounidense, comenzaron a destruir la ciudad. Dieciséis desde que California se declaró en estado de emergencia y todos los servicios de transporte aéreo fueron suspendidos de manera indefinida. Quince desde que Mikhail y yo hemos trepado al coche de Zianya y conducido en dirección al lugar donde todo el meollo se encuentra.
Luego del ataque militar y de las consecuencias que este tuvo, Mikhail no lo pensó dos veces antes de treparse en este coche conmigo para ir en dirección a Los Ángeles, California.
Las carreteras abarrotadas no han hecho más que entorpecer la tarea que nos hemos impuesto y eso solo ha conseguido ponernos de un humor extraño a ambos.
Axel insistió en acompañarnos, pero Mikhail se lo prohibió determinantemente. Argumentó que su presencia iba a dificultar cualquier clase de negociación con los ángeles y que, además, tenía la obligación de ver por el bienestar de las brujas. Así pues, hace quince horas, nos trepamos al coche de Zianya y comenzamos el viaje.
La distancia desde Bailey hasta Los Ángeles jamás se me había hecho tan larga. La distancia entre la vida que abandoné hace cuatro años y la que tengo ahora, jamás me había parecido tan… eterna.
—Si pudiera volar, habríamos llegado hace mucho tiempo —Mikhail repite, por enésima vez en lo que va del camino y mis manos se aprietan en el volante con irritación.
—Deja de torturarte de esta manera —digo, en voz baja, mientras miro el espejo retrovisor y contemplo la posibilidad de rebasar al coche que tenemos adelante.
—No puedo —dice, con irritación—. De verdad, te lo juro que no puedo. Es cuestión de tiempo para que los demonios decidan atacar. De hecho, me sorprende que aún no lo hayan hecho. Me sorprende que aún no hayan desatado un jodido infierno en la tierra. Lo que está pasando no es un juego. Se ha roto un tratado de paz. Se ha violado un acuerdo entre ambos reinos. Los demonios no van a detenerse. No van a permitir que los ángeles ganen terreno en la tierra.
Sus palabras no hacen más que incrementar la ansiedad que se cuece a fuego lento en mis entrañas.
—Deberías estar agradecido. —Trato de sonar positiva, pero fracaso terriblemente—. Es probable que los demonios estén planeando hacer algo grande, eso lo entiendo, pero, de cualquier modo, el tiempo que están tomándose está dándonos la oportunidad de movilizarnos. De adelantarnos a las circunstancias.
Una carcajada irritada escapa de los labios del demonio.
—Estás siendo demasiado ingenua.
—Gracias —suelto, con sarcasmo.
En ese momento, un suspiro largo y pesado escapa de los labios de Mikhail, pero no dice nada más. No hace nada más que mirar hacia la carretera con aire enojado y frustrado.
Yo tampoco hago nada por romper el silencio que nos invade. Me limito a poner toda mi atención en el camino que se extiende delante de nosotros.

Nos toma alrededor de treinta y siete horas llegar a Los Ángeles y, durante ese transcurso de tiempo, lo único que hemos sabido, es que la ciudad de Los Ángeles y todos sus alrededores —Long Beach, Pasadena, Santa Mónica, Malibú y San Diego— han sido evacuadas por el ejército nacional.
Nos hemos enterado, también —por medio de malas transmisiones de radio—, que veinticuatro ciudades del estado se han quedado sin energía eléctrica y que se ha perdido total comunicación con los refugios asentados en la metrópoli.
Ha sido caótico. Las carreteras están hechas un mar de coches y las ciudades una visión postapocalíptica aterradora y desagradable.
Encontrar gasolina dentro de California ha sido una completa proeza; evadir a los asaltantes que merodean las carreteras ha sido un completo suplicio.
El mundo está hecho un desastre. Se siente como si realmente este fuera el fin de los tiempos.
«Es el fin de los tiempos, Bess», susurra mi subconsciente, mientras el coche vira sobre una de las calles de las afueras de la ciudad.
—¿Sientes eso? —La voz tensa y ronca del demonio que se encuentra sentado a mi lado, me trae de vuelta al aquí y al ahora; sin embargo, tengo que parpadear un par de veces para terminar de espabilarme.
—¿Qué cosa? —pregunto. La ansiedad se filtra en mi tono.
—La oscuridad.
Un escalofrío me recorre la espina dorsal cuando habla, pero me las arreglo para mantener la expresión serena.
En ese momento, y como si sus palabras hubiesen abierto un canal sensorial en mí, soy capaz de sentirla. Soy capaz de percibir la densidad en el ambiente y la carga energética que lo envuelve todo.
—Esto no está bien —Mikhail masculla sin siquiera esperar por mi respuesta, pero suena como si estuviese hablando para sí mismo—. No se supone que debería sentirse de este modo si son solo ángeles los que han llegado a este lugar.
—¿A qué te refieres? —El pánico tiñe el tono de mi voz, pero no acelero la velocidad del auto. Al contrario, ralentizo su marcha.
Las calles desiertas por las que avanzamos no hacen más que ponerme los nervios de punta. No hacen más que ponerme a temblar de pies a cabeza.
Hay coches abandonados en todos lados, muebles de interiores desperdigados por toda la calle, casas con las puertas abiertas de par en par, y todo esto es coronado por la falta de iluminación en las aceras.
Los Ángeles, California, parece una ciudad fantasma.
«Es una ciudad fantasma».
—Me refiero a que es muy probable que ya haya demonios aquí —dice, con una serenidad que se me antoja ensayada.
—¿Estás seguro?
Asiente.
—Bastante. La energía demoníaca que se percibe es demasiada —dice, con el ceño fruncido con preocupación.
—¿Por qué no han dicho nada en los noticieros? —El pánico se filtra en mi tono.
—Es muy probable que lo hayan mantenido en secreto para no alarmar más a la gente. Es la única explicación que le encuentro. —Niega—. Los demonios están aquí. De eso no tengo ni la menor duda.
Mi vista se posa en él en ese momento y una oleada de pánico se detona en mi sistema.
—¿Crees que encontremos a Ashrail? —pregunto, con la voz entrecortada por las emociones—¿Crees que lo encontremos pronto?
—Tenemos que hacerlo —dice, sin apartar la vista del camino que se despliega delante de nosotros—. No hay otra opción. Si queremos recuperar el control de la situación, tenemos que encontrarlo y tenemos que hacerlo rápido.
—Los Ángeles es una ciudad muy grande —digo, porque es cierto y porque el terror no deja de dibujar mil y un escenarios caóticos dentro de mi cabeza—. Será como buscar una aguja en un pajar.
—No si logro llegar al campo de batalla —dice, sereno—. Es probable que Ashrail se encuentre en ese lugar… Si es que de verdad se encuentra aquí en primer lugar. —Deja escapar un suspiro entrecortado y tenso—. Por lo pronto, lo que tenemos que hacer es buscar un refugio. Te dejaré allí y saldré a buscar a Ash para traerlo conmigo.
—No voy a dejarte ir solo a ningún lado —refuto, tajante.
—Estás loca si crees que voy a permitir que te expongas del modo en el que pretendes hacerlo. —La dureza en el tono de Mikhail me escuece el pecho—. Ya te lo dije: mi prioridad es mantenerte a salvo. Iré yo solo a buscar a Ash y no está a discusión. Lo siento mucho.
—Pero…
—Pero nada —me corta de tajo—. No insistas, Bess. Las cosas van a hacerse a mí manera o no van a hacerse, ¿entiendes?
Una punzada de coraje me atraviesa el pecho; pero, a pesar de eso, asiento con dureza. Este no es el momento para comportarse como una niña inmadura. Este no es el momento para comenzar una pelea innecesaria.
—De acuerdo —digo al cabo de unos segundos, con la voz rota por el enojo que me invade y, luego, piso el acelerador.