Stigmata
Capítulo 33
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Mikhail no ha regresado.
La noche, que había sido nuestra anfitriona al llegar a la ciudad, se ha terminado y Mikhail no ha vuelto.
No sé cuánto tiempo ha pasado exactamente desde que nos acercamos al centro de la ciudad y nos introdujimos en un edificio abandonado, pero se siente como una eternidad. Se siente como si hubiesen pasado eones desde entonces, aunque en realidad solo ha sido una fracción de noche.
Nos asentamos en un apartamento diminuto —al que parecen haber puesto patas arriba antes de abandonarlo— y, una vez que Mikhail comprobó una y otra —y otra—
vez que estaba vacío y que era seguro, me dio instrucciones expresas de no moverme de aquí hasta que regresara. Han pasado ya varias horas desde entonces. Más de las que me gustaría.
Antes de marcharse, el demonio de los ojos grises dijo que, si en algún momento llegaba a sentirme amenazada por algo o por alguien, debía huir lejos. Dijo, también, que estaba casi seguro de que la ciudad estaba infestada de ángeles y demonios, y que debía mantener los ojos bien abiertos.
Personalmente, no he sentido a ninguna criatura de ninguna especie. Tampoco he visto nada que me haga sentirme alerta o asustada, pero la presencia tanto de energía celestial como infernal en este lugar es innegable. Se siente como si todo el ambiente hubiese sido cubierto por un manto pesado y agobiante. Como si el mundo entero estuviese a punto de convertirse en un lugar lleno de tinieblas… o de luz. No sabría explicarlo del todo.
Mi vista está fija en un punto en la calle. Mis ojos están fijos en la avenida desierta que se extiende a través de la ventana y, a pesar de que no soy capaz de percibir ninguna clase de movimiento, me siento inquieta.
No sé muy bien cómo explicarlo, pero se siente como si pudiese asegurar que estoy siendo observada de algún modo u otro.
Cierro los ojos con fuerza.
—Deja la paranoia —me reprimo a mí misma en voz alta, pero la angustia no deja de atenazarme el pecho.
Un suspiro entrecortado se me escapa de los labios en el momento en el que me aparto de la ventana y me siento sobre la madera del escritorio que he puesto a manera de tranca contra la puerta de la habitación.
El nudo de ansiedad que me ha acompañado desde que salimos de Bailey no hace más que acrecentar con cada segundo que pasa y, de pronto, me encuentro pensando en mil y un escenarios fatalistas.
Esto va a acabar conmigo.
Recargo la cabeza contra la puerta detrás de mí. Una inspiración profunda es inhalada por mis labios y me repito, por milésima vez desde que salimos de Carolina del Norte, que todo va a estar bien. Que vamos a solucionarlo de algún modo u otro porque está mal. Porque no tiene que ser de esta manera. Porque el mundo no está listo para acabar.
«Porque yo no estoy lista para morir aún».
Abro los ojos.
Poso la vista en la ventana una vez más, pero, esta vez, no hago nada por acercarme a husmear hacia la calle. Esta vez, me quedo aquí, quieta, mientras que repaso el plan de Mikhail en mi cabeza.
Si las cosas salen como se esperan, él estará aquí dentro de un rato más, acompañado de Ashrail. Luego de eso, con la ayuda del Ángel de la Muerte, le devolveré su parte angelical para que pueda presentarse con los ángeles y los haga volver a su reino. Aún no sabemos qué ocurrirá conmigo cuando la energía celestial de Mikhail me abandone, o cómo conseguiremos que los demonios vuelvan al lugar al que pertenecen, pero no he querido pensar mucho en ello.
Me he dicho a mí misma, las últimas horas, que debemos ocuparnos de una cosa a la vez. Que vamos a resolverlo todo poco a poco, y eso ha sido suficiente para mantenerme lejos de la histeria. Ha sido suficiente para mantenerme serena dentro de lo que cabe.
Vuelvo a ponerme de pie.
Mis pasos, inevitablemente me guían hasta la ventana una vez más y, sin poder evitarlo, barro la mirada por todo el espacio.
Desde la altura a la que me encuentro soy capaz de tener una vista bastante amplia del panorama, y eso me tranquiliza y me perturba en partes iguales.
Un suspiro entrecortado brota de mis labios en ese momento y me muerdo el labio inferior cuando, por tercera ocasión, me paro sobre mis puntas para intentar ver qué hay detrás de uno de los vehículos abandonados que se encuentra en la acera de enfrente.
De nuevo, no logro ver nada.
No sé qué es lo que está enloqueciéndome más: si el silencio o la falta de movimiento en la calle. No hay una sola alma en kilómetros a la redonda. No he visto una sola camioneta del ejército, o alguna clase de avión militar sobrevolando el área —como habían dicho en las noticias que ocurría—. Ni siquiera he escuchado indicios de destrucción cerca de aquí.
Tampoco es como si esperase encontrarme en medio de un campo de batalla, pero, ciertamente, la falta de movimiento me parece… inquietante. Aterradora en modos incomprensibles.
El sonido del golpeteo impaciente en la madera de la puerta me hace ahogar un grito y pegar un salto debido a la impresión.
En ese momento, giro sobre los talones a toda velocidad, al tiempo que trato de acompasar el latir desbocado de mi corazón con un par de inspiraciones profundas.
El tirón suave en el lazo que me une a Mikhail hace que una punzada de alivio se deslice en mi sistema durante unos instantes; sin embargo, no me confío del todo y le permito a los hilos de los Estigmas desperezarse un poco.
—¿Mikhail? —Mi voz es un susurro tembloroso y débil.
—Abre la puerta, Cielo —dice, del otro lado de la habitación y el alivio me recorre entera.
No lo pienso más y acorto la distancia que me separa de la entrada. Apenas si me toma unos minutos mover el escritorio para poder abrir. Cuando por fin consigo deshacerme del obstáculo que yo misma he puesto, me topo de frente con la figura imponente de Mikhail, seguida de la de Ashrail.
No me pasa desapercibido el alivio que inunda los ojos del Ángel de la Muerte cuando me mira. No me atrevo a asegurarlo, pero casi me atrevo a apostar a que pensaba que Mikhail estaba mintiéndole. Que creía que todo esto era una trampa de Mikhail para hacerle daño.
No me sorprendería si las cosas fuesen de esa manera. Si yo estuviera en su lugar, también desconfiaría de las buenas intenciones de Mikhail. Desconfiaría de todo el que dijera que tiene intenciones de ayudar a la causa.
—¿Dónde has dejado a las brujas y al íncubo? —El cuestionamiento de Ash me saca de balance. De todas las cosas que esperaba que dijera, esa era la única que no me pasó por la cabeza.
—En Bailey —digo, porque es cierto.
Ashrail asiente.
—Hiciste bien al mantenerlos allá —dice—. Este lugar no es seguro.
Una sonrisa tensa se desliza en mis labios.
—¿Alguna parte del mundo es segura ahora mismo?
Es el turno de Ash para sonreír ligeramente.
—Supongo que no —dice, al tiempo que niega con la cabeza. Entonces, posa su mirada en el demonio de los ojos grises para añadir—: Decías la verdad.
Las cejas de Mikhail se alzan con incredulidad.
—¿Por qué les es tan difícil creerme? —Suena más indignado de lo que espero.
—¿De verdad quieres la respuesta a eso? —Ashrail suelta, con irritación y Mikhail hace un mohín.
En ese momento, el Ángel de la Muerte posa su atención en mí.
—¿Confías en él? —dice al cabo de unos segundos y hace un gesto de cabeza en dirección a Mikhail, quien mantiene una expresión serena y una mirada… ¿impaciente?
Mi ceño se frunce.
«¿Por qué estás tan alterado?».
—Sí —digo, y el peso de mi propia respuesta cae sobre mí como balde de agua helada.
—¿Eres consciente de que vas a morir si haces esto? —Ash dice, con severidad y algo en la expresión de Mikhail cambia. Algo en su gesto se torna erróneo.
—Tenía la esperanza de que tuvieses alguna alternativa para mí —digo, en medio de una risa nerviosa y asustada.
El Ángel de la Muerte niega con la cabeza.
—No puedo prometerte nada —dice, al tiempo que, por primera vez desde que llegaron, le dedica una mirada a Mikhail—. Se lo he dicho ya a Miguel. No puedo garantizar que vivas. Ni siquiera sé qué demonios es lo que va a pasar cuando hagamos el ritual. No sé si vas a sobrevivir, o vas a morir inmediatamente, o si la muerte será gradual, conforme los Estigmas te consuman.
—¡Hombre! —suelto, con sarcasmo—. Eso es alentador.
—Solo trato de ser honesto, Bess —dice—. Necesito que ambos sepan en qué están metiéndose. Una vez hecho, no habrá vuelta atrás.
—¿Y no podemos darle algo de mi energía demoníaca para contrarrestar la que voy a quitarle? —Mikhail pregunta y suena ansioso mientras lo hace.
Ash nos mira de hito en hito.
—Podríamos intentarlo, pero no sé cómo carajos vaya a afectar eso a la naturaleza celestial que tienen los Estigmas de Bess. —Suspira—. Ambos tienen que saber que vinieron aquí sin la garantía de un pase de regreso. Si creían que podían jugar a los héroes y salir bien librados, están muy equivocados. Lo más probable es que vas a morir, Bess Marshall, y tú —mira a Mikhail—, Miguel Arcángel, vas a tener que estar preparado para luchar y ganar la batalla que se avecina.
Las palabras de Ashrail se me asientan en el cerebro con violencia y, de pronto, el nudo de ansiedad que se había construido en mi estómago desde hace días, se mueve hasta mi garganta. Los ojos me pican con las lágrimas que amenazan con abandonarme, pero, por primera vez en mucho tiempo, no lloro. No dejo que el terror me paralice.
—Bien —digo, asintiendo con rapidez—. Hagámoslo.
—Cielo… —La voz torturada de Mikhail me llena los oídos, pero no lo miro. No lo miro porque, si lo hago, voy a ponerme a llorar como una idiota.
Los ojos de Ash se posan en Mikhail, pero él no ha dejado de mirarme a mí.
—Bess, tienes que prometerme que no vas a darte por vencida. Que no vas a dejar que los Estigmas te venzan. No hasta que encontremos la manera de mantenerte con vida. —La súplica en la voz del demonio de los ojos grises me quiebra en mil maneras diferentes, así que me obligo a clavar mis ojos en los suyos.
—Lo prometo —digo, pero estoy aterrorizada. Horrorizada por lo que me espera.
En ese momento, y sin importarle que Ashrail se encuentre aquí, Mikhail acorta la distancia que nos separa y me coloca las manos a ambos lados del rostro para plantar un beso urgente en mis labios. Un beso que me sabe a angustia, desesperación y miedo.
—Hagamos esto —digo, con un hilo de voz, contra su boca y él asiente.
—Hagámoslo —dice y, luego, volcamos nuestra atención hacia Ashrail—. ¿Qué es lo que tenemos qué hacer?
—Primero que nada, tenemos que encontrar un lugar más grande —Ash dice—. Esto va a ser bastante… caótico.

Estoy temblando, pero no sé exactamente por qué. Quiero atribuírselo a las ráfagas heladas de viento invernal que no han dejado de atacarme, pero estoy segura de que mi estado nervioso también es responsable de los espasmos involuntarios que sufre mi cuerpo.
Una ventisca violenta hace que me abrace a mí misma y que desvíe la mirada para evitar que el cabello corto se meta dentro de mis ojos.
—Vuelve a adentro. —La voz de Mikhail llega a mí a través del sonido atronador del viento y me obligo a encararlo.
Está ahí, de pie en medio de la azotea del edificio donde nos refugiamos, con el torso envuelto en vendajes sucios y los mismos viejos pantalones que le he visto vestir desde que salimos de Bailey.
Luce intranquilo, como si algo estuviese incomodándolo en demasía. Como si estuviese arrepintiéndose de hacer esto.
—Estoy bien —digo, en voz alta para que sea capaz de escucharme—. Quiero quedarme aquí.
En respuesta, lo único que obtengo es un bufido irritado.
Ash, por su parte, no aparta la vista del suelo mientras trabaja en silencio.
Hace alrededor de quince minutos que subimos a este lugar. Hace cerca de diez que Ash comenzó a trazar algo en el suelo con un trozo de algo parecido al carbón; pero no ha sido hasta hace unos instantes, que todo comenzó a tomar forma.
Ha dibujado dos círculos: uno dentro del otro y, entre ellos, justo en esa separación que apenas mide unos centímetros, ha trazado un montón de símbolos que no sé qué significan; dentro del círculo más pequeño ha trazado, también, una estrella de seis picos y, de pronto, no puedo dejar de evocar los recuerdos del pentagrama que dibujaron las brujas cuando Mikhail intentó negociar con Rafael para mantenerme a salvo. Ese por el cual los Creadores del Infierno se lo llevaron.
—Ya está. —La voz de Ash me saca de mis cavilaciones y poso toda la atención en él.
Me tenso por completo cuando el Ángel de la Muerte me regala un asentimiento para que me acerque, pero no me atrevo a moverme.
Aprieto los puños.
—No tenemos mucho tiempo, Bess —Ashrail insiste—. Esto que dibujé aquí —señala el suelo debajo de sus pies—, va a atraer a todos: ángeles, demonios y otra clase de criaturas espirituales en poco tiempo. Tenemos que hacerlo ahora si no queremos que las cosas se compliquen.
Trago duro.
De manera involuntaria, mis ojos viajan hasta donde Mikhail se encuentra y, lo único que obtengo por respuesta a mi mirada suplicante, es una cargada de… ¿inseguridad?
Una inspiración profunda es inhalada por mis labios temblorosos y se me atasca en la garganta cuando trato de exhalarla.
«Ha llegado la hora, Bess», me digo a mí misma y, a pesar de que siento los músculos del cuerpo agarrotados, comienzo a moverme.
Se siente como si estuviese tratando de caminar dentro del agua. Como si mis pies estuviesen enterrados en la arena y tratase de avanzar de esa forma.
Cuando estoy lo suficientemente cerca, Ashrail me toma por los hombros y me guía hasta colocarme sobre una de las puntas de la estrella. Acto seguido, guía a Mikhail hasta colocarlo justo en la punta de la estrella que queda delante de mí, del otro lado del círculo. Entonces, él se coloca al centro de todo.
—El ritual será muy similar al que Miguel fue sometido cuando se le fue arrebatada su parte angelical. —Ashrail explica—: Yo evocaré al poder celestial fuera de ti. —Me mira—. Pero te corresponde a ti canalizarlo hacia Mikhail, justo como él lo hizo cuando se percató de la trampa que Rafael le había tendido. —Mira a Mikhail—. Tendremos que ser veloces porque, en el momento en el que Bess pierda el poder celestial, volverá a ser ese espectacular iluminado que era antes y atraerá a todo el mundo hasta acá. Ese será el momento ideal para que tomes el lugar que te corresponde y combatas contra los demonios para enviarlos de vuelta al Inframundo. —Hace una pequeña pausa—. En cuanto a Bess, si llega a sobrevivir al ritual y al poder de sus Estigmas, yo me encargaré de cuidar de ella. Te doy mi palabra.
La mandíbula de Mikhail se aprieta con violencia, pero asiente.
—¿Tienen alguna duda? —Ash inquiere, mirándonos de hito en hito.
Ambos negamos con la cabeza.
—Bien —dice y, luego, se coloca al centro de la figura dibujada.
—¡Espera! —Mi voz sale en un chillido agudo y tembloroso, y hace que tanto Mikhail como Ash me miren como si me hubiese salido otra cabeza.
En ese momento, y sin importarme que Ashrail esté cerca, me precipito hasta donde el demonio de los ojos grises se encuentra y envuelvo los brazos alrededor de su cuello. Él no me devuelve el abrazo de inmediato, pero lo hace luego de superar el estupor.
—Si muero —digo, en voz baja e inestable—, quiero que sepas que…
—Shh… —Mikhail me interrumpe, acariciando mi cabello—. No lo digas. No quiero saberlo ahora.
—Mikhail, necesito… —El aliento me falta debido al pánico que me atenaza el pecho y tengo que detenerme a recuperarlo—. N-Necesito que…
—Lo siento mucho, Bess —me interrumpe en ese momento, y el tono ronco de su voz no hace más que incrementar las ganas que tengo de echarme a llorar—. Siento mucho todo esto. Lo siento.
Un sonido estrangulado se me escapa en el momento en el que un par de lágrimas se deslizan por mis mejillas.
—Se nos termina el tiempo. —Ashrail insiste y una maldición me abandona.
—Ve —Mikhail susurra contra mi oído, pero no me deja ir.
Yo, sin embargo, asiento frenéticamente y me aparto para plantar otro beso en sus labios fríos. Él corresponde a la presión de mi beso unos segundos antes de empujarme con suavidad en dirección a la posición que debo tomar.
Una vez colocada de vuelta en el lugar que se supone que debo ocupar, el ritual comienza.