Stigmata
Capítulo 34
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Estoy aterrorizada. Tengo tanto miedo, que se siente como si pudiese vomitarme encima en cualquier momento. Estoy tan asustada, que temo que el corazón se me escape del cuerpo antes de que la parte angelical de Mikhail lo haga.
Ashrail no ha dejado de murmurar cosas en un idioma desconocido. Ha pasado los últimos minutos aquí, al centro de la Estrella de David —esa de seis picos— que ha trazado, con los ojos cerrados y postura relajada pero firme.
El ambiente ha comenzado a tornarse denso con cada palabra que pronuncia y eso no ha hecho más que ponerme los nervios de punta.
La figura que nos rodea poco a poco ha comenzado a ser un campo de energía. Una bastante peculiar. Una que no logro identificar del todo. No se siente como si fuese oscura, pero tampoco como si fuese luminosa. Lo único que puedo afirmar respecto a ella, es que es intensa.
Una ráfaga de viento me azota la cara de nuevo, pero, esta vez, no sé si ha sido producto del clima o de la clase de energía que Ashrail está invocando.
La parte angelical de Mikhail parece notar el cambio en el ambiente, ya que se revuelve con incomodidad en mi interior. Los Estigmas, sin embargo, no dan señales de sentirse turbados en lo absoluto.
El sonido de la voz de Ash incrementa y también lo hace el sonido crepitante del extraño poder que nos rodea.
Entonces, cuando se siente como si el universo entero estuviese a punto de estallar debido a la presión ejercida por dicho poder, comienza a materializarse. Comienza a deslizarse a través de los trazos oscuros de la estrella hasta convertirse en una enredadera confusa e intrincada de energía oscura y luminosa. De energía celestial y demoníaca.
El Ángel de la Muerte extiende sus brazos hacia enfrente en ese momento, con las palmas volteando hacia el cielo, como si estuviese esperando a que algo cayese sobre ellas.
La energía que nos rodea comienza a concentrarse en sus manos. Comienza a envolverse entre sus dedos hasta formar una figura alargada e imponente.
Poco a poco, las hebras de poder comienzan a solidificarse. Poco a poco, van tomando forma y, de pronto, me encuentro mirando una guadaña. Me encuentro mirando ese peculiar objeto con el que se describe al Ángel de la Muerte: su guadaña.
Me quedo sin aliento.
El terror se me cuela entre los huesos y me hace difícil respirar con normalidad.
Ash, sin inmutarse, cierra los dedos sobre el alargado báculo de madera y los rezos extraños ceden.
Los ojos de la criatura al centro de la estancia se abren cuando la guadaña es afianzada, y se posan en mí. Es hasta ese instante, que me percato de la tormenta dorada y blancuzca que se ha apoderado de su mirada.
Luce aterrador. Luce impresionante. Luce abrumadoramente similar al Mikhail que guardo en mi memoria y no sé cómo sentirme al respecto.
No dice nada. No hace nada por acercarse a mí, solo me mira con fijeza, como si eso fuese suficiente para analizarme hasta el alma.
Acto seguido, posa toda su atención en el demonio de ojos grises que se encuentra del otro lado del trazo sobre el que nos encontramos. Luego de eso, su atención se posa en el arma que sostiene entre las manos.
La guadaña da un giro impresionante cuando Ashrail la manipula en el aire y otra proclamación dicha en un idioma desconocido me llena los oídos; sin embargo, esta vez no soy capaz de ver como sus labios se mueven.
«¿Ha hablado dentro de tu cabeza?», susurra la voz interna y, en ese instante, la energía angelical de Mikhail se remueve con violencia en mi interior.
Otra oración retumba en lo más profundo de mi cerebro y, acto seguido, un dolor atronador me estalla en el pecho.
Un sonido torturado se me escapa cuando, involuntariamente, caigo al suelo de rodillas, pero no es hasta que la guadaña golpea contra el suelo, que el mundo pierde enfoque.
La energía angelical grita, rabiosa y enfurecida, y se aferra a mí con tanta fuerza que me hiere. Con tanta violencia, que temo que pueda desgarrarme por dentro.
Un grito aterrador me brota de la garganta en el instante en el que siento como algo tira con brusquedad del poder celestial y los Estigmas, en respuesta al caos que se está llevando a cabo en mi interior, se estrujan y se desperezan.
La energía angelical no deja de luchar para mantenerse conmigo y el pánico se detona en mi sistema cuando la sensación de desconexión que siempre me acompaña se vuelve abrumadora.
Mi cuerpo se aovilla en el suelo en ese momento y, de pronto, lo único que puedo hacer, es rogarle al cielo que todo termine. Rogarle a la energía angelical que coopere y decida marcharse.
Otro tirón violento me azota, pero, esta vez, la parte celestial que llevo dentro no puede resistirse y pierde fuerza. Un último tirón me desgarra por dentro una vez más y, de pronto, me siento vacía. Me siento... hueca.
Entonces, la tortura comienza.
Uno a uno, los hilos de los Estigmas se cuelan a través de mi cuerpo y se envuelven a mi alrededor con tanta fuerza, que me lastiman. Se aferran con tanta violencia, que temo que sean capaces de acabar conmigo si me muevo siquiera un poco.
Alguien pronuncia mi nombre. Alguien me pide que los controle. Alguien no deja de rogarme porque no deje de luchar, y así lo hago: Lucho con toda la fuerza de mi cuerpo para poder dominar la energía demandante de los Estigmas.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que, finalmente, logre controlarlos. No sé cuánto tiempo pasa antes de que, con el cuerpo tembloroso por el esfuerzo, me obligue a alzar la vista para encontrarme de lleno con la figura de Ashrail, al centro de la estrella y la de Mikhail allá atrás, en el lugar en el que el Ángel de la Muerte le pidió quedarse.
—Bess, ¿puedes oírme? —Ashrail es quien habla, pero su voz suena distante. Lejana.
Asiento, con un movimiento débil y cansado.
—Tienes que canalizar la energía hacia Mikhail —instruye—. Hazlo poco a poco. Vamos. Sé que puedes hacerlo.
Quiero preguntar cómo diablos es que se supone que lo haré, pero no puedo formular ninguna oración. Ni siquiera puedo ordenar la maraña de pensamientos que tengo en la cabeza.
«¡Vamos, Bess! ¡Hazlo ahora antes de que pierdas el control una vez más!». me reprimo internamente, pero no logro conectar el cerebro con el cuerpo, ni el cuerpo con la energía que ahora se encuentra suspendida como una nube dentro de la estrella trazada por Ash.
—Vamos, Bess —Ashrail urge—. No tenemos mucho tiempo.
—¿C-Cómo? —apenas puedo pronunciar, pero es suficiente para que el entendimiento cruce las facciones de Ashrail.
—Empújala —dice, con aire urgente y ansioso—. Repélela. Hazle saber que ya no la quieres contigo.
Trago duro, pero asiento y hago lo que me dice. Trato de empujarla lejos. Trato de lanzarla lo más lejos posible de mí.
—Con más fuerza, Bess —Ash exige—. ¡Vamos! ¡Con más fuerza!
Un gemido torturado me abandona en el instante en el que trato de empujar la energía angelical hacia Mikhail cuando, de pronto, ocurre.
El mundo se ralentiza. El universo entero deja de moverse a su velocidad habitual y todo pasa tan lento y tan rápido al mismo tiempo, que no soy capaz de procesar nada.
Algo atraviesa el estómago de Ashrail. Algo se envuelve alrededor de su torso. Una sustancia viscosa y oscura lo rodea y, luego, el filo de algo corta su cabeza de tajo.
Un grito brota de mi garganta, un estremecimiento de puro horror me recorre el cuerpo y una oleada de terror me azota de lleno.
La figura de Amon aparece en mi campo de visión cuando el cuerpo de Ashrail cae al suelo sin vida, y la risa —cantarina e infantil— que se le escapa me eriza todos los vellos del cuerpo.
«¡Está vivo! ¡¿Cómo diablos es que está vivo?!».
La parte activa del cerebro me grita que debo escapar, pero estoy tan débil y cansada, que apenas logro arrastrarme unos metros lejos de él.
«¡Mikhail!», grita mi voz interior y, en ese momento, corro la vista por todo el espacio para encontrarlo.
Ahí está, de pie justo donde se supone que debería de estar.
«¡¿Por qué carajo no se mueve?! ¡¿Por qué demonios me mira de esa manera?!».
Vergüenza, culpa y arrepentimiento se arremolinan en la expresión del demonio de los ojos grises y, de inmediato, el entendimiento me golpea.
«¿Fue una trampa? ¿Todo esto fue una maldita trampa?».
—¿Creíste que te habías deshecho de mí, Cielo? —La voz de Amon me llena los oídos y vuelco toda mi atención hacia él. Una sonrisa radiante se ha apoderado de los labios del Príncipe del Infierno y la repulsión que ya sentía hacia él, incrementa de manera exponencial—. Agradécele a tu querido Mikhail mi presencia en este lugar. De no haber sido por él, me habrías asesinado aquella vez en la que maté a tu amiga la bruja.
Mi vista se posa en Mikhail, pero él no me mira. Ni siquiera se mueve de donde se encuentra.
—¿Q-Qué…? —tartamudeo, al tiempo que niego con la cabeza—. ¿Qué significa esto? —espeto, a pesar de que una parte de mí ya ha comenzado a darse cuenta de lo que está pasando—. ¡Mikhail! ¡¿Qué demonios significa todo esto?!
No dice nada. No se mueve. Ni siquiera parece respirar.
Una carcajada histérica brota de la garganta de Amon y vuelvo a encararlo.
—¿Qué crees que significa, Bess Marshall? —Suena muy divertido y eso no hace más que incrementar el pánico creciente en mi sistema—. Todo esto fue planeado, ¿es que no te das cuenta?
—¿Qué?
—Como lo oyes. —La sonrisa de Amon se ensancha—. Lo planeamos en las montañas. Luego de que perdieras el conocimiento nos aliamos, ¿no es así, Mikhail? —Lo mira durante unos instantes, pero yo no aparto la vista del Príncipe del Infierno—. Yo me comprometí a ayudarle a recuperar eso que tú le arrebataste, a cambio de un lugar privilegiado en su reinado en el Inframundo. —Se encoge de hombros—. Ya sabes: ser su mano derecha, tener completo poder sobre todas las Legiones de demonios… Esa clase de cosas.
Niego, incapaz de aceptar lo que está diciendo.
—Debo admitir que nunca pensé que sería así de sencillo. —Amon continúa y mira de nuevo en dirección al demonio de los ojos grises—. Arrancarte el ala no pudo haber salido mejor, ¿no es cierto?
—N-No… No lo entiendo —digo, pero sí lo hago. Sí lo entiendo todo. Lo que ocurre es que no quiero aceptarlo —. Y-Yo no…
El Príncipe del Infierno rueda los ojos al cielo.
—¿Es que no eres capaz de hacer dos más dos? —dice, fastidiado—. En las montañas ideamos un plan, cariño. —Me regala una sonrisa condescendiente—. Este plan consistía en ganarse tu confianza, conseguir que quisieras regresarle su parte angelical; realizar todo este cuento aburrido que ha hecho Ashrail para sacar la energía fuera de ti y, con ayuda de los Creadores del Infierno, transformar esa energía angelical en demoníaca antes de traspasarla al cuerpo de Mikhail. De ese modo, él recuperará todo su poder en la forma ideal para gobernar el Inframundo.
Las palabras de Amon se asientan en mi cabeza y me hacen un agujero en el pecho. El corazón se me estruja con violencia, la mente me corre a toda velocidad mientras trato de procesar lo que Amon está diciéndome, pero no logro comprenderlo del todo. No quiero hacerlo.
—No —digo, con la voz rota por las emociones acumuladas—. N-No es cierto. No es cierto. No…
—Por supuesto que es cierto, Bess. —Amon suena cruel. Despiadado—. El objetivo de Mikhail es tomar tu parte angelical, convertirla en demoníaca, recuperar el poder que perdió, desafiar a Lucifer y convertirse en el Supremo del Inframundo. ¿Es que no lo entiendes?
Lágrimas calientes y pesadas me abandonan y me siento utilizada. Me siento herida en modos incomprensibles. Me siento como una completa basura.
—Para lograr engañarte, decidimos hacerle creer a todo el mundo que podía recordarte —Amon continúa, pero lo único que quiero, es que se calle—, pero para eso, necesitábamos tiempo entre ustedes. Tiempo que solo una herida de muerte iba a poder darnos. Es por eso, que decidimos herirle un ala —dice y niego con la cabeza, incrédula, al tiempo que un sollozo lastimoso se me escapa. No puedo creer que Mikhail haya sacrificado un ala solo por poder. Me rehúso a aceptarlo—. ¿Quién iba a decir que iba a salirnos mejor de lo que pensamos? Los recuerdos reales que la pérdida del ala le dio a Mikhail, no hicieron más que ayudarnos a alcanzar nuestro objetivo, ¿no es así? —Mira al demonio de los ojos grises, pero este ni siquiera se inmuta—. Todo salió a pedir de boca. —Amon ríe ligeramente—. Vas a recuperar el poder que perdiste, los Creadores del Infierno van a construirte una nueva ala, vas a derrotar a Lucifer y vas a gobernar el Inframundo conmigo como tu segundo al mando, por supuesto.
Mi vista se posa en Mikhail en ese momento, pero sigue sin mirarme. Sigue sin encararme.
—Por favor, dime que no es cierto —suplico, con un hilo de voz, pero él no dice nada. Ni siquiera se mueve; así que, sin más, lo pierdo por completo.
Las lágrimas se vuelven incontenibles ahora y toda mi compostura se va a la mierda porque esto es demasiado. Porque no puedo soportarlo más. Porque duele como nunca nada antes ha dolido.
—Te digo que es verdad —Amon insiste, pero yo no aparto la vista del demonio de los ojos grises—. Le arranqué un ala porque sabíamos que no ibas a poder resistirte a la idea de salvarle la vida. Jamás nos pasó por la cabeza que Mikhail realmente recordaría cosas sobre su vida antes de ser un demonio completo. Debo admitir que eso fue de gran ayuda. —Se encoge de hombros—. Todo este tiempo, Mikhail estuvo fingiendo, cariño. Todo este tiempo, Mikhail mintió para ganarse tu confianza y, ahora que la energía angelical está aquí… —señala hacia la nube blancuzca al centro de la Estrella de David—, lo único que queda por hacer, es transformarla en demoníaca, deshacernos del lazo que te une a él, y deshacernos de ti de una vez por todas.
Un sollozo violento se me escapa cuando termina de hablar y el torrente de lágrimas incrementa. Un balbuceo incoherente me abandona cuando los ojos de Mikhail se cierran con fuerza y la ira, la decepción, el coraje y el miedo se arremolinan en mi interior.
Quiero golpearme por haber creído en él. Por haber confiado en sus palabras y en su buena voluntad. Quiero gritar porque no puedo creer que haya sido así de estúpida. Porque no puedo creer que haya jugado de este modo conmigo.
—M-Mikhail —suplico, porque aún guardo la absurda esperanza de que todo esto sea un error. De que todo sea una mentira de Amon—. Mikhail, por favor… —Sueno patética. Sueno como una completa idiota, pero a estas alturas, no me importa.
Una carcajada burlona y cruel retumba en todo el lugar y sé que es Amon quien se está burlando. Sé que es él quien está extasiado con lo patética que estoy siendo, y eso no hace más que incrementar el coraje que me atenaza el pecho.
Un sonido —mitad grito, mitad sollozo—
escapa de mí al instante y los Estigmas, que habían permanecido quietos hasta este momento, rugen en respuesta a la fuerza de mis emociones.
—Bueno. —Amon se encoge de hombros—. Basta de charlas. Es tiempo de acabar con todo esto, ¿no es así, Miguel?
Otro sonido desgarrador se me escapa y siento cómo los hilos de los Estigmas se desperezan y se estiran hasta salir a la superficie. Esta vez, no me molesto en intentar controlarlos. Me siento tan derrotada, que ni siquiera me molesto en aparentar ser fuerte.
«¡No puedes dejar que se salgan con la suya! ¡No puedes permitir que se apoderen de la parte angelical de Mikhail! ¡Tienes que tomarla de vuelta! ¡Tienes que recuperarla y escapar de aquí!», me grita la parte activa del cerebro, pero no puedo hacer otra cosa que no sea sollozar como idiota aquí, de rodillas en medio del pentagrama trazado.
«¡Vamos, Bess!», me grita el subconsciente, pero estoy demasiado cansada. Estoy demasiado destrozada para continuar peleando. «¡Maldita sea! ¡Haz algo ya! ¡Tienes que impedir que ganen! ¡Tienes que impedir que logren su cometido!».
Los hilos de los Estigmas sisean en aprobación a lo que mi mente no para de gritar, y la sensación de desasosiego incrementa.
En ese momento, un destello luminoso me ciega por completo y soy despedida lejos de donde me encuentro. Tan lejos, que salgo disparada fuera del pentagrama.
Un sonido ahogado y adolorido se me escapa cuando mi espalda impacta contra el concreto y, de inmediato, un zumbido ronco y profundo se apodera de mi audición.
Me toma unos instantes acostumbrarme a la nueva iluminación. Me toma unos instantes más recuperar el aliento que mi brusca caída me ha arrebatado.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que sea capaz de enfocar la mirada, pero, cuando lo hago, lo que veo me sube el corazón a la garganta.
La energía angelical de Mikhail está ahí, suspendida, mientras que un montón de sombras viscosas tratan de envolverla.
«¡Tratan de tomarla! ¡Tratan de transformarla! ¡Tienes que hacer algo, maldición!».
Otro destello, seguido de una onda expansiva, me hace desplazarme otro poco y ahogar un grito aterrorizado.
«¡Haz algo! ¡Llámala! ¡Aún tienes control sobre ella! ¡Haz algo ya!», grita mi subconsciente y lo escucho.
Lo escucho, cierro los ojos y llamo a los Estigmas.
Esta vez, no me preocupo por controlarlos y dejo que hagan su camino hasta la energía angelical. Dejo que se envuelvan alrededor de ella con fuerza y, cuando los siento firmes, tiro con violencia.
El poder celestial parece reconocer el poder de los Estigmas, ya que se aferra a ellos con tanta fuerza, que me deja sin aliento durante unos instantes. A pesar de eso, me las arreglo para tirar de los hilos una vez más.
Un gruñido me abandona los labios en el proceso, pero no dejo que el cansancio y el dolor me venzan. Al contrario, me obligo a tirar de nuevo. Esta vez, con más fuerza que antes. Con más determinación que nunca.
Las sombras viscosas dejan escapar un chillido estridente y atronador cuando pierden algo de terreno, pero no me detengo. Sigo tirando con violencia, mientras que la energía angelical sigue empujándose con fuerza hacia mí.
Siento la sangre corriendo por mis muñecas. Siento la piel de mi espalda desgarrándose con cada tirón brusco que doy a los Estigmas…, y no me detengo. No voy a detenerme. No voy a dejar que Amon… No… Que Mikhail, gane.
Un sonido inhumano, antinatural y violento me abandona en el momento en el que tiro una última vez, y la energía angelical es liberada de la prisión hecha por los Creadores del Infierno.
El aliento me falta, el corazón me late a toda velocidad, las manos me tiemblan y el pecho se me estruja con violencia cuando la energía angelical —desesperada y ansiosa— trata de volver a mí.
Mi cuerpo, sin embargo, no logra recibirla. Está tan débil, que ni siquiera puedo tratar de asimilarla. Ni siquiera puedo intentar tirar de ella en mi dirección porque me siento demasiado aletargada. Demasiado… serena.
Soy plenamente consciente de que el caos me rodea.
Sé que el mundo se está cayendo a pedazos a mi alrededor y, de cualquier modo, estoy aquí, quieta, mirando como Mikhail se abalanza sobre mí; como las criaturas viscosas se precipitan en dirección a la energía angelical y como mi vida… el resto de mi existencia… se reduce a esto.
Es todo. Se acabó. Voy a morir aquí y ahora.
«¡No!», mi subconsciente habla de nuevo. «¡No puedes morir y dejar que ganen, Bess! ¡No puedes!».
—Entonces, ¿qué hago? —murmuro en voz alta y soy consciente de cuán lunática debo verme.
«¡Salta! ¡Salta y llévate la energía angelical contigo! ¡Salta y no dejes que ganen!».
Una carcajada histérica brota de mis labios en ese momento y niego con la cabeza al tiempo que un montón de lágrimas nuevas se me acumulan en la mirada. Al tiempo que un sinfín de miedos y terrores se me agolpan en el pecho.
«¡Hazlo! ¡Hazlo ya!».
Me pongo de pie.
«¡Eso, Bess! ¡Puedes hacerlo! ¡Puedes inclinar la balanza!».
Las piernas apenas me responden. Mi cuerpo se siente débil, tembloroso… moribundo. Pero no me detengo. No dejo de intentar levantarme del suelo.
«¡No. Lo. Dejes. Ganar!».
El demonio de los ojos grises se detiene en seco cuando me mira levantarme. De hecho, el mundo entero parece detenerse cuando apoyo mi peso en las piernas por última vez.
—Bess, por favor, perdóname. —La voz de Mikhail llega a mis oídos, pero me siento tan adormecida, que no tiene ningún efecto en mí—. Tienes qué escucharme, Bess. Yo… Yo…
—Eres un monstruo —lo interrumpo, con voz monótona. Plana. Cansada.
—No, Bess, déjame explicarte, por favor —suplica—. ¡Sí! ¡Todo fue parte de un plan! ¡Todo fue parte de un jodido plan para conseguir poder, pero…! —Sacude la cabeza en una negativa—. Pero, te recordé. Te recordé y…Y todo el plan comenzó a irse al caño para mí. Comenzó a…
—Eres un monstruo —repito, y la voz se me quiebra en el proceso.
—Bess, te lo dije antes y te lo digo ahora: estoy dispuesto a hacer arder el mundo entero por ti. Tienes qué creerme. Tienes que…
Niego.
—No puedo —susurro y doy un paso hacia atrás.
—Bess, déjame explicarte. Déjame…
Una carcajada me abandona.
—¿Sabes qué es lo peor de todo, Miguel? —digo, al tiempo que trago duro y doy otro paso dubitativo hacia atrás. Siento como mis viejos Vans encuentran el filo de la azotea—: Que no puedo odiarte. Que te sigo amando tanto como antes.
—Bess…
—Te amé, Miguel. Te amo todavía —digo, en voz alta y las palabras me escuecen el pecho—. Antes, cuando te conocí, cuando eras la criatura de la que me enamoré, no te lo dije; pero te lo digo ahora: Te amo. Y porque te amo, no voy a dejar que esa parte de ti que tanto odiaste en el pasado, gane. No voy a dejar que el Mikhail que yo conocí se haya ido en vano.
Entonces, sin esperar una respuesta de su parte, me dejo caer al vacío.
Mis oídos pitan, la cabeza me duele; la presión que me apelmaza el cerebro es tan intensa, que no puedo hacer nada más que intentar asimilarla. Entonces, viene a mi mente ese sueño que tuve hace unos meses. Ese en el que caía de un edificio.
«Así que esto era».
Una silueta cae en picada desde el techo del edificio. Un borrón grisáceo corre a toda velocidad en mi dirección y, de pronto, un montón de puntos luminosos comienzan a aparecer en el cielo.
La silueta gris avanza a toda marcha y, sin más, me encuentro mirando de lleno a Mikhail, cayendo en picada, con su única ala extendida batiendo a toda velocidad y los brazos abiertos en mi dirección.
Trata de alcanzarme. Trata de llegar a mí.
«Va a morir también», me susurra el subconsciente y, en ese momento, la energía angelical se despereza de mis Estigmas. En ese momento y, como impulsada por un acto desesperado, la fuerza angelical se empuja a sí misma en dirección al demonio que cae en picada para encontrarme.
Un espasmo violento recorre el cuerpo de Mikhail en el instante en el que el poder celestial impacta contra él y un grito desgarrador se le escapa cuando un haz luminoso brota de su espalda, justo donde su ala faltante debería de encontrarse.
De un movimiento furioso, el ala membranosa y el haz de luz se extienden y comienzan a batirse en vuelo.
«¿Esa es un ala? ¿Un ala de luz?».
La figura del demonio de los ojos grises sale despedida en mi dirección y, al cabo de unos segundos, unos brazos cálidos me envuelven. Unos brazos fuertes se enredan alrededor de mi cuerpo y tiran de mí con tanta fuerza, que el cuello se me balancea con brusquedad en el proceso.
Otro espasmo violento convulsiona el cuerpo de Mikhail —el cual está pegado al mío—, pero este no hace más que aferrarme con más ímpetu contra sí, antes de planear hasta llegar al suelo.
Luego, con mucho cuidado, me deposita ahí y, sin perder el tiempo, emprende el vuelo hacia arriba una vez más.
Los puntos luminosos en el cielo están suspendidos en el aire a muchos metros de distancia de donde me encuentro, y sé que son ángeles. Sé que son criaturas que han sido atraídas por mí y por la falta de protección que la energía angelical de Mikhail me daba; sin embargo, no son ellos los que tienen mi atención ahora mismo. Es la figura imponente de Mikhail, batiendo sus alas —una de murciélago y una hecha de luz— con furia en dirección al edificio donde Amon se encuentra.
Una figura luminosa cae en picada desde la cima de los edificios, pero estoy demasiado agotada para sentir miedo. Estoy demasiado débil para sentir, siquiera, algo de preocupación.
Poco a poco, la silueta va tomando forma y, de pronto, me encuentro mirando el cabello rubio y los ojos amarillos de Rael. Me encuentro sintiendo sus manos en las mejillas.
—¡¿Qué demonios están haciendo aquí?! —exige, pero no puedo hablar. No puedo hacer nada más que cerrar los ojos y absorber la sensación de seguridad que me da saber que la energía angelical de Mikhail ha regresado a él.
No puedo hacer nada más que asimilar el hecho de que, a pesar de todo lo que ocurrió, el resultado que obtuvimos fue el esperado.
Miguel Arcángel —ese que era una criatura a medio camino entre la luz y la oscuridad—, ha vuelto. Ha regresado y está listo para liderar la batalla final.