Stigmata

Stigmata


Capítulo 2

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No puedo concentrarme. Ni siquiera puedo hacer que mis ojos viajen a través de las líneas del texto que tengo enfrente.

El día de mañana tengo que presentar un examen muy importante y no he podido estudiar nada en lo que va de la semana. No he podido hacer otra cosa más que estar atenta a la cuerda que me mantiene viva y que no había dado señales de movimiento hasta hace unos días. Ni siquiera sé por qué me siento así de alerta al respecto. No es como si significase algo… ¿o sí?

Desde la noche en la que sentí el tirón en ella, no ha vuelto a dar señales de vida. Ahora mismo dudo haber sentido algo de verdad. He tratado de convencerme a mí misma de eso durante todo este tiempo y, sobre todo, he pasado toda la semana tratando de olvidar el incidente.

No he querido decírselo a nadie en el aquelarre. No quiero alarmar a las brujas con las que vivo. Ni siquiera estoy segura de que haya pasado, así que no quiero preocuparlas. No cuando todo ha ido tan tranquilo en nuestras vidas últimamente.

—¿Bess? —La voz de Daialee me saca de mis cavilaciones y me hace pegar un salto en mi lugar.

Mi vista viaja a toda velocidad hacia la puerta abierta de mi habitación y la imagen de ella, de pie en el umbral, envía una oleada de alivio a mi sistema.

—¡Dios! ¡No hagas eso! —digo, al tiempo que inhalo hondo para aminorar el golpeteo intenso que hay en mi corazón.

El ceño de la bruja se frunce un poco.

—Creí que me habías sentido —dice. La confusión es palpable en su tono y una punzada de vergüenza me asalta. Por lo regular, soy capaz de percibir la cercanía de las personas; sobre todo si se trata de seres sobrenaturales. No obstante, en esta ocasión estaba tan absorta en mis pensamientos, que ni siquiera fui capaz de detectarla.

—Estaba muy concentrada en esto —mascullo, al tiempo que cierro el libro que descansa sobre mis piernas.

Su gesto escéptico me hace saber que no me ha creído en lo absoluto, pero no lo hace notar demasiado. Se limita a cruzarse de brazos y arquear una ceja.

—Como sea… —dice—. Niara y yo trataremos de hacer contacto en el ático. ¿Vienes?

Un agujero se instala en la boca de mi estómago y, por un instante, me siento un tanto nauseabunda. Odio cuando tratan de comunicarse con seres paranormales. Por lo regular, no se van en días y no dejan de acudir a Dinorah o a mí hasta que se cansan de intentar llamar nuestra atención. Con el paso del tiempo, he aprendido que estas criaturas tienden a buscarnos debido al lazo que compartimos con las personas que nos trajeron de vuelta. Es como si pudiesen percibir que no pertenecemos a este lugar del todo. Como si supieran que tenemos un pie dentro del plano espiritual y otro en el terrenal.

Son bastante insistentes. Siempre quieren ser escuchados y, sobre todo, que alguien les explique cómo pueden marcharse por completo. Las ganas que tienen de trascender son tan grandes, que se aferran a cualquiera que sea capaz de percibirlos para pedir algo de ayuda. Lamentablemente, no siempre puedes hacer algo por ellos.

De hecho, casi nunca puedes hacerlo. Dinorah siempre ha dicho que los muertos pertenecen al mundo de los muertos y que, por mucho que queramos ayudarles a descansar, debemos dejarlos cerrar sus ciclos por sí mismos.

—La última vez que estuve en una sesión de Ouija con ustedes, dijiste que yo le quitaba lo divertido —apunto, con aire aburrido, pero en realidad trato de encontrar una excusa para no acompañarla.

Daialee rueda los ojos al cielo de forma dramática.

— Tú tienes la culpa, Marshall —dice, con fingida molestia—. ¿Qué necesidad había de decirnos lo que el último espíritu quería antes de que siquiera se acercara a tocar el puntero del juego?

Es mi turno de rodar los ojos.

—¡Él solo hablaba y hablaba! ¡No quería acercarse a tu dichoso tablero! —Me defiendo en un chillido agudo y molesto—. Ni hablar de que quisiera materializarse delante de nosotras.

Daialee hace un gesto desdeñoso para quitarle importancia al asunto.

—Da igual —masculla, antes de recomponerse y decir—: Esta vez utilizaremos otro artefacto para tratar de comunicarnos con ellos. —Suena bastante satisfecha y entusiasmada ahora—. Deberías venir.

Mi ceño se frunce.

—¿Qué clase de artefacto? —Ladeo la cabeza, con curiosidad, pero la sensación de malestar se expande en mi sistema.

—¿Recuerdas ese tazón extraño que guardan Dinorah y Zianya en su habitación?

—¿Ese que está guardado bajo llave? —Mis cejas se alzan y noto como mi amiga se encoge un poco debido a la vergüenza que le provoca la acusación implícita.

—Ese mismo.

—¿Lo robaste?

—¡Lo tomé prestado!

—¡Claro! Haré como que te creo —digo, al tiempo que esbozo una sonrisa acusadora.

Mi amiga bufa en respuesta.

—¿Vienes o no? —dice, al cabo de unos segundos de completo silencio y un suspiro cansino se me escapa.

—¿Tengo la opción de quedarme aquí?

—No, no la tienes —dice ella—. Te necesitamos. Sabes mejor que nadie que los espíritus son más accesibles cuando estás cerca.

—Tengo que estudiar para un examen importante —me excuso, pero sé que es inútil tratar de librarme de acompañarla.

—Vas a reprobarlo de todos modos.

—Gracias. Eres una amiga increíble.

—¡Vamos, Bess! ¡Será divertido!

—¿Divertido? ¿Para quién? —Niego con la cabeza—. Sabes que odio hacer esas cosas.

—¡Por favor! —Daialee insiste—. Pararemos en el instante en el que todo comience a ponerse extraño.

Otro suspiro se me escapa.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —dice, pero dudo unos segundos más.

Finalmente, y al cabo de unos largos instantes, me pongo de pie y la sigo por el corredor.

Las escaleras al ático están abajo cuando llegamos al fondo del pasillo. Eso solo quiere decir que Niara ya está allá arriba y que, seguramente, ya está todo listo para comenzar la invocación.

Ni siquiera sé por qué me presto a ayudarlas. Siempre que tratan de hacer cosas como estas, Zianya termina volviéndose loca de la ira y comienza a sermonearnos respecto a lo peligroso que es que alguien como yo esté cerca de los portales del Inframundo que suele abrir un tablero de Ouija —o, en este caso, un tazón que no estoy segura de cómo funciona exactamente.

Dice que podríamos desatar algo grande si no tenemos cuidado y que lo mejor que puede pasarnos en el peor de los escenarios, es que los ángeles vuelvan a intentar darme caza.

Sé que tiene razón. Que no debería prestarme para este tipo de cosas; y de todos modos, aquí estoy, subiendo unas escaleras que parecen estar a punto de desmoronarse, para tratar de hacer contacto con Dios-sabe-qué-clase de espíritu.

Lo primero que veo cuando llegamos al ático es polvo. Hay partículas de suciedad por todos lados y el aire en mis pulmones se siente denso y pesado gracias a eso. El tono grisáceo de los muebles no hace más que comprobar que todos ellos tienen una capa gruesa de polvo y, además, le da un aire tétrico a la estancia.

Cuando llegamos a este lugar, las brujas ni siquiera se molestaron en desechar las cajas viejas que los antiguos dueños de la casa dejaron tanto aquí arriba como en el sótano.

Inicialmente, Daialee había anunciado que este pequeño espacio con techo inclinado iba a ser su habitación, pero, al descubrir que estaba infestado de recuerdos de los antiguos dueños y de un montón de suciedad, decidió retractarse. Ahora es solo un espacio en el que experimentan las dos brujas más jóvenes del aquelarre.

—¿Qué se supone que intentan preguntar en esta ocasión? —digo, en dirección a Daialee, quien se apresura hacia el centro de la estancia; donde Niara ya se ha instalado.

No me pasa desapercibido el hecho de que han dibujado un pentagrama con sal. Tampoco puedo pasar por alto que han colocado una vela encendida en cada uno de los picos de la estrella en el suelo y, además, se han encargado de posicionar, en el centro de todo, el extraño tazón de color negro que tanto atesoran Zianya y Dinorah.

—Hace unos días Daialee y yo tuvimos sueños bastante similares. —Niara responde, sin apartar la vista del antiguo libro que descansa sobre sus piernas cruzadas.

Mi corazón se salta un latido y mis manos se cierran en puños con fuerza.

—¿Qué? —Sueno ligeramente temblorosa, pero no puedo evitarlo. No cuando la sensación de déjà-vu es así de intensa en mi sistema.

Daialee asiente.

—Y no solo nosotras dos —dice—. Zianya me dijo que también soñó algo semejante a nosotras hace casi una semana. No creo que se trate de una coincidencia. La magia está tratando de decirnos algo.

Mi mandíbula se tensa.

—¿Qué han soñado? —pregunto, con un hilo de voz.

Niara alza la vista del texto por primera vez desde que llegué.

—Yo soñé contigo cayendo de un lugar muy, muy alto.

—Yo soñé con luces cayendo del cielo —dice Daialee y hace una pequeña pausa antes de añadir—: Zianya soñó con Mikhail convertido en demonio completamente.

Me falta el aliento y niego con la cabeza.

—Dinorah y yo también hemos soñado algo similar a ustedes hace casi una semana. La misma noche —digo, en un susurro tembloroso y débil, y la atención de las dos brujas se posa en mí en ese momento.

Una extraña pesadez se instala en toda la estancia.

—Oh, mierda… —Niara dice en voz baja.

—Definitivamente, algo está ocurriendo —murmura Daialee, antes de abrazarse a sí misma. Sé que trata de no hacerlo notar demasiado, pero luce un tanto perturbada.

—¿Crees que la gente fuera de este plano sepa algo al respecto? —Niara suena asustada ahora.

Mi amiga se encoge de hombros.

—No lo sé —dice—, es por eso que tenemos que preguntar. Si esto es una especie de premonición colectiva, tenemos que tratar de interpretarla a como dé lugar.

Niara asiente.

—Hagámoslo.

—¿Haremos esto a pesar de todo? —Sueno horrorizada.

Ambas me miran una vez más.

— Por supuesto —Daialee suelta, con determinación—. No podemos hacer caso omiso a algo así de importante, Bess. La magia trata de decirnos algo. No podemos ignorarla.

Mi pecho se estruja con violencia y el golpeteo de mi corazón aumenta otro poco, pero me las arreglo para asentir en su dirección.

—Bien —dice mi amiga y, sin pronunciar nada más, se instala en el pentágono que se ha formado dentro de la estrella de sal.

Yo dudo unos instantes, pero termino acercándome a donde las brujas se encuentran.

Sin hablar en lo absoluto, las tres nos acomodamos al centro del pentagrama y nos sentamos alrededor del tazón. No es hasta ese momento que me percato de que está lleno de agua.

Daialee extiende sus manos con las palmas hacia arriba y nos las ofrece para que las tomemos. Niara es la primera en acceder a tocarla. Acto seguido, estira su palma libre en mi dirección. Yo dudo unos instantes antes de tomar las manos de ambas y apretarlas con firmeza.

Niara es la primera en cerrar los ojos y comenzar a respirar. Daialee la imita casi al instante y a mí me toma unos momentos más armarme de valor para hacer lo mismo que ellas. Esta parte del ritual es sumamente importante, ya que, según ellas, es importante estar relajadas y libres de angustias para poder realizar una invocación exitosa.

No sé cuánto tiempo pasamos haciendo esto; sin embargo, cuando nos detenemos, es Niara quien toma la batuta y nos suelta las manos antes de decir en voz baja y relajada:

—En teoría, tenemos que mantenernos dentro del pentagrama para que los espíritus no lleguen a nosotros. Según el texto que encontré en el Grimorio de Dinorah, este tazón es una especie de portal. Una puerta que lleva al Inframundo. Esto quiere decir que podríamos invocar seres bastante poderosos si no somos cuidadosas; es por eso que debemos permanecer dentro del pentagrama. Tampoco podemos huir así como así. —Su vista se clava en mí esta vez y siento cómo el rubor sube por mis mejillas. Sé perfectamente que ese comentario es cien por ciento dirigido hacia mí. La última vez que utilizamos una Ouija, fui yo quien arruinó la conexión al soltar el puntero para huir del perturbador fantasma que comenzó a rondarnos—. Tenemos que permanecer aquí hasta cerrar el portal cuando terminemos.

—¿Dice algo acerca de cómo vamos a comunicarnos con quien hagamos contacto? No he conocido un fantasma lo suficientemente poderoso como para hablar con un ser viviente, es por eso que la Ouija es tan práctica. —Daialee habla ahora.

—No sé si lo entendí bien, pero creo que el tazón le dará fuerza a la entidad y esta podrá elegir a un intérprete para hablar a través de él. —Niara explica.

—Bien —Daialee asiente. Suena entusiasmada ahora—. ¿Cómo abrimos el portal?

—No llegué a esa parte —Niara se disculpa—, pero quiero suponer que es igual de sencillo que con una tabla de Ouija, ¿no?

Daialee rueda los ojos al cielo.

—Si todo esto es inútil, me encargaré de golpearte. No preparé todo esto para nada —dice mi amiga y se coloca en posición.

Su espalda se endereza en el instante en el que cierra los ojos y su barbilla se eleva ligeramente, de modo que luce como una escultura bien proporcionada. Entonces, comienza a inhalar y exhalar con lentitud. Niara y yo la imitamos a los pocos segundos.

La primera en comenzar a susurrar palabras ininteligibles es Daialee. Niara le sigue y, luego, se sincronizan en un canon rítmico y cadencioso. No entiendo ni siquiera una octava parte de lo que dicen, pero sé qué es lo que están haciendo. Sé qué es lo que tratan de hacer…

No pasa nada. Durante unos largos y tortuosos instantes, no ocurre absolutamente nada. Lo que podría haber desatado una densa capa de energía en el ambiente con la Ouija, es inútil con este extraño tazón que tenemos al centro del pentagrama.

Ni siquiera soy capaz de sentir ese hormigueo en la piel que siempre me provoca la magia en conjunto de Niara y Daialee.

Es como si el tazón estuviese bloqueándolas, o como si su poder no fuese suficiente para el extraño objeto.

Han pasado ya varios minutos. El suficiente tiempo como para saber que esto no está funcionando y comienzo a impacientarme; pero, al cabo de otro largo momento más, algo ocurre…

Empieza como un suave hormigueo en las palmas de mis manos y termina en un intenso entumecimiento en mis extremidades. Me tenso en respuesta a la densa y repentina energía que emana del tazón repleto de agua, y siento como una red de hilos comienza a formarse a mi alrededor.

Mi corazón se estruja con violencia.

Cientos de recuerdos se agolpan en mi memoria y, de repente, no estoy aquí. No estoy en un ático tratando de invocar seres paranormales. Estoy de vuelta en una especie de arena, con las manos ardientes de un arcángel en el rostro y una red de energía abrumadora e incontrolable tejida sobre mi anatomía.

Poco a poco, el ambiente se transforma. La tensión en el aire es casi palpable y hace frío. Mis músculos pueden sentir el cambio brusco en la temperatura de la pequeña estancia.

Un escalofrío de puro terror me recorre la espina dorsal y siento cómo la red de hilos se afianza a mi alrededor. Los recuerdos se hacen más persistentes ahora y sé por qué lo hacen. Sé que mi cuerpo puede recordar la energía de los Estigmas recorriéndome entera.

Aprieto la mandíbula.

La mano de Daialee aprieta la mía y me aferro a ella con toda la fuerza que puedo un segundo antes de que sienta cómo empieza a crearse un agujero al centro del pentagrama.

Niara y Daialee no han dejado de murmurar palabras ininteligibles y yo no puedo dejar de pelear para controlar las cuerdas de energía que se envuelven a mi alrededor.

Entonces, un pitido agudo e intenso estalla.

De manera instintiva, me encojo sobre mí misma y aprieto los ojos con fuerza solo para sentir cómo la energía que se arremolina a nuestro alrededor se agita.

Un sonido asombrado —y asustado— me abandona los labios en el momento en el que un centenar de voces comienza a abrirse paso en mis oídos y afianzo mi agarre en las dos brujas que parecen haber entrado en un trance, solo porque necesito asegurarme de que no me encuentro sola.

Daialee se detiene.

La confusión se apodera de mí y mis ojos se abren de golpe.  Un grito de puro terror se construye en mi garganta y, durante un doloroso momento, me quedo paralizada.

El pánico corre por mi torrente sanguíneo a toda velocidad y un sonido horrorizado se me escapa cuando la miro…

Sus ojos lucen aterradores. Una membrana blancuzca se ha tejido sobre sus irises y pupilas, convirtiéndolos en un par de orbes ciegos.

Una parte de mí desea soltarla y correr lejos, pero me las arreglo para mantenerme ahí mientras que la observo contemplar hacia la nada.

—¿D-Daia?... —Mi voz es un susurro tembloroso e inestable.

No responde.

—¿Daialee, puedes escucharme? —Sueno aterrorizada—. Daialee, por favor…

Niara también se detiene. Mi atención se vuelca hacia ella de inmediato y un nudo se me instala en el estómago cuando veo cómo su cabeza cae hacia adelante. Ha dejado de moverse. Ha dejado de hablar. Por un instante, creo que también ha dejado de respirar.

El corazón me ruge contra las costillas, mis manos se sienten temblorosas, los dedos apenas pueden mantenerse aferrados a los de las brujas y, por unos segundos, no soy capaz de escuchar otra cosa más que el sonido de mi respiración.

Entonces, comienzan a aparecer.

Todos los vellos del cuerpo se me erizan y una oleada de pánico me golpea cuando un montón de entes invaden toda la estancia.

Son tantos, que ni siquiera puedo contarlos. Que soy capaz de sentir cómo las cuerdas de energía de los Estigmas se remueven con incomodidad y miedo.

Mi vista recorre la estancia con lentitud y un nudo de terror se me instala en el estómago cuando noto cómo la vista de todos los presentes se fija en mí.

Trago duro.

«¡Vamos, Bess! ¡Tienes que aprovechar la oportunidad! ¡Tú eres el intérprete!»,

me aliento, pero no puedo dejar de temblar. Ni siquiera puedo formular una oración coherente.

—¿Hay algo que pueda hacer por ustedes? —pronuncio, al cabo de un largo momento —con la voz temblorosa por el miedo—, porque es lo primero que Daialee dice al iniciar un contacto.

Durante unos instantes, nadie dice nada. Los espíritus siquiera se mueven de donde se encuentran; pero, al cabo de unos momentos más, sucede…

—Ayúdanos. —La voz queda y cansada de uno de ellos me llena los oídos.

Mi corazón da un vuelco furioso. No sé qué hacer ahora. Por lo regular, nunca piden nada.

A Daialee nunca le han pedido nada.

—¿Cómo? —La voz me sale en un hilo débil y aterrorizado.

—Protégenos —dice otro de ellos.

—¿De quién?

—Del demonio. —Todos ellos responden al unísono y mi carne se pone de gallina al instante.

El terror aumenta en mi torrente sanguíneo y deseo romper el vínculo que mantiene a los espíritus aquí. El pulso me golpea con tanta violencia detrás de las orejas, que mi pecho duele; mi respiración es tan irregular, que temo estar al borde de un ataque respiratorio —como esos que tienen cuatro años sin darme.

—¿Cuál demonio? ¿Cómo se llama? —Me las arreglo para decir.

No hay respuesta.

—¿Cómo se llama? —insisto.

—Él te quiere a ti —dice una de las almas. Su voz suena torturada y aterrorizada, y mi pecho se estruja una vez más.

—¿Cómo se llama? —repito, una vez más.

—Está cerca. —Otra voz dice, y mi vista recorre toda la estancia, en busca de quien ha dicho eso, pero ni siquiera sé de dónde ha venido el sonido.

—¿Por qué me busca? —digo, sin aliento.

Nadie responde.

—¿Qué es lo que quiere? ¿Qué está ocurriendo? —La ansiedad y la desesperación se filtran en mi tono.

—No podemos irnos —dice otro de ellos.

—¿A qué te refieres con eso? —Niego con la cabeza, confundida y aterrorizada.

—Él nos lo impide —dice otra de las voces.

El movimiento de mi cabeza es frenético ahora.

—¿Qué puedo hacer?

—Entrégale lo que le has robado —dice otra de las entidades y siento cómo el horror se filtra en mis huesos.

—Yo no le he robado nada a nadie. —Niego, de nuevo, pero sé perfectamente a qué se refieren. Sé de quién están hablando—. Él me dio su poder. Yo no le robé nada. Yo no… —Sueno cada vez más asustada. Casi demencial—. Él está muerto.

En ese instante, el rostro aterrador de uno de los espíritus aparece justo frente a mis ojos y un grito amenaza por escaparse de mis labios.

«¡Él no debería poder atravesar el pentagrama! ¡Ellos no pueden cruzar el pentagrama! ¡¿Qué está pasando?!».

—¡Los demonios nunca mueren! —El estridente sonido de todas las voces de los espíritus estalla en mis oídos.

Los hilos de energía a mí alrededor se tensan con tanta fuerza, que me lastiman; el grito finalmente se me escapa de la garganta y mis manos sueltan las de Niara y Daialee.

En ese momento, el caos se desata.

Las almas sobrevuelan todo el espacio a una velocidad alarmante, los gritos de sus voces son tan intensos, que me taladran los oídos; el tazón al centro de nuestro improvisado pentagrama se tambalea en el suelo, como si la tierra estuviese estremeciéndose debajo de él, y la energía en la pequeña estancia se vuelve errante.

Las velas encendidas se apagan de golpe y la ira y el coraje acumulado de los espíritus lo invade todo.

Daialee y Niara no se han movido ni un milímetro de su lugar mientras las almas enfurecidas tratan de llegar a ellas.

—¡Los demonios nunca mueren! ¡Los demonios nunca mueren! ¡Los demonios nunca mueren! —gritan las voces, y trato de recordar qué es lo que dice Daialee para pedirles que se marchen.

—¡Les ordeno que se vayan! —digo, en voz de mando, porque así he visto a Daialee hacerlo, pero no funciona.

No se van—. ¡No puedo ayudarles! ¡Les ordeno que se marchen!

—¡Los demonios nunca mueren! ¡Los demonios nunca mueren! ¡Los demonios nunca…!

—¡Basta! —Mi voz truena en toda la estancia y siento cómo los hilos de energía se tensan en mi interior. Siento cómo el poder angelical de Mikhail me crepita por todo el cuerpo y se mezcla con las cuerdas tensas de la fuerza de los Estigmas—. ¡Les ordeno que se marchen!

Los espíritus chillan en respuesta y comienzan a revolverse con violencia. Un montón de cajas caen al suelo en el proceso y un estallido de poder lo invade todo.

—¡Les ordeno que se vayan de aquí ahora mismo! —La voz me suena extraña en los oídos. Profunda, pastosa… aterradora.

Los hilos a mi alrededor se trozan. La energía de los Estigmas se libera con tanta intensidad, que me doblo sobre mí misma. Un gemido ahogado se me escapa, pero soy capaz de alzar la vista justo a tiempo para ver cómo las criaturas se congelan en su lugar.

De manera abrupta, la ira que lo invadía todo se transforma en algo más oscuro. En algo más… visceral.

Miedo crudo y puro se apodera del ambiente y sé que se trata de los espíritus. Sé que son ellos quienes emanan ese extraño poder.

Soy plenamente consciente del modo en el que mis cuerdas acarician la débil fuerza de los entes. Los tengo. Los he detenido con el poder de los Estigmas.

Jamás había hecho algo como esto.

La sensación enfermiza de poder, satisfacción y pánico me paraliza durante unos instantes antes de que sienta cómo los espíritus empiezan a sucumbir ante la fuerza de los delicados hilos intrincados.

Algo frío y aterrador comienza a colarse en mi pecho y sé que estoy absorbiéndolos. Sé que estoy tomando su poca energía y no puedo detenerme. No sé cómo hacerlo.

El terror se instala en mi sistema y trato de liberarlos, pero no puedo —no quiero— hacerlo. No puedo —no quiero— hacer nada más que sentir cómo mis músculos se estremecen y se congelan por la fuerza que estoy robándome.

«Se siente tan bien. Me siento tan viva».

—¡Bess! —Alguien grita a mis espaldas y mi vista se vuelca hacia el sonido de inmediato.

Siento cómo algo me golpea con violencia. Acto seguido, los hilos ceden su agarre por completo y caigo al suelo, aturdida, abrumada y aterrorizada, mientras me percato del cántico en latín que resuena en toda la estancia.

Poco a poco, la energía densa va disipándose y, al ritmo de la extraña retahíla de palabras desconocidas, la opresión en mi pecho disminuye hasta que, eventualmente, la sensación invasiva que siempre me provocan los espíritus, desaparece por completo.

—¡¿Qué demonios estaban haciendo ustedes tres?! —La voz de Zianya truena en todo el lugar instantes después, pero no puedo moverme de donde me encuentro. Ni siquiera puedo respirar como es debido—. ¡¿Es que acaso son estúpidas?! ¡¿Qué pretendían con esto?!

Una voz familiar murmura algo y otro grito de Zianya truena en todo el lugar, pero no puedo escucharla. No puedo hacer más que intentar recuperar el control de mis extremidades.

—¡¿Y tú?! —Zianya escupe en mi dirección—. ¡¿Pretendías comértelos a todos?! ¡¿Es que acaso el poder que tienes no te basta?! ¡¿O es que quieres matarnos a todos?!

—Zianya, basta. —La voz de Daialee inunda mis oídos. Suena agotada. Asustada hasta la mierda—. Todo esto fue mi culpa. Bess no tiene nada que ver en esto.

—¡Tú ni siquiera te atrevas a dirigirme la palabra ahora mismo! —Zianya estalla—. ¡Son unas inconscientes! ¡¿En qué diablos estaban pensando?!

—Nosotras solo…

—Algo está pasando —interrumpo a Daialee, arreglándomelas para hablar—. Dinorah y yo también hemos soñado algo similar a lo que Niara, Daialee y tú han soñado.

—¡¿Y ese es motivo suficiente para abrir un portal hacia el mundo de los muertos?! —Zianya grita, furibunda, mientras trato de incorporarme sin éxito alguno.

—Es que…

—¡Es que nada, maldita sea! —Me interrumpe—. Decidimos protegerte, Bess, pero eso no quiere decir que vayamos a permitir que nos pongas en peligro. Está claro que Daialee y Niara nunca habrían podido abrir ese portal si no hubiera sido por ti. Ellas no son tan poderosas.

—Zianya… —Niara trata de hablar, pero la bruja mayor ni siquiera la escucha.

—La próxima vez que te atrevas a participar en alguna de las idioteces que estas dos inconscientes te propongan, voy a echarte.

—No fue su culpa. —Daialee interviene una vez más—. Yo la obligué a venir. Ella no quería hacerlo.

—¡Dejen de defenderla! —Zianya escupe en dirección a las chicas—. ¡Dejen de justificarla! ¡Dejen de tratarla como si fuese inofensiva cuando en realidad es un puto Sello Apocalíptico que, además, ha sido provisto de poder angelical! —Clava sus ojos en mí—. Es la última vez que te metes en problemas, Bess. La próxima vez que algo ocurra, tendrás que marcharte.

No nos da tiempo de replicar nada más. Se limita a tomar el tazón que se encuentra al centro de la habitación y baja del ático hecha una completa furia.

—¿Qué mierda pasó? —Niara murmura, confundida y asustada al mismo tiempo.

—No lo recuerdan, ¿cierto? —digo, en voz baja y débil.

Ambas niegan con la cabeza. Yo asiento y clavo mi vista en las escaleras descendentes.

—¿Qué fue lo que pasó, Bess?

—Hablé con ellos.

—¿Ellos? —Niara suena asustada ahora—. ¿Eran más de uno?

Asiento.

—La habitación estaba repleta de espíritus.

—Mierda… —Daialee suelta, con asombro.

—¿Y dices que pudiste hablar con ellos? —Es el turno de Niara de hablar.

Asiento, de nuevo.

—¿Qué fue lo que dijeron? —Daialee suena impaciente ahora.

Mi vista viaja hacia ellas y siento cómo el pecho se me llena con una emoción aterradora, abrumadora y dulce al mismo tiempo.

—Que Mikhail está vivo.

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