Stigmata
Epílogo
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Hace ya muchas horas que la noche cayó. Hace ya muchas horas que la criatura, esa que se encuentra a medio camino entre el Cielo y el Infierno, abandonó la habitación de la chica. Esa chica a la que había olvidado y que ahora recuerda a la perfección. Esa chica por la que sacrificó todo y por la que ahora se encuentra allí, de vuelta, con todos sus recuerdos intactos.
Sabe que le hizo daño. El hecho de haber recuperado sus recuerdos, no lo hace olvidar todo lo que hizo siendo un demonio completo.
Ese es su martirio. Esa es su tortura.
Haberla herido de la manera en la que la hirió, le hace querer cortarse la cabeza. Le hace querer arrancarse las alas para convertirse en un ser repugnante como lo son los Grigori.
Mikhail, esa criatura que aún no es arcángel, pero que, definitivamente, tampoco es un demonio, sabe que Bess Marshall, la única mortal de la que se ha enamorado jamás, nunca va a perdonarle.
Sabe, por sobre todas las cosas, que lo que le hizo no tiene perdón alguno; y, de todas formas, está aquí, afuera de la ventana de su casa, velando su sueño —justo como en los viejos tiempos.
De nada le sirve haber asesinado a Amon, el Príncipe comandante de cuarenta Legiones infernales. De nada le sirve haberse enfrentado a la Legión de ángeles que solía comandar y haberse ganado un poco de su confianza de vuelta. De nada le sirve haber liderado la batalla en la ciudad y haber desterrado a los demonios de ella. No cuando se siente tan miserable como lo hace. No cuando sabe que lo que ha hecho no remedia ni enmienda absolutamente nada de lo que hizo en el pasado.
Un suspiro entrecortado escapa de su garganta y la energía angelical, esa que alberga dentro de él y que lucha contra la demoníaca, se remueve como si estuviese tratando de consolarle. Como si estuviese tratando de recordarle que no era consciente de lo que hacía.
—¿Por qué la vigilas desde aquí cuando podrías estar allá adentro tomando su mano? —La voz de Rael, uno de sus soldados más prometedores, lo saca de sus cavilaciones.
Ni siquiera lo sintió acercarse. De hecho, aún no es capaz de entablar ninguna clase de conexión con ningún ángel. Esa comunicación que solía tener con sus subordinados por medio del enlace celestial sigue desaparecida. Extinta de su sistema.
Mikhail no responde de inmediato. Se limita a observar a la chica que duerme plácidamente rodeada de brujas.
—Va a odiarme —dice, luego de un largo momento de silencio.
—No lo hará —Rael responde—. Annelise es demasiado noble para albergar odio en su corazón. —Hace una pequeña pausa—. Además, está completamente loca por ti y lo sabes.
Las palabras de Rael no hacen más que evocar recuerdos de los que no se siente orgulloso. Recuerdos que lo hacen querer regresar a las fosas del Inframundo y torturarse a sí mismo hasta el fin de los tiempos.
Lo cierto es que a Mikhail le habría encantado hacerle el amor sin treta alguna. Sin trampas, secretos o dobles intenciones. Ahora, pensar en ello le provoca vergüenza y repulsión hacia sí mismo.
—Si no me odia, entonces debería hacerlo —dice.
—Le salvaste la vida.
—Le mentí. La traicioné. —Mikhail niega con la cabeza—. Le jugué el maldito dedo en la boca y, no conforme con ello, le quité la única protección que tenía. Le arrebaté eso que le di y que la mantenía con vida.
—No ha muerto aún —Rael apunta—. Deberías estar agradecido por la estabilidad que ha presentado.
—No entiendo cómo es que no murió al perder mi parte angelical. —El ceño de Mikhail se frunce ligeramente—. No cuando los Estigmas son así de poderosos ahora—¿No crees que el lazo que la une a ti tenga algo que ver?
A Mikhail la posibilidad ya le había cruzado por la cabeza, por sugerencia de Ashrail, y, ahora, no le suena tan descabellada.
—No lo sé. Puede que, después de todo, el lazo no sea tan débil como pensábamos. —Asiente.
Se hace el silencio unos instantes.
—¿Ya pensaste qué es lo que vamos a hacer? —Rael pregunta y, por primera vez, capta la atención de Mikhail, quien posa su vista en él—. Los humanos ya saben de nuestra existencia, los demonios no van a quedarse de brazos cruzados ahora que hemos roto el tratado de paz. Tenemos un reverendo lío del cual tenemos qué encargarnos por aquí, Miguel.
—Lo sé —Mikhail responde—. Necesito contactar al Creador. Necesito que me diga qué es lo que tenemos qué hacer, porque no tengo una miserable idea de cuál debe ser nuestro próximo movimiento.
—¿Crees que la guerra sea inminente?
—Creo que la guerra ha comenzado.
Un suspiro escapa de los labios de Rael.
—Menuda guerra en la que vamos a adentrarnos —dice el ángel—. La mitad de la Legión aún está escéptica respecto a ti; la otra mitad, está completamente en tu contra. —Sacude la cabeza en una negativa—. Todo eso sin contar con el hecho de que es muy probable que los demonios comenzarán a cazarte para vengarse de ti por haberlos traicionado.
—¡Hombre! ¡Gracias por los ánimos! —El sarcasmo tiñe la voz de Mikhail.
—De nada. Ha sido un placer.
Otro silencio se apodera del ambiente.
—¿Rael?
—¿Sí?
—Independientemente de lo que ocurra de ahora en adelante, necesito que me prometas una cosa.
—¿De qué se trata?
—Necesito que me prometas que, si en algún punto del camino vuelvo a poner en peligro la vida de Bess, vas a matarme.
Rael no responde. Se limita a mirar a Mikhail durante un largo rato.
—No… —Mikhail niega con la cabeza, corrigiéndose a sí mismo—. Necesito que hagas un Juramento Inquebrantable. Necesito que me jures que vas a asesinarme si vuelvo a intentar hacerle daño a Bess.
—Pero, Miguel…
—No soy un ángel, Rael —Mikhail lo interrumpe—. No soy un demonio tampoco, pero, ciertamente, no soy un ángel. Tampoco soy una criatura como Ashrail. —Pronunciar el nombre del Ángel de la Muerte, no hace más que incrementar el remordimiento de conciencia que lo carcome por dentro—. Hay una lucha en mi interior. El bien y el mal no dejan de pelear dentro de mí y no sé cuándo alguna de las dos partes va a ser derrotada. Antes de que eso ocurra, necesito que me prometas que vas a velar por el bienestar de Bess.
Un largo momento de silencio se extiende durante —lo que parece ser— una eternidad.
—De acuerdo. —Rael asiente—. Haré el juramento.
Mikhail asiente, satisfecho por la respuesta recibida, para luego clavar su vista en la figura de Bess Marshall a través de la ventana.
Rael no dice nada más. Se limita a contemplar a la chica que duerme en el interior de la casa durante unos instantes antes de marcharse.
Mikhail se queda ahí, al pie de la ventana de la habitación, con el corazón hecho un nudo y la cabeza una maraña de ideas.
No tiene claro qué es lo que va a pasar. No tiene idea de cómo diablos va a resolver la cantidad de problemas que ha ocasionado. Lo único certero que hay para él en este momento, es el deseo irrefrenable que tiene de proteger a la chica que ahora duerme dentro de esa habitación. Lo único que tiene claro en este momento, es que no va a permitir que nadie —ni siquiera él— la lastime una vez más. Está dispuesto a todo. Está dispuesto a lo que sea. Incluso, si eso significa que se le vaya la vida en ello.