Stigmata
Capítulo 14
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La presión dolorosa que se había apoderado de mí, cede en el instante en el que la figura viscosa me deja libre.
Un escalofrío de puro alivio me recorre de pies a cabeza casi de inmediato, pero no me atrevo a moverme. Ni siquiera me atrevo a apartar la vista del demonio de ojos grises que me observa con gesto inescrutable.
El miedo y la angustia ganan un poco de terreno cuando siento cómo Mikhail tira con violencia del lazo que nos une. El solo acto, hace que me doble sobre mí misma debido a la sensación abrumadora que me provoca.
Está furioso. No se necesita ser un genio para saberlo. No se necesita estar atada a él para sentirlo.
—¿Vas a dejar de esconderte ya, Amon? —Mikhail habla, sin apartar su vista de la mía. El tono neutro y calmado que utiliza suena más amenazador que cualquier grito que pudiese haber proferido.
Una carcajada infantil reverbera en todo el lugar, y la energía angelical que habita en mí se agita con inquietud; como si tratase de abandonarme el cuerpo. Como si tratase de advertirme sobre algo.
Trago duro.
—Es bastante gracioso que creas que me escondo. —Amon pronuncia, en un tono que se me antoja inocente y, justo en ese instante, algo en el ambiente se torna extraño. Se siente como si una suave neblina estuviese apoderándose del espacio. Como si todo el bosque estuviese llenándose de energía negativa—. Si estás insinuando que te tengo miedo, déjame informarte que estás muy equivocado.
Los ojos de Mikhail escudriñan todo el espacio. Sé que puede percibir el mismo cambio que yo, ya que sus hombros se cuadran mientras despliega aún más sus alas negras.
—Demuéstramelo —dice, al tiempo que vuelve a posar sus ojos en mí.
Otra risa escandalosa se abre paso entre los árboles que nos rodean, pero nada sucede.
Luego, el silencio se apodera de todo el lugar, y lo único que soy capaz de escuchar, es el sonido del viento azotando las copas de los árboles.
Mi mirada viaja por todos lados, en busca del demonio que habla pero que no se ha materializado, y un agujero se instala en la boca de mi estómago cuando percibo el destello de oscuridad que se mezcla en el aire.
La parte angelical se agita de nuevo y, esta vez, me deja sin aliento en el proceso. Un extraño mareo me invade al instante y tengo que cerrar los ojos para detenerlo.
Cuando abro los ojos, todo sigue igual. Amon no ha aparecido por ningún lado y Mikhail no se ha movido de su lugar. La tensión en el espacio, sin embargo, es tan palpable que se siente como si tratase de meterse debajo de nuestra piel.
Durante un largo momento, nada ocurre. Nada cambia. Todo se sume en una quietud abrumadora y errónea. Tan errónea que ni siquiera me atrevo a respirar.
Entonces, justo cuando estoy a punto de obligarme a relajarme un poco, lo noto.
La masa densa y viscosa que me rodea ha comenzado a moverse. Ha empezado a concentrar su movimiento en un solo punto delante de mí.
Al principio, creo que estoy imaginándolo, pero el movimiento lento y cuidadoso del líquido espeso me hace darme cuenta de que no es así.
Poco a poco, la materia viscosa y homogénea se alza y comienza a moldearse, como si tratase de formar una figura de arcilla; una silueta humana que, además de ser precisa y perfecta, tiene un tamaño pequeño. Como el de un niño.
El hedor a azufre y podredumbre me inunda las fosas nasales, y mi mandíbula se aprieta cuando las náuseas me llenan la boca de salivación.
El olor es insoportable. Tanto, que tengo que cubrirme la nariz con el dorso de una mano para aminorarlo un poco.
Pasan segundos. Minutos. Horas… No lo sé. Antes de que el líquido espeso termine de formar la silueta humanoide; entonces, comienza a deslizarse hacia la nieve una vez más, desvelando así la figura de —quien creo que es— Amon.
Un nudo de puro horror se apodera en mi estómago cuando noto que es realmente un niño quien queda al descubierto; pero no digo nada. No hago otra cosa más que mirarlo.
Amon me da la espalda, pero su altura es tan baja, que podría jurar que no tiene más de diez años. No lleva alas. Tampoco lleva cuernos en la cabeza. Es solo el cuerpo de un niño que, de no ser por su piel grisácea, pasaría por el de un chico ordinario.
—¿Ahora los monstruos del Supremo te sirven? —Mikhail no luce asombrado cuando habla. Al contrario, luce un tanto entretenido y curioso por la materialización del demonio.
Amon se encoge de hombros.
—El Supremo puede llegar a ser increíblemente generoso cuando le eres leal.
Una sonrisa perezosa se desliza en los labios de Mikhail.
—¿Cuándo eres su perro faldero, quieres decir? —Es el turno de Mikhail de encogerse de hombros—. No me lo tomes a mal, Amon, pero no me interesa lamerle las bolas a nadie. Mucho menos a alguien como el Supremo.
Una carcajada se le escapa al niño que se interpone entre Mikhail y yo.
—¿A qué estás jugando, Miguel? —dice—. Eres patético. ¿De verdad crees que puedes arrebatarle al Supremo lo que le pertenece? Ríndete de una vez y júrale lealtad.
—Deja de meterte en lo que no te importa, Amon —Mikhail refuta, en tono aburrido—. Esto es entre Lucifer y yo.
Un suspiro irritado se le escapa a Amon.
—No digas que no te lo advertí. —El niño dice, después de chasquear la lengua con fingido pesar. Entonces, se gira para encararme.
La visión del rostro de Amon me da de lleno y mi estómago se revuelve al darme cuenta de cuán inocente luce. Sus facciones delicadas e infantiles se dibujan delante de mis ojos y no puedo dejar de contemplarlo.
Su cabello blanquecino cae alborotado sobre su frente y le cubre parcialmente las orejas; su piel grisácea luce aún más antinatural que la de Mikhail y la tonalidad rojiza de sus ojos hace que un escalofrío de puro terror me recorra.
Hay algo erróneo en la sonrisa dulce que esboza cuando me observa. Hay algo increíblemente aterrador en la mirada siniestra que me dedica.
La energía angelical que llevo dentro se agita con más violencia que antes y siento cómo gana terreno en mí. Es como si tratase de empujar lejos los hilos de los Estigmas. Como si intentara tomar el control sobre ellos para contenerlos.
Amon me mira de pies a cabeza e inclina el rostro ligeramente en señal de curiosidad.
—¿Qué se supone que eres? —pregunta, con ese tono dulce y aterrador que tiene su voz.
Me estremezco en respuesta y, por instinto, doy un paso hacia atrás.
—Aléjate de ella —Mikhail habla, pero eso solo hace que Amon sonría.
—Te sientes como un Sello. —El niño prosigue, al tiempo que ignora la advertencia en la voz de Mikhail, y da un paso en mi dirección—. Pero, al mismo tiempo, no te sientes como uno. Es como si hubiera algo más.
Trago duro y la energía que llevo dentro gruñe en respuesta.
—Amon, te lo advierto.
Los ojos del niño se entrecierran y recorren mi extensión. Entonces, su sonrisa se ensancha, de modo que me muestra todos los dientes.
—Eres fuerte. —Suena… ¿entusiasmado?
—No, no lo soy. —Me las arreglo para contestar, con un hilo de voz.
—Por supuesto que lo eres. —Asiente—. Muéstrame.
Niego con la cabeza.
—No soy fuerte —repito.
Amon rueda los ojos al cielo.
—No me hagas obligarte —advierte—. Muéstrame.
Otro estremecimiento me invade, pero niego una vez más.
—Yo no…
Ni siquiera soy capaz de terminar la oración. Ni siquiera soy capaz de parpadear, ya que un golpe violento me azota y me lanza por los aires.
Un grito ahogado se me escapa cuando impacto contra la nieve y siento cómo la frialdad del hielo me humedece la ropa al instante. El dolor no se hace esperar en mi pecho y los hilos de los Estigmas empiezan a desperezarse.
Trato de ponerme de pie, pero un destello adolorido me invade, y me quedo quieta, en un débil intento de absorber la horrible sensación que me escuece por dentro. Un gemido torturado amenaza con abandonarme, así que aprieto los dientes para no dejarlo escapar. Entonces, me obligo a mirar al pequeño demonio que camina hacia mí con aire despreocupado.
—¡Vamos! —Amon alza la voz para escucharse por encima del violento ventarrón—. Muéstrame qué es lo que eres.
Otro golpe invisible me da de lleno, pero, esta vez, es más intenso que el anterior, y termino estrellándome contra uno de los árboles del bosque.
La parte angelical de Mikhail zumba en mi interior y apacigua la violencia con la que los Estigmas tratan de abrirse paso a la superficie. Ni siquiera les permite hacer su camino fuera de mí. Los contiene con tanta fuerza, que siento cómo todo se me retuerce en las entrañas debido a la lucha de poderes.
Un retortijón intenso y violento proveniente del lazo, me deja sin aliento, pero ni siquiera soy capaz de asimilarlo, ya que un látigo de dolor me impacta y hace que un grito ahogado se me escape.
Esta vez, no soy lanzada por los aires. En su lugar, un violento escozor se apodera de mi estómago y se teje en mi pecho. La tortura es tan grande ahora mismo, que no puedo hacer otra cosa más que tratar de no gritar de dolor.
Un gruñido retumba en todo el lugar y, de pronto, el dolor desaparece.
La opresión que ni siquiera había notado hasta este momento, se esfuma y se difumina entre los puntos negros que me tiñen la visión.
Bailo en el limbo de la inconsciencia. Nado en un mar de colores grisáceos que amenaza con oscurecerse por completo y arrastrarme a sus aguas más profundas.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que el ardor se esfume por completo. Ni siquiera sé en qué momento el mundo empezó a tener sentido una vez más, o cuándo es que pude apoyar los brazos en la nieve para alzar la mirada; pero, cuando lo hago y me percato de lo que ocurre a mi alrededor, un escalofrío de puro terror me recorre.
Ambos demonios se encuentran ahí, suspendidos en el aire gracias al batir de sus alas inmensas e impresionantes, y se miran como si tratasen de medir sus respectivas fuerzas.
La figura de Amon es mucho más pequeña que la de Mikhail, pero eso no le resta impacto a la imagen devastadora que proyecta.
El niño de aspecto dulce ha desaparecido, y ahora lo único que soy capaz de ver, es el tamaño ostentoso y grotesco de sus alas de murciélago, y el tamaño descomunal de los cuernos que brotan de su cabeza.
A pesar de aún conservar esa pequeña estatura y esas facciones delicadas, luce aterrador. Sus ojos, antes humanos y de color rojizo, ahora son similares a los de una serpiente, y no puedo pasar por alto el hecho de que hay cientos de venas rojizas que se translucen entre su piel —la cual se ha vuelto completamente gris.
Luce aterrador en modos inexplicables, pero Mikhail ni siquiera luce sorprendido o amedrentado.
—¿Quién diablos crees que eres para intentar atacarme, Miguel? —La voz de Amon suena violenta y distorsionada.
—Te dije que te alejaras de ella. —La voz de Mikhail suena tranquila, pero siniestra.
Amon sonríe.
—He encontrado a tu talón de Aquiles, ¿no es así? —El niño pregunta, y la satisfacción se filtra en el tono de su voz.
—No has encontrado una mierda.
Una carcajada se le escapa al demonio con cuerpo de niño y se acaban las palabras.
Mikhail se abalanza a toda velocidad hacia Amon, quien esquiva su ataque con facilidad y golpea de regreso contra el demonio de los ojos grises.
Un grito ahogado se me escapa cuando la onda expansiva provocada por el impacto de ambos demonios me alcanza. Una oleada de energía se apodera de todo el lugar y el horror me asalta cuando Amon gruñe y arremete contra Mikhail con violencia.
Mikhail responde al ataque casi al momento, pero un grito se construye en mi garganta cuando la masa viscosa y densa trata de alcanzar al demonio de los ojos grises desde abajo.
Un estallido de energía maliciosa llena el espacio y sé, de antemano, que ha sido Mikhail el causante, ya que el líquido espeso ha retrocedido al percibirla.
La sensación viciosa y enfermiza que me invade al percibir tanta oscuridad, es solo eclipsada por la agitación de la energía angelical que llevo dentro y el pánico de ver a dos demonios increíblemente poderosos pelear de esta manera.
La visión aterradora de los demonios en pleno combate me deja sin aliento, y el horror y la fascinación se mezclan dentro de mí para crear un monstruo poderoso y destructivo.
Todo dentro de mí se revuelve cuando una de las puntas de las alas de Mikhail da de lleno contra el costado de Amon, pero mi sorpresa no dura demasiado, ya que el demonio con rostro de niño ni siquiera parece afectado por el ataque.
La tierra vibra y se estremece debajo de mí cuando Amon gruñe y ataca a Mikhail; quien, a una velocidad impresionante, cambia el panorama y se apodera del cuello de su adversario para elevar el vuelo hasta el punto en el que no puedo mirarlos más.
La agitación del lazo que nos une es tan intensa ahora, que casi puedo jurar que soy capaz de percibir la adrenalina que corre por el cuerpo de Mikhail. Casi soy capaz de sentir la ira que lleva por dentro.
Un silencio sepulcral y tirante se apodera del lugar, mientras trato, desesperadamente, de localizar a los demonios que han desaparecido, pero nada sucede. Nada ocurre.
Un estallido estruendoso, similar al de los rayos de tormenta, retumba y me aturde y, justo en ese momento, lo veo.
Amon está cayendo.
Su pequeño cuerpo viaja en picada y a toda velocidad en dirección al suelo.
La ansiedad y el terror hacen mella en mí cuando noto cómo Mikhail vuela hacia él, con toda la intención de atacarlo de nuevo y no sé por qué me siento de esta forma. Jamás había visto a Mikhail pelear de esta manera. Jamás le había visto ser tan cruel con nadie y eso, más que cualquier otra cosa, me pone los nervios de punta.
El demonio de aspecto infantil bate sus alas con desesperación, en un intento de recuperar el control de su cuerpo, pero no parece estar lográndolo.
Un gruñido grotesco y violento deja los labios de Mikhail y otro estruendo retumba en el espacio cuando un haz de energía latiguea a Amon con brutalidad. Entonces, impacta contra el suelo y la tierra se estremece en respuesta.
La nube de nieve que se eleva es tan espesa, que no puedo ver nada más allá de mi nariz, y no puedo hacer otra cosa más que quedarme aquí, quieta, intentando procesar lo que acabo de presenciar.
La parte activa de mi cerebro me grita que debo huir. Que debo escapar lejos de este lugar antes de que Mikhail trate de alcanzarme, pero no puedo moverme. No puedo hacer nada más que mirar hacia el lugar donde —se supone— cayó Amon.
La nube de polvo blanquecino se disipa poco a poco y desvela una silueta alta, esbelta y firme. Sé, de antemano, que se trata de Mikhail. Podría reconocerlo en cualquier parte del mundo. Podría percibirlo así tratase de ocultarse de mí.
Un nudo de nerviosismo y ansiedad se instala en la boca de mi estómago cuando noto cómo la figura avanza en mi dirección, pero apenas tengo tiempo de ponerme de pie antes de que sus facciones sean visibles a través del velo blanco que lo cubre todo.
La manera en la que me mira es aterradora. La forma amenazante en la que tira del lazo que nos une, me hace saber que está furioso conmigo y que trata de hacérmelo saber de esta manera.
La energía angelical dentro de mí se retuerce con más fuerza que antes, pero esta vez soy capaz de soportarlo un poco más, mientras observo cómo el demonio se acerca paso a paso.
Mikhail, sin decir una palabra, me toma por el brazo con brusquedad y tira de mí para ponerme de pie. El jalón es tan brusco, que me hace daño y hago una mueca de dolor en el proceso. A él no parece importarle en lo absoluto, ya que se limita a echarse a andar llevándome casi a rastras.
Trato de oponer resistencia, pero mis pies entumecidos apenas responden. Trato de impedir que me lleve, pero es tan fuerte, que me hace daño siquiera intentar luchar contra él.
El demonio se detiene en seco cuando se da cuenta de mi renuencia a seguirle y se vuelca hacia mí para anclar sus manos a mis caderas y echarme sobre su hombro, como si fuese un saco de patatas.
Entonces, empieza la verdadera lucha.
Mis piernas patalean y mi torso se remueve con la finalidad de desperezarme de su agarre firme, pero es imposible hacerlo. Es imposible hacer otra cosa más que gruñir y gritar por ser liberada.
Un golpe es atestado por mi codo contra la base de la cabeza del demonio y sus pasos vacilan.
Mikhail se detiene en seco y me deja caer de espaldas al suelo, antes de cerrar una de sus manos contra mi tráquea.
El aire apenas entra a mis pulmones, pero esa no es mi mayor preocupación ahora mismo. No cuando su mirada luce tan aterradora como lo hace ahora. No cuando sus dedos me presionan la garganta con tanta fuerza, que temo que sea capaz de romperme el cuello antes de asfixiarme.
—¿Así es como pagas toda la mierda que he hecho por ti? —dice, en un tono de voz tan calmado, que hace que el miedo incremente hasta convertirse en una sensación paralizadora.
La presión de su agarre aumenta y el pánico se detona en mi sistema. Estoy temblando, el corazón me late a toda velocidad y el terror es metal fundido en mi sangre.
Trato, desesperadamente, de deshacerme de su agarre en mi cuello, pero solo consigo rasguñar la piel de su brazo mientras peleo y forcejeo desde el suelo.
Un sonido ahogado y angustiado se me escapa cuando cientos de puntos negros empiezan a oscilar en mi campo de visión.
Los hilos de energía de los Estigmas luchan por salir a la superficie, pero no lo consiguen. Hay algo que los contiene. Algo poderoso y abrumador.
—Se acabó el demonio benevolente. —Mikhail escupe, en mi dirección—. Se acabó la misericordia para ti, Cielo. —Su rostro se acerca tanto al mío, que siento cómo su aliento caliente me golpea de lleno, pero no siento nada más que repulsión hacia él—. Voy a destruirte si vuelves a hacer algo tan estúpido como esto. —Abro la boca en busca de aire, y los ojos me lagrimean de forma involuntaria cuando presiono una mano contra su rostro para empujarlo—. Voy a…
En ese instante, se libera.
Una oleada cálida se detona en mi interior y la expresión del demonio que me somete se transforma por completo cuando un haz de luz proveniente de mi mano lo ilumina todo. Una mezcla de confusión, asombro y miedo tiñe sus facciones y un alarido de dolor abandona sus labios.
Mikhail trata de apartarse, pero los hilos de los Estigmas son liberados de su prisión y se envuelven alrededor de su cuerpo, impidiendo que sea capaz de moverse.
La tierra debajo de mí vibra en respuesta a mi ataque repentino, y todo a mi alrededor se estremece cuando la energía angelical que llevo dentro canta y grita en señal de liberación.
Un sonido torturado escapa de los labios del demonio, pero no lo dejo ir. Al contrario, me aferro a toda la energía que poseo para hacerle saber quién soy yo. Para hacerle saber quién es quien va a destruirle si se atreve a lastimarme de nuevo.
Los ojos aterrorizados de Mikhail encuentran los míos y, para probar mi punto una vez más, tiro del lazo que nos une. Un gemido estrangulado se le escapa con mi acto y una oleada de enfermiza satisfacción se apodera de mí.
El demonio se doblega a una velocidad impresionante, pero no dejo de hacerle daño. No dejo de succionar fuera de su cuerpo el poder del que tanto alardea. No dejo de absorber toda la oscuridad que lo envuelve, hasta que lo único que soy capaz de percibir es una llama temblorosa y parpadeante.
Entonces —solo entonces—, lo libero y se desploma en el suelo a mi lado.
Todo su cuerpo se estremece con los espasmos provocados por mi ataque, pero no dejo que la imagen vulnerable que me regala me ablande. No dejo que la oleada de arrepentimiento acabe con mi determinación.
—Llévame a casa, Miguel —digo, con la voz enronquecida, pero firme pese a todo—. Ahora mismo.