Stigmata

Stigmata


Capítulo 15

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El sonido de mi respiración dificultosa, aunado con el del viento inclemente que golpea las copas de los árboles, llena todo el lugar. Una nube hecha con mi aliento cálido invade mi campo de visión y los ojos me lagrimean cada una de las veces que parpadeo.

Estoy temblando de pies a cabeza. Estoy congelándome.

Las articulaciones me duelen tanto, que temo que pueda perder alguna parte del cuerpo si la muevo con brusquedad, y los pulmones me arden y queman tanto que, literalmente, duelen al respirar.

No puedo moverme. Los músculos ni siquiera responden a las demandas de mi cabeza y me quedo aquí, quieta, mientras la energía angelical demanda y exige que me ponga de pie.

Se siente que pasa una eternidad antes de que trate de incorporarme, pero, cuando lo hago, el cuerpo entero me grita de dolor. A pesar de eso, giro sobre el estómago como puedo y me empujo con los brazos para levantarme. Las palmas de las manos me arden y escuecen, y ahogo un grito tembloroso y débil en el proceso. Mis ojos se cierran con fuerza y me muerdo el labio inferior. Un sonido torturado se me escapa cuando el dolor es intenso.

Se siente como si estuviera a punto de perder la movilidad por completo. Como si cada parte de mí fuese a caer congelada sobre el claro donde me encuentro.

Las rodillas se me hunden en la nieve cuando apoyo mi peso en ellas, pero eso no impide que sea capaz de utilizar los pies para levantarme. El entumecimiento de mis extremidades es tan grande, que ya ni siquiera puedo sentir otra cosa que no sea un hormigueo incómodo y doloroso.

Mi vista recorre el espacio teñido de blanco que se extiende frente a mí, y un nudo de pánico empieza a atenazarme las entrañas.

Estoy en medio de la nada. ¿Cómo demonios voy a salir de este lugar? Voy a morir congelada.

El nerviosismo y la ansiedad que había luchado por contener durante la pelea entre Amon y Mikhail, empieza a ganar terreno en mi consciencia y, de pronto, se siente como si pudiese ponerme a gritar. Como si pudiese rendirme y aovillarme en el suelo hasta que todo esto termine.

La ropa ha comenzado a pegarse a mi cuerpo debido a la humedad helada de la nieve, y mi cabello se siente tieso debido a la capa de hielo que se ha formado en él.

El dolor corporal es intenso ahora. Todos mis huesos gritan y crujen entre sí cuando, con las piernas temblorosas, doy un paso hacia adelante. Se siente como si hiciese un esfuerzo sobrehumano con solo esa acción. Como si estuviese a punto de desplomarme en el suelo una vez más.

Doy un paso más y luego otro.

—Bess… —La voz ronca de Mikhail resuena a mis espaldas. Suena débil y gutural, pero ni siquiera me giro para encararlo. No hago el intento de mirarlo porque nada de lo que me diga puede hacer que confíe en él. Nada de lo que diga va a cambiar la forma en la que lo veo ahora.

La suave esperanza que había guardado durante los últimos días ha desaparecido por completo. El tipo que me habla no es el chico del que me enamoré. Este ser que ahora viaja por el mundo con el rostro de Mikhail, no es más que un monstruo. Una criatura incapaz de sentir otra cosa que no sea amor propio. Una criatura que lo único que es capaz de provocarme es repulsa y dolor.

—Bess —Mikhail pronuncia de nuevo, con la voz entrecortada, pero yo no me detengo. Por el contrario, doy un par de pasos más.

Mis rodillas flaquean y caigo de bruces al suelo. Mi cara impacta contra el manto de nieve y el ardor provocado por la frialdad, y el mordisco en mi lengua, me hacen gemir de dolor.

El sabor metálico de la sangre invade mis papilas gustativas, y escupo solo porque la sangre es tanta, que me da asco tragarla.

Un brazo firme y fuerte se envuelve en mi cintura y tira hacia arriba. Sé, de antemano, que se trata de Mikhail, así que lucho por ser liberada. La energía angelical que alguna vez habitó su cuerpo me vibra en la piel y se enciende, de modo que el demonio es alejado de mí con fuerza; como si hubiese sido repelido por un campo de fuerza invisible.

Mi cuerpo hace contacto con el suelo una vez más y trato de ponerme de pie, pero el demonio es más rápido que yo y vuelve a alcanzarme. Esta vez, es capaz de echarme sobre su hombro y avanzar un par de pasos.

Cuando la energía angelical hace lo suyo y me libera de nuevo, golpeo el suelo con tanta fuerza, que me quedo sin aliento durante unos instantes.

Para ese momento, estoy agotada. Toda mi anatomía pareciera haber sido drenada de su fuerza y, de pronto, lo único que puedo hacer es quedarme aquí, en el suelo, con la frente sobre la nieve y el cuerpo entumecido por el frío.

La parte angelical gruñe en protesta y siento cómo teje su camino por toda mi anatomía para obligarme a levantarme, pero no puedo hacerlo. No cuando el frío es tan inclemente. No cuando he llegado al límite de mi resistencia al intentar pelear contra Mikhail.

El brazo del demonio se envuelve a mi alrededor. Esta vez, no opongo resistencia. Esta vez, cuando me levanta del suelo, no lucho para impedírselo.

El demonio no dice nada mientras me deposita en el suelo con delicadeza. Tampoco lo hace cuando coloca uno de sus brazos por debajo de mis rodillas y el otro en mi espalda. Mucho menos pronuncia algo cuando levanta mi peso y nos elevamos en el aire.

Bailo en el limbo de la inconsciencia, pero estoy lo suficientemente alerta para notar cómo la velocidad del vuelo de Mikhail incrementa. Al instante, el vértigo se apodera de mis entrañas y los párpados me revolotean para abrirse.

No lo consiguen.

No pueden hacer otra cosa más que revolotear como mariposas mientras siento cómo mi cuerpo se agita de un lado a otro con la turbulencia del vuelo.

De pronto, se siente como si estuviese cayendo. Como si hubiese abandonado la zona de confort para adentrarme en una caída en picada que se siente ajena y lejana.

Algo está ocurriendo. Algo está pasando allá afuera, en el mundo real, pero no puedo desperezarme. No puedo arrancarme la sensación de intenso adormecimiento que me invade.

Un tirón en mi brazo me hace abrir los ojos de golpe, pero lo único que soy capaz de ver, es la nube blanquecina que lo cubre todo y un puñado de manchas negras y deformes. Lo único que soy capaz de hacer, es posar la atención en los ojos grises angustiados que me miran desde arriba.

Alguien grita algo, pero no puedo conectar los puntos ahora mismo. No puedo hacer nada más que luchar contra el estado de letargo que me envuelve.

Unos brazos se envuelven a mi alrededor, y siento cómo golpeo contra algo duro y helado y, luego de eso, pierdo el conocimiento.

Mikhail me lleva a cuestas.

No estoy muy segura de cómo diablos es que lo sé, pero lo hago. Sé que es Mikhail. Es él quien avanza con mi peso a cuestas.

Soy vagamente consciente del temblor en sus extremidades y del sonido irregular de su respiración.

Quiero empujarlo lejos. Quiero poner distancia entre esta criatura y yo, pero me encuentro tan magullada y adolorida, que ni siquiera puedo alzar la cabeza. Ni siquiera puedo abrir los ojos.

Un gemido se me escapa de los labios cuando Mikhail trastabilla y caemos al suelo, pero no puedo hacer nada para impedir que su peso me aplaste. Un sonido tembloroso y entrecortado lo abandona y sé que algo no anda bien con él.

Mikhail no es torpe o débil. No suele tropezar o perder el equilibrio. Debe estar demasiado herido para no poder mantenerse en pie. Debe haberse hecho demasiado daño durante la pelea con Amon.

«No. Tú le hiciste esto. Tú lo heriste de este modo», susurra la voz en mi cabeza, pero trato de ignorarla por completo.

Un murmullo ininteligible es pronunciado por el demonio de los ojos grises antes de que vuelva a cargarme.  Esta vez, la debilidad en el agarre de Mikhail es palpable. Puedo sentir cómo su respiración se vuelve irregular debido al cansancio que supone para él llevarme así, pero no dice nada al respecto. Tampoco deja de moverse.

Apenas puedo sentir el lazo que nos une. Apenas puedo percibir la energía de Mikhail a mi alrededor y una punzada de terror me recorre el pecho. Él, sin embargo, no dice nada. No hace otra cosa más que avanzar conmigo a cuestas.

Mis párpados revolotean, en un esfuerzo por abrirse, pero apenas soy capaz de tener un vistazo de su mandíbula angulosa, antes de que vuelva a entrar en el limbo semiinconsciente que trata de engullirme.

La energía angelical que llevo dentro trata de empujarme de vuelta a la realidad, pero no lo consigue. Estoy agotada. Estoy hecha trizas y no sé cómo diablos tomar las riendas de mí misma en este estado. No sé cómo aferrarme al mundo real una vez más.

—Resiste un poco, Cielo… —Las palabras suenan tan lejanas y ajenas, que se sienten irreales. Fuera de lugar.

«Él no es Mikhail. Él no es el chico del que te enamoraste. Él ha desaparecido para siempre. Ha muerto», digo para mí misma, pero el efecto que tiene su voz en mí no cambia en lo absoluto: sigo sintiéndome segura escuchándolo. Sigo queriendo fundirme en sus brazos para olvidar todo lo malo.

—No falta mucho. Aguanta otro poco —dice, en voz baja e inestable, y mi corazón hace una pirueta extraña.

Un sonido quejumbroso es lo único que puedo pronunciar en respuesta y la voz de Mikhail pronuncia algo que no puedo entender.

Una ráfaga de viento me azota el rostro y siento cómo la estabilidad en el cuerpo de Mikhail flaquea. Un gruñido retumba en el pecho del demonio, pero no caemos. Esta vez, tiene la fuerza suficiente como para impedir nuestra caída y continuar avanzando.

—Ya casi estamos ahí, Bess. Ya casi. —Le escucho decir, pero yo ya me he dado por vencida. Ya no puedo soportarlo. No puedo luchar ni un minuto más contra la nube que amenaza con envolverlo todo a mi alrededor.

Arde.

Toda la piel de me arde, y grito.

Grito porque duele. Grito porque el entumecimiento y el hormigueo son demasiado para mí.

Alguien susurra algo en un idioma desconocido y un par de manos fuertes tratan de contenerme. No lo consiguen del todo. De pronto, mi cabeza es sumergida en el líquido caliente en el que estoy envuelta y una mezcla de alivio y desesperación se apodera de mí.

El aire en mis pulmones se agota casi de inmediato, pero mi cabeza es sacada del agua justo antes de que comience a sentir la falta de aliento. Justo antes de sentir que empiezo a ahogarme.

Mis dientes castañean, pero no tengo frío. Mis músculos gritan, pero el dolor ha disminuido considerablemente. El corazón me late a toda marcha, pero no se siente como si estuviese en peligro.

En ese momento, mis piernas se remueven en la superficie lisa en la que me encuentro y la voz tranquilizadora regresa.

Unas manos grandes me ahuecan el rostro y mis párpados se abren ligeramente solo para encontrarme de lleno con un par de ojos grises familiares y angustiados. Mis dedos se aferran a las muñecas del demonio que me sostiene y trato de poner toda mi atención en lo que pronuncia.

—Está bien —murmura, pero suena agotado. Suena… ¿Adolorido?—. Está bien, Cielo. Estás

bien.

Un sonido —mitad gemido, mitad gruñido— se me escapa mientras me remuevo con incomodidad, pero él no me deja ir; al contrario, me envuelve entre sus brazos al tiempo que un chorro de agua hirviendo comienza a golpearnos.

Mi cuerpo, de manera involuntaria, comienza a luchar contra la prisión en la que me contiene, pero rápidamente soy inmovilizada y acomodada entre sus brazos.

De pronto, somos un manojo de extremidades enredadas y espasmos violentos.

De pronto, no sé quién tiembla más, si él o yo.

De pronto, lo único que soy capaz de hacer es hundir la cara en el hueco húmedo y cálido de su cuello unos instantes antes de perder la consciencia una vez más.

Estoy temblando. Todo el cuerpo me tiembla incontrolablemente, y el peso de algo cálido cae sobre mí. El frío no se detiene. Ni siquiera cede un poco. Mis músculos sufren espasmos dolorosos y violentos, mientras me aovillo sobre mí misma, en un débil intento por mantener elevado el calor del cuerpo.

Una mano fuerte y firme se apodera de mi brazo, debajo del peso inmenso que me cubre, y tira de mí hacia arriba, de modo que quedo en una posición medio sentada. Después, el peso cálido vuelve a mí y me aovillo aún más contra la pared cálida y blanda que me rodea.

Aliento cálido y tembloroso me golpea la sien, pero no tengo miedo. No tengo miedo porque no puedo hacer otra cosa más que concentrarme en el frío insoportable que siento en estos momentos.

Un par de brazos fuertes me envuelven. Mi cuerpo encaja a la perfección en el espacio entre la pared cálida y los brazos que me sostienen.

—No voy a dejarte morir aquí, ¿me oyes? —Escucho que una voz pronuncia, pero no puedo salir a la superficie. No puedo luchar contra el manto pesado que me cubre.

La luz se filtra entre la delgadez de mis párpados y me remuevo con incomodidad. Trato de ocultar el rostro en el hueco cálido donde he hecho un nido desde hace una eternidad, pero soy plenamente consciente de que no voy a poder dormir de nuevo. Estoy demasiado alerta. Demasiado despierta.

A pesar de eso, me acurruco aún más contra el material cálido, suave y blando que me envuelve y presiono el rostro contra la almohada cálida que tengo debajo de la cabeza. Un gruñido incómodo resuena y vibra en mi oreja, y es todo lo que necesito para que mi cuerpo se empuje lejos; como si hubiese sido impulsado por la fuerza de un resorte.

El dolor en mis músculos es sordo y punzante ahora, pero no es eso lo que me impide alejarme lo suficiente; es el enredo de cobijas y mantas lo que me detiene de poner distancia entre el demonio que me sostenía contra su pecho y yo.

La imagen de Mikhail se dibuja delante de mis ojos y la confusión me invade de un segundo a otro.

Durante unos instantes, no soy capaz de recordar nada. Ni siquiera soy capaz de conectar los puntos en mi cabeza. Es solo hasta que tengo un vistazo de la destrozada estancia, que los recuerdos me invaden.

La sensación de malestar crece conforme las imágenes acerca de lo ocurrido con Amon van inundándome y, de pronto, lo único que quiero, es poner cuanta distancia sea posible entre Mikhail y yo.

Él no se mueve. De hecho, ni siquiera parece haberse percatado de la distancia que he impuesto entre nosotros. Sus ojos están cerrados con suavidad, pero su gesto es severo; casi doloroso. Su cabello luce más alborotado que nunca, su torso desnudo sube y baja con su respiración lenta y temblorosa, y sus inmensas alas de murciélago están extendidas en el suelo, como un par de lonas de piel flácidas y rotas.

Luce agotado. Luce… Enfermo. Vulnerable.

Trago duro.

La sensación de malestar provocada por mi enfrentamiento con él, solo hacen que me arrastre lejos con más insistencia. Esta vez, soy capaz de poner un poco más de distancia entre nuestros cuerpos.

En ese momento, me atrevo a mirar alrededor.

Mi vista viaja a la estancia una vez más y, esta vez, soy capaz de notar más detalles de la cabaña que intenté abandonar. No me pasa desapercibido el hecho de que Mikhail ha tenido el tiempo suficiente como para improvisar una cubierta para el ventanal destrozado, la cual consiste en un puñado de tablas clavadas a lo largo del agujero que hizo con su cuerpo al salir a enfrentar a Amon.

No he podido ignorar, tampoco, la especie de fortaleza que ha creado con los muebles de la sala: los ha acomodado de modo que nos encontramos rodeados por ellos —como si de un nido se tratase—, y ha amontonado un montón de cobijas y cobertores en el espacio en el que nos encontramos.

«Trataba de hacerte entrar en calor», susurra la inocente voz de mi subconsciente y, por unos instantes, le creo. Por unos segundos, me permito creer que Mikhail realmente estuvo preocupado por mí.

Mis ojos se cierran con fuerza.

La punzada de dolor que me invade es tan intensa, que tengo que tomar una inspiración profunda, antes de dejarla ir con lentitud.

Una nube de vapor se escapa de mi boca en el proceso, y es todo lo que necesito para saber que sigue helando.

Así pues, como puedo, me pongo de pie.

Tengo los dedos de los pies entumecidos por el frío, pero ya no hay dolor en mis músculos. La debilidad que antes me llenaba de pies a cabeza se ha transformado en un temblor ligero y suave que ni siquiera me impide caminar.

Trato de echarme un montón de cobertores encima, pero, cuando me doy cuenta de que no voy a poder cargar con su peso, los dejo caer y me envuelvo los hombros con el más ligero de todos. Entonces, me echo a andar fuera de la barricada que ha creado Mikhail para nosotros.

El suelo está helado y el aire congelado del exterior se cuela entre los tablones que Mikhail ha colocado para cubrir el agujero del ventanal. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza y me encojo sobre mí misma, en un intento débil por mantener el calor dentro.

Estoy a punto de dar un paso en dirección a la puerta principal solo para comprobarla, cuando lo escucho.

Al principio, creo que lo he imaginado, pero luego, mientras agudizo el oído, lo escucho de nuevo. Es apenas un suave quejido. Un sonido torturado tan débil e imperceptible, que no se siente como real.

Mi ceño se frunce en confusión y giro con lentitud sobre mi eje, al tiempo que sigo el rumbo del sonido, pero este se detiene.

Yo me detengo con él.

Por un doloroso instante, el miedo se apodera de mis entrañas.

«¿Y si alguien está aquí? ¿Y si Amon nos siguió y trata de ponernos una trampa? ¿Y si…?».

Una inspiración es inhalada con brusquedad y un gemido adolorido resuena en toda la estancia.

Es en ese preciso instante, cuando toda mi atención se vuelca hacia a donde el cuerpo de Mikhail se encuentra. La voz del demonio vuelve a invadirlo todo y, esta vez, no lo pienso ni un segundo, antes de avanzar hacia él a toda velocidad.

Me detengo en seco justo cuando estoy frente a él, y contengo el aliento unos instantes solo para escuchar cómo un sonido estrangulado y torturado brota de su garganta. Es hasta ese momento, que me percato de la fina capa de sudor que cubre su cuerpo, y del modo en el que su pecho sube y baja con su respiración dificultosa.

El pánico se apodera de mí en un abrir y cerrar de ojos y, sin pensarlo demasiado, me arrodillo a su lado solo para colocar una mano sobre su frente sudorosa. La transpiración que cubre su cuerpo es fría, pero no es eso lo que envía un escalofrío de puro terror a mi sistema. Es la temperatura de su cuerpo lo que lo hace.

«Está hirviendo».

A pesar de que estamos a varios grados bajo cero, está hirviendo, y no sé cómo diablos sentirme al respecto.

«¡¿Los demonios pueden tener fiebre?!», grita mi subconsciente, pero empujo el absurdo pensamiento en lo más profundo de mi cabeza, al tiempo que trato de pensar qué es lo que puedo hacer por él.

Mi primer pensamiento, es conseguir compresas de agua helada para bajar la temperatura de su cuerpo, así que me apresuro al baño para empapar una toalla con agua helada y presionarla contra su rostro.

Repito el procedimiento un par de veces, pero no funciona. Nada cambia. Mikhail sigue ardiendo en fiebre.

«¡Piensa, Bess! ¡Piensa!», urjo, para mis adentros, pero nada viene a mí. No sabía que los demonios eran capaces de enfermarse. Tampoco sabía que podían tener fiebre.

—No lo entiendo… —musito, con desesperación y angustia y, sin saber muy bien qué es lo que estoy haciendo, empiezo a tantear su rostro, cuello y torso desnudo.

Sé que estoy buscando alguna clase de herida. Algo que justifique la fiebre y el estado en el que se encuentra.

Mis manos, ansiosas y desesperadas, corren por sus costados y sus muslos vestidos, pero no logro percibir nada. Entonces, justo cuando estoy a punto de darme por vencida, la resolución me golpea.

«¡La espalda! ¡No le has revisado la espalda!».

Rápidamente, trato de girar el cuerpo de Mikhail. Un grito escapa de sus labios y es tan estridente, que dejo de moverlo de inmediato.

Un estremecimiento de puro horror me recorre la espina dorsal y, sin saber muy bien qué diablos hago, vuelvo a intentarlo.

Esta vez, envuelvo los brazos alrededor de su cintura y trato de elevarlo en una posición sentada. Un gemido deja la garganta del demonio y siento cómo todo su cuerpo se tensa en respuesta a mis movimientos.

Un quejido retumba en su pecho y siento cómo sus manos se cierran en puños alrededor de la sudadera que llevo puesta, pero no es hasta que consigo acomodarlo, que lo noto…

Un grito se construye en mi garganta y mi estómago se revuelve con violencia. Me estremezco entera debido a la impresión y una horrible e insoportable punzada de dolor me atraviesa el pecho de lado a lado.

Los ojos se me llenan de lágrimas sin que pueda evitarlo, y el desasosiego se mete debajo de mi piel y se instala en mis huesos y tejidos.

Sus alas.

Una de ellas, cuelga en un ángulo antinatural en su espalda.

Luce como si hubiese sido desgarrada con brutalidad y hay un inmenso corte irregular en la piel que va desde su omóplato, hasta su cintura.

Cartílago, hueso, tejido expuesto y sangre coagulada es lo único que puedo ver ahora mismo y tengo que cubrir mi boca con una mano para impedir que un sonido asombrado se me escape.

—Por el jodido infierno… —La voz horrorizada y familiar me hace alzar la vista al instante y una mezcla de alivio, felicidad y tristeza se arremolina en mi pecho.

—¡Axel! —El nombre sale de mis labios, y suena como una plegaria. Como una petición de auxilio—. ¿Qué haces aquí?

—¡Bess! —La voz aliviada de Daialee llega a mis oídos antes de que pueda verla precipitarse en mi dirección.

Mi amiga se detiene en seco cuando mira la escena y su expresión pasa del alivio al horror.

—Joder, Annelise, no sabes lo… —La voz de Rael muere en ese momento y sé que los tres seres que tengo delante de mí están tan impactados como yo de lo que está pasando.

—Cariño, ahora no hay tiempo para hablar sobre mi fabulosa presencia en este lugar, ¿entiendes? —Axel es el primero en romper el silencio. Sé que trata de bromear, pero le sale terrible. Suena turbado hasta la mierda—. Necesito que enfoquemos nuestra atención en el problema y me digas qué diablos ha pasado aquí.

—N-No lo sé. Amon… Mikhail… —digo, en medio de un balbuceo. No puedo formular una oración coherente ahora mismo, así que es lo único que puedo pronunciar.

—¿Amon?, ¿Amon, el Príncipe del Infierno, hizo esto? —Axel pregunta, con genuino horror.

Yo no puedo responder. No puedo hacer otra cosa más que asentir con aire angustiado y frenético, a pesar de que no tengo la certeza de que haya sido él el causante del estado de Mikhail.

«¿Qué diablos ocurrió mientras estaba inconsciente?».

—Mierda… —Daialee pronuncia, al tiempo que mira a Axel con preocupación.

—Esto está más jodido de lo que pensé —Axel dice, mientras se acerca hasta donde me encuentro—. ¿Él sabe que están aquí?

—¿Quién?

—Amon.

Niego con la cabeza.

—No lo sé.

—Esto no es bueno. —Axel masculla y dirige su atención hacia el ángel que observa la escena a una distancia prudente—. Tú, ven aquí y has algo útil por una vez en la vida.

—¿Quién te crees que eres para hablarme así, íncubo? —Rael habla, en tono despectivo.

—Trae tu sexy e irritante culo aquí, angelito, o vas a tener problemas más grandes de los que crees. —La amenaza en el tono de Axel hace que una sonrisa nerviosa se dibuje en mis labios.

Rael niega con la cabeza.

—Me rehúso, determinantemente, a ayudar a ese demonio.

—Ese demonio fue tu líder. Luchó a tu lado y se preocupó por ti durante todo el tiempo que estuvo en el Reino de tu Creador —Axel escupe—; así que muestra un poco de gratitud y ayúdame a sacarlo de aquí. —Hace una pequeña pausa antes de añadir—: Imbécil.

Axel posa su atención en mí y me dedica una mirada cargada de significado.

—Te extrañé, pequeña mierdecilla —dice y un nudo de sentimientos se instala en mi garganta.

—También te extrañé, Axel —digo y el íncubo me guiña un ojo.

—Vámonos de aquí. Empecemos el día salvándote el culo. Como en los viejos tiempos —dice, en tono dulce y amable y una risotada se me escapa al tiempo que un sollozo comienza a construirse en mi pecho—. Y nada de llantos innecesarios, Bess. Te ves como la mierda cuando lloras.

Lágrimas calientes se deslizan por mis mejillas, pero asiento, al tiempo que permito que el demonio menor aparte el peso de Mikhail lejos de mí.

Mira por encima del hombro hacia Rael y Daialee.

—Señores —dice—, no es por preocuparlos, pero tenemos que salir de aquí. Ahora.

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